martes, 28 de febrero de 2006

'HOOSIERS'. Otro baloncesto


CRÍTICA DE CINE (viejuno)

Cualquiera que se considere digno amante del baloncesto debe contar con 'Hoosiers' entre sus películas veneradas. La epopeya del equipo del ínfimo instituto Hickory de Indiana glorifica al género deportivo, tantas veces menospreciado por el cine.
'Hoosiers' es una película engrandecida por la historia que cuenta (un tanto alejada de lo que pasó en la realidad), por la fastuosa interpretación de Gene Hackman, por la inolvidable banda sonora y por el sudor que respiran las cuatro paredes del vestuario en el que convivían ocho heroicos jugadores. 'Hoosiers' transpira realidad. Es baloncesto de instituto, juvenil, en estado puro. Rememora una época lejana, los años 50, en la que el baloncesto era algo más que un deporte rodeado de billetes. Era el centro de la vida social y política del lugar en el que se practicaba. Viendo a los jugadores de Hossiers calzarse las míticas Converse All Star o lanzar los tiros libres a cuchara es complicado evitar la emoción. Es un cántico a la nostalgia, centrado esencialmente en el personaje que interpreta ese soberbio actor que es Gene Hackman.

'Hoosiers', hay que decirlo, es una película que ha envejecido a disgusto por diversos motivos. El baloncesto actual, con físicos privilegiados y poco creíbles, nada tiene que ver con el que se ve en la pantalla. También se ha perdido ese punto de dignidad, de honestidad amateur que albergaban todos los protagonistas de la hazaña. Nada que ver con el siglo XXI. Por desgracia, lo que es el guión de la película también se ha resentido con el paso de los años. Plagado de tópicos y mal finalizado, no deja de ser una oda a la superación personal, un valor del que se ha adueñado sin pedir permiso el cine norteamericano. Los personajes, quitando a ese Dennis Hooper machacado por el alcohol, son simples marionetas que caminan de la mano de David Anspaugh, un director de mediocre carrera que triunfó con una película inolvidable.

viernes, 24 de febrero de 2006

'BUENAS NOCHES Y BUENA SUERTE'. Periodismo y verdad (**)

CRÍTICA DE CINE

Una de las máximas del periodismo es la búsqueda de la verdad. El deber de cumplir una función social, de ejercer de contrapeso al implacable poder. Maniatado por los intereses económicos, los egos inflados, la soberbia y la mediocridad,el periodismo actual se ha olvidado de esa regla de oro, de ese principio fundacional que bordea la desaparición. Faltan personajes íntegros como Edward F. Murrow, reportero estrella de la CBS, célebre por su crudísimo enfrentamiento con el senador McCarty, martillo de comunistas y adalid de la caza de brujas que se vivió en Estados Unidos a principios de la década de los 50.

Murrow fue un líder, también un patriota, un periodista ejemplar capaz de pagar de su bolsillo la publicidad de su programa para que siguiera existiendo. Un hombre consciente de la influencia de los medios en una época en la que sólo tres televisiones daban cobertura a todo Estados Unidos. En su formidable discurso de 1958, pasado el temporal, principio y fin de la película, radica el objetivo de estagélida tesis sobre la verdad y el periodismo que ha edificado George Clooney.

'Buenas noches y buena suerte' no trata de reconstruir la vida de Murrow. La puesta en escena es tan austera como concisa, un ejemplo de contención mayúsculo. El guión apenas perfila a los personajes y a la propia historia, por lo que exige al asistente un conocimiento previo de la trama, imprescindible para no caer en el tedio más absoluto que pueden provocar las películas en las que no existe acción ni emoción, trabajos en los que el cine pierde su condición de espectáculo. La cinta se centra, utilizando discursos comedidos y fugaces aunque con una precisión elogiable, en las semanas en las que Murrow y Joseph McCarthy protagonizaron un visceral choque. 'Buenas noches y buenas suerte' es un ejercicio de tesis personal dificilísimo, un documental ficcionado, con un poderoso David Strathairn, pero que en su conjunto resulta distante. Una propuesta noble pero excesivamente fría y lejana.

domingo, 19 de febrero de 2006

KIKO VENENO. Máster en sencillez

CONCIERTOS

Kiko Veneno
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 18 de febrero de 2006

Hábil cronista de lo cotidiano, Kiko Veneno volvió a demostrar por qué su nombre está escrito en mayúsculas dentro del todavía pequeño libro de la música española. Fue el de ayer uno de los mejores conciertos que ha vivido el Teatro Buero Vallejo desde su creación. Básicamente, por un par de motivos. Uno, el invitado sorpresa, llegó de la gratísima respuesta que ofreció el Auditorio ante los embistes sonoros de la potente formación que acompañaba a Kiko Veneno, La Banda del Retumbe. El otro, no por esperado menos reseñable, lo proporcionó el errante artista nacido en Figueres. Su concierto fue ejemplar. Dejó el virtuosismo instrumental a los componentes de su banda y se centró en lo suyo, en interpretar con su habitual gracejo andaluz unas canciones siempre sustentadas en la sencillez argumental y lírica. Le ayudó el repertorio desplegado, elegido con sabiduría. Los temas eternos, instalados en el subconsciente de sus seguidores, se mezclaron con fluidez con los más anónimos de su última creación, 'El hombre invisible', composiciones que pasaron de puntillas por el Buero.

Poco habitual por estas tierras, un concierto de Kiko Veneno es un acontecimiento en Guadalajara. El público lo supo apreciar y respondió con bravura, a veces excesiva, a la propuesta lanzada desde las tablas. Arrancó fuerte el del pelo blanco, con casi diez minutos de sonido de 'El hombre invisible', abriendo las puertas a una velada calurosa, luminosa y refrescante, más veraniega que invernal. De menos a más, siguieron 'Los Delincuentes', intercalada con una declaración de principios del irreverente Veneno ("te suda el triunfo y te resbala el fracaso"), hasta llegar a 'Memphis blues', uno de sus himnos, pieza indispensable de su colección y ejemplo perfecto de lo que es su música: ligera, amable, divertida y con un toque surrealista a medio camino entre la dura protesta y la ironía. A la novedosa y magnífica 'Hoy no' le siguió luego una certera andanada de temas del pasado, con 'Lobo López', 'El lince Ramón', 'Me siento en la cama' o 'Soy un catalán muy fino'. Con el máster en sencillez en el bolsillo, Kiko Veneno terminó licenciándose a lo grande con 'Volando voy'. De sobresaliente.

sábado, 18 de febrero de 2006

'PITINGO'. Prometedor

CONCIERTO

Antonio Vélez 'Pitingo'
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). 17 de febrero de 2006

Mientras graba su esperado disco de debut, Antonio Vélez Pitingo se curte, madura y crece en los escenarios de la península. Joven promesa del flamenco de talento desbordante y carisma irreprochable, el Pitingo lo tiene todo para triunfar. Posee una voz privilegiada y rica en matices, disfruta sobre el escenario, desprende humildad, respeta lo clásico y sus aportaciones personales contagian frescura. Ayer en el Teatro Moderno se llevó un calurosa ovación de las cincuenta personas, consejera de Cultura de la Junta incluida, que se acercaron a presenciar un concierto anónimo, no publicitado. Pitingo no se obsesionó ante esa tesitura y agradeció constantemente a los asistentes su apoyo. A lo mejor, visto lo visto, dentro de unos años regresa a Guadalajara en otras circunstancias, acordes a lo que su talento proyecta para el futuro.
Pitingo, de escasos 25 años, una década de experiencia en los escenarios, estuvo secundado acertadamente a la guitarra por Juan Camborio, hijo del mítico Habichuela que, a su vez, presentó en sociedad a su vástago de mismo nombre, valor emergente a la percusión. Durante una hora, el trío desgranó un recital compuesto por granaínas, fandangos de Huelva y unas bulerías fabulosas, especialmente brillantes en el caso de las que cerraron un concierto magnífico.

miércoles, 15 de febrero de 2006

'ANIMALES HERIDOS'. El cirujano del amor (**)

CRÍTICA DE CINE

Ventura Pons ha despachado con desfachatez, con cierto tono rutinario, esta Animales Heridos. No es atrevido decir que está rodada con desgana, casi por cumplir ese expediente tan Woody Allen consistente en rodar lo que viene en gana cada poco tiempo. Las comparaciones son odiosas, pero Pons, autor personalísimo, creador de un universo muy particular y exigente retratista de la Barcelona actual, tiene algo del genial cineasta estadounidense. El catalán es un obseso de las relaciones personales, de la autodestrucción a la que conducen los amores más pasionales. En sus películas chequea con rigor y verosimilitud los corazones de sus personajes, abocados a relaciones agridulces, esperanzadoras en ocasiones y depresivas en las restantes.

La reciente 'Amor idiota', inesperado éxito de taquilla, descubría con analítica precisión los ejes sobre los que sustenta el cine de este autor, un ‘rara avis’ del celuloide nacional. No ocurre lo mismo con la vacía de argumento y floja de interpretaciones 'Animales Heridos'. La historia que ha construido el prolífico Pons se sustenta sobre una de sus habituales certezas: el amor y el desamor no entiende de clases sociales. Delante de su cámara pasan ejecutivos engominados, triunfadoras profesionales, humildes criadas y desubicados trabajadores de la construcción. Ninguno se escapa del sufrimiento, de la tristeza, del amago de depresión. Pons hace desfilar a esta amalgama de personajes en una Barcelona cosmopolita mediante tres historias cruzadas que funcionan desigualmente. La inicial, protagonizada por una desbocada Aitana Sánchez-Gijón y por José Coronado, es la más discreta. Su evolución del drama a la comedia no cuaja y le hace perder la credibilidad que buscaba el director. Es el segundo de los tres relatos, el más largo y silencioso, el mejor construido. La destrucción de una relación de pareja de clase media es rodada por Pons con sutileza y elegancia. Por desgracia, la última de las historias, un cúmulo de tópicos sobre la diferencia de clases, no mantiene el nivel que se espera de Ventura Pons.

lunes, 13 de febrero de 2006

'VIDA Y COLOR. En blanco y negro (**)

CRÍTICA DE CINE

Amigo de actores, directores y críticos, persona de una sensibilidad cinéfila especial, Santiago Tabernero debuta en el celuloide con una historia a media distancia entre la poesía y la realidad, un cuento de hadas con algún episodio desgarrador que bebe de una época que vive una segunda juventud cinematográfica. El que fuera director del programa 'Versión Española' ha situado su ópera prima en esa España profunda del blanco y negro, de la muerte de Franco, la retratada en la televisiva 'Cuéntame', con la que son inevitables y crueles las comparaciones. Establece Tabernero un juego fílmico con unas reglas básicas. Enseguida sitúa el escenario, coloca a los personajes, los cruza, los aliña con algún relato terrible que tiene el mérito de no chirriar dentro del conjunto, y los fulmina con un final facilón y aparatoso. Vida y color se mueve en diferentes parcelas. Por un lado está el protagonista, motor de las secuencias, un niño que lucha por acceder a la mundo adulto, eterna pugna, con dignidad.

Pero Tabernero aspiraba a algo más que a escribir un cuento de iniciación infantil y se lanzó, sin paracaídas, a retratar ese inframundo, triste, melancólico y también inconformista, en el que país sobrevivía en esa 1975, encrucijada de cambios. La idea, aceptable aunque poco original, se resiente por la manifiesta debilidad del guión, patente según la película llega a su fase decisiva. Ahí los tópicos se acumulan –no falta Arias Navarro avanzando la muerte de Franco– y los mecanismos que sustentaban el argumento, simples pero efectivos, se derrumban. Lo más interesante procede de un relato paralelo de la historia, el protagonizado por Leo y Ramona, dos desechos de una sociedad amorfa, fiel reflejo de la España del esperpento de Valle-Inclán y de la crónica negra que asalta los periódicos casi todos los días.

Tabernero demuestra formas y aptitud en 'Vida y color' –la puesta en escena es superior a la media–, una interesante aunque irregular película, una muestra más de que el cine social es el eje argumental básico del que se nutre primordialmente el celuloide nacional.

sábado, 11 de febrero de 2006

'LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS' . Puro Coixet (***)

CRÍTICA DE CINE

El escenario es más cerrado y solitario que nunca. Una nave petrolífera, limbo de almas perdidas, entorno a medio camino entre el cielo y el infierno. El sitio de donde brotan los sentimientos más significativos. Amor, desesperanza, traición o tristeza. Complicada paradoja y gran acierto. Del vacío y el silencio de la plataforma al ruido interior del alma de los personajes de Coixet, figuras imperfectas, de pasado traumático que persiguen en tan enclaustrado hábitat su redención.
Después de la cruda 'Mi vida sin mí' Isabel Coixet regresa de lleno al terreno de los sentimientos para ofrecer una moderna historia principesca protagonizada por una de sus clásicas heroínas femeninas. La vida secreta de las palabras, película larga y de lento desarrollo, es un tratado majestuoso sobre la desesperación humana, la crueldad bélica, la doble moral imperante y el abismal sacrificio al que se ven sometidas las personas. Coixet se basa en los parámetros básicos de su filmografía, aunque añade unas gotas esperanzadoras que pululan en los diálogos desde la irrupción de Tim Robbins, megaestrella de Hollywood aquí en un papel más propio de la industria independiente. Escenas y diálogos eternos, secundarios escasamente perfilados –falla Javier Cámara– y un tramo final que se hace precipitado, con alguna decisión poco acertada –la visita de Robbins a Copenhague– forman el grueso de la receta que propone Coixet. Su cine discurre entre el susurro y el silencio, sin estridencias ni golpes de efecto. Está al servicio de la sensibilidad extrema, factor que puede llegar a alterar al sector del público que ve en el cine otro tipo de entretenimiento, y no es una referencia al espectador menos exigente. Ahí puede cojear la película, que gana con entereza a los defectos por otros motivos. A Coixet, encasillada dentro de un cine de mirada puramente femenina, habrá que agradecerle siempre la inmensa facilidad que tiene de crear historias tan sencillas y verídicas que asustan y, ante todo, conmueven.

'CRASH'. Mil caras (****)

CRÍTICA DE CINE

Describir una película como 'Crash' es un misión titánica y exigente. El debut en la dirección de Paul Haggis, guionista de 'Million Dolar Baby' y discípulo aventajado de Clint Eastwood, ha deparado un relato sorprendente, indescriptible y contradictorio. 'Crash' acumula en sus bien llevados 112 minutos de metraje virtudes y defectos, sorpresas y tópicos, optimismo y pesimismo. Es la película de las mil caras. Desasosegante y apacible, poética y directa, temible y pacífica. Es el gran largometraje sobre el racismo en Estados Unidos y al mismo tiempo un pequeño relato coral compuesto por mínimas escenas cotidianas.

Así es 'Crash', deudora directa por su estructura de trabajos como 'Magnolia' o 'Vidas Cruzadas'. Historia con pretensiones, espejo de la realidad multirracial de Los Angeles en particular, de los Estados Unidos a nivel global, conviene decir de antemano que es una película muy americana y poco convencional, dura de digerir para el público europeo, un trabajo que obliga al espectador a tener la mente procesando durante la proyección, con el que hay que pelear para llegar a alguna conclusión convincente. Hay que tenerlo en cuenta. En caso contrario 'Crash', triunfadora en las nominaciones de los Oscar y acumuladora de galardones, puede provocar una profunda decepción.

Haggis demuestra aptitudes con la cámara en su debut. Ha registrado miméticamente la elegancia y sobriedad de la que siempre hace gala Eastwood en la dirección. Pasa del diálogo a la acción, del lirismo a la violencia explícita, sin avisar. Cambios bruscos que incomodan al espectador, avasallado por la avalancha de información que llega procedente de la pantalla. El ojo de Haggis se posa, cercano aunque sin impartir doctrina, en unos personajes apabullantes, con miles de matices, de reacciones tan humanas como inesperadas. De gente que por la noches cuida a su padre enfermo y sufre por él y que por la mañana se manifiesta como un racista incontrolado. De policías de raza negra empeñados en justificar su posición negándoles a los de su color de piel una oportunidad que sí son capaces de entregar a un blanco. De elitistas esposas de acaudalados profesionales que se dan cuenta a destiempo que su única compañía es la persona a la que desprecian. Todos cruzan sus destinos en un final que desea ser predecible y que peca de caer en cierta corrección moral y política que desluce un poco el efecto buscado.

Lo que ha hecho Paul Haggis en su debut tiene mérito. Desde 'Mystic River' ninguna película había golpeado la conciencia estadounidense y retratado sus miedos y sus hipocresías como su 'Crash'. Haggis no salva a nadie. Ninguno sale ileso de la quema. Personajes de todo tipo, nacionalidades y carácter desfilan delante de la cámara, alcanzando alguno la categoría de majestuoso, caso del policía vencido por la vida y escudado en la ira que interpreta un convincente Matt Dillon. 'Crash' es dura, áspera, incómoda y exigente. Funciona sin estridencias y con una carga crítica, eso sí, más ligera de lo que aparenta, pero por eso mismo, necesaria.

miércoles, 8 de febrero de 2006

'BROKEBACK MOUNTAIN'. Cine poderoso (*****)

CRÍTICA DE CINE

Entrar a valorar una película como 'Brokeback Mountain', aclamada por la crítica, galardonada en Venecia y en los Globos de Oro y favorita para los Oscar, no debería exigir grandes esfuerzos. El elogio hacia la obra dirigida por Ang Lee ha sido prácticamente unánime, sin discrepancias. Juzgar en positivo a esta película es, entonces, muy sencillo. Pero no por fácil hay que ser menos justo. 'Brokeback Mountain' es una lección de cine poderoso y efectivo, virtudes que casi nunca caminan de la mano.

Ang Lee ha facturado una historia conmovedora, de las que huelen a cine de antes, uno de los más emotivos, bellos, sinceros y crueles relatos de amor que se ha visto las pantallas cinematográficas en las últimas décadas. Es una lástima que determinadas ideológias o una errónea percepción de esta película puedan devaluar, delimitar, su alcance universal. Porque Lee, sutil e inteligente en la dirección, profundo cuando hay que serlo y distante en determinadas circunstancias, lo que ha lanzado no es únicamente una historia de amor entre dos vaqueros, tipos duros y vacíos en apariencia. Es mucho más. Es un retrato minucioso, noble y sobrio de apartados tan vitales como el sufrimiento, la soledad, el dolor, la doble moral, la hipocresía o los sueños perdidos, que rompe con suavidad, además, multitud de los tópicos que, en cierta manera, atenazaban al cine del Oeste, referentes a la hombría, a la virilidad de sus protagonistas y a su inmaculada masculinidad.

Película de ritmo lento y sosegada, su alargado tramo inicial parece anunciar que nada va a ocurrir en la vida de estos dos vaqueros de la América Profunda de los 60, Jack (Jake Gyleenhaal) y Ennis (soberbio Heath Ledger), abierto y jovial el primero, huidizo y callado el segundo. Nada de eso. A partir del espontáneo nacimiento de su relación, con una escena impactante rodada con máximo cuidado por Lee, se desencadena un vendaval de consecuencias inesperadas. Se abre un libro escrito con una destreza cinematográfica apabullante, en el que importan más los parrafos vacíos, los silencios, que las letras escritas, las palabras, al estilo de lo que hizo David Lynch en la hermosa 'Una historia verdadera'.

El impacto de 'Brokeback Mountain' no reside en la condicion sexual de sus protagonistas. Tampoco en el carácter universal que tiene la historia, algo con lo que el director ya contaba de antemano. La historia de Jack y Ennis posee un toque diferente, va un poco más allá de esa carga romántica que conjuga, como siempre, alegría y tristeza. 'Brokeback Mountain' es un poderoso tratado vital sobre los sentimientos, colocados aquí sobre unos estereotipos que, lejos de deslucirlos, lo que hacen es proporcionarles más fuerza y verosimilitud.

El resultado final es una de las mejores películas vistas por aquí en los últimos tiempos, una lección de cine con mayúsculas. Y eso sin mencionar apenas la fuerza de sus paisajes, su invisible deseo de denuncia o la majestuosidad de su banda sonora, factores oscurecidos por un desarrollo conmovedor, que no regala ninguna escena y que funciona como una maquinaria perfecta.