miércoles, 30 de enero de 2008

'HEDDA GABLER'. Ibsen, de primeras

CRÍTICA DE TEATRO

'Hedda Gabler'
Autor: Henrik Ibsen
Dramaturgia y dirección: Ernesto Caballero
Compañía: Galanthys Teatro
Escenario: Teatro Salón Cervantes (Alcalá de Henares). 26 de enero de 2008

La segunda producción de la compañía madrileña Galanthys Teatro se agarra con lazos robustos a la figura de Ernesto Caballero, dramaturgo de moda en la escena nacional de transitado recorrido en los últimos meses. No ha sido la suya la típica combustión espontánea del talento natural, sino el fruto de un laborioso peregrinar por el angosto y exigente camino del teatro profesional abordado desde el precipicio creativo. Un todoterreno del arte dramático que saborea las mieles del reconocimiento sin que haya tenido que replantearse su forma de comprender, criticar y asimilar el teatro contemporáneo.

La dirección de Caballero, así, absorbe cada uno de los detalles de la atractiva y directa puesta en escena de ‘Hedda Gabler', nueva muestra del idilio entre el colectivo madrileño y los autores contemporáneos de primer nivel poco vistos en España, seña de identidad desde que se bautizara con un texto de Thomas Bernhard. Si se trataba de establecer un primer contacto entre el público neófito y los genes del teatro de Henrik Ibsen, el planteamiento adoptado por este montaje resulta de lo más acertado. Caballero ha ido a las raíces del asunto, colocando a ras de suelo a la fémina que espiritualiza la obra, a la que despoja de la posibilidad de evolucionar en la faceta psicológica. Los secundarios bailan a su alrededor, títeres con poco peso que adornan este relato sobre un proceso de autodestrucción. La sencillez con la que ha manejado este, a priori, pesado artilugio del autor noruego, tanto en la vertiente estética como en la ejecución, ha desembocado en un ejercicio de máxima eficacia a la hora de asimilar el concepto que expone.

Desoladora historia con aroma a tragedia griega, la ‘Hedda Gabler' de Galantys hace de esa apabullante precisión una sugerente herramienta para acercar, de una forma certera aunque superficial, las peculiaridades a media escala del teatro simbolista y existencial que caracterizó a Ibsen en los estertores de su trayectoria. No se advierte otro objetivo que el retratar la frustración que interioriza el ser humano, en la obra puesta en ojos de una mujer casada con un aspirante a una cátedra universitaria, cuando no cumple las expectativas que la sociedad y su propia egolatría le marcan, un veneno afín a los murmullos de cócteles, la maldad de las apariencias y la envidia subterránea, la más peligrosa.

No obstante, hay recovecos que convendría limar y que obstaculizan el calificar más allá del notable alto a esta representación. Se advierten llamativos desequilibrios en el frente interpretativo, sujetados con solvencia por el mortecino tono y huraño ademán que diseña Ana Caleya, la tiránica Gabler que apabulla desde el profundo desengaño vital que reconcome sus entrañas. Al desenlace le afecta otro factor inesperado. Una idea atractiva, las frases de los intérpretes servidas detrás de una mampara de cristal, se viene abajo estrepitosamente por el inexistente impacto que registra entre las butacas. Si la acústica falla, como pasó en el Teatro Salón Cervantes, el epílogo se resiente.

Por lo liviana que resulta, aun tratando problemáticas existenciales de tonelaje, esta aproximación a ‘Hedda Gabler' puede defraudar al que acuda con un bagaje anterior de peso al reclamo de textos más reconocibles con el sello de Ibsen como ‘Casa de muñecas' y, sobre todo, ‘Un enemigo del pueblo'. Al contrario, como ritual de iniciación y primeros mordiscos al apetecible teatro del nórdico, se revelará como un instrumento de utilidad comprobable, alejado de excesos y altas pretensiones que no llevan a ningún sitio, que aquí no es el caso.

martes, 29 de enero de 2008

'EL SUEÑO DE CASANDRA'. El 'antitropezón' del genio (***)

CRÍTICA DE CINE

'El sueño de Casandra' (Woody Allen. Gran Bretaña, 2007)

Es el reverso de las excelencias que se atribuyen a la genialidad. Un pase errado, una línea de diálogo chirriante o una palabra mal pronunciada y el trabajo de una temporada o los resultados de una representación teatral y una película que quedarán marcados a perpetuidad. El error se magnifica y no se perdona cuando el que lo sufre está agraciado con condiciones que lo elevan por encima de la media. Si se sale de la línea que se le presupone, las críticas están servidas. Dicho esto, ‘El sueño de Casandra’ no es ni mucho menos una producción impropia del talento de Woody Allen, como se ha repetido desde los más insospechados foros. Si ha caído en desgracia en comparación a anteriores perlas de su filmografía se debe precisamente a este factor. Exigirle regularidad a un genio es como pedir la perfección. Si así fuera, perdería el rasgo que le distingue del resto, deslegitimaría el baremo por el que se miden sus creaciones. La irregularidad cuida de la genialidad.

No hay que llevarse a engaños. ‘El sueño de Casandra’ no desmerece a los trabajos más recientes del neoyorquino. Con los dos anteriores, ‘Match Point’ y ‘Scoop’, mantiene, incluso, una conexión profunda, al límite de lo que podría considerarse como una trilogía sobre la ambición ubicada geográficamente en Londres. Emparenta con la magnética ‘Match Point’ por el tema que activa ambas historias, las fronteras que está dispuesto a cruzar una persona corriente por saciar sus aspiraciones. Con la liviana ‘Scoop’ coincide como ejercicio de suspense culminado en zonas marítimas, aunque en ‘El sueño de Cassandra’ la comicidad no sea tan evidente y apenas salga a flote. Un punto menos, aquí sí, para los abonados al humor característico de los guiones del clarinetista de Manhattan. Los apuntes reflexivos, también, se cuelan con cuentagotas. El jugo que se extrae del guión está menos elaborado, pero resultará, una vez bebido, igual de jugoso. Adviértase el poso que dejará una historia que de una tonalidad blanca pasa a otra grisácea sin que se adviertan bajones apreciables o elementos discordantes.

Allen retoma en ‘El sueño de Casandra’ uno de sus temas predilectos, ya exhibido en ‘Match Point’ o en ‘Delitos y faltas’, la dualidad del ser humano. Le ha salido una historia profundamente oscura y amarga que sitúa en el centro de la acción a dos hermanos con problemas. Los de Ian son de conciencia –aspirante a una vida para la que no ha sido llamado- y los del Terry más terrenales –alcohol y juego-. Necesitan dinero para aspirar a una supuesta felicidad, a la sólo podrán acceder si bañan en sangre sus manos. Un terreno, el que enfrenta bienestar y frustración, en el que el cineasta se mueve con solvencia y al que añade una visión más dolorosa y directa de los acontecimientos. Empieza por el análisis complejo de dos hermanos de personalidad opuesta y de la gente que los rodea, constelación de seres imperfectos de diferentes tonalidades. Lo escurre en una Londres grisácea, lluviosa y melancólica y lo culmina sin rodeos, epílogo que no toca tierra como si mediara una resolución divina, como una sobredosis de mar salada. Si algo se le puede achacar, aparte de una primera media hora mortecina, es el limitado alcance de las soflamas filosóficas tan manoseadas antaño por Allen, el poco jugo satírico que le saca a un relato con hechuras para ello, y un desenlace algo precipitado. Más convincente luce el capítulo interpretativo, con un Colin Farrell sorprendente en un rol, el tragicómico, que apenas ha frecuentado en su –débil- trayectoria-. Los diálogos, la banda sonora, el ritmo y ese par de escenas adrenalíticas memorables que suelta el neoyorquino en cada película –el asedio en el interior de la casa y la persecución por las calles de Londres- siguen siendo marca de la casa y no hay nada, por lo demás, que denote complaciencia, hastío o cierta dejadez como se ha venido proclamando.

‘Tragirelato’ más pegado a la realidad de lo que la imaginación de un guión evidencie, ‘El sueño de Casandra’ puede que no se ubique en la estantería de obras maestras, pero sí que es un trabajo digno, decoroso y con los suficientes mimbres como para no desmerecer dentro de la filmografía de Allen. Perderá con la comparación con ‘Match Point’, algo inevitable que no justifica el considerarla un producto menor, al contrario. Los motivos que ensanchan la frontera que separa la vida de la muerte se escoran hacia lo insignificante, proclama en cada uno de sus fotogramas, como reflejo de ese pesimismo cada vez más acentuado del neoyorquino. Los riesgos de una sociedad que venera el triunfo y detesta a los perdedores. Y que, de vez en cuando, sacude con fuerza a los genios. Aunque el pase sea una asistencia que termine pegado a las redes de la portería rival.

lunes, 21 de enero de 2008

'EN EL VALLE DE ELAH'. La guerra en la cercanía (****)

CRÍTICA DE CINE

'En el valle de Elah' (Paul Haggis. Estados Unidos, 2008)

La invasión de Irak ha propiciado la creación de un subgénero bélico con profundas connotaciones psicológicas que hace uso de un tono mordaz, reivindicativo y crítico con la postura adoptada por el gobierno estadounidense en el Oriente Medio. En esa corriente, con suaves matices que facilitan una lectura en doble sentido, se inserta la nueva producción de Paul Haggis, aquel cineasta canadiense que arrebatara por sorpresa con la multiétnica y prefabricada 'Crash' la estatuilla dorada a los cowboys de Ang Lee.

Con 'En el valle de Elah', película de resonancias bíblicas y postulados antibelicistas, activa silenciosamente otra bomba de relojería en las mismas entrañas del país de las barras y las estrellas. Si en 'Crash' lo que criticaba era la mezquindad que corroía a la ciudadanía plural de Los Ángeles y por extensión de Estados Unidos, ahora apunta a lugares inconcretos, el germen –irracional, proclama- de las guerras. Los llamados efectos secundarios, aquellas noticias que pasan de la cabecera de la sección de Internacional a una esquina de la de Sucesos en un periódico local. Otra andanada de héroes caídos. El daño colateral que golpea, cada vez con mayor precisión, a los códigos éticos que preservan la estabilidad de la sociedad estadounidense.

Haggis no pone en el punto de mira a la guerra de Irak, escenario terciario únicamente visto a través de unas defectuosas grabaciones por teléfono móvil. Tampoco cuestiona a la administración que ordenó que miles de adolescentes en edad universitaria viajasen a lo desconocido "para imponer la democracia", se escucha en boca de un personaje en el arranque del relato antes de que los sucesos releguen esa afirmación al olvido. El cineasta se sirve de esa injustificable carnicería provocada por el delirio de un presidente analfabeto para retratar el trauma de los que regresan. No es tanto Irak, que podía ser Somalia, Afganistán o cualquier otro país en perpetuo estado de conflicto, como las huellas traumáticas que una intervención bélica implanta a fuego lento en los que participaron, idea ya tratada con anterioridad de una forma más directa en la época postVietnam por piezas magistrales como ‘El cazador’ (Michael Cimino). Por lo apuntado, todo lleva a una reedición de lo sucedido en aquella época. Cambia Vietnam por Irak y repite la misma protagonista, la guerra. La diferencia es que ya ni siquiera hace falta escuchar el sonido de las balas.

El canadiense, con un ritmo lento y cargado de silencios que lo emparenta con el estilo de Clint Eastwood -al que regaló el guión de 'Million Dolar Baby'-, hila fino y con sutileza. No ha recurrido a golpes de efecto, comportamientos intachables, diatribas moralizantes ni pensamientos aceptados de antemano para tocar la fibra sensible del espectador. El peso del drama lo vuelca en un militar ya jubilado, honesto y de impoluta hoja de servicios. Un correcto patriota cuya rutina es sacudida por la desaparición del único hijo que le queda, un veinteañero de permiso tras combatir en Irak. Es esa presunta normalidad que se observa en los comportamientos de los que pasan por la pantalla lo que asusta, la ley moral que obliga a no cuestionar los planteamientos autoimpuestos de antemano por la sociedad. El personaje al que engrandece desde la economía de gestos Tommy Lee Jones no se permite ni un segundo de libertad a las emociones, que brotan a cuentagotas. Los soldados que pululan por las bases militares no alteran el gesto ni el discurso por mucha presión que pese sobre el ambiente. Lealtad a lo conocido, ignorancia y brutalidad la que carga en la mochila la muchachada reclutada para instaurar lo irrecuperable. La postrera justificación que se escucha en una sala de interrogatorios culmina ese viaje por las alcantarillas de una moral degradada a golpe de pistola y que se remata con la que seguro que será una de las escenas del año, esa izada de bandera que tanto malestar habrá causado en las conciencias patrióticas de Estados Unidos.

Película destinada a remover por dentro, ‘En el valle de Elah’ no cae en la trampa de la denuncia directa. Si bien puede sufrir de un excesivo acadecimismo por el tono contenido que la caracteriza y por la falta de contundencia en el relato paralelo que se edifica sobre la detective interpretada por Charlize Teron, se agradece por encima de esos detalles esa sutilidad narrativa tan infrecuente en el cine de denuncia. Este factor permite a ‘En el valle de Elah’ abrir un espacio para la reflexión a rellenar por el espectador. Ahí gana peso esta producción que rebosa sensatez, un paso más, al frente y alejado de las trincheras, el recorrido por un cineasta que apunta cada vez a mayores alturas, tanto por el contenido del mensaje como por la posibilidad de conmocionar al receptor.

viernes, 18 de enero de 2008

'ENTRAÑAS'. Reportaje teatral

CRÍTICA DE TEATRO

(Mi Viejo Baúl recupera para la actualidad este texto escrito hace unos meses sobre una obra de teatro que se puede ver hoy en el Moderno de Guadalajara. Altamente recomendable)

Compañía: Titzina Teatre
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 27 de mayo de 2006

Son muchos los que piensan que un espectáculo que recurre a la Guerra Civil Española como eje temático está irremediablemente condenado a la falta de originalidad y a convertirse en la enésima repetición de viejos tópicos. Los integrantes de Titzina Teatro demostraron el pasado fin de semana en el Corral de Comedias que la suya es la excepción que confirma la regla. 'Entrañas', segunda creación de la compañía desde su fundación en 2001, es un montaje vivo, dinámico, poético, visualmente cuidado y escénicamente novedoso.

Tres únicos actores llenan el escenario durante toda la función. Sole, una joven embarazada interpretada por la expresiva Laia Martí, se convierte en el nexo de unión de una representación que transcurre salpicada de logrados momentos cómicos y conmovedores instantes que invitan a la reflexión pausada y silenciosa. La incansable búsqueda de su abuelo Josep, desaparecido durante la batalla del Ebro, se entrecruza con un proceso de introspección y descubrimiento personal marcado por la soledad y la inevitable llegada de un futuro incierto.

Junto a la protagonista desfilan un sinfín de personajes encarnados por Pako Merino y Diego Lorca, dos actores capaces de meterse en la piel de un joven irresponsable, de un recién casado llamado a incorporarse al bando republicano durante la contienda civil, de un acelerado revisor de trenes, de un guiri dispuesto a escribir el guión de un taquillazo cinematográfico, de dos chavales en plena clase de Historia o de unos ancianos que disfrutan recordando los desastres de la guerra. Un abanico de personalidades que toman vida gracias al talento de Lorca y Merino, dos intérpretes con mayúsculas que vuelven a demostrar su versatilidad y su enorme capacidad escénica.

La puesta en escena destaca por su austeridad. Una cama, una televisión, dos sillas y una mesa constituyen los únicos recursos para crear el decorado de casas, hospitales, trenes, bares y escenarios callejeros. El resto corre a cargo de la imaginación del espectador. Un minimalismo acertado que, gracias a la cuidadísima labor de los actores, no chirría en ningún momento.

Para la creación de la obra, Pako Merino y Diego Lorca se convirtieron en improvisados reporteros teatrales y realizaron numerosas entrevistas a personas que habían sufrido los estragos de la guerra en distintos puntos del globo. Su mirada, similar a la de Ryszard Kapuscinski, prescinde del tono moralizador y prefiere retratar las pequeñas historias personales, los dramas cotidianos que transmiten la trágica realidad mejor que los manuales de Historia o las portadas de los periódicos.

Titzina Teatro ha creado un montaje de excepcional belleza plástica, que encierra poesía tanto en la forma como en el fondo. 'Entrañas' es una obra de tintes tragicómicos, capaz de hacer reír mientras provoca una inexplicable sensación de desolación.

sábado, 12 de enero de 2008

RAYET GUADALAJARA 81-REAL MADRID 77. Núñez, al rescate


CB RAYET GUADALAJARA 81-REAL MADRID 77
Adecco LEB BRONCE. 15ª jornada.
Cancha: Polideportivo San José (Guadalajara). 11 de enero de 2008

NÚÑEZ, AL RESCATE

El baloncesto se nutre de experiencias que se alojan en la memoria. Para Roberto Núñez, la zamarra blanca simboliza lo mejor y lo peor que el deporte de la canasta puede regalar. Debutó en la adolescencia con unos minutos frente al Joventut de los Jofresa y Vilacampa. Compartió vestuario con el zar lituano Sabonis, formando trío de directores con Antúnez y Lasa. Emigró en busca de continuidad y regresó. Gozó de una segunda y hasta una tercera oportunidad, paréntesis serboargentino desajustado. Como otros tantos canteranos madridistas, fue condenado al destierro, con fructífera salida al país de la pizza incluida. Saltando de club en club, Núñez se ha convertido en un joven veterano con muchísimo oficio, actualmente incrustrado en el sólido organigrama de un club con solera en horas bajas el último quinquenio. Un espejo en el que podrían fijarse gente como Nguema, base a lo Balboa del filial, ya utilizado por la plantilla que capitanea Felipe Reyes. Ese largo recorrido que diferencia a ambos jugadores separó al Real Madrid ‘B’ activar el resorte de la sopresa en la cancha del líder. No anduvo lejos de la proeza. Aguantó agazapado los arreones triplistas del Rayet como si fuese un conjunto curtido con cicatrices. Sólo cuando soltó el zarpazo sacó a relucir esa bisoñez que se le presuponía. La última jugada del choque, con el quinteto blanco incapaz de provocar una falta que parase el cronómetro, retrató su inexperiencia. El lamento de Tirso Lorente, el Molowny de la Casa Blanca versión baloncestera, retumbó varias filas más atrás del banquillo. El balón lo aguantó, amansó y teledirigió uno de los que pasara por sus manos, ahora de morado, Roberto Núñez. De mayor a menor importancia, victoria alcarreña y billete para la copa.

El Rayet sufrió en una noche que pintaba festiva. La grada se rellenó de chiquillería con camisetas de tirantes, a la espera del clásico desfile del intermedio en el que se exhibe la cantera. Enfrente, un filial, con los condicionantes que se le presuponen de juego alegre, fluido y poco dado a la especulación. Dos caras de la misma moneda. Cuenta con material interesante la nueva promoción horneada por Lorente, con tres primeros espadas muy potables para la categoría bronceada. Al frente de la tropa del acné se sitúan Jan Martin, que ha abandonado la zona para probar fortuna en el lanzamiento exterior -¿qué pensará su tío?- y un Bojan Bogdanovic todo clase, coleccionista de entradas a canasta desde cualquier ángulo. En periodo de formación, le quedan unos meses en una categoría que ya le queda pequeña. El futuro es suyo si gana en agresividad. El tercero, el pívot Pablo Aguilar, se apuntó tarde en el acta tras calentar banquillo en Belgrado con el primer equipo. El Madrid, sorprendentemente ligero de centímetros, notó su tardía puesta en escena. Nueva versión de ‘4’ atlético con alergia a la pintura, Aguilar defraudó en Guadalajara. Le falta un largo trecho de mejora, algo natural a sus 18 años. Dato positivo, entre él y sus compañeros anularon la producción de Rob Johnson, inédito en la pelea bajo los aros e intrascendente en las restantes parcelas.

Al Rayet le suelen sentar bien las visitas de este tipo, filiales que privilegian el aprendizaje a los resultados. Puestos a cuantificar galones, pocos ganan a los alcarreños en esta categoría. La muñeca de Núñez, reconvertido en escolta ante las bajas de Palacios y Diego Pérez, selló las primeras distancias, que se instalaron entre los cuatro y diez puntos. Cuando se agotó le relevó Javi López, que salió de las profundidades del banquillo para reivindicarse. Se exhibió como lo que es, un tirador puro, un jugador al que no se debe ceder ni un centímetro de separación. Una especie única en vías en extinción. Tres triples en un par de minutos de inspiración poética firmados por el alero abrieron brecha, con la colaboración de un Rubén Íñigo enchufadísimo. El Madrid siguió a lo suyo, coleccionando reproches entre jugadores –Martin estuvo en todas- y con un Bogdanovic en estado de gracia, enfrascado en un mano a mano anotador con Núñez. No dejó que las diferencias se agrandasen más lejos de la decena de puntos. El partido entró en una fase de letargo a la espera del asalto definitivo, un balanceo de canastas fáciles generado desde el perímetro. Despertó con estrépito en los cinco últimos minutos. Lorente ordenó una presión a toda cancha que se atragantó a los alcarreños y que estuvo a punto de dar al traste con el trabajo anterior. Un triple de Aguilar, hasta entonces negado –y obcecado- en el tiro exterior, adelantó al Madrid a falta de medio minuto (76-77). Le respondió Roberto Núñez, que ya no soltó el balón hasta el bocinazo final, rubricado con una canasta de Dos Santos, ayer muy fallón.

La experiencia que le faltó al Madrid en el epílogo fue la que acreditó Roberto Núñez, que acudió al rescate de los suyos con un triple con aroma balcánico. Un triunfo ante un rival peligroso que corona un inicio de 2008 redondo, pletórico. La exclusión del Torrevieja, el excelente rendimiento de poco habituales como Iñigo y López, la visión de una pista teñida del morado de la cantera y el tropezón de rivales directos como el Archena así lo atestiguan. De paso, las buenas noticias apagan momentáneamente las dudas que podían haber surgido tras el revolcón sufrido en A Coruña. El Rayet refuerza el liderato de un LEB Bronce que domina con paso firme, a la espera de lo que ocurra en los dos desplazamientos consecutivos que le esperan, el termómetro adecuado para calibrar las posibilidades reales de aspirar al cetro de la categoría.

lunes, 7 de enero de 2008

'ONCE'. Susurro hecho canción (***)

CRÍTICA DE CINE

'ONCE' (John Carney. Irlanda, 2007)

Como toda capital que se precie, la amigable Dublín ambienta con melodías callejeras un recorrido por el centro. Si no hay posibilidad de acceder a un público vía radiofórmula, plantean los autores de esas bandas sonoras urbanas, nada mejor que ir a buscarlo, al aire libre y sin intermediación económica ni tecnológica. Un argumento tan sencillo, con el lacrimógeno añadido de un relato paralelo sobre la inmigración que procede del Este de Europa, es el que sujeta ‘Once’, película que desde la austeridad de recursos se ha hecho acreedora los últimos meses de la etiqueta de revelación, sellada básicamente tras el triunfal paso por Sundance, -todavía- meca del cine independiente.

Amable musical de guitarra y monedas en la funda, ‘Once’ se embarca desde el humorístico arranque en una reparadora aventura que se desvive por atrapar la complicidad del espectador. Si la fórmula funciona sin que desentone la pobreza de medios es por la naturalidad con la que está relatada, la impresa por ese punto referencial que es el costumbrismo. Cámara al hombro, ‘Once’ retrata a dos personajes con un subrayado rol de perdedores, una reprimida historia de amor no consumado que tangencialmente se aproxima a la vista en la soberbia ‘Ficción’ de Cesc Gay. Al conjunto de virtudes manufacturadas se le suma una ciudad que opera de fascinante escenario y una colección de canciones a enmarcar que seguro se colocarían en la ‘pole’ dentro del circuito de cantautores que opera por los baretos de Madrid, territorio por el que se desplazan talentazos por descubrir como Luis Ramiro.

Como ocurre con aquellos músicos que se pertrechan en las esquinas de las calles más concurridas, ‘Once’ apenas levanta la voz fuera de un limitado radio de acción. Da igual que no le escuche nadie a que lo haga un centenar de personas. Seguirán sonando igual, porque el motor que mueve a esas voces carbura lejos de discográficas, derechos intelectuales y afán de lucro. Como en la realidad, quien quiera acercarse a este delicado artefacto emocional cuyos latidos se alimentan de la sinceridad de una guitarra de madera desgastada se beneficiará de una rareza minimalista que, sin estridencias, se ha hecho con un hueco en el listado de tarareos navideños.

Los dos únicos riesgos que corre ‘Once’ brotan desde ángulos opuestos. La humildad, que llega a degenerar en descuido visual, de la propuesta no debe confundirse con la genialidad. Una lectura en esa clave le perjudicará, porque hay grietas que no se pueden cubrir únicamente con el realismo poético de las pequeñas historias. Por otro lado, se hace imprescindible un visionado en versión original. En caso contrario, no se explotan las cualidades de la banda sonora ni de la relación que se establece entre los dos protagonistas, pelirrojo irlandés reparador de aspiradoras y aspirante a músico de sala y joven pianista checa que busca en Dublín la paz que repare un pasado agrietado.

jueves, 3 de enero de 2008

REAL MADRID-ALICANTE. Guti auxilia al Madrid

Real Madrid 2-Alicante 1
Dieciseisavos de la Copa del Rey
Estadio Santiago Bernabeu, 2 de enero de 2008
Desde el tercer anfiteatro de la Torre D

GUTI AUXILIA AL MADRID

Harto de contemplar en primera fila el recital de fallos de sus compañeros cara a portería, Guti dejó el cargo de asistente para recurrir al de salvador. Una sutil parábola desde veinte metros con la prórroga pidiendo paso dinamitó las esperanzas del Alicante, un 2ªB motor diesel que fue agigantando el ánimo y el fútbol mientras un profundo sueño se iba apoderando del Real Madrid. Aunque atiborrado de suplentes con las venas humedecidas, la tarde se presumía tranquila en el Bernabeu. De vulgar trámite ante un graderío semidesértico tras el gol de Robben, el panorama mudó hasta flirtear con la pesadilla fronteriza con el desastre. Si el Madrid no se enfangó hasta los topes en el barrizal de la Copa del Rey se lo debe a Guti. El mediocampista, entre algodones durante la semana navideña, supo descifrar el partido a tiempo. No conectó ni por arriba ni por abajo con el resto. Tampoco se les puede pedir más a los trece jugadores que pisaron el césped con la zamarra blanca, cuando desde el banquillo y los despachos apuntan con total descaro y ya sin reparos hacia otros frentes. La Copa, como en años anteriores, aparece a cara descubierta como un objetivo terciario dentro de la estructura del club. Ni Schuster es capaz de conservar las apariencias, al descubierto en la forma de encarar esta eliminatoria. El menosprecio a este trofeo por parte del Madrid es una evidencia que corre el riesgo de enquistarse, con el consiguiente perjuicio a la imagen de la competición, ya tocada ante los vaivenes a los que se ha sometido el formato. En esa línea, el Madrid triunfal de la Liga cambió de traje para quedarse con la versión hambrienta de minutos y oportunidades. El duelo se convirtió en una oportunidad para que los jugadores menos habituales reclamasen la luz de los focos. El balance fue negativo. Lo ofrecido ante el Alicante sólo sirvió para revalorizar a los que no estuvieron en el campo.

Del banquillo se sale para solicitar un puesto en la alineación titular. A base de fútbol, con esfuerzo, actitud y talento como componentes básicos de la fórmula. Si se tomó así Schuster el ejercicio de vuelta, salvo en el caso de Guti, a una distancia sideral en cuanto a concepción del juego del resto de compañeros de profesión que comparecieron anoche, no tendrá complicaciones para confeccionar la próxima alineación, que en tres días espera el Zaragoza. No hubo espacio para las reivindicaciones. Robben, en el punto de mira, salió mal parado del envite. Dispuso por primera vez en mucho tiempo de un partido entero. El gol no basta para alcanzar el aprobado. No desborda y da síntomas de agotamiento preocupantes en un futbolista de su juventud. Poco que ver, todavía, con el que maravillara, achaques físicos al margen, en temporada y media en el Chelsea. Se le sigue esperando. Compañero en el otro extremo, Balboa derrochó entusiasmo, sabedor de la importancia de la oportunidad concedida. Hizo sufrir al honrado lateral izquierdo con el que le toco lidiar, fundamentalmente en la segunad mitad, pero no evitó incrustarse dentro del decepcionante tono general. Hasta Sergio Ramos se instaló en la mediocridad con fallos impropios en su repertorio que pudieron causar molestias mayores a un Dudek de manoplas blandas. Soldado tampoco se reencontró con ese gol que tanto necesita, desperdiciando oportunidades clarísimas, al igual que Higuaín, que palió su habitual falta de puntería con un valioso despliegue físico en la media punta. El argentino rasea el balón, se asocia, encara y asiste. Lee los partidos, los envuelve bajo el manto y los acaricia. Falla en el remate, aspecto mejorable si se tiene en cuenta que, por edad y experiencia, todavía es un proyecto de delantero. En suma, un festival descorazonador de errores y precipitaciones al que sólo sacó punta el kilometraje bien rentabilizado del fiable Michel Salgado y el zapatazo final de Guti, clavija por la que pasaron las contadas gotas de fútbol que gestionó un funcional Madrid.

Enfrente, el Alicante exhibió hechuras de equipo sólido y bien trabajado. Tímido en los primeros compases, sólo se desperezó cuando se vio por detrás en el marcador. Aupado por la polivalencia de Cañadas y la agilidad del meta Ricardo –excelente eliminatoria la suya- , se plantó con suficiencia en el terreno. Vivió sus mejores momentos, confirmados con el gol de Borja, cuando el Madrid se dedicó a sestear tras la reanudación. Tampoco le soliviantó al equipo entrenado por Schuster ver la eliminatoria empatada, la amenaza de una prórroga y la posibilidad de la lotería de los penaltys. Arma de doble filo, carburó al mismo ritmo, con la incorporación de un desasistido Saviola que sufre los mismos síntomas de Soldado. El menudo delantero lleva camino de ser otro de los fiascos de la temporada, oscurecido ante el resurgimiento de Raúl y la rentabilidad de Van Nistelrooy. Un delantero como Saviola necesita el gol. Si no llega, su ascendencia en el juego es imperceptible y la implicación paupérrima.

Con el partido abierto y con ambas defensas exigidas y apuradas, Guti decidió sacar de la chistera una última genialidad. Reservó la traca para el final de la función, el último truco propio del mago incomprendido. En un alarde de teatralidad, cuando el telón se fundía en negro, alumbró el Bernabeu y el pase a octavos con un zurdazo milimétrico teledirigido a la escuadra de Ricardo. Un regalo adelantado para la noche de Reyes de las botas de un futbolista diferente.

miércoles, 2 de enero de 2008

'REC'. Adrenalina al hombro (****)

CRÍTICA DE CINE

'REC' (Jaume Balagueró y Paco Plaza. España, 2007)

Reporteros sedientos de protagonismo copan la parrilla televisiva avanzado el siglo XXI. Al televidente ocasional, no se diga al socio con cuota fija del butacón, ya no le sorprende toparse, en indiferente franja horaria, con escenas del calibre como las que siguen. Una rubia micrófono en mano le planta un morreo consentido a un ‘triunfito’ de la segunda promoción. Andaban juntos con motivo de una presunta entrevista promocional para ensalzar los gorgoritos del segundo que, por supuesto, se pospuso hasta que ese sonrojante calentón en directo se enfrió vía plató. Otra más. Un acercamiento cámara al hombro y micrófono apretado con convicción y consiguiente peregrinaje a la exclusiva con la excusa de una denuncia vecinal. La reportera se introduce en la vivienda de una mujer a la que acusa el grueso de la comunidad de causar molestias acústicas. Como respuesta a un interrogatorio lanzado a bocajarro recibe un variado menú de amenazas e insultos mal vocalizados. Otra mártir de la información a punto de ser apaleada, audiencia por las nubes. A paso ligero en esa dirección avanza el género televisivo del directo, al que le falta culminar la espiral de insensateces con la retransmisión de una muerte en vivo. Por crudo que parezca, es lamentable predecir que, con pocas dudas, reventaría los audímetros.

La exigua distancia que separa en estos momentos a la telerrealidad de alcanzar ese límite es la que dibuja este potentísimo artefacto sociológico de una pulsación que es ‘REC’, hora y cuarto de pesadilla extenuante incrustada en la sección de actualidad del noticiero. El tándem Balagueró-Paco Plaza, que dibujaba una línea definida en el campo del terror como valedor de propuestas introspectivas, se ha desviado del trayecto natural para apostar por una aproximación pura y dura al cine de género con los zombies como exponente, a la que incorporan una serie de condicionantes sociales que la catapultan a cimas mayores de las esperadas. Tras la esmerada veintena de plácidos minutos con los que arranca la trama, deviene ‘REC’, híbrido entre ‘El proyecto de la Bruja de Blair’ y ’28 semanas después’ en un ejercicio trepidante de ‘survival’ enmarcado en un caserío del centro de Barcelona ocupado por un vecindario que, con inteligencia, Balagueró y Plaza retratan sin recurrir al tópico.

‘REC’ va más allá de esa adrenalítica propuesta de supervivencia y de la innovadora propuesta semidocumental de único objetivo para lanzar a lo largo de una historia agotadora puñetazos críticos a la convivencia entre personas de diferentes culturas y estratos sociales y contra, con mayor entusiasmo, ese afán por ir más lejos de lo necesario que tiene ese abundante periodismo sensacionalista que se privilegia en la actualidad. La cámara del equipo de un programa local que acompaña a un equipo de bomberos no se apaga ni en los peores trances. El todo vale se intensifica con esta metáfora que descalifica el maquiavélico axioma de que el fin justifica los medios. Como en una –justa- fábula sangrienta a la que únicamente se puede reprochar el tratar de tapar en el epílogo grietas que podían haberse quedado al descubierto, la cámara se va tiñendo de rojo sin que se detecten temblores emocionales en el pulso del que la sostiene y la voz de la que la dirige, ambiciosa reportera a la que ‘histeriza’ Manuela Velasco.

Valoraciones sociológicas a un lado, ‘REC’ demuestra que una película que se mueve rápidamente a base de dentelladas varias, puede lograr que congenien taquilla y calidad. Más difícil será que triunfe ese remake estadounidense en el que ya se está trabajando. Lo de la mala televisión que recorre por entero la programación y los malos rollos que se generan en la convivencia vecinal no son productos excesivamente exportables. No hay HBO salvadora ni conciencia de coexistencia al estilo panal de abejas, embargada por el acérrimo individualismo. Un trabajo tremendamente conseguido, contundente y realista, por tanto, aunque por fuera no lo parezca, nacido de una idea que, por simple que se antoje, brilla por la eficacia con la que está ejecutada. Da miedo por la autenticidad, por mucho zombie hambriento que se pasee por la programación.