CRÍTICA DE CINE'Primos' (Daniel Sánchez Arévalo. España, 2010)
Hay ya de inicio un sustrato básico que distancia ‘Primos’ de otras comedias al estilo, tanto norteamericanas como españolas: el cuidado puesto en los diálogos. Hay fluidez y asuntos emocionales manejados –en apariencia- desde una óptica superficial, son directos y derrochan energía en manos de unos intérpretes que creen en lo originalmente escrito. Ahí tiene mucho que decir Daniel Sánchez Arévalo, siempre con el radar puesto para captar de aquí y allá frases y pensamientos que suenan reales aunque estén envueltos con una doble capa de dulce patetismo.
Tras el sutil debut de ‘Azuloscurocasinegro’ y la metaobsesiva y oscura ‘Gordos’, el cineasta madrileño ha rebajado la dosis dramática para abonarse a una historia bienintencionada que recorren personaje que, con sus torpezas y debilidades, se hacen querer. Sánchez Arévalo los coloca en dos frentes separados. Uno lo ocupa el sector masculino. Todos son náufragos de sus propios traumas, incapaces de tomar sus propias decisiones. Son adultos que se niegan a crecer y que regresan, a mayor gloria del tan denostado canto a la nostalgia, al pueblo de los veranos de la infancia, para recuperar todo –poco- lo perdido. Las mujeres, al contrario, saben en qué lado de la trinchera situarse, aunque, finalmente, a todos les pueda ese afán por no seguir avanzando hacia lo desconocido.
Además de los diálogos, que dotan de ritmo y viveza a una estructura dramática simple que denota su origen como cortometraje, hay otro factor que eleva a ‘Primos’. Son sus intérpretes, aliados con una historia en la que creen, que se ajustan al engranaje con facilidad. Son así subrayables los trabajos de Raúl Arévalo, que pide un protagonista a gritos, y Antonio de la Torre, ya por fin donde se merece. Es la suya la trama más entrañable y tierna del conjunto. Al contrario pasa con la protagonizada por el primo hipocondríaco, quizá la más alejada del tono general que impregna al filme, de una excentricidad que a ratos no la hace encajar con el resto, ya sea por excesiva o por quedarse corta.
Así, entre decisiones ilógicas propias de niños inmaduros y diferentes intentos por dar algo de sentido a ese festival de inequívocos y errores que es el amor, vibra una comedia que hace sonreír casi de inicio a fin, esquivando los brochazos gordos y sujeta a situaciones que, sea como sea, huelen en muchos casos a realidad, aunque no se sea consciente.