sábado, 12 de noviembre de 2005

ANTONIO VEGA. Básicamente Antonio

CONCIERTO

Antonio Vega
Componentes: Antonio Vega (voz, guitarra), Santiago Muñoz (batería), Basilio Martí (teclados), Luis Miguel Baladrón (bajo) y Jorge D'Amico y Alberto Zapata (guitarras)
Estilo: Pop-rock
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). VI Festival Panorámico Musical. 11 de noviembre de 2005. Lleno.

Era la noche de Antonio Vega. Nadie como él, personaje al borde de la leyenda, talento en estado puro, vida al límite del abismo, para aportar magia a un Festival Panorámico al que le faltaba algo para redondear la faena. Antonio Vega, el Curro Romero del pop patrio, capaz de lo mejor y lo peor, tejió una faena ejemplar, peleando contra las rigideces acústicas del Teatro Buero Vallejo y sus cada vez más evidentes carencias vocales. Por encima de planteamientos estilísticos comerciales y actitudes claramente hipócritas se alzó la gran fuerza vocal, instrumental y anímica de un genio único. Esquivo y silencioso con unos seguidores que le profesan un amor reverencial, realizó un auténtico canto a la supervivencia. Firmó de inicio un silencioso contrato de complicidad absoluta con los asistentes. Porque lo del público de Guadalajara, siempre frío y distante como un témpano, merece un capítulo aparte. Vega, muy profesional, se movió en los mismos márgenes que sus invitados, nada nuevo, lo que derivó en una velada a la que faltó un toque emocional superior.

Tener a Antonio Vega en estas lujosas condiciones por Guadalajara no es un privilegio que se viva todos los días. Al espíritu de resistencia del madrileño, a su ganas de gritar al mundo su amor por Marga, su musa desaparecida, se debe que ayer estuviera en el Buero Vallejo grabando una velada irrepetible que quedará enmarcada en su lustroso palmarés musical. El concierto, que alcanzó las dos horas, se vivió a toda marcha. Sin apenas parón entre las canciones, con silencio en las butacas y con un final algo precipitado, la fiesta consagró las dotes a la guitarra de Antonio Vega. Las melodías quedaron relegadas a un segundo plano ante un trabajado estruendo sonoro que sufrió las rigideces que en esta materia plantea todavía el Teatro Buero Vallejo, minimizando el esfuerzo instrumental de una poderosa banda.

La fiesta comenzó pasadas las nueve de la noche, con el habitual retraso del chico triste y solitario del pop español. Vestido de negro, frágil, tímido y cabizbajo, marcando las distancias, apareció Antonio Vega acompañado de los acordes de La última montaña, en una versión que prácticamente prescindía de la letra. Fue la pieza inicial del amplio repertorio que diseñó –veinte temas– y en el que se echaron de menos canciones eternas como 'Una décima de segundO' o 'Lucha de gigantes' y otras de más actualidad como 'Te espero'. La primera tanda, de tanteo, incluyó 'Pueblos Blancos' la maravillosa 'Me quedo contigo', versión de Los Chunguitos que borda, y 'Anatomía de una ola', que sonó poderosa. La toma de contacto sirvió para que Vega se luciera, enorme y todo talento, a la guitarra, dejando a un lado el aspecto vocal.

A 'Anatomía de una ola' le siguió una fase más emotiva, con ese himno al amor titulado 'Ángel de Orion', que lleva camino de convertirse en un clásico atemporal. 'Pasa el otoño' y la densa 'Caminos infinitos', las dos de su último disco, '3.000 noches con Marga', elevaron la velada a su punto más álgido, justo el momento en el que la eterna 'El sitio de mi recreo' cogió el relevo. Hasta ese momento Vega apenas había hablado con un público expectante y callado. Reciprocidad mutua.

El concierto se dirigió entonces al pasado con 'Háblame a los ojos', 'Se dejaba llevar' o 'Elixir de juventud'. Entre medias salió el joven Chema Vargas, con el que cantó una canción en lo que pareció ser un relevo generacional. Después llegaron los momentos más intensos protagonizados por una sección de metal sencillamente excelente, que entró con fluidez en el calor de la música. 'Cada sombra en la pared' sonó magnífica en su propuesta de jazz, al igual que 'San Antonio'. La velada siguió con el protagonismo absoluto del sonido sobre las letras, con 'La chica de ayer' poniendo el inevitable punto final a la noche.