jueves, 26 de marzo de 2009

'SLUMDOG MILLIONARE'. El arte de aparentar

CRÍTICA DE CINE

No es raro que Hollywood premie los excesos. Son muchos los actores y actrices que tratan de buscar papeles desquiciados que les garantice la nominación al Oscar, si no la estatuilla en sí misma. El ejemplo más célebre es el de Dustin Hoffman y ‘Rain Man’. Con lo difícil que es hacer de persona normal con problemas -casi tanto como serlo de verdad-, son demasiados los premios que van a parar a manos de aquellos que tan sólo parecen ser. Es precisamente el caso de ‘Slumdog Millionare’ y su director, Danny Boyle.

Denostado por muchos, el cine de palomitas, ese que sólo sirve para entretener al espectador, tiene su mejor versión en esta película. Boyle cuenta una historia original, pero vacía, con su nervio habitual que, una vez más, caracteriza a todo el montaje. La mayor parte de las escenas están concebidas como momentos escasamente épicos, en los que la empatía entre el espectador y los personajes se establece a duras penas y se apuesta más por un realismo mágico ‘light’ que por el drama, lo que rebaja el nivel de intensidad de la historia por dura que sea su trama. Boyle y ‘Slumdog Millionare’ son simpáticos, al contrario que sus escenarios, y es en ese punto donde el inconsciente colectivo le juega al mundo occidental una mala pasada.

Sería un error de hablar de profundidad en esta película cuando en ella sólo existe una forma impecable. Nunca resulta aburrida ni se entretiene con detalles. Nunca pierde de vista su protagonista, dispuesto a mantener la inocencia cueste lo que cueste. Nunca profundiza en el día a día de la miseria ni pretende retratarla con fidelidad, sólo aprovecharla para contar una historia de amor. Sin embargo, son muchos los espectadores que pretenderán haber conocido una realidad a través de ella.

Puede que ‘Slumdog Millionare’ sirva para que en Occidente seamos conscientes de que en otros sitios pasan hambre y malviven, pero no es más que una coincidencia. La cámara pasaba por allí y ha grabado. La intención de Boyle y sus guionistas era entretener y lo consiguen. Intentar mirar más allá de eso es dar un premio a la crueldad de la vida y al cinismo del ser humano, al que todavía le gusta aparentar que acaba de descubrir las desigualdades sociales.

J. Pastrana

domingo, 8 de marzo de 2009

'ARRUGAS'. Paco Roca



CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Arrugas'
Autor: Paco Roca
Género: Novela Gráfica. Drama.
Editorial: Astiberri
Año: 2008




RETAZOS DE MEMORIA

El prestigio del cómic, nóvela gráfica según acepción predominante en los últimos años, crece como la espuma entre los lectores. Las tres ediciones que lleva gastadas ‘Arrugas’ tras ganar el último Premio Nacional del Cómic lo refrenda y vale para alejar la imagen falseada del espejismo. Desde luego, el libro premiado representa dignamente a una nueva hornada crecida con referentes como Carlos Giménez que, con el imperturbable ‘Paracuellos’, ha dejado de refugiarse en una trinchera poco poblada. Dentro de esa misma línea de realismo social cuyo ánimo no decae entre el consumidor medio de cultura se inscribe ‘Arrugas’, un poético y entrañable acercamiento a una de las coyunturas vitales más amargas a las que conduce la vida, la progresiva degeneración física y mental del ser humano, una vía por la que inevitablemente se debe circular. Paco Roca ha querido ficcionalizar un caso concreto surgido de la suma de experiencias captadas de forma indirecta. Un tema reconocible sobre el que el arte prefiere no ahondar demasiado (“vivimos en una sociedad que no cuida a sus mayores”, dice Clint Eastwood desde sus 78 años), aunque películas como la reciente ‘Lejos de ella’ (Sarah Polley) lleven la contraria. Un guiño a la trama central a este filme, rescatado de un cuento de Alice Munro, es la imagen de un anciano mirando fijamente y a unos metros de distancia a una pareja, la formada por su mujer, que le ha olvidado, y la nueva persona de la que se ha enamorado.

‘Arrugas’ se vive de puertas adentro en una residencia de ancianos, última estación vital y frontera generacional que separa al protagonista, un empleado de banca, de su realidad social más reconocible. Deberá enfrentarse a un entorno que desconoce, a situaciones imprevisibles y, lo peor, a los primeros hachazos de la degeneración senil y el Alzheimer. Uno de los puntos que mayor interés concentra es el uso único de un escenario aparentemente frío e intrascendente como un geriátrico. Roca lo colorea a base de historias que van en paralelo a la principal. Así gana fuerza como generador de vivencias bañadas de sensibilidad como la de Rosario, una de las más potentes del conjunto, una señora que mata el tiempo mirando por la ventana, a la caza del mejor recuerdo que le ha dejado preservar la memoria, un viaje en el Orient Express. Es interesante observar el contraste de la gama cromática, como de la oscuridad de la sala de televisión se pasa al color otoñal y melancólico que domina en las escapadas oníricas de los residentes, válidas para introducir al conjunto de la obra en un código puramente poético.

Roca estructura el argumento sobre las experiencias del ex empleado de banca al que su familia (“estamos muy ocupados en el trabajo”) deja al cuidado de la residencia. Rápidamente ese protagonismo basculará hacia Miguel, el compañero de habitación, el líder en la sombra del centro. De la mano de estos personajes irán saliendo a la palestra todo un ramillete de historias secundarias de mayor o menor alcance. Antonia, la mujer que realiza pequeños hurtos para entregarle el material a su nieto, será el tercer eje del triángulo. El trío protagonizará una escapada fuera de la residencia que recuerda inevitablemente a aquella rebelión que liderara el personaje de Jack Nicholson en ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’.

Junto al desarrollo estructural, una vía principal de la que salen numerosas secundarias perfiladas con máxima brevedad, hay que elogiar la habilidad del autor para hilar viñetas de un valor estético y simbólico potentísimo. La grisácea realidad que describe se relaciona con el color en esa estática secuencia de doce viñetas con las que queda reflejado un día normal en la residencia. Demoledora es la única línea de diálogo con la que culmina la serie: “¿Qué tal el día?”. De esta manera, ‘Arrugas’ no esquiva esa sensación de tristeza crepuscular que embarga la rutina de los residentes en un centro de estas características. Una postura que sí es novedosa es mostrarles con la suficiente fuerza por la que seguir luchando por su dignidad como seres humanos, cada uno desde su propia forma de afrontar los hechos. El mejor resumen lo encarna Miguel, estafador de corto alcance cuya evolución en ayuda de su compañero de habitación deja una apreciable bocanada de sensibilidad, amistad y compañerismo.

‘Arrugas’ se nutre del contraste entre la ternura que desprende la actitud de sus protagonistas –la historia de amor de Dolores y Modesto, el último aquejado de Alzheimer, tocará la fibra del menos sensible- con esa otra más oscura que les coloca en el interior de vidas que para el resto de la sociedad ya están gastadas, un recuento de días y horas al servicio de la nada. Esa combinación incluye algún guiño sangriento que puede parecer fuera de contexto y puesto de relieve con la intención de dar fuerza a la presencia del autor.

“Esto es el tiempo al revés”, sentencia uno de los personajes al percibir la lentitud con la que caen los segundos. Una realidad dura de asumir, sobre la que se escribe poco y dibuja menos, y a la que Paco Roca ha sabido extraerle en apenas un centenar de páginas un valor nada desdeñable al optar por cruzar la visión más amarga y real de los hechos con la posibilidad de que la imaginación y memoria retengan en el lugar más inesperado los mejores recuerdos de una vida.

martes, 3 de marzo de 2009

'EL OTRO LADO'. Maldita frontera


'El otro lado'

Autor: Ariel Dorfman
Dirección: Eusebio Lázaro
Reparto: Charo López, Eusebio Lázaro y José L. Torrijo
Producción: Galo Film
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 28 de febrero de 2009


Todo un anticipo, Charo López se quejaba en una conferencia celebrada en un foro cultural alcarreño hace casi un lustro del poco peso de la dramaturgia española contemporánea, circunstancia que le obligaba, entrecomillado lo último, a recurrir a autores foráneos. Tuviera razón o no, los hechos probados se inclinan más por la segunda posibilidad, no se puede acusar a la actriz de andarse con dobleces. Desde aquel punto de inflexión, López se ha involucrado en dos proyectos prestados del exterior, el monólogo de Dario Fo ‘Tengamos el sexo en paz’, indiscutible vehículo de lucimiento interpretativo al que alumbró y dotó de vida propia, y ‘El otro lado’, con el que lleva de gira un largo periodo, un texto avalado por la autoría de Ariel Dorfman, dramaturgo chileno conocido por el gran público como creador de la inquietante ‘La muerte y la doncella’.

Como en aquel texto con el que Roman Polanski fijó en las pesadillas del cinéfilo de mediados de los 90, las secuelas psicológicas que deja la violencia ocupan el primer plano de ‘El otro lado’. Mujeres rotas por la guerra y los regímenes opresivos. Por fuera aparentan equilibrio. Es en el interior donde siguen abiertas esas heridas que no cicatrizan. La de Levana Julak lleva impresa el nombre de su único hijo, que se marchó al frente y del que dos décadas después no ha recibido noticia alguna. En esos trances, pocos calvarios peores que la falta de información, como recientemente demostró ‘En el valle de Elah’. Parecido papel teñido de sufrimiento que le tocó en aquel largometraje a Tommy Lee Jones es el que ahora administra Charo López con una mesura y contención no contagiada al resto del reparto. Hay más rasgos que apuntan a una conexión directa con ‘La muerte y la doncella’, aparte de esa tortura interior que mata lentamente a la protagonista, porque no hay duda de que Julak soporta el peso de la función. El destino le vuelve a ofrecer la posibilidad de reencontrarse cara a cara con el pasado, en esta ocasión desde una posición abierta a la esperanza. Igualmente, la obra se escora de inicio a la denuncia de tipo político. Si ‘La muerte y la doncella’ intensificaba la presión a aquellas democracias de nuevo cuño empeñadas en negar desde el olvido un pasado oscuro, ‘El otro lado’ asfixia con mayor blandura a todas esas políticas relativas a la inmigración y denuncia la extrema crueldad que azota a la población civil en los conflictos bélicos. Posturas que no precisan de contexto, puesto que las referencias cuando se mencionan muros, impertinentes burocracias e invasiones ilegítimas saltan sin necesidad de exigir demasiado a la memoria.

La primera adaptación al español de ‘El otro lado’, un encargo hecho a Dorfman desde Japón, cuenta con el defecto de estar planteada con el objetivo de colocar las emociones por delante de la reflexión profunda. Así se comprueba por la interpretación de energía incontenible de José Luis Torrijo, el ejemplo más clarificador. Su irrupción en escena, todo un homenaje al cine ochentero extraplanetario de Spielberg, y la estruendosa compañía de un sonido de decibelios revolucionados, dotan al conjunto de un surrealismo estrambótico en la línea menos provocadora de Ionèsco que vale para difuminar la pertinente lectura de corte sociológico y político y distanciarse del realismo.

La obra va adquiriendo una tonalidad íntima en claro contraste con la aspereza inicial que aglutinaba situación bélica perpetuada y personajes frágiles que resisten a duras penas en esa territorio indefinible que ya retratara con ánimo de denuncia explícita Danis Tanovic en la película 'En tierra de nadie' (2000). A ese cambio progresivo, la evolución de una situación enquistada a otra imprevista, le falta, no obstante, sutileza. A diferencia de ‘La muerte y la doncella’, las intenciones de la dirección reducen el potencial dramático, afectado por un registro tragicómico con mayor apego por la segunda parte del término. Baja el listón de esas pretensiones de teatro de autor y político al que es tan proclive Dorfman para colocarse a ras de tierra, a un nivel lacrimógeno melodramático. Así, y lo consigue, gana empaque al potenciar la empatía colectiva con el dolor de una madre que debe asumir la peor de las realidades, toda una declaración de intenciones. Y ahí sí que no hay sonrisas que valgan, haya o no fronteras.