jueves, 27 de diciembre de 2007

'LEJOS DE ELLA'. Renacer desde el olvido (****)

CRÍTICA DE CINE

'Lejos de ella' (Sarah Polley, 2007)

Con un caminar firme y decidido, avanza por terrenos emocionalmente peliagudos el debut en la dirección de Sarah Polley, aquella chica de cintura frágil y larga melena dorada que de discípula de Isabel Coixet pasase a ser asediada por hordas cerebradas de zombies hambrientos de sangre. Las enseñanzas de la mujer de las gafas arcoiris asoman por los resquicios de ‘Lejos de ella’, nostálgica fábula sobre las segundas oportunidades cuyos mimbres salen de un cuentecillo de Alice Munro que encandiló a la actriz canadiense, que ofrece una inesperada lección de madurez en su primera experiencia detrás de las cámaras. ‘Lejos de ella’ se agita a paso lento, como esas simbólicas incursiones en el esquí de fondo de la pareja protagonista. Revela esta historia, agigantada por las interpretaciones de Julie Christie y Gordon Pinsent, un tratamiento delicado sobre las consecuencias que una enfermedad como el Alzheimer genera en una relación de larga duración.

A veces, tocar fondo supone un nuevo punto de partida, justifica una segunda oportunidad que rompe ataduras con el pasado y que permite descubrir sentimientos que permanecían ocultos. En ‘Lejos de ella’, la enfermedad degenerativa que diagnostican a Fiona, todavía a un par de décadas de llegar a la vejez, actúa de mecanismo reparador de las grietas del pasado. Por la pantalla transcurre una historia que se siente como si se susurrara al oído, con secretos por desvelar que se quedan en la intimidad de la pareja y que no se disfruta, sólo se sufre. Porque, qué duda cabe, el sufrimiento ocupa la parcela más frondosa del amor. De ahí el grado de esperanza que deslumbra a Fiona en la nueva etapa que debe afrontar y que, como recompensa a la tenacidad, toca de refilón al apesadumbrado marido que asiste atónico al desmoronamiento de cuarenta años de vida en común.

Así se plantea un trabajo que, de un posible flirteo con las características básicas de un telefilme lacrimógeno de primera hora de la tarde, pasa al coqueteo con el estante de obras maestras, mérito de la seriedad y dulzura con la que está elaborada una propuesta que revela a una cineasta con un tacto poco habitual en el gremio de los debutantes. Cine sencillo, no confundir con simple, y modesto pegado a la realidad, de notable consistencia y con hallazgos tan humildes como extraordinarios. Ahí está para confirmarlo esa hermosa escena que comparte el protagonista con una jovenzuela de vestimenta gótica en un sofá. Un palmetazo en la espalda que se siente como un abrazo enjuagado en lágrimas.

lunes, 24 de diciembre de 2007

'TOP 5' TEATRERO 'Mi viejo baúl' 2007

(LISTA ELABORADA SOBRE 46 PRODUCCIONES NACIONALES VISTAS EN 2007)

1- ‘ZENOBIA’ (Sobre textos de Zenobia Camprubí; Centro Andaluz de Teatro y Producciones Imperdibles): Motor del talento de Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí compartió media vida con el Premio Nobel onubense. Para los estudiosos, el símbolo del otro lado de la gloria, aquel que no luce en los focos, de la fidelidad, la lealtad, el compañerismo y el amor. En menos de una hora, ‘Zenobia’ se aventura en el interior de temas profundísimos como los subrayados derrochando un tacto exquisito. Obra de porcelana, cuidado que no se rompa, se desliza entre los mejores versos ‘juanramonianos’ para perfilar la apasionante biografía de Zenobia. Sin bascular hacia el desgarro, la puesta en escena introduce con suavidad entre la lírica elementos cinematográficos en una transición textual colmada de sinceridad y que termina rendida ante dos hechizantes interpretaciones. Después de contemplar a Javier Castro sobre las tablas, no extraña el estupor que causó a la muchachada de Moguer el verle pasear por sus calles hace unos meses. Juan Ramón había vuelto. Pura ficción, porque, como hace reflexionar este maravilloso, aleccionador y necesario montaje que se vuelca del lado de los secundarios, poeta y musa siguen escribiendo juntos, donde quieran que estén, un último poemario. El definitivo. Con pocas dudas, la mejor obra teatral de este 2007.

2- ‘EL CHICO DE LA ÚLTIMA FILA’ (De Juan Mayorga; Ur Teatro): Como en todo lo que sale de la prodigiosa pluma de Juan Mayorga, un texto ansioso por ser escuchado que ofrece decena de lecturas en clave contemporánea. Hasta el gesto de que uno de los personajes salga ataviado con la camiseta NBA de Pau Gasol supone algo más que un guiño -aseada crítica de esa clase media europea americanizada- dentro de una estructura narrativa profundamente reflexionada y que trabajada por Ur Teatro pisa el acelerador para que agilizar y dinamizar esa multiplicidad de lecturas. Entre las cuestiones que aborda, cada cual se quedará con la que sienta más cercana a sus intereses. Hay material, incluso de perfil contrapuesto, sobre el que poder elegir: la necesidad de dotar a la vida de un sentido, la escritura como resorte para encontrar una vocación, los dos ritmos de la adolescencia, el hastío que sufren en silencio –sí, como las hemorroides- docentes con décadas de experiencia delante de los pupitres o la literatura como medio para enfrentarse a la soledad. Centenares de hojas de apuntes guardadas en una carpeta forrada por un ídolo baloncestístico para utilizar en un examen que, en un sorprendente giro, pasa de obra de tesis a inquietante thriller en la onda de ‘El habitante incierto’ de Guillem Morales, a punto de ser ‘remakeada’ en Estados Unidos. No pasará como la mejor adaptación de un libreto de Mayorga, pero ‘El chico de la última fila’ sí podrá presumir de no devaluar, al contrario, la cotización del libreto original, de deliciosa lectura.

3- ‘PAGAGNINI’ (De Ara Malikian; Yllana): Bendita locura la de Ara Malikian. Hasta a uno de los patilargos componentes de su abultada pelambrera le insta a que toque unas cuantas notas al violín en medio del alocado desenfreno que ‘Pagagnini’ desparrama en cantidades industriales. A nadie deja indiferente, valga el tópico, esta obra parida por el infinito talento del armenio, que desacraliza el ritual casi litúrgico que preside la música de cámara para, sorteando el ridículo, fabricar un monumento a la diversión aliado con la calidad. Quien lo diría de antemano con un vistazo al programa, un recital con tres violinistas y un bajo. Es la máscara que esconde un mecanismo que funciona con la precisión y la sencillez del MVP de los relojes suizos. Malikian ejerce de capitán de la función, al estilo del ordeno y mando que practicase Beckenbauer al frente de la impenetrable línea defensiva germana de principios de los 70. Generoso, reparte juego con sus tres compañeros, juguetones con cada uno de los roles que asumen: el joven aprendiz negado en el amor, el cínico segundón que no regala sonrisas y el presunto seriote que acaba poseído por la espíritu festivo del huracán armenio. ‘Pagagnini’ es un espectáculo en el que el buen rollo que hay en el escenario se contagia irremediablemente a la cuarta pared. Fiestón en el teatro de la mano de la música clásica. Otra vez, y las que haga falta, quien lo diría.

4- ‘LA CABRA’ (De Edward Albee; Teatre Romea y Stage Door): Todavía en la carretera, lo que ya es indicativo del terromoto que ha provocado dentro del mundillo. Melliza en cuanto a tono y rentabilidad de ‘El método Grönholm’, pronto cumplirá los tres años a pleno rendimiento esta bomba de relojería que se trajo Josep María Pou de una de sus frecuentes visitas a los teatros neoyorquinos. El que escribe la vio en enero, cuando ya despuntaba un ligero cansancio en determinadas interpretaciones. Tragicomedia cocinada a lo griego, ‘La cabra’ recorre el descenso a los infiernos de un arquitecto de campanillas que asiste con entradas de palco y barra libre al derrumbe de lo que había edificado en su biografía. Las risas campan a sus anchas cuando debería hacerlo la tristeza, si se reflexionase un mínimo. Final himalayesco que toca cumbre tras una cruenta refriega que desenmascara la frialdad de las apariencias. Un ceremonial, en resumen, de fondo agrio y caparazón cómico -¡ay!- recubierto por una puesta en escena que reclama ser observada con verosimilitud. Si es así, una de las mejores obras que ha pisado escenarios del país procedentes de Estados Unidos, regalito de ese activo nonagenario que responde como Edward Albee.

5- ‘LAS BIZARRÍAS DE BELISA’ (De Lope de Vega; Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico): Explosión hormonal la que se vive encima de la madera, sometida a un crujir incesante por el frenético taconeo con el que pisa La Joven. En argot teatrero así se ha denominado a esa fauna de actores que no llegan a las tres décadas de existencia que debutaron como compañía con un Lope de Vega, un texto de amoríos inofensivos e inocente galantería escrito en las postrimerías de su agitada biografía. El trabajo de La Joven es extenuante, un huracán físico y gestual que marcha a trote ligero y fluido pese a las dificultades del farragoso verso del libreto.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

'TOP 5' CINÉFILO 'Mi viejo baúl' 2007

(LISTA ELABORADA SOBRE 36 LARGOMETRAJES VISTOS EN 2007)


1- 'CONCURSANTE’: Avispado artefacto antisistema manejado por Rodrigo Cortés con mano firme que critica con sutileza el caparazón económico que recubre a la sociedad. Memorable Chete Lera, que en 2007 ha recuperado la forma tanto en los escenarios (lo único rescatable de ‘Mingus Cuernavaca’) como en el celuloide. Matrícula para un guión circular que arroja una escena a conservar en la memoria del cinéfilo que no claudica ante las injusticias, el inicio de la firme amistad que une los destinos de los personajes de Chete Lera y Leonardo Sbaraglia. Deplorable que la Academia la haya relegado al anonimato.

2- ‘RATATOUILLE’: Aquí no hay discrepancias. La confirmación de Pixar como fábrica de maravillas, con la maquinaria perfectamente engrasada. Paso adelante a velocidad de roedor que recupera la firmeza de ‘Los Increíbles’ tras el tropezón de la blanquecina ‘Cars’. Metáfora aleccionadora a considerar por los derrotados, ‘Ratatouille’ pasa la escobilla por las calles de París, se adentra en un bistrot de cuatro tenedores, reflexiona sobre la necesidad de encontrar un sentido a la existencia, disecciona con inteligencia la intocable figura del crítico todopoderoso y se aleja de la moralina que derrite con frecuencia a las producciones familiares. La faena se redondea con el capítulo técnico, otro prodigio. Lástima que la realidad no se comporte tan bondadosamente con los románticos como ‘Ratatouille’ lo hace con la ‘arguiñana’ Remy.

3- ‘DAYS OF GLORY': La secuencia final en el poblado, puro cine bélico que retrotrae a lo mejor del género visto en el siglo anterior, dispara las manecillas del cuentarrevoluciones emocional de ‘Days of Glory’. La trascendencia de este filme, más allá del fascinante epílogo, se halla en la potencia y el alarde de sinceridad con la que trata de transmitir lo que reivindica, la figura de los soldados argelinos que lucharon por Francia en la Segunda Guerra Mundial y que posteriormente fueron olvidados. ‘Days of Glory’ consiguió que se hiciera justicia poética con los afectados. Tras el pase de la película, el Gobierno de Francia pidió oficialmente perdón a los perjudicados y abrió una vía de financiación de pensiones a los descendientes. El atrevimiento apacigua ciertas ingenuidades que afloran en determinadas escenas.

4- ‘PROMESAS DEL ESTE': Violencia, sin más. Cada una de las nueve letras del vocablo deletreadas por separado verbalizadas con crueldad pero sin excesos irreales. Y un par de interpretaciones asombrosas. La mutación de Vigo Morttensen compite en elogios con la caracterización de Armin Mueller-Stahl como capo de una sanguinaria mafia rusa. Relato tabernario que fluye en los bajos fondos londinenses, ‘Promesas del Este’ te agarra a la butaca tras el impactante prólogo y no te suelta hasta los títulos de crédito. Nueva ovación al traslado, momentáneo o definitivo, ahí queda la incógnita, de Cronenberg a la narración convencional.

5- ‘ROCKY BALBOA’: A los sesentaitantos, el de Philadelphia recuperó los guantes por última vez, anulando la posibilidad de otro reencuentro. Stallone da una lección a sus numerosísimos detractores con una despedida a lo Eastwood, relatada con un tono crepúscular, filosófico y existencial. Como vieja gloria, reclama su derecho a otra oportunidad. Lo de menos es el motivo, lo único que queda algo confuso. Balboa quiere despedirse de los suyos desde el ring. La demostración de que un campeón no necesita ganar para obtener el reconocimiento de la gente que le rodea. El fin de un largo trayecto vital, tanto para el fiel espectador que le ha vitoreado a lo largo de la arrítmica saga como para el propio actor y cineasta, ya metido faenas de otro nivel con la anabolizada ‘Rambo’. Un cántico a la nostalgia lo suficientemente bien planteado como para esquivar el ridículo.

lunes, 17 de diciembre de 2007

'TIME OUT', MORTADELO


El tiro de cuatro metros que se le salió a Pau Gasol frente a la aguerrida tropa rusa no llegó a ser palmeado por Mortadelo y Filemón. Es más, ni se atrevieron a saltar entre los elásticos y kilométricos brazos de Kirilenko. El volumen ‘Eurobasket 2007’ (Ed. B-Grupo Zeta), aperitivo previo al Europeo pifiado en Madrid, no pasa de ejercicio nostálgico para el habitual en la infancia de los tebeos de Ibáñez. El baloncesto es un simple elemento decorativo, perdido entre las habituales persecuciones, tropelías y conspiraciones varias –aquí son Egipto y Argentina los países afectados- en las que se entrometen los agentes de la TIA, de capa caída en cuanto a métodos de investigación.

Divertimento pasajero que se despacha en media horita siendo generosos, el reclamo de la cancha y la canasta queda relegado a un torpe segundo plano. La gracieta pasa por llamar al jugador franquicia de la selección, un ‘grizzlie’ venido a menos y con síntomas ‘antonioveguianos’, Gasoliano. El resto del plantel plateado no existe, hasta el desdibujado perfil de un entrenador de malos humos y cáscara añeja, tan distanciado de la fórmula que predica el bueno de Pepu. La firma del libro lleva impresa la terminología baloncestística aunque ni siquiera se atreva con el lanzamiento de triple frontal. El único fogonazo capaz de instalarse entre las diez mejores jugadas de la semana se encuentra en ese simpático arranque genuinamente Ibáñez –la admiración sigue intacta, errores como éste humanizan- que hace aflorar una sonrisa y enciende la bombilla del recuerdo. El resto, un esfuerzo en balde con la cancha, para disgustos de seguidores como el que firma, cerrada por imperativos mayores. Tiempo muerto, a la espera de una reacción que remonte una desventaja ganada a pulso por la falta de nuevos planteamientos ofensivos.

martes, 11 de diciembre de 2007

'EL CASAMIENTO'. Cuadrilátero nupcial

CRÍTICA DE TEATRO

'El Casamiento'
Autor: Anton Chejov
Dramaturgia y dirección: Juan Dolores Caballero
Compañía: Histrión Teatro
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 9 de diciembre de 2007

Anton Chejov, se resume del perfil profesional extraído de infinidad de biografías, edificó una sociedad paralela a la real que alternaba con científica exactitud tragedia y comedia. La habitaban personajes planos, nada de proezas, trazos poéticos, ricos discursos o arranques epopéyicos. Privilegió la descripción sutil de las décadas que le tocó vivir, arrinconando a la épica. Virtud o defecto, según como se observe, este estilo se magnifica al entrar en contacto con sus obras cortas, minipiezas de elaboración instantánea con mucho por descubrir y poco que contar.

Histrión Teatro ha unido dos de esos textos para descifrar bajo sus coordenadas habituales, rotonda con prioridad para la fachada ocular, ‘El Casamiento’, bodorrio báltico regado de vodka con desconcertante acento agitanado. Dentro de la maquinaria que ha puesto en marcha ha otorgado una jerarquía de alto rango al escenario. Así, el vestido con diamantes que regala cada función el Corral de Comedias de Alcalá se convierte en el mayor aliciente de un montaje del que por mucho que el músculo exprima con fuerza, no se extrae el jugo anhelado. El rastro dejado por Chejov, sus características básicas, apenas se perciben dentro de una atmósfera que privilegia las risas al drama. El público, invitados a esa boda que sale de juntar dos textos secundarios en la producción chejoviana, rodea el coso, como si de un combate de pesos ligeros se tratara. Un cuadrilátero nupcial sobre el que pelean con templanza dos púgiles de perfil encajador. Sobresaliente la puesta en escena, reforzada por puntuales juegos de pie de un sector del reparto, la nota final baja hasta el aprobado raspadillo propio del estudiante de magnífica caligrafía al que condena la gramática.

Poca pegada encima del ring, irrisoria en el caso del primer round, ‘La boda’, una concatenación apátrida de réplicas vacías en jerga borrachera entre las que se atisba un conflicto hereditario. Leve viraje tras el sonido de la campana, cuando ya la concentración ha amenazado, si no lo ha hecho, con lanzar la toalla. Sube un peldaño la intensidad con la irrupción de un excesivamente enfático pseudogeneral. El contrapunto al estruendo que genera lo encuentra con el rol que le toca realzar a Gema Matarranz, otra vez brillante. Paladeado ese enfrentamiento, poco más que rascar en un texto de acción estática e irreflexivo, la pose adecuada para vaciar la mente y dejarse deslumbrar por la estética que asiste al espectáculo. Perfecto si se sirviese con una copita y para ser degustado como si se acudiese a una boda de caché a la que se va sin pintar demasiado, la típica a disfrutar desde la lejanía.

lunes, 10 de diciembre de 2007

'EL ORFANATO'. Pegamento preciso

CRÍTICA DE CINE

Uno de los problemas recurrentes del denominado popularmente cine de terror, con variaciones semiológicas que llevan al mismo significado, se halla cuando falla uno de los principales resortes: la originalidad. ‘El Orfanato’ se adentra en terreno conocido desde que enciende la maquinaria. Rodada con inhabitual tacto y precisión, coge una idea de aquí, pega otra de sello nipón, hila escenas vistas recientemente y deja el epílogo sujeto de un giro argumental tan socorrido que ya corre con el riesgo de saturar la vía.

Debido a ese manantial de referencias, perceptibles hasta para el cinéfilo ocasional, sorprende el inusitado interés despertado por la, por otra parte, inteligente ópera prima de Juan Antonio Bayona, que marcha a paso ligero dispuesta a marcar un hito en la taquilla nacional mientras se pertrecha de distinciones procedentes de todos los rincones del mapa. Fantasmagórico relato de época disfrazado de actualidad, a diferencia de compañeras de generación de mismo género como la melliza en términos temporales ‘Rec’ o ‘La hora fría’ de Elio Quiroga –a redescubrir-, ‘El Orfanato’ se nutre con calorías cedidas de muestras extraídas del amplio repertorio de cine espectral moderno, aquel que floreció tras ‘El sexto sentido’. Palmo a palmo siembra un nuevo cántico al amor maternal en el que la tensión únicamente chispea de forma aislada, dentro del contexto artificial en el que se introduce el relato. En el otro lado de la balanza, el debut de Bayona se luce en el nivel de sofisticación técnica, que se sitúa muy por encima de la media en aspectos como la puesta en escena. El ritmo contenido, salvo alguna escena fuera de lugar –el atropello- deviene en un trabajo pulcro y diseñado con esmero en aspectos habitualmente descuidados como el sonido.

El pisar territorio conocido permite por extensión ciertas licencias en un guión en apariencia pulido aunque con grietas por las que se cuelan incógnitas resueltas a favor de un desarrollo complaciente. ‘El Orfanato’ es, además de un cosmos habitado por personajes de quita y pon –a excepción de la espectral Geraldine Chaplin-, un traje favorecedor para el rol de mayor consistencia, el ejecutado por Belén Rueda. Carga con el papel de madre coraje, ajustado a esas ‘ojeras-sufrimiento’ que luce y que se instalan tras uno de los muchos duros golpes con los que place obsequiar la vida. La actriz, una sorpresa cuajada en la madurez, sostiene con credibilidad el trabajo encomendado, tampoco para llegar al extremo de levantar la película, esmerado producto comercial de olvido instántaneo, hasta llegar al punto de catalogarla, como se ha hecho, de obra maestra.

Con menor tonelaje estético, Ibáñez Serrador ya manejaba hace décadas con similiar precisión los códigos de género empleados en ‘El Orfanato’. La diferencia de repercusión se escapa de lo cinematográfico para llegar a otros terrenos menos amables de la industria. Objetivamente, este trabajo no está para marcar puntos de inflexión ni para liderar un presunto resurgimiento del género. Otros, con menos eco alrededor, cuentan con más elementos para ejercer un rol para el que, desafortunadamente, no han sido reclamadas.

domingo, 9 de diciembre de 2007

'11 MIRADAS'. En voz alta

CRÍTICA DE TEATRO

'11 Miradas'
Autor: Tomás Afán
Dirección: Mariano de Paco
Compañía: La Chácena
Reparto: Francesc Galçeran, Maite Jiménez
Escenario: Sala Cuarta Pared (Madrid). 7 de diciembre de 2007

En el tratamiento de cuestiones históricas contemporáneas, el arte estadounidense que desembarca cada semana en Europa en cantidades industriales saca décadas de diferencia al producido en España. Sólo hay que agarrarse a la ya extensa filmografía fundamentada en el 11-S o en la reciente ocupación de Irak, trabajos que ya no se procesan unidireccionalmente y en lectura patriótica. Esa percepción del pasado ha sido alterada, aunque en la memoria deje un mayor poso la aparatosidad heroica de la reparadora de conciencias ‘World Trade Center’ que la cámara en mano de ‘Redacted’. Puesta la mirada en España, a estas alturas sobre el 11-M, convulso epicentro que supuso un punto de inflexión, apenas hay noticias en escenarios de rodaje, bibliotecas –fuera del área de ensayos- y tablas teatrales. La cifra queda raquítica si se obvian los ceremoniales artísticos con aires de tributo. La cercanía temporal a lo sucedido, el temor a herir sensibilidades y la división ciudadana generada por el posterior y enquistado enfrentamiento político ayudan a entender ese silencio. Básicamente, se debe a otra percepción de la realidad y del arte como espejo de la sociedad, alejado de lo dispuesto en otros países. No extraña entonces que existan resquemores a la hora de trazar un acercamiento al 11-M cuando hasta un videojuego de una compañía española que trata sobre la Guerra Civil, puesto a la venta este mismo mes de diciembre, ha levantado suspicacias y quejas de más de una organización. Otros indecorosos replanteamientos contemporáneos recordados a bote pronto, han provocado sonrojo, como el dueto ‘Lobo’ y ‘GAL’, tratadas desde un único prisma vía calle Pradillo. En ese contexto de cuenta pendiente y planteado desde el lado teatral, a cuentagotas la disciplina más vigorosa, el acrobático salto de La Chácena, poniendo en escena un peleón, doloroso y reivindicativo texto sobre el 11-M, ha sido al vacío y sin paracaídas. Una –valiente- incursión realizada al descubierto, excesiva en una señalada zona, y que relega a lo simbólico al cuarto trastero. El texto del autor Tomás Afán (Jaén, 1968) se consume en deseos de provocar una reacción, ya sea reflexiva o airada. Favorable o contraria, elude el equilibrio en cada uno de sus estampas. El abanico de sensaciones lo agita mediante la disposición de una serie de piezas breves que terminan dibujando un arrítmico mosaico emocional sobre lo sucedido aquella trágica mañana. Una madre que no cesa de llamar al móvil de su hijo desaparecido, la reacción de un familiar de dos posibles víctimas o la enérgica protesta de dos etarras que, a punto de cometer un atentado, observan en vivo la masacre de los trenes, por muchos motivos, el diálogo más fuera de lugar. Escenas de fuerte crudeza psicológica se combinan con otras alineadas en un mismo bando y que pertenecen al capítulo de las reacciones y repercusión. La más rotunda la escribe esa ‘clownesca’ entrevista entre periodista y dirigente político que finaliza con infantil chapoteo en aguas de tonalidad rojo sangre, un ejercicio tremendista de crítica al papel jugado aquellos días por algunos medios de comunicación y por el Gobierno que ostentaba el poder. La necesidad del autor de establecer determinados golpes de efecto, rasgo que denota cierta inseguridad y condescendencia con el público, se difumina ante lo desgarrador de lo contado, que demuestra una vez más que la realidad supera con creces a la ficción. Con un fondo que posibilita plantear una serie de dilemas morales de envergadura y que ofrece ingente material para la controversia dentro de la actual atmósfera ‘preguerracivilista’, la solidez de la puesta en escena ideada por Mariano de Paco, lo que ya no es novedad, se hace merecedora de un encendido elogio. En acertada decisión, el director cede los galones a Francesc Galcerán y Maite Jiménez, que en otro verdadero ‘tour de force’ interpretativo deslumbran en los que probablemente sean los papeles más complicados de su trayectoria. En otras manos, el ceremonial desolador, esporádica columna de opinión clarificadora de la postura del autor, que perfila el montaje hubiese quedado totalmente desdibujado. ‘11 Miradas’ recorre parcelas ya transitadas en ámbitos de tertulia y enciende una antorcha que ilumina el camino hacia un teatro que ya se atreve a mirar atrás y no demasiado lejos. Habilitada para dividir opiniones, débil y maniquea para algunos y una confirmación de postulados para otra mayoría, seguro que no causará indiferencia, un reto del que puede que no salga bien parada. En lo enrarecido del ambiente general hallará uno de los principales obstáculos, aunque se intuyen otros de parecida talla.

martes, 4 de diciembre de 2007

QUIQUE GONZÁLEZ. 'Avería y rendición &7'

CRÍTICA DE DISCO

No hay en la actualidad en este país, tan proclive a la fórmula estandarizada, un músico con mayor capacidad de sorpresa que Quique González. Cada disco del madrileño supone dos pasos al frente en vez de uno, un avance estilístico gigantesco. Si hace unos años, en la era ‘Salitre 48’, uno escuchase ‘Vete con cuidado’, el atrevido tema que cierra ‘Avería y Rendición #7’, casi nueve minutos de orquestación solemne que giran como una noria sin destino fijo, lo fácil sería pensar que lo cantan dos artistas diferentes.

La evolución está llevando a Quique González a horizontes insospechados, a militar en una categoría inaccesible a la mayoría de talentos puros, raza escasa, que militan en el rock de autor cantado en castellano. ‘Avería y rendición #7’ es, en ese sentido, la consagración definitiva del madrileño en su papel de ‘songwriter’ a la antigua usanza, un disco mayúsculo, con cientos de carreteras secundarias que conviene recorrer a poca velocidad, rock adulto, más propio de un sesentón de carrera desgastado que de un tipo que supera por poco la treintena. Reconocible por el cuidado tratamiento de las letras y la elección temática –la losa de ‘La noche americana’, fallido intento de disco conceptual– para el seguidor de los inicios y seductor de tratarse de un primer acercamiento.

Por fin se puede proclamar en voz alta. Con ‘Avería y Rendición #7’, González ha dejado de ser el mejor escritor de canciones que prácticamente nadie conocía, cediendo el puesto a Carlos Chaouen. Que se olviden en buscar semejanzas y comparaciones. Quique se reinventa en cada disco, sin temor a caer al vacío. Libre de ataduras, ha reunido una colección de canciones que vuelan libres, a su gusto, por vez primera sin la producción de Carlos Raya, en otros menesteres creativos. Los apuntes literarios apenas mutan: chicas, bares de aeropuerto, soledad y un pellizco de malditismo, con atisbos cabareteros como ‘Lady Drama’ ya señalados en el pasado (‘Superman’). Sí gana en diversidad acústica. ‘Nos invaden los rusos’ es posiblemente una de las mejores baladas dramáticas de su repertorio y ‘Avería y rendición’ una declaración de intenciones que sale de una unión –Leiva– que se vislumbra como fábrica de temas que conquistan sin coqueteo previo.

Atado un público incondicional, limados los errores –esa cuenta bancaria al estilo ONG– y abierto un camino propio, Quique González sigue subiendo peldaños en su escalada al olimpo de la musica en castellano. Auténtico y natural, no un producto de época carente de personalidad.

lunes, 3 de diciembre de 2007

'COMO PIEDRAS'. Tierna infancia

CRÍTICA DE TEATRO

'Como piedras'
Autor: Jesús Muñoz
Compañía: El Pont Flotant
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). 30 de noviembre de 2007

La cima de la felicidad se alcanza en la infancia. Déjense de estudios, análisis sociológicos y baremos estadísticos para comprobarlo a pie de escenario, con documentación y actitudes verídicas. La teoría la defiende con vehemencia vocal y corporal la joven compañía valenciana El Pont Flotant a través la simpática, ligera e irregular ‘Como Piedras’, caparazón duro de sentimientos desperdigados y posteriormente reunificados con la ayuda de un extra de sensiblería familiar.

Robustos hilos de amistad generacional alimentan el esfuerzo interpretativo del trío de actores, cómodos en un papel cuyo armazón textual dominan de antemano. Tras el leve ejercicio catártico y simbólico de silencios que inaugura la función, ponen a disposición del espectáculo su propia biografía. Destapan del pasado lo vivido, que en gente que no ha entrado en la madurez se resume en la infancia y adolescencia. Un punto de partida sabroso y apoyado por una escenografía acorde a lo buscado, premeditadamente desgastada por el imparable transcurrir del tiempo.

Lo contado, sujeto por sólidos andamiajes creativos, deviene a continuación en una melancólica exposición de situaciones de perfil cómico a las que se añaden excursiones que lindan lo real. Hay chispazos brillantes, como ese intercambio de golpes luminosos entre dos púgiles armados de mecheros. Llegan con retraso, cuando la función se ha dirigido a parcelas de autor. Juegos entre conocidos que agrandan la brecha con el asistente, situado fuera de esos corrillos de acceso privado que se denominan familia, y con un tonelaje menor, amistad. ‘Como piedras’, artilugio ‘peterpaniano’ de blandas intenciones, va perdiendo fuelle vistas las limitaciones de un alcance sometido al yugo de lo excesivamente personal. Con apenas tres décadas, apelar a la nostalgia de lo vivido despreciando a lo que espera por delante, llámese futuro, suena a reclamación demasiado forzada y de una ingenuidad notoria.