jueves, 31 de diciembre de 2009

'DRÁCULA'. Un Drácula griposo


'Drácula'

Dirección y adaptación: Ignacio García May
Producción: Centro Dramático Nacional
Escenario: TeatroValle-Inclán (Madrid). 23 de diciembre de 2009

Sorprende ver a estas alturas en un centro de producción de titularidad pública un texto de las características de 'Drácula', estirado y reproducido por devoción por todo arte que se le ha puesto por delante, creador de tendencias y moldeador de un personaje universal que no pierde posiciones entre la muchachada. Ingredientes la mayoría para hacerlos encajar en el ámbito comercial. No obstante, el 'Drácula' revisado por Ignacio García May, autor y director que tan buen recuerdo dejara hace unos meses en el mismo escenario con la trepidante 'El hombre que quiso ser rey', se aleja de lo previsible desde los primeros lances, consagrados a las largas parrafadas estáticas. Es el suyo un 'Drácula' introspectivo y trabajado desde las inexploradas profundidades de la mente, lento y que prioriza los aspectos psicoanalíticos sobre aquellos relacionados con las emociones más directas, las más sencillas de sentir sentado en una butaca.

Es un 'Drácula' que no afila los colmillos, ni siquiera presume de ellos, y que deja a los personajes de la célebre historia expresarse de acorde a la época en la que vivieron. La dirección ha apostado por la sobriedad y la contención, rasgos perceptibles en cada una de las interpretaciones decimonónicas y de verbo solemne que deja el montaje. Una historia de amor y desamor tan desgarradora como la relatada por Bram Stoker se queda así pálida, deambula entre personajes a los que les falta chispa y que no logran quitar el tono monorrítmico y parsimonioso que se apodera de la función desde el inicio, más relacionado con una investigación policial de poca monta, donde hay un culpable al que no se teme, que con un insólito caso de vampirismo.

Hay hallazgos rescatables, no todo está perdido, como los aportados desde la iluminación, un interesante juego de sombras y luces que dota a la historia del característico tono sombrío. Hay tantos referentes a la hora de manejar un producto como 'Drácula', ya tan incrustado en el imaginario colectivo, que todo lo que se aparte de esa ración de tinieblas, suspense, miedo a lo desconocido y una pequeña porción de sangre, ya descoloca. Es el principal problema que afronta esta nueva y griposa producción del Centro Dramático Nacional, devorada por su esteticismo, una profundidad que en ocasiones pelea contra la traducción teatral (el final es el mejor ejemplo) y al que ni la imaginación que se derrocha en algunas escenas como el viaje de Harker a Transilvania o el descubrimiento de Mina de su pasión por el líquido rojo, transplantadas del ya citado 'El hombre que quiso ser rey', salvan del tedio.

martes, 20 de octubre de 2009

NUEVA RUTA

No aspiremos al trono de la felicidad efímera.
Conformémonos con resistir unidos
hasta distinguir los copos de nieve del próximo invierno.

De 'Pequeños sueños gravemente heridos' (2011)

martes, 29 de septiembre de 2009

DAÑO PARA COMPARTIR


Recuérdame cuando puedas
para qué vale la vida
si no es posible recordar
el nombre de la calle
en la que dejamos de ser
un par de solitarios
con demasiado daño para compartir.


De 'Pequeños sueños gravemente heridos' (2011)


martes, 18 de agosto de 2009

'LAS MANTAS DE ANGELINA'. Joan Plaza


CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Las mantas de Angelina'
Autor: Joan Plaza
Editorial: Sombra
Género: Novela
Páginas: 140
Año: 2009



SUEÑOS ALEJADOS DE LA CANCHA

Joan Plaza se estableció en una de las casetas de menor tamaño de la Feria del Libro, en uno de los extremos del largo pasillo del Retiro. Compartía espacio con obras de literatura infantil. No hizo valer su condición de entrenador de un equipo de primer nivel como el Real Madrid, a punto entonces de ser ex, para promocionar y aumentar las ventas de la que es su primera novela publicada en español. En voz baja y con la advertencia siempre presente de que todavía se siente un intruso entre los escritores, Plaza dejó momentáneamente el banquillo y la pizarra para dar rienda suelta a un sueño, la literatura. A primera vista, dos territorios que suelen congeniar con dificultad, libros y deportes. Pep Guardiola regaló a Leo Messi un ejemplar de 'Saber perder', de David Trueba, con el plausible objetivo de motivarle y, de paso, que sus inquietudes ganaran peso. El argentino no lo leyó. Simplemente porque no lee, aclaraba unas casetas más allá en tono sarcástico el propio Trueba. Lo habitual, sólo hay que darse un paseo por las páginas de los periódicos deportivos y leer las entrevistas.

En 'Las mantas de Angelina' (Editorial Sombra) no hay ni un vestigio de aliento deportivo y sí una sutil y sencilla deconstrucción del sentido de la vida. Que nadie espere alardes literarios en el debut de Joan Plaza. La novela sale de un impulso muy común en aquellas personas que, desde el púlpito de un inmenso sentido de la responsabilidad, ven la realidad como una sucesión de pequeñas decisiones capaces de alterar, modificar y desviar a lugares insospechados el discurrir de una vida.

Plaza sabe bien qué quiere transmitir y cómo debe hacerlo, sin entretenerse en detalles y transitando por la vía más rápida para conectar con el lector. 'Las mantas de Angelina' confronta sueños y realidad, valentía y rutina. Es, por lo tanto, una novela de choque, dictada desde dentro y que permitirá al lector, al borde de un libro de autoayuda y refresco mental, calibrar si de verdad su existencia está regida por los condicionantes sociales autoimpuestos o por el riesgo que comporta vivir de acorde a los sentimientos verdaderos, en lo que igualmente podría ser una más de las formas del egoísmo que campa en las orillas del siglo XXI.

Narrada en primera persona, 'Las mantas de Angelina' se mueve en dos planos, el real y el ficticio, lo que es y lo que pudo haber sido. Ese otro mundo de sueños, viajes 'dickensnianos' a la infancia, París, Nueva Orleans y Menorca estructurados a modo de flash-back, revela a Julia, una mujer de 40 años, casada y con dos hijos, todo aquello que dejó atrás por temor a la reacción de su familia y ante la posibilidad de dañarla. Llegado el momento, Plaza elude caer en sentimientos como la amargura y la frustración, a lo que son tan proclives aquellas personas que han visto pasar los mejores años sin que se hayan cumplido sus expectativas. Subyace en esta novela breve de lectura rápida, sensitiva e intensamente melódica (toneladas de jazz sureño y pop anglosajón) un optimismo contagioso, tan a la contra de lo exigido por el tema, y que el autor plasma con la fiereza del que sabe que la oportunidad tan deseada puede llegar cuando menos se espera. En una definición pegada a la línea literaria, 'Las mantas de Angelina' vendría a ser el reverso, el lado amable y esperanzador de una novela, tan en boga por el salto al cine, como 'Revolutionary Road', de Richard Yates.

'Las mantas de Angelina' mantiene el mismo tono en todo momento, una virtud en un escritor debutante que no ha dudado en revelar, en un ejercicio nada habitual de humildad, que le faltan lecturas. Es, sin duda, un primer paso admirable el hecho de que una persona tan profundamente ligada al mundo del deporte rompa tabúes en la época de la videoconsola y el I-Pod y se lance de lleno a la literatura, no a esa fórmula encuadernada en forma de biopic literario cuajada de tópicos y vocabulario épico.

Si bien es cierto que a Plaza todavía le falta el poso necesario de la experiencia, lo cual se advierte en una prosa demasiado básica en algunos tramos y en puntuales deficiencias en la traducción del catalán al castellano que se podrían subsanar, 'Las mantas de Angelina' saca a la luz a un creador con un imaginario propio y capaz, desde la sencillez, de obligar a reflexionar sobre los sentimientos más íntimos, algo por lo que ya debería valer la pena dedicar un tiempo a este libro cargado de buenas intenciones.

miércoles, 1 de julio de 2009

'TODOS MIS HERMANOS'. Manel Estiarte



CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Todos mis hermanos'
Autor: Manel Estiarte
Editorial: Plataforma
Género: Autobiografía
Páginas: 288
Año: 2009


BRAZADAS DE DOLOR

Durante dos décadas, el waterpolo español se apellidó Estiarte. El radio de acción del barcelonés se propagó hasta dominar el mapa internacional. Otro deportista pionero en los complicados 80 y los ilusionantes 90, a la altura de ilustres como Severiano Ballesteros y precursor de la oleada actual capitaneada por Gasoles y tenistas de nuevo cuño. Emigrado desde la tierna adolescencia a Italia, cuna junto a Hungría del waterpolo, Estiarte portó durante dos décadas y seis Juegos Olímpicos el brazalete de capitán de una selección irrepetible. Madrileños y catalanes, ciudades casi exclusivas del waterpolo nacional, unidas por las paradas y el carisma de Jesús Rollán, la seguridad de Jordi Sans, la lealtad de Micky Oca y la dureza de Salvador Gómez. Un colectivo que ganó y perdió todo, unido en la victoria y la derrota y, como se comprobó después, triturado por las miserias de la vida.

Tras hacer carrera en Italia, ya de vuelta a España y afianzado en su cargo de puente entre Pep Guardiola y la plantilla del FC Barcelona, Manel Estiarte ha decidido retar a los recuerdos y escribir sobre el pasado. Contar su verdad, teñida y despojada a partes iguales de épica. Balanza completamente desequilibrada que une gestas al límite adornadas por una prosa que bebe del peor periodismo deportivo con un sencillo proceso de desmitificación individual. El colectivo, la pérdida de esa imagen de chicos sanos, ganadores y felices asimilada por la opinión pública, ya lo habían anunciado noticias como el suicidio de Jesús Rollán y las revelaciones de Pedro García, otro de los puntales de la selección, reconociendo que su drogodependencia iba ligada a aquellas imágenes de triunfos, medallas y saludos desde lo más alto del podio.

Estiarte se libera en ‘Todos mis hermanos’ de dos pesos. Uno viene del ámbito deportivo y el otro del estrictamente personal. El segundo esconde una dolorosísima reflexión, la más poderosa de la autobiografía. Un oro, miles de goles y la avalancha de elogios no valen nada si el corazón está vacío. Cuando tenía 24 años, Estiarte contempló como Rosa, su hermana mayor, se lanzaba al vacío desde la ventana de su habitación. Corrió tras ella sin poder evitarlo. En ‘Todos mis hermanos’ lo afronta por primera vez, un testimonio demoledor y alejado de los adjetivos. Un triunfador que competía roto por dentro, incalculables goles que no curaban ni aliviaban. Los héroes, así se le veía, también sufren, en la línea de la más épica de las tragedias griegas.

La parte deportiva rebaja la intensidad y el interés, para disgusto de los nostálgicos del deporte acuático. Estiarte la afronta desde la autocrítica al subrayar comportamientos suyos basados en el egoísmo y en las ganas de sobresalir por encima del resto, actitudes típicas, por otra parte, de la juventud. Justo todo lo contrario, afirma a modo de tutor deportivo y bajo un estilo cuajado de tópicos, de lo que debería ser el líder perfecto. ‘Todos mis hermanos’ adopta un tono casi de manual de formación de deportistas ejemplares. Estiarte pasa revista a todos sus fallos, se arrepiente de su falta de compañerismo y añade unas cuantas anécdotas simpáticas –alguna brutal, como los métodos del técnico croata Matutinovic- a modo de rápida pincelada.

Las otras, la cara B de la selección, se reservan en un rincón de la memoria. Sólo se intuyen desde la brevedad. Estiarte prefiere no entrar en detalles, aunque el peso de la realidad multiplique el impacto de situaciones que no pasarían de ser meros destellos en el conjunto de la obra. Ocurre en un párrafo, en apariencia uno más. Estremecedora es la imagen generada por una escena relacionada con la muerte de Jesús Rollán, cuando la madre del malogrado portero se acercó a Estiarte en el tanatorio y le preguntó qué les había pasado. Grandes amigos, se habían distanciado tras la retirada del segundo y llevaban tiempo sin hablarse por motivos irrelevantes. Estiarte no supo qué responder.

Las lecciones a extraer de este pasaje, la democratización de un dolor que no entiende de clases y los lazos a veces tan débiles que sujetan la amistad verdadera, valen como resumen de un libro en el que, quizá por sorpresa, lo deportivo pierde por goleada ante el ejercicio catártico que debió suponer para el autor afrontar un proyecto retrospectivo de tal envergadura.

miércoles, 10 de junio de 2009

'GROZNI'


'GROZNI', 26 de mayo de 2009
Paraninfo de la Facultad de Filología (Madrid)
XIII Certamen de Teatro Universitario de la UCM
http://teatrosumergido.blogspot.com/2009/05/sumergidos.html

martes, 12 de mayo de 2009

ANTONIO, ANATOMÍA DE UN MITO


El mundo está hecho al revés. Amigo de muchos, aunque nunca lo supiera (J). Fiel compañero de tantas noches en vela. Silencioso cómplice de conversaciones sordas a dos bandas. Perpetuo sufridor insufrible apresado dentro de un puzzle en el que no encajaba. Copiloto de tantos viajes a la búsqueda de un pellizco de felicidad. Magia y cenizas en el aire repartidas a partes iguales. 3.000 noches mecidas por el oleaje de una sensibilidad oceánica.

Todo lo que se pueda escribir y leer ya de Antonio Vega sabrá a poco, incapaz de definir a una personalidad complejísima ni de explicar el origen del mayor talento peor cuidado de la música española. Lejos del tumulto y las reconstrucciones biográficas quedarán para siempre sus canciones, el mejor legado de un artista único.

“Llevaba toda la vida muriéndose y nadie le creía”. Mejor expresado imposible. Hasta ahora. Un grande. El círculo se ha cerrado. ‘Desordenada habitación’ ya puede sonar en armonía.

miércoles, 29 de abril de 2009

DECISIÓN

- Vamos a ponernos en marcha y no vamos a parar hasta que lleguemos allí.
- ¿A dónde vamos, tío?
- No lo sé, pero vamos a ir.

('En la camino', Jack Kerouac)

martes, 14 de abril de 2009

'SI UN ÁRBOL CAE'. Isabel Núñez



CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Si un árbol cae'
Autora: Isabel Núñez
Editorial: Alba
Género: Ensayo literario
Páginas: 365
Año: 2009


LA OTRA TRINCHERA

Acerca del papel de los intelectuales en tiempos de guerra se han derramado toneladas de tinta. La lógica dentro de la irracionalidad que implica un conflicto bélico explica que deberían ser los primeros en dar las señales de alarma, poner sobre aviso y denunciar toda conducta guiada por la violencia. Sobrevuelan todavía los versos del ‘Poema de Beirut' de Mahmud Darwish, "necesaria es la poesía en tiempos de paz, pero más necesaria aún es en tiempos de guerra". Las dos guerras de los Balcanes permitieron poner a estudio la influencia de los intelectuales en la construcción y devenir de un conflicto, con una literatura nacional partida en pedazos y otros autores de talla internacional defendiendo posturas desde trincheras separadas.

Tras un lustro de investigación, lecturas y viajes de ida y vuelta, Isabel Núñez aborda la cuestión en ‘Si un árbol cae' (Alba, 2009), una colección de entrevistas a una larga veintena de autores balcánicos de primer nivel. El balance que se extrae en esa investigación planteada desde un ángulo inédito es profundamente desolador. "Puede que ésta haya sido la única guerra de la historia planeada y dirigida por escritores", sostiene el autor de origen montenegrino Marko Vesovic en referencia, entre otras anotaciones, a la relación que mantenían con la literatura representantes de la política, con Slobodan Milosevic a la cabeza, al igual que su mujer, Mira Markovic, y su mano derecha, Radovan Karadzic, poeta de saldo encumbrado a falta de una crítica especializada de rigor y libre de ataduras.

Isabel Núñez ya había dado pistas de su predilección y conocimiento de los Balcanes al traducir al español una obra imprescindible y dolorosamente veraz como ‘No matarían ni una mosca', de Slavenka Drakulic. La croata, señalada por los medios de su país como una de las cinco ‘brujas del río' por no apoyar las tesis gubernamentales, proporciona alguno de los mejores entrecomillados de ‘Si un árbol cae'. Ejemplifica el valor del escritor que no se rinde y que asume que lo peor de una guerra puede venir después, cuando los focos de la opinión pública internacional ya han dejado de alumbrar a la zona y aflora el victimismo y la negación de la memoria. Drakulic defiende la opinión de que la guerra de los Balcanes fue fruto de la tergiversación y manipulación de la historia y los mitos. Otra escritora croata le replica al decir que exagera al describir los efectos de la contienda en Zagreb. De esta forma, los entrevistados entran en relación, cruzan opiniones, se matizan, apoyan teorías y debilitan otras desde la distancia. En otra decisión bien aprovechada, el libro respira de la avalancha de datos y reflexiones gracias al testimonio del ‘yo' viajero de la autora. Postales descriptivas de trazo rápido y literario, casi instantáneas de segundos, con los que dibuja su paso por las principales ciudades de la ex Yugoslavia, Belgrado, Zagreb, Ljujblana, Pristina y Sarajevo.

Núñez se revela como una entrevistadora idónea, que sabe escuchar, se guarda las preguntas más incisivas para el final y deja que el protagonismo caiga al otro lado de la mesa. Así destapa el perfil de los protagonistas del libro, un conglomerado de voces plurales, cada una dotada de su propia individualidad. Unos vivieron el conflicto desde las mismísimas entrañas. La ensayista croata Grozdana Cvitan empuñó un arma, Marko Vesovic escribía en un intento de aliviar el sufrimiento de la población del Sarajevo asediado y el albano-kosovar Shkelzen Maliqi tuvo que desplazar en Pristina sus inquietudes literarias del ámbito institucional al ‘underground'. Otros reflexionan desde el exilio. El testimonio de Aleksandar Hemon, sarajeviano afincado en Chicago, pulsa otra de las claves cuando describe el estado de desesperanza, cansancio y derrotismo que percibe tras lo sucedido en Bosnia. Todos con algo que decir (sobrecogedora la conversación entre dos niños extraída de una obra del bosnio Ozman Kezbo: "¿Tú con quien vas? ¿En la guerra o en el fútbol?") y que en conjunto aportan su propia visión del conflicto, sin que exista unanimidad en las conclusiones.

Mayoritaria es la opinión que concede una importancia fundamental al discurso nacionalista de Milosevic, apoyado por una élite intelectual y fundado sobre la recuperación de mitos del pasado y la construcción de un enemigo, el ‘otro'. Otras voces hacen referencia a cuestiones territoriales, a la complicidad silenciosa de la población civil y a teorías de raíz antropológica como el enfrentamiento entre la modernidad cosmopolita urbana y la tradición patriarcal del medio rural. La historia es otro factor aludido con reiteración, la falta de conexión que hubo por parte de un presente empeñado en olvidar lo que pasó en la Segunda Mundial.

Caso aparte merece la aportación de Miroslav Toholj, ex ministro de Información de la República Serbia de Bosnia, escritor y editor, único testimonio de los denominados ‘meanies', aquellos creadores implicados en el discurso del odio. Todo un indicativo sociológico que sólo un individuo de este sector respondiera a las peticiones de Isabel Núñez, enfrentada a una entrevista de las que duelen, cara a cara frente a un editor capaz de declarar que la última obra de Karadzic le parecía "un nuevo ‘Ulises' de James Joyce". El poder en manos de otro político que ocupó puestos de relevancia durante las guerras de los Balcanes, un hombre oscuro y adherido a la maquinaria bélica más sangrienta que se dedicaba y apreciaba a la literatura, un dato que devuelve al inicio, la reafirmación a la sentencia de Vesovic que envuelve al conjunto de la obra.

Hay ausencias que se hacen notar, como la del albanés Ismaíl Kadaré, intelectual implicado al máximo en la cuestión kosovar, con obras como ‘Tres cantos fúnebres de Kosovo' y ‘Diario de Kosovo', armadas de una prosa volcánica e incontenible y que puede que deje algo exiguo el capítulo dedicado a esta zona, que se niega a abandonar la actualidad. No lo suficiente, en todo caso, como para desequilibrar el tonelaje de reflexiones de peso esgrimidas por el resto de entrevistados, hábilmente hiladas por Núñez.

A medio camino entre el ensayo sociológico y el reportaje periodístico enraizado con la literatura, la autora toca otros aspectos como el papel jugado por el feminismo de la región a lo largo del siglo XX, el irracional vuelco que se dio del comunismo de Tito a un nacionalismo recalcitrante -un paso que se revela de distancia insignificante-, el daño que la guerra ha producido a la generación que hoy tiene entre 28 y 40 años, aquellos jóvenes de los 90, y la implicación de Europa y Estados Unidos en el conflicto, con juicios tan demoledores como el del poeta esloveno Ales Beljebak: "Si esta guerra no hubiera implicado a musulmanes, Europa hubiera evitado el genocidio".

Tiene un valor añadido ‘Si un árbol cae', un último regalo. Alumbra a una fiable representación de la literatura balcánica, poco traducida y menos leída y que no dejó de producir, al contrario, en sus tiempos más sombríos. Rescata y pone al lector tras la pista de autores cuyas carreras merecen un pormenorizado escrutinio. Valgan los ejemplos de los ya citados Hemon, Drakulic y de Dubravka Ugresic. Aunque, en todos los casos, la lectura seguirá sin despejar los verdaderos motivos que llevaron al desastre a los Balcanes, esa zona de la que Winston Churchill expuso en su momento que producía más historia de la que podía consumir.

(Publicado en www.lacallemayor.net/dyn/cultura/libros/criticas-de-libros/)

jueves, 9 de abril de 2009

'ROS RIBAS, FOTÓGRAFO DE ESCENA'. El ojo de la platea


EXPOSICIÓN
'Ros Ribas, fotógrafo de escena'
Sede: Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Está ahí, agazapado en una esquina. En silencio, guardando la compostura que impone el exigente ritual de la puesta en escena. Sabe elegir el instante preciso en el que hacer sonar el ‘clic', como el cazador que aguarda con paciencia a que su presa incurra en un error. Es Ros Ribas, el ojo que se mueve sigiloso en la platea, imbuido en la oscuridad que comparte con el público. Es un espectador diferente, un elemento más dentro de la puesta en escena. Suyas son las 500 fotografías de la exposición que acaba de inaugurar en el Teatro Valle-Inclán de Madrid con el apoyo del Centro Dramático Nacional. Ribas ha sacado del viejo baúl una selecta representación de sus mejores instantáneas escénicas, un recorrido que marcha en paralelo al del teatro español de las últimas tres décadas. La memoria que permanece cuando el telón se desploma.

Hay unanimidad alrededor de la figura de Ros Ribas. Gerardo Vera explica que "no retrata, sino que se sumerge en lo más profundo, descubre, ilumina, desvela, lleva en la sangre el ritmo de la escena, crea espacios poéticos". El francés Patrice Chéreau le califica como "el único fotógrafo que conozco, hoy, que sabe fotografiar el teatro". Pulsa así con una de las claves. Las imágenes de Ribas respiran autenticidad por un hecho: sabe lo que está fotografiando. Esa naturalidad se transmite a todo aquel que las contempla. "Ros Ribas explica como nadie lo había hecho hasta ahora la historia del teatro en España", zanja Calixto Bieito.

Hay que subir a la segunda planta del Teatro Valle-Inclán para acceder a ‘Ros Ribas, fotógrafo de escena'. La luz escasea en el recorrido planteado por los comisarios, labor compartida por Ribas y Aurora Rosales. La sala está sumida en una inquietante oscuridad. El orden de las fotografías se salta todo patrón cronológico. Mandan los dramaturgos. Los primeros pasos se dan acompañados del sordo retumbar de los clásicos griegos, con Esquilo, Sófocles y Eurípides a la cabeza. La colección se muestra agrupada por autores, la mayoría encasillados bajo la capucha de ‘clásicos'. Desde aquellos lejanos espectáculos, todavía en blanco y negro, que datan de 1976, hasta la última producción del CDN, ‘Platonov', que apenas lleva unas semanas en cartelera. La cámara de Ribas ha sido testigo del desarrollo del teatro en país y de la evolución de intérpretes como Lluís Homar, Eduard Fernández y Francesc Orella. Crecían, mejoraban, probaban en la dirección y cambiaban de aspecto físico mientras la cámara seguía en el mismo lugar, dando testimonio de la magia que se producía en el escenario.

La exposición permite comprobar las variantes estéticas utilizadas por directores de escena de primer nivel. Las diferencias entre Àlex Rigola y Adolfo Marsillach saltan a la vista. Otra curiosidad reside en la posibilidad de comparar el mismo texto a través de dos montajes diferentes, cada uno con el sello personal de la dirección correspondiente. Las fotografías de Ribas valen para definir las señas de identidad del teatro practicado por directores de primer nivel como Lluís Pasqual, Patrice Chéreau, José Luis Gómez, Calixto Bieito y Mario Gas. Todos están ahí, registrados por ese ojo de la platea que no necesita exhibir musculatura técnica ni inteligencia artística natural para conectar con el espectador.

‘Ros Ribas, fotógrafo de escena' estará en el Teatro Valle-Inclán de Madrid (Plaza de Lavapiés s/n) hasta el 31 de mayo. El horario de visita es de martes a sábado (11.00 a 14.00 y 17.00 a 20.00 horas) y domingo (11.00 a 14.00 y 17.00 a 19.00).

lunes, 6 de abril de 2009

'LA CENA DE LOS GENERALES'. Fogones a filas




'La cena de los generales'

Autor: José Luis Alonso de Santos
Dirección: Miguel Narros
Producción: Producciones Faraute
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 25 de marzo de 2009


Hay temas que a estas alturas llegan un tanto baqueteados a los escenarios por su reiteración y acumulación en escasos márgenes temporales. El escritor Isaac Rosa tituló de forma sintomática y con pellizcos de ironía su penúltimo libro ‘¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!’. El texto del sevillano apelaba a un doble juego. A la vez que abordaba asuntos de la contienda desde una retórica oficial e histórica y socialmente casi aceptada, una segunda voz se encargaba de cuestionarlos, provocando un efecto de lectura poderosísimo. No es la misión de ‘La cena de los generales’ poner al espectador en ese estado de indefinición e incertidumbre ni dejarlo en el punto exacto que le permita lanzarse de golpe a la reflexión tras mirar al retrovisor. Al contrario, marcha por otra senda más estrecha, alejada de toda disquisición política que afecte a la memoria histórica y bien pegada al asfalto del realismo social en el que con tanta solvencia se maneja José Luis Alonso de Santos, al borde de la anécdota cotidiana.

Autor de largo recorrido y notablemente dotado para la construcción de piezas compactas, a Alonso de Santos le ha costado más de lo esperado estrenar ‘La cena de los generales’, un texto riquísimo para los teóricos al apuntar la mayor parte de singularidades que han venido caracterizando a su producción dramática, una de las más destacadas del teatro de la Transición. Cuando ha conseguido sacar adelante el proyecto no se ha escatimado en detalles, como ha quedado demostrado en esta lujosa megaproducción de colosal escenografía y kilométrico reparto. Alonso de Santos vuelve a los fogones, como en ‘Nuestra cocina’, y los pone nuevamente en un contexto de posguerra, con un país partido en dos pedazos. Los fogones del Hotel Palace son el reflejo a pequeña escala de un conflicto que, una vez terminado, ha agudizado las diferencias entre los bandos contendientes. El país, como los fogones, sigue encendido. Una vez más, la demostración de que lo peor de la guerra viene después.

Franco ha decidido agasajar con una cena de etiqueta a sus generales. Existe un problema, los cocineros permanecen encarcelados. Son republicanos. A contrarreloj, se decide sacarlos del presidio por una noche. Así regresan a su lugar de trabajo, donde se reencuentran con los camareros, del lado franquista. El vestuario ya indica un posicionamiento, blanco impoluto los cocineros y negro mortuorio los camareros. La caricaturización de alguno de los personajes del bando nacional, incluida la grotesca aparición del líder, apunta igualmente hacia esa lectura. Todo dentro de un planteamiento sencillo en cuya línea medular se coloca el maître del Hotel, interpretado por un Sancho Gracia situado casi permanentemente a espaldas de la platea. Da vida al personaje más descontextualizado del conjunto, adornado de sensatez y que a base de diplomacia tratará de sacar adelante el trabajo encomendado. A diferencia de los restantes, con perfiles poco explotados, un rol de mayor complejidad al que, sin embargo, no se le saca todo el potencial. Del maître se sabe poco al empezar y menos al terminar. Despierta poco interés. Queda reducido a una presencia fantasmagórica y casi angelical que se mueve con una sonrisa permanente entre la irracionalidad de imágenes tan impactantes como la compuesta por la cena en mesas separadas de camareros y cocineros, reflejo de las dos Españas tan aludidas en la retórica oficial. Dos planos estáticos, llamarada simbólica, que contrastan con el movimiento continuo que agita al montaje debido a la quincena de intérpretes que pisan las tablas, coreografías algo caóticas y poco mimetizadas en muchas ocasiones. Falta de ajuste desde la dirección de Miguel Narros, previsible y respetuosa con la teatralidad que ya flotaba en el texto, nada especial que la rescate del limbo de la sencillez, pulcritud y contada implicación en el que reposa el espíritu de este montaje. Otro más sobre la Guerra Civil, según el planteamiento literario de Isaac Rosa.

Argumentalmente, ‘La cena de los generales’ puede considerarse una obra dúctil en todas sus capas de lectura, con una alegría difícil de explicar por parte de los cocineros republicanos, a fin de cuentas con una vida destrozada y un porvenir inexistente. Recuerda a la mostrada por las reclusas de ‘Las 13 Rosas’ de Emilio Martínez-Lázaro en ciertas escenas –la persecución roedora del filme podría intercambiarse aquí por el recital zarzuelero-. Las esquinas trágicas de esta historia, que los presenta singularmente el personaje más ridiculizado del conjunto, el de la falangista, apenas asoman. El humor sirve como elixir para suavizar las posturas ideológicas defendidas con mayor fervor. Relaja los momentos más tensos, aislados entre la postura optimista y esperanzadora que maneja el autor, que revaloriza conceptos como la dignidad, válvula de escape emocional en los peores trances, en la onda ‘braveheartiana’ del término. Y al final se incorpora la esperanza. La responsabilidad quedará en manos del amor, nuevamente el recurso principal para que el ser humano obtenga la redención. Si todavía es posible, que la balanza cada vez está más desnivelada.

miércoles, 1 de abril de 2009

'A CIEGAS'. Blanca oscuridad

CRÍTICA DE CINE

¿Puede una película transmitir los mensajes de un libro casi filosófico? Parece difícil. ‘A ciegas’ ni siquiera lo intenta. Fernando Meirelles, el enérgico director de ‘Ciudad de Dios’ y ‘El jardinero fiel’, no ha pretendido abordar el material de José Saramago desde esa perspectiva. Antes que ir a por el fondo de la historia ha preferido quedarse en la forma, quizás para captar la esencia de la novela sin tener que hacer una exposición precisa de sus pensamientos. El resultado final tiene virtudes, puesto que se trata de una película arriesgada y adulta, pero no pedante. Equipada a la vez con algún defecto perceptible. Quien no quiera ver más allá de la simple historia fantástica e impactante, no tendrá porque hacerlo.

‘A ciegas’, tanto el libro como la película, tiene un color: el blanco. Puede que en la novela lo definiesen como un blanco lechoso, pero en el largometraje es cegador. Escenas y personajes se pierden en el blanco cada vez que Meirelles trata de hacer que el espectador empatice con sus protagonistas, que piense en qué debe sentirse al quedar cegado por la luz. Sin embargo, eso no es un obstáculo para que la oscuridad esté presente. El relato no tiene complejos a la hora de adaptar su iluminación e imagen a la cruda realidad de un documental (algo que ya pasaba en ‘El jardinero fiel’, si bien en aquella ocasión con un montaje más vivo) cada vez que quiere retratar las bajezas del ser humano. Esos son los dos niveles en los que se mueve la película. Por un lado está el blanco de la ficción, de la fantástica ceguera que ataca al mundo. Por otro, la cruda realidad, retratada como tal, en la que se manejan los protagonistas. Meirelles no permite grandes discursos a sus personajes, sólo los utiliza, tanto a ellos como a la puesta en escena, para llevar al espectador a un sentimiento de opresión, pesimismo y ¿felicidad?

Una de las mejores armas de ‘A ciegas’ reside en sus protagonistas, un plantel de actores solventes, pero sin necesidad de lucimiento personal. Mark Ruffalo, Julianne Moore, Danny Glover y Gael Garcia Bernal son las piezas fundamentales de toda la trama. Tampoco hay que olvidar a Alice Braga, quien ya colaboró con Meirelles en ‘Ciudad de Dios’ y que aquí se hace cargo de un personaje que guarda mucho más contenido en su interior del que podría parecer a primera vista. Y es ahí precisamente donde está el doble juego que propone el director. Los actores saben transmitir la compleja personalidad del carácter que les ha tocado interpretar. Desde una Julianne Moore a la que la ceguera le permite volver a sentirse útil; pasando por un Mark Ruffalo demasiado humano como para ejercer de líder idílico; hasta Gael García Bernal, un niño que descubre lo divertido que puede llegar a ser malo.

Todos ellos esconden sus pequeñas lecciones morales, pero el espectador deberá ser quien se pare a reflexionar sobre ellas o, si reúne el valor necesario, siempre puede acercarse al mundo de la literatura para que sea Saramago en persona quien ejerza de guía.

J. Pastrana

jueves, 26 de marzo de 2009

'SLUMDOG MILLIONARE'. El arte de aparentar

CRÍTICA DE CINE

No es raro que Hollywood premie los excesos. Son muchos los actores y actrices que tratan de buscar papeles desquiciados que les garantice la nominación al Oscar, si no la estatuilla en sí misma. El ejemplo más célebre es el de Dustin Hoffman y ‘Rain Man’. Con lo difícil que es hacer de persona normal con problemas -casi tanto como serlo de verdad-, son demasiados los premios que van a parar a manos de aquellos que tan sólo parecen ser. Es precisamente el caso de ‘Slumdog Millionare’ y su director, Danny Boyle.

Denostado por muchos, el cine de palomitas, ese que sólo sirve para entretener al espectador, tiene su mejor versión en esta película. Boyle cuenta una historia original, pero vacía, con su nervio habitual que, una vez más, caracteriza a todo el montaje. La mayor parte de las escenas están concebidas como momentos escasamente épicos, en los que la empatía entre el espectador y los personajes se establece a duras penas y se apuesta más por un realismo mágico ‘light’ que por el drama, lo que rebaja el nivel de intensidad de la historia por dura que sea su trama. Boyle y ‘Slumdog Millionare’ son simpáticos, al contrario que sus escenarios, y es en ese punto donde el inconsciente colectivo le juega al mundo occidental una mala pasada.

Sería un error de hablar de profundidad en esta película cuando en ella sólo existe una forma impecable. Nunca resulta aburrida ni se entretiene con detalles. Nunca pierde de vista su protagonista, dispuesto a mantener la inocencia cueste lo que cueste. Nunca profundiza en el día a día de la miseria ni pretende retratarla con fidelidad, sólo aprovecharla para contar una historia de amor. Sin embargo, son muchos los espectadores que pretenderán haber conocido una realidad a través de ella.

Puede que ‘Slumdog Millionare’ sirva para que en Occidente seamos conscientes de que en otros sitios pasan hambre y malviven, pero no es más que una coincidencia. La cámara pasaba por allí y ha grabado. La intención de Boyle y sus guionistas era entretener y lo consiguen. Intentar mirar más allá de eso es dar un premio a la crueldad de la vida y al cinismo del ser humano, al que todavía le gusta aparentar que acaba de descubrir las desigualdades sociales.

J. Pastrana

domingo, 8 de marzo de 2009

'ARRUGAS'. Paco Roca



CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'Arrugas'
Autor: Paco Roca
Género: Novela Gráfica. Drama.
Editorial: Astiberri
Año: 2008




RETAZOS DE MEMORIA

El prestigio del cómic, nóvela gráfica según acepción predominante en los últimos años, crece como la espuma entre los lectores. Las tres ediciones que lleva gastadas ‘Arrugas’ tras ganar el último Premio Nacional del Cómic lo refrenda y vale para alejar la imagen falseada del espejismo. Desde luego, el libro premiado representa dignamente a una nueva hornada crecida con referentes como Carlos Giménez que, con el imperturbable ‘Paracuellos’, ha dejado de refugiarse en una trinchera poco poblada. Dentro de esa misma línea de realismo social cuyo ánimo no decae entre el consumidor medio de cultura se inscribe ‘Arrugas’, un poético y entrañable acercamiento a una de las coyunturas vitales más amargas a las que conduce la vida, la progresiva degeneración física y mental del ser humano, una vía por la que inevitablemente se debe circular. Paco Roca ha querido ficcionalizar un caso concreto surgido de la suma de experiencias captadas de forma indirecta. Un tema reconocible sobre el que el arte prefiere no ahondar demasiado (“vivimos en una sociedad que no cuida a sus mayores”, dice Clint Eastwood desde sus 78 años), aunque películas como la reciente ‘Lejos de ella’ (Sarah Polley) lleven la contraria. Un guiño a la trama central a este filme, rescatado de un cuento de Alice Munro, es la imagen de un anciano mirando fijamente y a unos metros de distancia a una pareja, la formada por su mujer, que le ha olvidado, y la nueva persona de la que se ha enamorado.

‘Arrugas’ se vive de puertas adentro en una residencia de ancianos, última estación vital y frontera generacional que separa al protagonista, un empleado de banca, de su realidad social más reconocible. Deberá enfrentarse a un entorno que desconoce, a situaciones imprevisibles y, lo peor, a los primeros hachazos de la degeneración senil y el Alzheimer. Uno de los puntos que mayor interés concentra es el uso único de un escenario aparentemente frío e intrascendente como un geriátrico. Roca lo colorea a base de historias que van en paralelo a la principal. Así gana fuerza como generador de vivencias bañadas de sensibilidad como la de Rosario, una de las más potentes del conjunto, una señora que mata el tiempo mirando por la ventana, a la caza del mejor recuerdo que le ha dejado preservar la memoria, un viaje en el Orient Express. Es interesante observar el contraste de la gama cromática, como de la oscuridad de la sala de televisión se pasa al color otoñal y melancólico que domina en las escapadas oníricas de los residentes, válidas para introducir al conjunto de la obra en un código puramente poético.

Roca estructura el argumento sobre las experiencias del ex empleado de banca al que su familia (“estamos muy ocupados en el trabajo”) deja al cuidado de la residencia. Rápidamente ese protagonismo basculará hacia Miguel, el compañero de habitación, el líder en la sombra del centro. De la mano de estos personajes irán saliendo a la palestra todo un ramillete de historias secundarias de mayor o menor alcance. Antonia, la mujer que realiza pequeños hurtos para entregarle el material a su nieto, será el tercer eje del triángulo. El trío protagonizará una escapada fuera de la residencia que recuerda inevitablemente a aquella rebelión que liderara el personaje de Jack Nicholson en ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’.

Junto al desarrollo estructural, una vía principal de la que salen numerosas secundarias perfiladas con máxima brevedad, hay que elogiar la habilidad del autor para hilar viñetas de un valor estético y simbólico potentísimo. La grisácea realidad que describe se relaciona con el color en esa estática secuencia de doce viñetas con las que queda reflejado un día normal en la residencia. Demoledora es la única línea de diálogo con la que culmina la serie: “¿Qué tal el día?”. De esta manera, ‘Arrugas’ no esquiva esa sensación de tristeza crepuscular que embarga la rutina de los residentes en un centro de estas características. Una postura que sí es novedosa es mostrarles con la suficiente fuerza por la que seguir luchando por su dignidad como seres humanos, cada uno desde su propia forma de afrontar los hechos. El mejor resumen lo encarna Miguel, estafador de corto alcance cuya evolución en ayuda de su compañero de habitación deja una apreciable bocanada de sensibilidad, amistad y compañerismo.

‘Arrugas’ se nutre del contraste entre la ternura que desprende la actitud de sus protagonistas –la historia de amor de Dolores y Modesto, el último aquejado de Alzheimer, tocará la fibra del menos sensible- con esa otra más oscura que les coloca en el interior de vidas que para el resto de la sociedad ya están gastadas, un recuento de días y horas al servicio de la nada. Esa combinación incluye algún guiño sangriento que puede parecer fuera de contexto y puesto de relieve con la intención de dar fuerza a la presencia del autor.

“Esto es el tiempo al revés”, sentencia uno de los personajes al percibir la lentitud con la que caen los segundos. Una realidad dura de asumir, sobre la que se escribe poco y dibuja menos, y a la que Paco Roca ha sabido extraerle en apenas un centenar de páginas un valor nada desdeñable al optar por cruzar la visión más amarga y real de los hechos con la posibilidad de que la imaginación y memoria retengan en el lugar más inesperado los mejores recuerdos de una vida.

martes, 3 de marzo de 2009

'EL OTRO LADO'. Maldita frontera


'El otro lado'

Autor: Ariel Dorfman
Dirección: Eusebio Lázaro
Reparto: Charo López, Eusebio Lázaro y José L. Torrijo
Producción: Galo Film
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 28 de febrero de 2009


Todo un anticipo, Charo López se quejaba en una conferencia celebrada en un foro cultural alcarreño hace casi un lustro del poco peso de la dramaturgia española contemporánea, circunstancia que le obligaba, entrecomillado lo último, a recurrir a autores foráneos. Tuviera razón o no, los hechos probados se inclinan más por la segunda posibilidad, no se puede acusar a la actriz de andarse con dobleces. Desde aquel punto de inflexión, López se ha involucrado en dos proyectos prestados del exterior, el monólogo de Dario Fo ‘Tengamos el sexo en paz’, indiscutible vehículo de lucimiento interpretativo al que alumbró y dotó de vida propia, y ‘El otro lado’, con el que lleva de gira un largo periodo, un texto avalado por la autoría de Ariel Dorfman, dramaturgo chileno conocido por el gran público como creador de la inquietante ‘La muerte y la doncella’.

Como en aquel texto con el que Roman Polanski fijó en las pesadillas del cinéfilo de mediados de los 90, las secuelas psicológicas que deja la violencia ocupan el primer plano de ‘El otro lado’. Mujeres rotas por la guerra y los regímenes opresivos. Por fuera aparentan equilibrio. Es en el interior donde siguen abiertas esas heridas que no cicatrizan. La de Levana Julak lleva impresa el nombre de su único hijo, que se marchó al frente y del que dos décadas después no ha recibido noticia alguna. En esos trances, pocos calvarios peores que la falta de información, como recientemente demostró ‘En el valle de Elah’. Parecido papel teñido de sufrimiento que le tocó en aquel largometraje a Tommy Lee Jones es el que ahora administra Charo López con una mesura y contención no contagiada al resto del reparto. Hay más rasgos que apuntan a una conexión directa con ‘La muerte y la doncella’, aparte de esa tortura interior que mata lentamente a la protagonista, porque no hay duda de que Julak soporta el peso de la función. El destino le vuelve a ofrecer la posibilidad de reencontrarse cara a cara con el pasado, en esta ocasión desde una posición abierta a la esperanza. Igualmente, la obra se escora de inicio a la denuncia de tipo político. Si ‘La muerte y la doncella’ intensificaba la presión a aquellas democracias de nuevo cuño empeñadas en negar desde el olvido un pasado oscuro, ‘El otro lado’ asfixia con mayor blandura a todas esas políticas relativas a la inmigración y denuncia la extrema crueldad que azota a la población civil en los conflictos bélicos. Posturas que no precisan de contexto, puesto que las referencias cuando se mencionan muros, impertinentes burocracias e invasiones ilegítimas saltan sin necesidad de exigir demasiado a la memoria.

La primera adaptación al español de ‘El otro lado’, un encargo hecho a Dorfman desde Japón, cuenta con el defecto de estar planteada con el objetivo de colocar las emociones por delante de la reflexión profunda. Así se comprueba por la interpretación de energía incontenible de José Luis Torrijo, el ejemplo más clarificador. Su irrupción en escena, todo un homenaje al cine ochentero extraplanetario de Spielberg, y la estruendosa compañía de un sonido de decibelios revolucionados, dotan al conjunto de un surrealismo estrambótico en la línea menos provocadora de Ionèsco que vale para difuminar la pertinente lectura de corte sociológico y político y distanciarse del realismo.

La obra va adquiriendo una tonalidad íntima en claro contraste con la aspereza inicial que aglutinaba situación bélica perpetuada y personajes frágiles que resisten a duras penas en esa territorio indefinible que ya retratara con ánimo de denuncia explícita Danis Tanovic en la película 'En tierra de nadie' (2000). A ese cambio progresivo, la evolución de una situación enquistada a otra imprevista, le falta, no obstante, sutileza. A diferencia de ‘La muerte y la doncella’, las intenciones de la dirección reducen el potencial dramático, afectado por un registro tragicómico con mayor apego por la segunda parte del término. Baja el listón de esas pretensiones de teatro de autor y político al que es tan proclive Dorfman para colocarse a ras de tierra, a un nivel lacrimógeno melodramático. Así, y lo consigue, gana empaque al potenciar la empatía colectiva con el dolor de una madre que debe asumir la peor de las realidades, toda una declaración de intenciones. Y ahí sí que no hay sonrisas que valgan, haya o no fronteras.

miércoles, 25 de febrero de 2009

'5 PIEZAS PARA TOMAR CAFÉ'. Cortado de amor


'5 piezas para tomar café'

Género: Danza contemporánea
Dramaturgia y adaptación: Coral Troncoso y Nicolás Rambaud
Compañía: Megaló Teatro
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 21 de febrero de 2009


De momento, se desconocen las propiedades afrodisíacas del café. Sí otras de distinto efecto, básicamente relacionadas con su condición de estimulante y, en menor grado, con la gustativa y terapéutica. No vale en estos análisis científicos confundir lo primero con el factor del estímulo, reducido a cantidades inferiores en el caso del café al entrar en comparación con otras bebidas de mayor recorrido nocturno. En ‘5 piezas para tomar café’, la bebida que se sirve actúa como un flechazo ‘cupidiano’ directo al corazón. En todos los sentidos, no aplicable exclusivamente al capítulo romántico. Viene caliente y en vaso de porcelana diminuto el café que acompaña a esta propuesta de danza contemporánea, delicadeza de pequeño formato e intento similar al practicado hace unos años por la compañía vizcaína Markeliñe con ‘4 de corazones’, un montaje de semejantes pulsaciones y mayores miras.

Una cafetería de decoración minimalista opera de escenario en el que se sucede el quinteto de historias coreografiadas alrededor del amor, ese motor tantas veces gripado que impulsa el mundo. Son cinco micropiezas que totalizan una hora, de concepción sencilla y cuyo valor se somete al placer estético por encima de la relación entre la dramaturgia y las danzas. Megaló Teatro ha querido ofrecer un ramillete de perspectivas del amor, una visión multidimensional sin ánimo de ser definitiva, profundizar en exceso ni cubrir toda la superficie de posibilidades. Frentes que abre con sencillez, al servicio de coreografías montadas en pareja y en las que el tacto desarrolla un papel fundamental. El contacto, piel con piel, que incrementa la temperatura de la segunda de las piezas, la dominada por la pasión irrefrenable, sabe a café afrodisíaco de máxima calidad. Constituye una de las cimas del conjunto junto al potente arranque brindado por el flechazo, juego corporal y táctil de enorme belleza visual que deriva en una versión moderna de ‘La bella durmiente’. Menos limpias, no en cuanto a ejecución y sí en lo referente a empaque colectivo, quedan las coreografías que aproximan a ‘5 piezas para tomar café’ a un desenlace que realmente es inexistente.

El espacio escénico se desnuda para cada una de esas coreografías prácticamente mudas diseñadas por Coral Troncoso y Nicolás Rambaud, arrinconando el posible aprovechamiento de la cafetería. Producción mínima, todo queda en manos del reparto y de cómo desde el despliegue corporal, con la ayuda de una tercera protagonista, una banda sonora elegida con un olfato sensible y un oído melómano, el quinteto de bailarines se arroja a la misión de realizar una aproximación a algo tan intangible como el amor. Estimulante, aunque tramitada en una dosis –demasiado- exigua, la equivalencia a un cortado servido con mimo.

lunes, 23 de febrero de 2009

'DÍAS MEJORES'. Crisis colateral


'Días mejores'

Autor: Richard Dresser
Director: Àlex Rigola
Producción: Teatro de La Abadía
Escenario: Teatro de La Abadía (Madrid). 15 de febrero de 2009


Cada estreno de Álex Rigola conlleva una justificada dosis de expectación. El director barcelonés se encuentra cómodo en la situación, habituado a retorcer textos, exprimirlos y conducirlos a ese terreno en el que imprime su sello, una forma de asimilar la actividad teatral que le distingue de otros compañeros. Ejercicios de estilo intransferible definidos por argumentos llevados al límite y traducidos ya en el escenario como una suma de lenguajes estéticos reforzada desde la trinchera de lo expresivo. Para adornarse en esa tarea precisa de textos que contengan emociones fuertes. Materiales combustibles que precisen de una mano, la suya, que los haga estallar. El norteamericano Richard Dresser es el autor de ‘Días mejores', obra adherida a tesis antisistema, derivada de una etapa de depresión económica determinada, los 80 estadounidenses. El paralelismo con la situación que en la actualidad azota a medio mundo se codifica al instante. Todo en bandeja y dispuesto, entonces, para ser amasado por esa poderosa maquinaria manejada por Rigola, que en 2000 ya había trabajado sobre otro texto de Dresser, ‘Un golpe bajo'.

‘Días mejores' extiende ese sentimiento globalizado de desolación económica y moral sobre unos personajes perdidos que deambulan por un contexto que ya les ha superado. Una pandilla de zombis devorada por la realidad de un sistema que no les admite. La obra transcurre en el interior de una casa destartalada, aunque la verdadera revolución se vive en el exterior, rotas las normas de convivencia cuando el sistema se derrumba. Los perros se han convertido en los dueños de la calle, una de las mejores metáforas que arroja ‘Días mejores' desde esa ambientación opresiva ya descrita. Hay otras llevadas al paroxismo y no por ello menos corrosivas, como aquellas que tienen que ver con ese disparatado frenesí sexual que empieza con la masturbación compulsiva de la jovenzuela del grupo y culmina en una orgía ‘hamburguesada'. Imágenes excesivas, aunque se detecte en la dirección un ligero grado de contención no advertido en otras producciones de parecidos códigos.

Lejos de detenerse y reflexionar, los protagonistas de ‘Días mejores', representantes de una sociedad enferma, actúan sin tener en cuenta las consecuencias. Movimiento continuo desde una estética cercana a videojuegos atolondrados como ‘State of emergency'. Acelerada desde el inicio, la puesta en escena sólo se ralentiza con la inclusión de una subtrama pseudoreligiosa que termina por apropiarse en exclusiva del significado, sentido e intención del montaje. Ray, uno de esos personajes sin pasado, escucha voces. Un detalle que le convertirá en la esperanza del resto, un nuevo mesías del que el autor se vale para reflexionar sobre el alto grado de expectativas que la humanidad deposita en una fe extraterrenal para escapar psicológicamente de los peores trances.

A partir de esa toma de decisiones, Rigola maneja los resortes del texto aplicando un porcentaje casi equitativo al humor blando de tono ‘friki', una ironía apenas perceptible, una irremediable sombra trágica y el fichaje a última hora del surrealismo, esta vez con menos espacio reservado a la insolencia. El primer aspecto, en el que más hincapié se ha puesto, sale reforzado con la presencia de Tomás Pozzi, mafioso que no esconde el acento argentino y que se aplica con dedicación en la ingente tarea de reflotar el montaje desde el punto de vista humorístico. Hasta ahí, la monotonía del resto de la cuadrilla y la inexpresividad de sus sentimientos -las necesidades físicas imperan sobre las emocionales- conducían la obra por el filo del aburrimiento, a falta de sembrar algo de interés por lo que pudiera sucederles en el futuro.

Las intenciones de Dresser de esbozar un retrato de una generación tan indefensa como perdida y sometida a los caprichos de un sistema sin lógica, reposan en un lugar indeterminado, en una nebulosa impuesta por la indefinición de los protagonistas. Se hace complicada la búsqueda del posible nivel de identificación entre esos personajes y los que están padeciendo en mayor grado la crisis actual. No es imprescindible calibrar esa equivalencia, pero cuando la realidad, por menos visceral que parezca, supera lo escénico, no queda más remedio que afirmar que la denuncia que sobrevuela el texto de Dresser se queda escondida en los laterales.

sábado, 21 de febrero de 2009

MEMORIA DE UN SUEÑO ROTO

REPORTAJE. DEPORTES


MEMORIA DE UN SUEÑO ROTO

Un 30 de junio de hace quince años expiró el plazo fijado para que el CB Guadalajara cumpliese los requisitos para formalizar el ascenso a la ACB. El club morado se hizo acreedor en 1993 por motivos deportivos de una plaza en la máxima categoría del baloncesto nacional. Los económicos dijeron lo contrario. Finalmente y tras una carrera contrarreloj, Guadalajara se quedó sin ascenso. La entidad inició así una travesía por el desierto de las categorías menores del baloncesto federado que se prolonga hasta la actualidad. La onomástica, tres lustros, rescata un episodio imborrable del deporte alcarreño. La memoria de un sueño roto.


“¡No se la paséis a Perry! ¡A Perry no!”. Ángel González Jareño se desgañitaba en la banda. El técnico del CB Guadalajara daba órdenes frenéticamente, consciente de la trascendencia de lo que estaba a punto de fraguarse. Imposible quedarse inmóvil. “¡A Perry no!”, bramaba, ya con la chaqueta desvanecida sobre una silla del banquillo. El Caja Bilbao presionaba a toda cancha en un intento desesperado por recortar distancias. ‘El Gordo’, José Luis Sánchez Burgués, acababa de clavar un triple fundamental desde siete metros. Un mazazo moral para los bilbaínos. La imagen pertenece al cuarto partido de la semifinal de Primera División, temporada 92/93. El ascenso a la ACB, dominada en aquel periodo por Arvydas Sabonis, pertenecía al equipo alcarreño. Le costaba, pero Jareño no perdía la compostura. La bocina final sonó y la purpurina morada estalló en La Casilla. El CB Guadalajara alcanzaba el cielo, la ACB. A Perry Carter, musculoso pívot que apenas superaba el 50 por ciento en los tiros libres, no le hicieron falta.

Hace quince años Guadalajara aspiraba a la ACB. Un convenio con el Real Madrid auspiciado por un mandatario sagaz en los despachos, Juan Manuel Hueli, posibilitó que el equipo alcarreño rozara la gloria. El CB Guadalajara armó una escuadra que todavía permanece en la memoria de los aficionados al baloncesto que resisten a la ley del puntapié. El Polideportivo San José la recuerda de forma simbólica. Un póster con la plantilla de la temporada 92/93 cuelga de una de las paredes del pabellón, escoltado por otros destellos nostálgicos, como las fotografías de un longilíneo Pau Gasol en edad júnior y otras que recuerdan la visita de la Jugoplastika de Split. De aquella histórica plantilla morada, sólo Ignacio Castellanos sigue en activo batallando en las zonas del grupo centro de la Liga EBA, la quinta categoría del baloncesto nacional. Un peldaño por encima se coloca el CB Guadalajara, amparado por la constructora Rayet. El rival derrotado aquel 13 de junio de 1993, el Caja Bilbao, dejó la sucursal bancaria y se puso en manos de una promotora inmobiliaria, Iurbentia. Hoy milita en la ACB y la próxima temporada jugará competición europea. Las travesuras del destino.

La actualidad contrasta con aquella temporada 92/93. Una ciudad volcada con el baloncesto y una plantilla que fue creyendo paulatinamente en sus posibilidades establecieron una alianza que desembocó primero en catarsis y después en decepción. La memoria de un sueño roto que quince años después no se ha podido recomponer. “Al año siguiente empezó el declive del baloncesto en Guadalajara”, sentencia Roberto Bustamante, jugador en 1992 y directivo en la actualidad. “El no ascender destruyó todas las ilusiones del aficionado”, sentencia hoy Jareño, a punto de firmar como asistente de Manel Comas en el Cajasol Sevilla de ACB.

Desde el principio, todo apuntaba a que iba a ser un año diferente. Basta un ejemplo para ilustrarlo. El CB Guadalajara disputó en pretemporada un partido con el Real Madrid. En teoría, dos equipos afines. Aspirantes contra consagrados. Un amistoso. Pura apariencia. El joven pívot local Martín Ferrer y el base madridista Antúnez fueron descalificados por agresión mutua. Perry Carter desquició al habitualmente tranquilo Ricky Brown. El Guadalajara rozó la sorpresa. Había hambre de triunfos. Bustamante pulsa sobre una de las claves: “Éramos un equipo extremadamente competitivo. Los entrenamientos eran brutales, había sangre”. Una mezcla explosiva de juventud y experiencia. “Aquel equipo fue maravilloso”, recuerda Jareño. “Todos queríamos jugar. Fuera de la cancha éramos muy buenas personas y dentro todo lo contrario. En el campo éramos un polvorín”, detalla Bustamante, que no cobró los dos últimos meses. “Y todavía no me los pagaron…”, asegura con una sonrisa.

Jareño, joven técnico procedente del Real Madrid, había sustituido a Chuchi Carreras. Con el entrenador llegaron de la capital José Manuel Silva, David Brabender –hijo de Wayne-, Ricardo Peral y Álvaro Écija, que se sumaron a Jerónimo Bucero y Nacho Castellanos. Faltaba el americano. El día que Perry Carter se asomó por los vestuarios del San José más de uno se asustó. “Era una montaña de músculos”, le recuerda Bustamante. Don Leventhal, veterano analista de la NBA, le definió tras su paso por la Universidad de Ohio como “un Karl Malone en miniatura”. Una ganga en todo caso. Una condición imprescindible, puesto que el club acumulaba una deuda de 35 millones de pesetas que todavía hoy se paga. Las consecuencias de un éxito no consumado.

El equipo, que partía con la intención de ocupar uno de los diez primeros puestos que daban acceso al play-off, inició el campeonato a un ritmo fortísimo. Seis victorias consecutivas, una racha que quebró el Montehuelva. Con Brabender a los mandos, el Guadalajara deslumbraba. Coleccionó marcadores centenarios y promocionó a valores como Ricardo Peral, un introvertido ala-pívot de apeñas 20 años al que los especialistas auguraban un futuro en la NBA. "Era todo un espectáculo. Botaba como un base, tiraba, hacía mates… Todo como si fuera lo más sencillo del mundo", señala Bustamante. Acabó liderando la primera vuelta, perseguido por el Caja Bilbao. Hueli habló entonces por vez primera del ascenso, “una meta, por utópica que sea”. La ilusión prendió en la plantilla y la afición.

La segunda vuelta arrancó con malas noticias en forma de lesiones. “Parecemos un hospital andante”, sentenció Jareño. La plantilla se resintió y llegaron derrotas dolorosas como la registrada ante el colista Alcalá. El técnico, 32 años, dio un paso al frente y aplicó una de sus máximas: “No dramatizo las derrotas al igual que no exagero las victorias”. El fichaje de Guillem Coll supuso un revulsivo y el equipo finalizó el campeonato como líder con 21 victorias y 7 derrotas de una competitiva categoría habitada por jugadores veteranos, ex ACB y extranjeros del caché de Radunovic, Shaun Vandiver y Wayne Robinson.

Tras una irregular segunda fase, el Guadalajara se cruzó con el Askatuak de Óscar Roche, ex de la casa. La eliminatoria se solventó por la vía rápida. La tensión se apoderó del siguiente cruce contra el Caja Bilbao. El Guadalajara aseguró los partidos caseros con un San José a reventar, 1.800 espectadores en las gradas. Desde Bilbao se calentó la eliminatoria. Joan Llaneza, técnico de los vascos, aseguró que Hueli era “el jugador más peligroso” por sus relaciones federativas. Un pésimo encuentro de los morados puso el 2-1. Finalmente, el 13 de junio de 1993 el CB Guadalajara materializaba el ascenso. El pospartido quedó duchado de anécdotas como los puntos de sutura que necesitó la ceja de Bustamante tras un brindis etílico y el relato de cómo Brabender desestabilizó al base rival. “Le decía que tirara, que no metía ni una”, rememora Hueli, ya totalmente desvinculado del baloncesto y que en la actualidad ocupa un cargo de importancia en el Consejo Superior de Deportes. Quinientos kilómetros de norte a centro, la capital alcarreña estallaba de alegría. Como todo lo bueno, duró poco.

La ACB lo puso difícil desde el primer momento. Fijó un plazo, el 30 de junio, para que el club cumpliese unas condiciones leoninas. Inaccesibles la mayoría, como el pago de un canon de 400 millones más IVA. Las reuniones se fueron sucediendo con la misma rapidez con que el pesimismo iba embargando a los más optimistas. “Fue lo peor, una frustración enorme”, aporta Jareño. Hueli lo vivió desde el despacho: “Hicimos lo que pudimos, que se sepa. Lo que nos pedían era una burrada, un impuesto revolucionario”. El otro ascendido en la cancha, el Cornellà –ganó al Guadalajara en una intranscendente final mutilada por las ausencias-, tampoco pudo franquear la barrera económica.

A esta situación de desconcierto se sumó el anuncio de la marcha de Hueli al Salamanca tras 19 años al frente del Guadalajara. “Fue una desilusión, por eso me marché”. El club quedó descabezado y a la deriva, rescatado por una comisión gestora. El 30 de junio expiró el plazo de la Federación. El sueño se desvaneció y el Guadalajara renovó presencia en la Primera Nacional, con una plantilla totalmente remozada. El inicio de una caída en picado que aún dura. En eso coinciden los implicados. Hoy todo aquello no es más que un recuerdo, “una de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida”, dice Jareño. “Quisimos vivir por encima de lo que podíamos, un error”, se autoinculpa Hueli, una figura que todavía suscita en la actualidad opiniones contradictorias en los foros de debate del deporte alcarreño. La historia defiende su gestión. Cogió al equipo en Tercera a principios de los 70 y lo aupó hasta acariciar la ACB. El presente le recuerda desde un prisma diferente. El CB Guadalajara aún paga los excesos económicos que permitieron disfrutar de jugadores como el mastodóntico Thachenko, el carismático Leonard Allen o los internacionales Ismael Santos y José Lasa, y de temporadas como la añorada 92/93, condenada a perpetuidad a ser reconocida como la del ascenso frustrado.

Los jugadores hicieron caso a Jareño aquella noche del 13 de junio de 1993 en La Casilla. A Carter no le pasaron el balón y José Luis Sánchez Burgués anotó un triple descomunal de siete metros. Obedecieron, aunque desconocían que hubiera dado igual incumplir las órdenes. El sueño, lamentablemente, ya estaba roto.

viernes, 20 de febrero de 2009

'SABIOND@S'. Acné y arroba


'Sabiond@s'

Autor: Molière
Dirección: Jesús Salgado
Compañía: Teatro del Duende
Escenario: Teatro La Galera (Alcalá de Henares). 8 de febrero de 2009


La rumorología de los círculos literarios gana tamaño a lo ancho para ser adoptada por el reinado de los géneros. Desde Francia aumentan de decibelios las voces que desautorizan a Molière, intocable en otros tiempos. Diferentes estudios comparativos le acusan de no ser el autor de las obras más destacadas de su repertorio. Teniendo en cuenta, aunque sea mínimamente, estas sospechas, de las que no se ha librado ni Shakespeare, el análisis de ‘Las mujeres sabias', dejando un lado el aroma misógino que la perfuma, sería un monumento a la hipocresía.

En este texto, llevado a escena desde la juventud por la compañía madrileña Teatro del Duende bajo la traducción de ‘Sabiond@s' -incluida esa arroba como ineficaz crema suavizante-, Molière carga las tintas y la frustración social que envenenaba sus pensamientos contra los integrantes de esa opereta denominada vida literaria, aquellos escritores de vida alegre más empeñados en presumir ante los compañeros y seducir a las incautas que en desarrollar el instinto creativo. Una crítica directa y nada sutil hacia esa pedantería ilustrada, resuelta desde un ángulo unidimensional y moralizante con sentencias que escuchadas hoy resultan anacrónicas. Un rechazo a la acumulación de conocimientos que se hace criticable llegado el desenlace, cuando los dardos apuntaban de antemano a todos esos artistas -y críticos- que adoran presumir de musculatura cultural.

Teatro del Duende se ha acercado a esta obra de Molière desde el respeto reverencial. Lo demuestra la lógica que impera dentro de la secuencialidad de las escenas, unas interpretaciones adaptadas a los rasgos costumbristas de los personajes y una dirección que va a lo seguro. El planteamiento pasa por una recreación fiel del contexto, la Francia palaciega del siglo XVII. La iluminación cubre por completo las reducidas dimensiones del escenario de La Galera y el vestuario ya define una época, por delante del ámbito dialéctico. La obra se configura así desde el equilibrio, con interpretaciones ajustadas a la estética de la exageración, la lectura que precisa lo que no deja de ser una pataleta característica del artista rechazado por las altas esferas de la cultura.

Tampoco daba para alardes el sencillo argumento de esta obra, el modo en el que la hipocresía y los aires de grandeza de tres mujeres se interpone entre dos enamorados sin otras aspiraciones que disfrutar de los placeres de la vida, aunque sí se le puede achacar a la puesta en escena una frialdad impropia de los arrebatos juveniles y que no suele ser el sello de las adaptaciones de Molière. El kilométrico reparto cumple con lo exigido. El rodaje de la función, todavía en periodo inicial, irá incrementando el nivel de ese apartado, en el que la balanza queda del lado de las actrices femeninas, roles mejor perfilados y peor parados socialmente -aunque la arroba trate de dulcificarlo- desde la pluma del irreverente autor francés, que los masculinos.

Esa falta de empuje deja a ‘Sabiond@s' en un lugar incomunicado, entre la comicidad, la crítica social y la ironía. Con este montaje estéticamente apreciable y trabajado con esfuerzo del primer al último minuto, Teatro del Duende se adentra en el universo tan explorado del dramaturgo francés, lamentando esa falta de identidad que lo pudiera distinguir de otros productos que, de peor calidad, sí han dado un paso al frente en conceptos tan determinantes en los clásicos como la imaginación. Como la que siguen manifestando, al menos hasta que lo demuestren por completo, por aquellos que cuatro siglos después siguen dudando del genio creador del autor francés.

martes, 10 de febrero de 2009

'EL GORDO Y EL FLACO'. Medida al peso


'El Gordo y el Flaco'

Autor: Juan Mayorga
Dirección: Carlos Marchena
Reparto: Victor Duplá y Luis Moreno
Escenario: Corral de Comedias. 7 de febrero de 2009


Hay que dejar a un lado a Laurel y Hardy. ‘El Gordo y el Flaco’ acelera hasta sobrepasar la intensa biografía a pares escrita por dos cómicos hoy instalados en el Olimpo del género. El texto de Juan Mayorga prefiere otros derroteros antes que el deleite melancólico. Las figuras opuestas de Laurel y Hardy valen para desencadenar un temporal de guiños cinematográficos en blanco y negro y de afilado instinto teatral. La distinción la otorga la segunda línea de lectura, la realmente genuina y que deja atrás el espíritu básico de la comedia. La da la conjunción que une a ambos personajes. La ‘y’ que les enlaza, fuente de la discordia. Otra demostración de que uno más uno a veces no suma uno, la vida en pareja como anulación de la individualidad.

Mayorga escribió ‘El Gordo y el Flaco’ hace ocho años, cuando los focos del gran público no le habían alumbrado. El reconocimiento vendría más tarde. El autor madrileño pone al descubierto la miseria profesional a la que se han visto abocados dos artistas venidos a menos. Gajes del oficio, las taras físicas que les dieron la popularidad se han evaporado. Como las llamadas telefónicas que les requieren para nuevos proyectos. El gordo ya no luce figura oronda y camufla la ausencia de kilos con una tripa simulada. El flaco se ha dejado llevar por la seducción de las calorías, al estilo de esos futbolistas ya de retirada que en unos meses crecen desproporcionadamente a lo ancho. Recluidos en una habitación de un hotel que hospeda a otros jubilados fílmicos de relumbrón, aguardan a que el reconocimiento vuelva a llamar a la puerta. Tiempos mejores, mientras esconden los recuerdos debajo del único mobiliario de la estancia, la cama. Una asfixiante atmósfera ‘godotiana’, con dos personajes sumidos en una tensa espera, que estallará por el flanco más débil, el único capaz de cuestionar el rumbo de una vida apresada por la rutina y abocada irremediablemente a alimentarse de la nostalgia.

‘El Gordo y el Flaco’ enmascara la amargura de esa relación de pareja rota -inteligentemente no precisa nada más- con un fino humor potenciado desde la dirección. Es un texto que exigía un plus de la interpretación, una conexión que sacara a la luz el potencial de una figura tan frágil como la del cómico que llora en la intimidad. Víctor Duplá y Luis Moreno llevan lo escrito a otra dimensión. Ya en el inicio exhiben un arsenal de humor gestual y de técnica clown para ser guardado en la memoria. El estallido del conflicto se fiará a Moreno, que garantiza risas y tristeza, todo contradicción. Entre un despliegue interpretativo de tal nivel, Mayorga pone sobre el tapete sus habituales juegos narrativos, introduciendo teorías heredadas por formación –en este caso matemáticas- que, al contrario que en otras ocasiones –el acertijo filosófico de ‘La paz perpetua’-, no desvían la atención. No se advierten tampoco licencias gratuitas de cara al espectador potencial. Todo se mueve bajo los mismos parámetros, una maquinaria precisa con el deseo de seducir desde la amargura de una pareja en descomposición y dibujar una sonrisa con la coreografía cómica aportada por el reparto. En dura pugna, la densidad invisible del argumento acaba por ganar la partida al apartado visual.

Entre los protagonistas se establece un endiablado duelo dialéctico y gestual deliciosamente sutil en el que Mayorga deja su impronta. Las personalidades quedan definidas desde el detalle y la oposición. A la inversa de la realidad, el gordo aparece como el miembro que domina la relación, con una personalidad dictatorial e inmovilista. La debilidad la pone el flaco, de cuya evolución y de la credibilidad que le proporcione el actor depende en buena medida el éxito del planteamiento de la función. Como esa relación a la baja aparece perfectamente graduada, salvando algún desliz que enturbia el epílogo como ese recorrido chulesco por un pasillo al descubierto, el resultado no deja de ser óptimo. Una obra elegante, con guiños por descubrir y rebosante de realidad, medida al peso exacto.

martes, 27 de enero de 2009

'MEJORCITA DE LO MÍO'. Pesimistas al pasillo


'Mejorcita de lo mío'

Autor: Pilar Gómez y Fernando Soto
Reparto: Pilar Gómez
Compañía: La Escapista Teatro
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 24 de enero de 2009


Entre el pesar de una realidad asfixiante y la negrura del futuro desesperanzador voceado desde tribunas mediáticas y económicas, resiste un agujero por el que pasa aire no contaminado y suena una almibarada melodía relajante. Lo ha abierto ‘Mejorcita de lo mío’, espectáculo acunado por el término ‘revelación’ allí donde se ha representado, un mapa que ya colorea la mayor parte del país. Admitidos los antecedentes, la manifiestamente arrebatadora fórmula de la compañía La Escapista funciona bajo el uso de unos ingredientes tocados por la varita de la sencillez: actriz enérgica de registros ilimitados da voz y vida a un texto disperso que acelera a base de humor de efecto calculado y se ralentiza con la activación de profundas disquisiciones poéticas. La mecha la enciende uno de los interrogantes irresolubles de la naturaleza, aquel que apela a la propia esencia del ser humano, sometido artísticamente a todo tipo de tratamientos: ¿Quiénes somos realmente?

A la búsqueda de una respuesta convincente se arroja Pilar Gómez en este soliloquio que hace del ‘buenrollismo’ el arma más efectiva. Un porcentaje elevado del éxito de productos de estas características, valga cualquier tipología, se atribuye al trabajo del actor. En ese caso, Gómez sale bien parada en este agotador ‘tour de force’ antidepresivo de estética ‘hippie’ setentera que trata de demostrar que una sonrisa es capaz de tapar la peor de las desgracias a las que puede someter la vida real. Un mensaje sensiblero que lleva a la inquietud (“aunque la vida me trate mal nunca levantaré un falso testimonio contra la vida”) al dejar fuera de sitio a las almas atormentadas, a aquellos perdedores de espíritu que todavía no están radicalizados y ven lejana la rendición, en una definición apropiada del escritor Javier Cercás.

El mayor reproche, y a la vez puede que el mejor elogio, que se hace a ‘Mejorcita de lo mío’ es su capacidad de quitar trascendencia a todo lo que debería tenerla, sin ofrecer motivos para que así sea. La maratón interpretativa de Pilar Gómez, apabullante excepto cuando tira de la estética de la exageración rompiendo así el supuesto código realista y poético de la función, se pone muy encima de todo lo que expresa, supera a un texto de corto alcance y demasiado disperso en escenas que plantean continuos cambios genéricos y en las que no se percibe conexión.

El conjunto dibuja un perfil irregular, una alternancia de situaciones que van desde lo emocionante a lo anecdótico. Un caso singular es la conversación mantenida en un bar por la protagonista con un hombre situado fuera de plano. Ante el jolgorio generalizado se desarrolla un diálogo a dos bandas de contenido íntimo que acabará a voces. Representativo, del encanto a la incomodidad. A veces la incesante búsqueda de la risa, aunque nazca de la improvisación y se escude en un intérprete de oficio, no justifica decisiones de ese tipo, pese a que tanto el monólogo como el soliloquio ya despierten de antemano en el espectador esa predisposición positiva tan propia de la comedia. Una actitud indiferente a la posibilidad de escuchar dolorosas verdades como puños.

Cuando la poética se adueña de la función, ‘Mejorcita de lo mío’, atada a una vibrante interpretación que da todo y más, sube ligeramente su cotización. Son contados esos trallazos de desgarro, ocultos entre una sólida capa de felicidad de acceso prohibido a los pesimistas. En todo caso, buen rollo el que regala a lo largo de poco más de una hora un montaje hecho para iluminar sonrisas en territorios ya conquistados, un matiz, lo último, importante.

sábado, 24 de enero de 2009

'CARTAS DE AMOR A STALIN'. La fragilidad del artista


'Cartas de amor a Stalin'

Autor: Juan Mayorga
Dirección: Helena Pimenta
Compañía: Ur Teatro
Escenario: Teatro Pradillo (Madrid). 21 de enero de 2009


El valor de ‘Cartas de amor a Stalin’ una década después de su estreno se mantiene intacto. El texto, que no ha perdido vigencia, detalla la complejidad de las relaciones entre el artista y el poder, una cooperación que ambos estamentos detestan y al mismo tiempo precisan para subsistir en las mejores condiciones. Ur Teatro, compañía afín a los planteamientos éticos de Juan Mayorga, se ha adjudicado la misión de poner en escena de la forma más ligera posible un texto machacón y denso que puede llegar a avasallar por su manifiesta complejidad. Un teatro de tesis, muy diferente del que suele proceder de la nueva dramaturgia española y que privilegia la palabra sobre otros asuntos de identidad estética.

La quebradiza moral del artista en relación al proceso creativo y al entramado emocional que le rodea figura en primera línea de las cuestiones abordadas por este drama, salpicado de reminiscencias históricas que logran trascender y saltar al plano de la actualidad. Cegado por la censura, Mijail Bulgákov, escritor de éxito en la Rusia incipiente del siglo XX, decide escribir una carta a la instancia suprema para resolver una situación que le atormenta. Una enigmática llamada telefónica interrumpida en el instante decisivo detonará sus expectativas. La esperanza inicial de recobrar la estabilidad va dejando paso a la disconformidad, la queja, el desengaño y finalmente la locura, un proceso de descomposición que se asemeja al vivido a gran escala por la sociedad rusa durante el estalinismo.

El artista se sitúa en medio de dos corrientes, la sentimental y la profesional, que tratan de arrastrarlo al lugar que más les conviene. No será un mero títere, puesto que de la resistencia inicial a los métodos represivos pasará al coqueteo y la necesidad del halago por parte del poder. El orgullo y la vanidad del artista quedan al descubierto, en paralelo a la ‘sabiniana’ caza del texto perfecto, la utopía de todo autor. La dicotomía se observa tras quedar relegado a los márgenes el plano sentimental representado por la mujer del artista, la única que se empeña en rescatar de las tinieblas la torturada conciencia del creador. El vértice más débil del triángulo que compone ‘Cartas de amor a Stalin’, el amor, el único visto con sinceridad y a salvo de la sinrazón.

El estatismo del texto, alineado entre las continuas reiteraciones de un mismo mensaje y las largas parrafadas expuestas por la lectura de las cartas que el dramaturgo remite a Stalin, no deja lugar a la incertidumbre. El gran objetivo de Ur Teatro pasaba por minimizar esa trascendencia y apoyarla sobre una puesta en escena más móvil, que restara solemnidad a un tema que la derrocha a raudales. Como ya sucediera con ‘El chico de la última fila’, la imaginación de Helena Pimenta salva el inconveniente de una obra de ideas huracanadas. ‘Cartas de amor a Stalin’ gana en ese terreno con la aparición del personaje del dictador ruso. La escenografía, sencilla y a base de elementos de época, se quita los corsés y el espacio se ensancha. La construcción hecha por Ramón Barea, rígida y cercana al estereotipo de un mandamás todopoderoso en un principio y satírica, casi bufonesca, en el desenlace, contribuye a multiplicar la intensidad de la función. Un personaje símbolo, el diablo en combate con el ángel, aunque no lleguen a cruzarse. Un dictador humanizado desde el mal, otro ser quebradizo que necesita la cultura como coartada moral para legitimar y reforzar su soberanía, aunque haya que esculpirla en beneficio del sistema. En esa delgada línea de contrastes se maneja el creador, que pide libertad al tiempo que se vanagloria de contar con el incondicional apoyo del ser más poderoso del país.

El Bulgákov real no superó aquella tormentosa relación. Apenas pudo dejar otros destellos de calidad a añadir a una trayectoria destacable. El personaje escénico no podía ser menos, arrastrado al pozo del silencio y la indignidad, el peor de los males de un escritor. La profesión convertida en una condena. En otro detalle rescatable que respalda esta involución anímica, la luz que ilumina el despacho del dramaturgo se difumina lentamente hasta quedar sumido casi en las tinieblas, como una especie de sala de torturas.

‘Cartas de amor a Stalin’ constata que Juan Mayorga ha encontrado en Ur Teatro un vehículo idóneo para dinamizar y aligerar la densidad de sus textos, un soporte en el que apoyar el torbellino de ideas, análisis y mensajes comunes a la dramaturgia del madrileño. El trabajo de la compañía reafirma la vertiente escénica del libreto, al que añade como principal novedad la potenciación del rol de Stalin, que se mueve en un plano superior al fantasmagórico, añadiendo la tan necesaria dosis de teatralidad que requiere una obra de estas características. Otro lujo con sello propio.

miércoles, 21 de enero de 2009

'LA CARRETERA'. Cormac McCarthy




CRÍTICA LITERARIA

Obra: 'La carretera'
Autor: Cormac McCarthy
Editorial: Mondadori
Género: Narrativa. Ciencia-ficción
Año: 2007



OPERACIÓN DE DESGASTE

Cuando la todopoderosa Oprah Winfrey puso ‘La carretera' dentro del ‘Club de libros' de su programa, saltaron las alarmas entre los popes de la crítica especializada. Literatura trabajada letra a letra y situada en la parte que más luce del escaparate mediático junto a artefactos puramente industriales, al mismo nivel de best sellers que es mejor no pronunciar. No ocurrió nada relevante, al menos que se tenga constancia. Lo único, que ‘La carretera' abandonó terrenos que lindan con la marginalidad del escritor huraño e incomprendido para situarse en otra esfera, al alcance de otro lector. De paso, y lo más trascendente de este suceso, alumbró definitivamente a un novelista diferente, de esos capaces de provocar un sentimiento de orfandad al dejar de leer uno de sus libros, como es el caso.

Tras notables antecedentes como ‘Meridianos de sangre' y ‘No es país para viejos', que pusieron de relieve a base de sangre y violencia la pervivencia literaria del western, ‘La carretera' hace cumbre dentro de la trayectoria, a veces tan criticable por su irregularidad, de McCarthy. Por delante se coloca una novela corta que comprime en poco más de 200 páginas un relato asfixiante que no entiende de relajación y que se paladea desde dentro. McCarthy apura hasta el límite su particular estilo, diálogos efímeros que se clavan como estacas en el hielo y descripciones milimétricas que diseñan un cuadro a medida. Una prosa lenta e imparable, que avasalla al lector y supera los obstáculos propios de un argumento ubicado en la ciencia-ficción apocalíptica. Una exigente operación de desgaste ante la que no queda otra que rendirse, dada la brillantez de los recursos empleados, sintetizados en el modélico epílogo, de los que dejan huella.

Acude argumentalmente el escritor norteamericano a una de las pesadillas recurrentes del ciudadano medio del país, un cataclismo, probablemente de origen nuclear, que ha dejado a la atmósfera huérfana de vida. Quedan pocos supervivientes. A dos de ellos se aferra McCarthy para desencadenar los acontecimientos, un padre y su hijo de ocho años, en medio de un viaje a la nada, vagabundeando como condenados a muerte por paisajes muertos y desprovistos de algo que tenga que ver con el movimiento. El autor cubre ese vacío ambiental tan típico del western, una barrera insalvable en una primera lectura, de manera prodigiosa. Desliza con tanta suavidad como contundencia una imitación monocromática de la realidad, un escenario entre el gris, el blanco y el negro que se escucha, suena y golpea melódicamente a pesar del silencio que sale de una ambientación estática y sorda. Un lugar donde la moral no existe, con la muerte al acecho y en el que la única opción posible para los personajes es avanzar, por encima de sus necesidades internas. ‘La carretera', como ‘No es país para viejos', retoma y actualiza así las normas de conducta del género del western. Dos personajes cruzando el desierto, expectantes ante posibles ataques, héroes sin percepción de serlo rodeados de forajidos a los que no pueden poner nombre.

Lecturas morales al margen, que sin duda constituyen un filón, ‘La carretera' sobrepone un término al resto. Es la esperanza. La única guía que mueve al padre en ese camino hacia la nada, un monótono caminar salpicado de puntuales encuentros con otros humanos fantasmagóricos, supervivientes de un algo indescifrable. Nuevamente el hombre solo ante la adversidad, como escribió Borges. El pasado apenas importa, y menos el presente. Todo, las exhaustas descripciones y la actitud de los protagonistas y del resto de habitantes de la nada, encierra un sentido simbólico más lejos de todo elemento referencial. El narrador se pone por encima de los análisis individuales, desecha la entrada en el terreno psicológico para dejar esa labor al lector. Mira desde arriba, como un ser todopoderoso que manipula a su antojo a ese reducto de humanidad despojada de casi todo. Excepto un puñado de incursiones oníricas que despejan mínimas dudas sobre el pasado de los protagonistas, el relato se ciñe a la ambigüedad de las acciones descritas.

‘La carretera' duele por la crudeza de las descripciones y por lo misteriosamente reales que se descubren reacciones tan humanas como la necesidad de comer. Provoca tensión por el peor de los miedos, el que se tiene a lo desconocido. Avanza con la lentitud del que sabe el lugar al que quiere ir a parar, y ahí todo se vuelve otra vez a la esperanza, por encima de la compleja relación paternofilial privilegiada por el autor, un fervor que no esconde. Lazos más allá de lo sanguíneo, unión indestructible que sólo puede interrumpir la esperanza en algo que no tiene nombre.

Para descubrir ese secreto tan bien guardado sólo hace falta sumergirse de lleno, sin temores, dentro de este cóctel de frases afiladas que perfilan un argumento que no precisa de ninguna explicación, porque ‘La carretera' se define mejor por lo que no es que por lo que es: una novela deslumbrante en medio de la oscuridad reinante, la mejor de las metáforas para describir los primeros compases del siglo XXI.

lunes, 12 de enero de 2009

'ARIZONA'. Vacaciones en la frontera


'Arizona'

Autor y dirección: Juan Carlos Rubio
Reparto: Aurora Sánchez, Alberto Delgado
Compañía: Mutis Producciones
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 10 de enero de 2009

Llevan un rifle de cazador y prismáticos ochenteros. Juegan al golf, aunque su ‘handicap’ no suele destacar. El empleo de la gorra es imprescindible y en su vestuario tampoco faltan el chaleco en el que guardan los dedales para ir a pescar y la camiseta con el logotipo de la universidad. Hecha la composición, la imaginación responde al instante con la imagen del típico dominguero enfermo de estupidez y henchido de orgullo al escuchar el himno de las barras y las estrellas Si encima, como es en este caso, se le bautiza como George, las piezas encajan. Así queda dibujado el perfil de los ‘Minute Man’ según Juan Carlos Rubio, autor y director de ‘Arizona’. Cuando todos pueden llevar rifle, y en el estado de Arizona la ley así lo indica, las distancias se estrechan y se difuminan, en detrimento de los estereotipos caricaturescos. Y ‘Arizona’ se ha quedado pegada a esos arquetipos, instalada en una lectura superficial que deja reducido al mínimo su impacto. Al nivel del entretenimiento, si así lo desea el espectador.

El asunto de los ‘Minute Man’, entidad que organiza patrullas fronterizas compuestas por voluntariosos civiles que operan entre los límites de Arizona (Estados Unidos) y México para avisar de cualquier sospecha de inmigración ilegal, no es nuevo como contenido artístico. El cortometrajista vasco Jon Garaño ya lo abordó con brillantez en ‘On the line’ (2007). El cineasta comprimía un argumento similar al de ‘Arizona’ en una docena de minutos. El montaje teatral necesita multiplicar por seis ese tiempo para quedarse en la misma casilla de inicio, dejando un surtido de opiniones demasiadas francas y sin espacio para la discusión. La clave ya la da el género, cercano al documental en el caso del cortometraje, tragicómico sobre las tablas. Una elección que en la puesta de escena de esta humilde producción se revela como un error, puesto que los protagonistas, uno de los afiliados a los ‘Minute Man’ y su esposa, pierden toda credibilidad al estar diseñados desde los extremos. Conductas casi enfermizas y robóticas que despojan de verismo a un tema que podría resultar francamente interesante.

Otro caso es el ritmo de la función, que en el tramo intermedio alcanza picos de máxima efectividad. Rubio aprovecha toda una gama de elementos sonoros para enriquecerlo, como la banda sonora para melómanos que sale del dial de un aparato de radio. El problema no se debe buscar en ese frente y si desde la trinchera del texto, débil por el lado cómico y cuya vertiente trágica, sintetizada en el desenlace, apenas hace mella. El único humor recuperable se deja en manos de la interpretación de Aurora Sánchez. Defiende lo mejor que puede, al igual que Alberto Delgado, un texto vaporoso e inestable, el mayor inconveniente a una obra que, por otro lado, satisface en el plano estético. El director gana por goleada en esta ocasión al autor.

De tratar por encima el asunto de la inmigración ilegal, ‘Arizona’ derrapa hasta llegar instalarse en una parcela imprevista, la de la locura irracional, al estilo ‘El resplandor’ de Stanley Kubrick. Un cambio de objetivo que coloca en un primer plano otro asunto demoledor que se lee por encima, el machismo retrógrado y la dependencia emocional. Todo en un mismo personaje, ese fanático de una pieza llamado George, cuyo conflicto interior, más allá de las molestias que le causa su despistadísima esposa, está lejos de ser material consistente. Poco importa que sea ‘Minute Man’ o no, lo único que vale y que demuestra es su infame habilidad con el gatillo de ese rifle que comparte hogar con los palos de golf.