domingo, 14 de octubre de 2012

'EL ARTISTA Y LA MODELO'. Pasa la vida, queda el arte


CRÍTICA DE CINE

'El artista y la modelo' (Fernando Trueba. España, 2012)

Nos hacemos mayores, proclama a cada paso Fernando Trueba en 'El artista y la modelo'. El tiempo avanza implacable y todo lo quema. Cuando los días pasan lentos y los años rápido al protagonista del último trabajo del madrileño solo le queda el arte como refugio. Trueba pulsa el botón de pausa y se lanza a la reflexión profunda, al encuadre meditado y al análisis exhaustivo del proceso creativo, en este caso concreto, el de un escultor enfrentado a la obra definitiva. El ritmo de 'El artista y la modelo' se ajusta a esta labor concienzuda. Es lento, casi detenido,, atento al mínimo detalle y solo accesible y saboreable si se afronta con la mente despejada. Si no lo está, el riesgo es el de caer en el sopor más absoluto y, peor, la incomprensión.

La labor de Trueba es similar a la de su protagonista, un célebre escultor que pasa sus últimos días recluido en una casa de la campiña francesa mientras fuera, no perceptible, se resquebraja Europa con la Segunda Guerra Mundial. El arte permanece ajeno al derramamiento de sangre, como lo verifica una de las pocas escenas que justifican la aparición de un elemento secundario, la fugaz visita del oficial nazi. Aparte, el único torbellino que se levanta entre tanta parsimonia lo desata el cuerpo de la mujer, representada en ese opuesto al protagonista que es Aida Folch. La cámara lo mira, admira y retrata en una justa mezcla de respeto y falta de pudor.

Es el duelo entre Rochefort y Folch donde se bate lo mejor de un filme que se balancea siempre al límite del ensimismamiento, una batalla simbólica entre opuestos -ocaso frente esplendor- bajo la mirada del director veterano que ya lo visto todo. O casi, como demuestro esa quererencia suya por no repetirse producción a producción, a la búsqueda, como su querido artista, de una obra maestra que, pasa la vida, y no llega.

viernes, 12 de octubre de 2012

'BLANCANIEVES'. Otra España en blanco y negro


CRÍTICA DE CINE

'Blancanieves' (Pablo Berger. España, 2012)

Hace tiempo que ninguna película española había originado tal avalancha de alabanzas como 'Blancanieves'. El estreno en San Sebastián le dio el empujón definitivo para representar a España en los Oscar, un título no oficioso cuya verdadera recompensa se traduce en números. Los acontecimientos se asemejan a lo ya vivido con 'The artist' hace apenas un año, aquel largometraje francés que con la boca cerrada y moviendo la batuta coronó en primer lugar la cima del cine en 2011.

Los paralelismos entre el trabajo de Pablo Berger y Michael Hazanavicius van, entonces, más allá de lo formal. Aun siendo el proyecto del cineasta español anterior, las comparaciones son inevitables y 'Blancanieves' se presenta a su rebufo. Pero a diferencia de la francesa, el filme de Berger mira el antes de su historia desde el aquí. No es tan estricta a nivel interpretativo ni de encaje musical. Vuela más suelta en su afán de retratar esa España de blanco y negro (¿más que la de ahora?) de los años 20 y que escarba sin pudor en el centro del tópico.

'Blancanieves' se alimenta casi en exclusiva de mitología taurina: el diestro derrotado por el animal, la tonadillera que sufre en el burladero, la hija que emula al padre y, emparedada en medio, toda esa iconografía de manta y carretera que tan bien retratara Cristina García Rodero. Es una historia sencila, de antes, habitada por personajes luminosos y otros oscuros, sin perfiles medios, que fluye rápido sin afluentes ni elementos distractorios, como un cuento infantil. El envoltorio, trabajado con precisión, funciona, un hábil ejercicio de estilo que sin el referente tan cercano de 'The artist' hubiera redoblado elogios y reverberado con mayor potencia, a pesar de alguna inconsistencia de montaje que se hace evidente en los lances taurinos.

El argumento, mínimo, tan lígero como el de toda pequeña fábula y demasiado encaminado a reforzar la mitología del toreo, se pone al servicio de una puesta en escena práctica y agradable. Solo hay un agujero por el que 'Blancanieves' se sale de la línea marcada y sorprende, ese final tan oscuro como su granulación y que puede ser sometido a una interpretación pesimista y que encaja hábilmente con aquella España tan desesperanzada. La misma o similar a la que ahora asiste al excesivo enaltecimiento de un filme diferente, eso sí, pero al que le falta ambición y capacidad de sorpresa para rozar techo. 

domingo, 9 de septiembre de 2012

'MANOLETE'. Maldita, mutilada y mediocre


CRÍTICA DE CINE

'Manolete' (Menno Meyjes. España, 2006)

El sustraerse de la oleada de comentarios previos suscitada por 'Manolete' antes de su visionado es directamente imposible. Revolotea en todo momento ese estatus de producción maldita alcanzado tras los casi seis años que pasó en el congelador a la espera de ser estrenada. 'Manolete' reunía desde aquel 2006 los condicionantes precisos para alcanzar esa categoría. El rodaje se hizo casi en absoluto secreto. El hermetismo no impidió que se filtraran las profundas desavenencias entre productor y director, agravadas posteriormente por una serie de denuncias por impagos por parte del equipo y sazonadas por el presunto romance surgido entre los protagonistas, Adrien Brody y Penélope Cruz.

¿Y la película? Quedaba oculta entre el espesor de la polémica, aunque por las grietas asomaba la insensatez de otorgarle el papel principal a Brody, por mucho parecido físico que guardara con el diestro, y de darle las riendas de un filme pretendidamente taurino a un desconocido cineasta holandés. El resultado de este torbellino profesional y emocional deja cicatrices en la película, finalmente no tan nefasta como se ha dado a entender. 'Manolete' es una producción cara y eso se percibe en su buen acabado formal, la exquisitez de la banda sonora y los intrascendentes aunque meritorios detalles que introducen al espectador -menos de lo esperado- dentro de los rituales de la tauromaquia. Si el balance no es superior es por la mutilación sufrida por la película en el proceso de montaje, un trabajo de poda que le quita al guión lo poco de sensatez que tenía. Por culpa del desquiciante montaje no se entiende qué pintan ciertos personajes (Enrique de Ahumada es el mejor ejemplo), hay tramos inexplicables (la visita a Córdoba) y se acelera hasta lo ilógico lo que debería ser el lento y cruel  camino recorrido por Manolete del enamoramiento a los celos obsesivos. El corta y pega provoca un uso abusivo de los 'flash-blacks' que termina por desquiciar más que desconcertar. A todo esto se suma un sonrojante epílogo en el centro médico, mal interpretado, peor rodado y ausente de emoción.

'Manolete' no molesta como habría que esperar, aunque a lo largo de la pasión entre el torero y Lupe Sino afloren tópicos de toda raigambre y se apunte hacia cuestiones morbosas sin razón alguna (el consumo de cocaína por parte del protagonista y la presunta bisexualidad de Lupe). Lo peor de todo es que una vez concluido el filme uno se queda con la sensación de no saber apenas nada nuevo de aquel singular diestro que se ganó un hueco en el corazón de un país en horas bajas y necesitado de ídolos con los que cubrir el vacío existencial al que le abocaba la historia.

lunes, 3 de septiembre de 2012

'POLLO CON CIRUELAS'. Historias de antes


CRÍTICA DE CINE

'Pollo con ciruelas' (Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud. Francia, 2011)

La mina de Marjane Satrapi dejó huella con 'Persépolis'. La viñeta se hizo fotograma y la historia de aquella joven con el corazón dividido entre sus raíces iraníes y el exilio europeo conquistó a público, crítica y jurados por su fino equilibrio entre latigazos sociales, situaciones cómicas y amargura. En realidad, 'Persépolis' no descubría nada nuevo. Hacía de la sencillez de su propuesta y de la ingenuidad que desprendía la animación plasmada en pantalla, tan fiel a la novela gráfica, sus mejores bazas. Una vía similar recorre el segundo largometraje de Satrapi, otra vez trabajado a dúo junto al francés Vincent Paronnaud. La escritora recurre a nuevamente a material propio, en esta ocasión una obra de menor alcance que 'Persépolis', más unidimensional y sujeta por un único poste, a veces firme y en otras tan frágil, el amor. Ambas producciones se empiezan a separar desde la puesta en escena, puesto que ahora Satrapi y Parranaud se alejan de la animación -salvo algún chispazo- y prácticamente arrinconan la perspectiva social.

'Pollo con ciruelas' huele a historia de antes, a fábula contada alrededor de una hoguera en una noche estrellada. La película afronta una hiperrealista historia de amor desde la perspectiva más romántica. 'Pollo con ciruelas' grita y defiende una teoría: aunque el desfile de personas por el corazón de una persona sea un trajín, solo existe un gran amor en la vida. Ahí salen las raíces del profundo sentimiento de desolación que quema el interior del violinista de Teherán obligado a alejarse de la mujer -no es casualidad que la autora la llame Irán- a la que tanto y tan fugazmente amó.

Satrapi y Paronnaud envuelven con delicadeza esta hermosa historia de amor que lleva sellado desde el principio la marca de la tragedia. Todo lleva a la melancolía más profunda, la música, los decorados, la irrupción de personajes más propios de películas de Tim Burton, la interpretación y el aire a lo 'Amelie' que carga la atmósfera de esta quebradizo filme, que se ve igual que se escucha, como un susurro, como una leyenda contada al oído. 

domingo, 19 de agosto de 2012

'THE SWELL SEASON'. El amor dura una gira


CRÍTICA DE CINE

'The Swell Season' (Nick August-Perna, Chris Dapkins, Carlo Mirabella-Davis. Estados Unidos, 2012)

Los analistas del ramo se basan en estudios y teorías químicas para asegurar que el amor de pareja no se extiende más allá de los tres años. Los protagonistas de 'Once' ni se acercaron a la cifra: lo suyo duró una gira. 'The Swell Season' opera como el reverso grisáceo de aquella fábula blanquecina que se tituló 'Once' (2006). Aquella película llegó a la cúspide desde la nada, abanderada por la hermosa 'Falling slowly', una canción que pasó de 'hit' del tarareo a ganar el Oscar. La sinceridad de esa propuesta acunada en las aceras de Dublin redobló dulzores en cuanto saltó la noticia fuera del plató. Sus dos protagonistas, aquel músico callejero pelirrojo y la muchacha checa que vendía flores en la calle y le miraba de reojo, iniciaron un idilio más allá de lo profesional. Ni el mejor de los cuentos de hadas escuchados en la infancia.

'The Swell Season' mira a lo que vino tras 'Once' y la estatuilla. Son los inicios de la fama, la fotografía con el fan, los viajes por carretera, los auditorios a rebosar, los autógrafos no importa dónde, la ardua tarea de mantener un amor que se encendió de una forma poco convencional. El documental se revela como una pequeña pieza que, de inicio, no manifiesta excesivas ambiciones argumentales. El día a día de una larga gira por Estados Unidos y las relaciones que se tejen entre los componentes del proyecto no es algo demasiado novedoso en el género. El material apuntaba para consumo de seguidores de Glen Hansard y Markéta Irglová. Las grabaciones engordan con la incorporación de la banda sonora. Suena a lo largo del metraje el largo cancionero de ambos artistas, buenas piezas, melancólicas la mayoría, que añaden pizcas de tristeza a unas imágenes que probablemente no las necesitasen.

Entre recitales, cervezas, alguna sonora bronca, muchas sonrisas, furgonetas y canciones los protagonistas se van abriendo, casi sin darse cuenta. Por esos agujeros se cuelan casi imperceptiblemente las diferencias que les separan. A un lado se sitúa Hansard, músico curtido en bares y de suerte esquiva hasta 'Once', inquieto, de tortuosa infancia e intentando aprovechar cada resquicio de la nueva situación que le toca afrontar. Peor lo lleva Irglová, retraída, con miedo a fallarse a sí misma, a perder lo que le mantiene a salvo, su propia personalidad.Mediante fogonazos de una cámara que se inmiscuye dentro de estas vidas sin hacerse notar en exceso, se ve cómo la distancia entre ambos, pese a permanecer juntos en cada fotograma, se va agrandando.

'The Swell Season' desemboca en una conversación en una cafetería de una ciudad de la República Checa. Es el cúlmen, la catarsis. La escena dura apenas un par de minutos, pero dice más que muchísimas horas de metraje dedicadas a evocar qué es una ruptura, qué supone y qué secuelas deja al instante. Con ese sabor agridulce se despide esta pieza de apenas setenta minutos de duración que inesperadamente se eleva por encima del posible interés y simpatías que puedan despertar los protagonistas. Porque de lo que habla, aunque no fuese el objetivo inicial, es de algo que fluye por otras latitudes, lejos del escenario. Y pocas veces se ve con tanta nitidez en una pantalla.

miércoles, 8 de agosto de 2012

'CARTAS DE AMOR A MINA LOY'. Arthur Cravan


CRÍTICA LITERARIA

'Cartas de amor a Mina Loy'
Autor: Arthur Cravan
Editorial: Periférica (2012)
Páginas: 71




AMOR A PUÑETAZOS

Hay quien dice que el amor, como la esperanza, no existe. Ante tal afirmación, lo más probable es que Arthur Cravan, poeta y boxeador, respondiera con un puñetazo. Tras el gesto violento dejaría encima del cuerpo caído un verso con el que reafirmaría la tesis inicial. Así es 'Cartas de amor a Mina Loy', un combate pugilístico entre la razón y el sentimiento del autor, el febril relato de un enamoramiento tan profundo como hiriente, llevado hasta lo más recóndito del abismo. Los mejores amores son así, parece proclamar el trágico desenlace de esta historia, precipitados, volcánicos, intensos, siempre demasiado cortos.

'Cartas de amor a Mina Loy' recopila las misivas que Cravan escribió a la poeta y pintora norteamericana durante el segundo semestre de 1917, un año antes de que desapareciera a bordo de un velero en el Golfo de México. En ese periódo tuvo tiempo de viajar por el este de Estados Unidos, enrolarse como marino, trabajar en una granja, pasar la frontera a Canadá vestido de mujer y llegar a México a la búsqueda de minas de plata. Las postales enviadas con metódica disciplina entre tanto movimiento muestran a un Cravan poliédrico. Están todos los estados de ánimo posibles, la pasión, los celos, el dolor, la obsesión, el delirio. el enfado y quizá el peor, el rechazo que impone el silencio, la ausencia de respuesta, aquel correo que no llega. Todo para culminar con un verso demoledor, “la vida es atroz”, punto final a una última carta estremecedora y cuya lectura nos da la imagen de un Cravan impregnado de un ideal romántico tan real entonces como irreal puede estar considerado en la actualidad.

Más allá de lo estrictamente íntimo y de la fascinación que puede producir el malditismo de un personaje como Cravan, 'Cartas de amor a Mina Loy' tiene el aliciente de observar el desarrollo de una relación epistolar, con sus picos y sus pronunciados descensos. En una época como la actual, en la que escribir a mano una carta va siendo arrinconado en beneficio del correo electrónico, este pequeño volumen, de apenas setenta páginas, adquiere un valor adicional como testimonio de un género literario ya casi en desuso.

jueves, 5 de julio de 2012

'STOPPED ON TRACK'. La autenticidad del sufrir

CRÍTICA DE CINE

'Stopped on Track'. Andrea Dresen (Alemania, 2011)

El sistema muestra sus grietas cuando un largometraje como ‘Stopped on Track’ sobrevive en el anonimato. Al poco de su estreno, una única sala de Madrid lo mantiene en cartelera. El dato coge peso al constatar que se proyecta en una solitaria sesión semanal. Valga la reflexión para emparejarla al tema en el que profundiza esta producción alemana, el cáncer, todavía tabú, arrinconado y hasta silenciado en tantas ocasiones. A esta terrible realidad se enfrenta de cara el filme de Andreas Dresen, que ya había mostrado algo más que soltura al asomarse a asuntos marginales como el sexo en la vejez (‘En el séptimo cielo’, 2008).

El director marca las cartas desde el inicio y ya no engaña. A los cinco minutos el espectador ya conoce que el protagonista, un hombre de 40 años y clase media-alta, se enfrenta a un cáncer que terminará con su vida en un par de meses. La secuencia que abre la película resume el enfoque planteado por Dresen: es realista, seca y sin concesiones. ‘Stopped on Track’ destaca por su valentía, tanto en el planteamiento fílmico (el uso de la cámara en mano y la incorporación de la videocámara de un iPhone) como en el temático. Acostumbrados a tratar con productos que rozan el melodrama, edulcoran la enfermedad, hacen espectáculo del dolor ajeno o, al contrario, frivolizan desde el optimismo la agonía, aquí se apuesta por la verosimilitud, aunque duela. Es lo que hay, parece gritar cada uno de sus planos. Dresen maneja un asunto tan complicado con extrema objetividad, desde un profundo respeto y sin necesidad de estirar lo positivo (las miradas que se cruzan hija y padres en la competición escolar sobrecogen) ni lo negativo (el deterioro físico y mental del paciente en sintonía con el derrumbe psicológico familiar).

Aunque se cuele algún exceso reprobable (la violentísima interrupción del médico nada más soltar el diagnóstico), ‘Stopped on Track’ asegura cada paso encima de la finísima cuerda del equilibrista en la que se mueve. Detrás del drama que vive esa familia se esconden detalles estremecedores en forma de miradas, inesperados héroes (el pequeño de la familia), besos, despedidas y largos silencios. Puede que se sufra y que duela, y mucho, pero de lo que no queda duda es que el espectador saldrá enriquecido de la experiencia tan profunda que supone el visionado de esta pequeña joya, una valiosa anomalía en un sistema cinematográfico a veces tan detestable.

viernes, 11 de mayo de 2012

'REDENCIÓN'. Cascarrabias Mullan

CRÍTICA DE CINE

'Redención' ('Tyrannosaur')
Paddy Considine. Reino Unido, 2011

Paddy Considine no está para bromas. La ópera prima del actor británico, ‘Tyrannosaur’, lo proclama desde la primera secuencia, un fogonazo seco de brutalidad. De ahí hasta ese final que remite a la desafortunada traducción del título al español medía un tortuoso camino, tan bacheado como las arrugas que dinamitan la frente de Peter Mullan. Todo empieza y termina en la interpretación del actor, aunque la complicadísima y solvente labor de su compañera, Olivia Coldman, pida también a gritos una mención. Mullan se apropia hasta extremos conmovedores de esta historia de seres perdidos. Aquí nadie habla de segundas oportunidades ni se lamenta por un pasado doloroso. Todos son conscientes de que llevan la violencia tatuada en vena y no pueden renunciar a ella para enfrentarse a sus propios temores. Vencerlos ya es otro asunto.

En el pequeño universo recreado por Considine hay más cerveza que sentimientos a flor de piel. Los protagonistas se mueven por escenarios grises y oscuros y ni siquiera la única presencia ajena a la desesperanza, el niño vecino de ese ser marginal que es Mullan, se escapa a la ausencia de luz. Considine maneja con sutileza un guión mínimo, con diálogos que se clavan como puñales –las escenas en casa del amigo del protagonista duelen- y sutil hasta en el detalle. Las acciones descubren el interior de cada uno de los personajes de ‘Redención’. Tampoco se le puede acusar a Considine de tremendista, puesto que hurta al espectador mediante inteligentes elipsis aquellos instantes en los que la brutalidad puede llegar a sobrepasar los límites.

El debut en la dirección de Considine se salda así con una nota elevada gracias a un trabajo que apenas deja grietas y que da un paso en más en ese subgénero de filmes protagonizados por personajes torturados por un algo que conocen y al que no saben poner remedio. La esperanza tiene mil caras y todavía nadie puede decir cuál es la más auténtica.  

viernes, 27 de abril de 2012

'REC 3. GÉNESIS'. La boda cadáver

CRÍTICA DE CINE

'REC 3. Génesis'
Paco Plaza. España, 2012

La irrupción de ‘REC’ (2006) sobresaltó el sosegado estado de ánimo del terror hecho en España. La fórmula, tan sencilla como eficaz, funcionó, se exportó y generó una nueva línea de creación en el género. Atrajo así a una generación de cineastas curtidos en el corto que vieron en el terror una vía para modelar su carrera. ‘REC’ hizo temblar al espectador desde la sorpresa. La continuidad estaba asegurada. El problema de ‘REC 2’ estuvo en las expectativas creadas y la necesidad de obtener respuestas. El resultado no estuvo a la atura, decepcionó al adentrarse en terreno místico, un campo de minas para aquel espectador que solo pedía diversión.

La tercera parte de ‘REC’ trata de recuperar la frescura que irradiaba la primera. Ya no está Balagueró al mando, sino su lugarteniente Paco Plaza, un director que sabe dotar de personalidad a sus productos aunque sean encargos, como demostró en ‘Cuento de Navidad’, de lo mejor de aquel proyecto fallido que fue ‘Películas para no dormir’. Su ‘REC 3’, mal apellidado ‘Génesis’ –su visionado es alternativo y no imprescindible para disfrutar de la saga- se acerca más a la comedia sociológica que al terror. Rebosa tanta sangre como irreverencia, y en tiempos en los que los zombies se toman muy en serio (el caso de la excelente serie ‘The walking dead’), opta por el entretenimiento sin dobleces ni trampas.
 
En realidad hay dos películas en una en ‘REC 3’, tanto a nivel de formato como de género. La primera recurre a una de las premisas básicas de la saga, la cámara al hombro. Es patrimonio sociológico, con el certero retrato de lo que supone una boda en España, con todo lo que conlleva de terror para muchos. La orgía de sangre se desata a la media hora, ya planteado un radical cambio de estilo. ‘REC 3’ pierde los frenos, se quita el disfraz y, en plan videojuego, se lanza directa hacia la catarsis final. Ya no hay respiro, los personajes no se desarrollan y la única tregua se firma para dar unos cuantos capones al afán recaudatorio de la SGAE en forma de los personajes del inspector de la entidad y de Johnny Esponja.

Entre novias con motosierras, guiños a las cruzadas, chascarrillos inofensivos y, por todo lo alto, el amor que se profesan los protagonistas, ‘REC 3’ se diluye rápidamente dejando una estela de sangre que desaparecerá, sin remedio, al poco tiempo de ser vista. Si bien reinstala los ejes de la saga, desordenados en la secuela, no deja cerrado el interrogante que abre en su interesante desdoblamiento: la posibilidad de que el terror esté en su modélica primera parte, una boda como cualquier otra, y no en su segunda.

viernes, 20 de abril de 2012

'MEMORIAS DE UN HOMBRE EN PIJAMA'. Paco Roca



CRÍTICA LITERARIA

'Memorias de un hombre en pijama'
Autor: Paco Roca
Editorial: Astiberri (2012)





PARA NO IRSE A DORMIR

El auge comercial que la novela gráfica ha experimentado en los últimos años es significativo. Paco Roca (Valencia, 1969) puede atribuirse un destacable porcentaje de mérito. Si algo que valorar de este autor es su contribución directa o indirecta a la popularización del género, el sacarlo de las trincheras de las minorías y mostrarlo sin temores a plena luz del día. El punto de inflexión se produjo en 2007 con la aparición de ‘Arrugas’, un inesperado acontecimiento que fue recompensado por partida doble: la concesión del Premio Nacional del Cómic y la adaptación al cine. Roca, como reflejó en ‘Emotional World Tour’ (2008), saboreó las mieles del éxito. Acumuló en poco tiempo presentaciones alrededor del mundo, visibilidad en los grandes medios, conferencias y todo tipo de actos que, además de colorear su figura, de paso dieron un empujón –relativo- al cómic hecho en España.

La luz de ‘Arrugas’ no debe ocultar la larga trayectoria previa de Roca. Es en proyectos como ‘Memorias de un hombre en pijama’ (Astiberri, 2012) donde se ve al dibujante de raza, aquel que empezó publicando historietas para adultos en ‘El víbora’, el alejado de los oropeles. Roca se arremanga y, ya consagrado, se atreve a publicar en un medio que anda de capa caída, la prensa escrita. El gesto constituye involuntariamente un tributo al género que dio cobijo al cómic en sus inicios y le conecta en sus raíces con clásicos como Escobar.

Durante medio año Roca publicó la serie ‘Memorias de un hombre en pijama’ en el periódico valenciano ‘Las Provincias’. La obra encierra una obvia lectura sociológica, despojada de los acercamientos metafísicos, corporativistas e históricos característicos otras de sus creaciones. No hay nada que un viñetista maneje con tanta suficiencia como lo que le rodea. El protagonista de ‘Memorias de un hombre en pijama’ es el propio autor, espejo en el que pueden mirarse los recién entrados en los cuarenta, urbanitas y de alma errante. Todo gira a su alrededor: sus fobias, su relación con su omnipresente pareja, las secuelas de los traumas no cerrados de la infancia, las conversaciones de barra de bar con los amigotes, el proceso creativo desde casa y los rutinarios actos de presentación de libros y viajes al extranjero.

Roca no se pone el pijama, lo cierto es que se lo quita y deja al descubierto, sin importarle, todo lo que tiene. Demuestra que reírse de uno mismo es una de las mejores recetas para paliar las insensateces de la vida diaria. Rápidamente hace suya la historia y no queda más remedio que acompañarle en la suma de situaciones cotidianas por las que pasa, entre el esperpento, la ternura y el surrealismo. Roca sabe sacar jugo a hechos intrascendentes como el proceso de descongelación de su frigorífico y convertir simples anécdotas en material creativo. ‘Memorias de un hombre en pijama’ construye así otro peldaño en la ascendente progresión de un autor que sabe llegar al público sin bajar el pistón ni conceder licencias ajenas a su voluntad, aunque su continua exposición mediática provoque que, últimamente, haya trabajos suyos que pasen por funcionariales. Esta obra, que en otros casos no pasaría de una simple recopilación y aquí goza de una coherencia insólita, corrobora todo lo positivo.

martes, 10 de abril de 2012

UNA COPITA DE CINE

El vino se fermenta en la oscuridad. El cine pasa la prueba de fuego con las luces apagadas. En ese silencio de negro se juzga su calidad. El vino se profesionalizó a finales del siglo XIX, justo cuando se alumbró el arte cinematográfico. Son productos únicos, a veces tutelados por el elitismo y otras al acceso de toda garganta. El buen cine se conserva y se defiende con ardor del cumplir años. El mejor de los vinos gana fama, prestigio y sabor con el paso del tiempo. El proceso de fabricación de ambos es igual de minucioso, aunque se dé en diferentes contextos. Una botella de vino puede saber de otra forma dependiendo del día que se abra. Una misma película entrará mejor o peor teniendo en cuenta diversos factores. Los dos son, en definitiva, organismos vivos, mutables, subjetivos.
 
Vino y cine forman una alianza fácilmente justificable. Su relación crece al añadir la larga lista de anécdotas que los une. Entre las curiosidades, la botella se descorcha al conocer la profesión del padre de Pedro Almodóvar, vendedor de vinos. Otro apellido ilustre es el de Lumiére. Los ínclitos hermanos alquilaron una bodega desde la que rodaron ‘Salida de los trabajadores de la fábrica Lumiére’. Fue en 1895 y lo que los libros de texto no ilustran es la copa de vino con la que se celebró la escena. Ya más en la actualidad, un puntal de ‘star system’ del séptimo arte, Viggo Mortensen, viajó a España en 2003 para rodar ‘Alatriste’ (2006). La ruleta de la vida le premió por partida doble: conoció a la que ahora es su pareja y se enamoró de un líquido color sangre que le emborrachó de placer. Al terminar el rodaje regaló al resto del equipo doce cajas de Rioja del 94, como recuerda el actor Juan Echanove r en el prólogo de ‘El cine del vino’, indispensable ensayo escrito por Bernardo Sánchez Salas.

España puede presumir, lo sabe Mortensen, de una gastronomía exuberante, fértil y variada. El panorama perfecto para condimentar cualquier película. Por sorpresa, no es así, salvo chispazos ocasionales o el empeño de algún cineasta (Bigas Lunas) en reivindicar la dieta mediterránea añadiendo a la receta un poco de picante. Con el vino sucede lo mismo. España ocupa el tercer puesto de países productores, aunque solo es el noveno en cuanto a consumidores. Sí lidera el ranking en extensión de viñedos, como supo reflejar Julio Medem en ‘Tierra’ (1996). Una inmensa superficie vinícola cubre este inclasificable largometraje, un delirio en tono realista en el que el vino ejerce un papel protagonista y no decorativo. Es una excepción, porque el cine español todavía ve demasiado lejos el otorgar a esta bebida que tanta fama internacional ha ofrecido al país la categoría de actor principal. Sí se la dio Alexander Payne en ‘Entre copas’ (2004), probablemente el mejor poema de amor escrito en honor al vino. De esta ‘road movie’ hecha para paladares exquisitos y alguno grueso han salido los mejores diálogos y escenas dedicadas a la bebida favorita de tantos.

Lo que corretea por las venas de los protagonistas de ‘Gran Reserva’ (2010) no es sangre, aunque tenga el mismo color. Es una de las series de moda en España, aupada por la audiencia y emitida por TVE. Enfrenta a dos sagas familiares separadas por viñedos y conflictos extremos. Hay críticos que opinan que es sospechosamente similar a ‘Falcon Crest’, legendario culebrón ochentero estadounidense, otra rodeada de bodegas.

El vino como un producto exquisito, remate a una cena que busca beso y puede que algo más, aparece en ‘Bon Appétit’ (David Pinillos, 2010), pequeña fábula antirromántica protagonizada por un joven cocinero español que viaja a Suiza para crecer profesionalmente. En Ginebra se enamorará de una compañera de trabajo, a la que agasajará a base de un poco de timidez y un mucho de mano culinaria. Si ‘Bon appétit’ recurre con elegancia al vino, ‘Fuera de carta’ (Nacho G. Velilla, 2008) lo derrama por la mesa. El vino funciona en esta caja de risas televisivas como un aperitivo del montón.

Hay que tirar de memoria para encontrar una película realmente representativa en esta simbiosis. Es ‘Marcelino pan y vino’ (Ladislao Vajda, 1954), título que, aunque hoy no diga mucho, figura en el salón de la fama del cine español.

Y la botella se acaba casi cuando ya asoman los títulos de crédito. Para la escena final nada más original que recurrir a uno de los mejores fragmentos de la última década del cine internacional. Pertenece a la citada ‘Entre copas’. Miles (Paul Giamatti), divorciado, deprimido y apasionado del vino, culmina su periplo por el largometraje solo y derrotado, andar paquidérmico y con la única compañía de una botella de gama alta. Giamatti decide honrarla como debe. Acude a un McDonald’s, pide un McMenú y, rodeado de adolescentes, la descorcha. ¡Salud!

'Una copita de cine', artículo sobre vino y cine aparecido en la revista Iberystyka ¿? de la Universidad de Varsovia (pág. 24).
http://www.iberystyka.uw.edu.pl/pdf/jornal/jornal-23.pdf

martes, 20 de marzo de 2012

'LA CHISPA DE LA VIDA'. Mota, nosotros


CRÍTICA DE CINE


'La chispa de la vida' (Álex de la Iglesia. España, 2012)

Pasan los años y se sigue a la espera de que Álex de la Iglesia haga diana. La suya ya es una trayectoria larga, de pocos baches y sin ese pronunciado pico que haga justicia a la catarata de piropos que el vasco ha ido recolectando desde ‘El día de la bestia’, todavía, y ya han pasado décadas, cumbre del recorrido. Visto lo que hay alrededor, no es poco lo conseguido por De la Iglesia, creador de una carrera respetable y poseedor de ese tanto tan inalcanzable para muchos que es el sello autoral. ‘La chispa de la vida’ respira esa atmósfera tan característica del cineasta, insana, escorada hacia el exceso, habitada por personajes extremos y en ocasiones bordeando el ridículo o la indiferencia. Como le ocurre al resto de su filmografía y pese a sus debilidades, ‘La chispa de la vida’ no defrauda. Tiene personalidad, acoge ciertas imágenes sumamente poderosas y sobre todo traza una aproximación a la crisis que envenena a España. Es, con casi toda probabilidad y puede que sin pretenderlo, la película de De la Iglesia que mejor encaje en el contexto en el que fue rodada. Ya no sorprenden tanto esos personajes extremos. La crisis ha multiplicado la bondad y la maldad de cada una de las personas afectadas y eso se aprecia en ‘La chispa de la vida’. De la Iglesia muestra querencia absoluta por el personaje interpretado por José Mota. La suya, de principio a fin, es una odisea por los bajos fondos de la sociedad del bienestar. Quiere tanto el director a este publicista que lo coloca como paradigma de ese ‘nosotros’ al que tan cruelmente golpea la crisis y lo conduce a un proceso de beatificación y limpieza moral que puede llegar a sorprender por su blancura a sus incondicionales. Hay esperanza, parece gritar el bilbaíno, aunque para ello se apoye, como refleja la escena final, en un tópico fácilmente cuestionable.

sábado, 25 de febrero de 2012

UL. LIBROWSZCZYZNA



Madrid me empequeñecía entre su inmensidad, pero no me daba miedo. Ahora las calles tienen otros nombres. La mayoría no sé leerlos. Vivo en un lugar impronunciable. Y si lo intento me equivoco. Aquí no soy pequeño, pero me da miedo, demasiado.

jueves, 16 de febrero de 2012

'KATMANDÚ'. Mal de altura


CRÍTICA DE CINE

'Katmandú, un espejo en el cielo'
(Iciar Bollain. España, 2012)

El cine social que acampó y proliferó en España a principios de siglo amenaza con repliegue. Los últimos trabajos de dos de los ilustres de este movimiento, Fernando León de Aranoa e Iciar Bollain, acusan síntomas de agotamiento debido a su progresiva estandarización y previsibilidad. En el caso de la cineasta madrileña es notorio el adelgazamiento que ha ido experimentando su carrera desde ‘Te doy mis ojos’ (2003). ‘Katmandú’ reproduce y aumenta los síntomas ya vistos en su anterior trabajo, ‘También la lluvia’ (2010), con la que comparte alejamiento geográfico y distanciamiento emocional. Acusa su nueva producción desde la cumbre un mal de altura irreversible: la falta de garra y tensión dramática del guión. La ausencia de un conflicto que estimule más allá de lo que arde por dentro de la protagonista, una maestra catalana interpretada esforzadamente por Verónica Echegui, termina por congelar el conjunto.

El diagnóstico es irreversible desde el arranque. ‘Katmandú’ construye una armazón a base de lugares comunes en este tipo de cine de denuncia social y le añade tropezones impropios de una cineasta tan experimentada como los irrelevantes ‘flashbacks’ sobre el pasado de la profesora. La cámara insiste en retratar la miseria interior y la belleza paisajística del país en cuestión, las dos caras, la documental y la postal, de Nepal. Por pantalla van desfilando una colección de temas peliagudos, desde el sistema de castas hasta la explotación infantil, en los que realmente apenas se profundiza. Bollain los desliza y prefiere centrarse en la capacidad de superación de la protagonista, que no desiste en su empeño de levantar una escuela pese a los problemas que se le plantean, ya sean burocráticos, económicos, pedagógicos –ahí hubiera resultado de interés una profundización- y culturales. El riesgo se desvanece por lo unidireccional del planteamiento. No existen respuestas cuando no se lanzan preguntas. ‘Katmandú’ afirma y golpea fuerte en la mesa, aunque el choque no dejará resonancias. Las (buenas) intenciones resultan insuficientes cuando no se acompañan de un envoltorio capacitado para sugerir y no únicamente mostrar.  

viernes, 20 de enero de 2012

EL 'ARCIPRESTE DE HITA' BAJA EL TELÓN


El Certamen Nacional de Teatro ‘Arcipreste de Hita’ de Guadalajara se despide de los escenarios. Tras 33 años dice adiós uno de los eventos escénicos de mayor tradición del país, asfixiado por la crisis económica que golpea a la cultura y ante la ausencia de un relevo de garantías.

El texto que viene a continuación es mi pequeño homenaje al ‘Arcipreste de Hita’, por tantas noches de teatro y amistad. Es un extracto que aparece en el libro ‘Teatro en vena’, publicado en 2008, uno de los proyectos en los que he puesto más ilusión en mi vida. Lo merecía.


El año que el ‘Arcipreste de Hita’ arrancaba sus funciones, 1979, Antonio Buero Vallejo ocupaba uno de los puestos de privilegio de la dramaturgia nacional. La tierra que le vio nacer, Guadalajara, era coto prácticamente cerrado a las representaciones teatrales. La oferta alcanzaba a contentar a un público determinado, que se reía al dictado de las revistas de la época. El ‘Arcipreste’ acabó con la sequía. Promocionó el teatro que se hacía en el resto de España, lo enseñó a los alcarreños y al mismo tiempo cubrió el hastío de los meses estivales. Las tres décadas del ‘Arcipreste’ son, por lo tanto, un manual para comprender la evolución cultural de Guadalajara, con sus cumbres heladas y sus pronunciados descensos a la caza de la obra perfecta.


Los fundadores del ‘Arcipreste’ fueron los primeros en reivindicar la necesidad de contar con un auditorio de garantías. De la Agrupación Teatral Alcarreña surgió el debate y el clamor popular que apoyó la construcción de un teatro público debidamente acondicionado. Perseveraron a pesar de la falta de respuesta política, creando el caldo de cultivo que puso en marcha ya con el cambio de milenio la construcción del Teatro Buero Vallejo. Pioneros en la provincia a la hora de reclamar el mecenazgo de las instituciones políticas para una actividad cultural, esquivaron la obligación de posicionarse bajo unas siglas y blandieron el escudo de una independencia que todavía defienden. Finiquitaron el vacío cultural de los meses estivales ochenteros de Guadalajara. Aguantaron años de sequía en las butacas, discursos institucionales en voz baja y unas arcas asediadas por las telarañas. Resistieron murmullos de cóctel, abandonos sin explicación, no contar con una sede aseada y hasta la acidez estomacal de la climatología. Las malas noticias, lejos de deprimir, fortalecieron al Certamen, implantado en una región, Castilla-La Mancha, desafortunada para casi todo.

Este 2008 el ‘Arcipreste de Hita’ alcanza las treinta entregas. Ha decidido mirar atrás y reflexionar sobre lo que vislumbra en los alrededores. El futuro es para los que se niegan a vivir el presente. El ‘Arcipreste’ hace cuentas desde la atalaya, lejos de idealizar lo vivido. La historia de un grupo de colegas que ha ido forjando desde el cariño un evento cultural diferente, que no se ha dejado corromper y que ha sabido conservar el olor suave de lo ancestral.