jueves, 31 de diciembre de 2009

'DRÁCULA'. Un Drácula griposo


'Drácula'

Dirección y adaptación: Ignacio García May
Producción: Centro Dramático Nacional
Escenario: TeatroValle-Inclán (Madrid). 23 de diciembre de 2009

Sorprende ver a estas alturas en un centro de producción de titularidad pública un texto de las características de 'Drácula', estirado y reproducido por devoción por todo arte que se le ha puesto por delante, creador de tendencias y moldeador de un personaje universal que no pierde posiciones entre la muchachada. Ingredientes la mayoría para hacerlos encajar en el ámbito comercial. No obstante, el 'Drácula' revisado por Ignacio García May, autor y director que tan buen recuerdo dejara hace unos meses en el mismo escenario con la trepidante 'El hombre que quiso ser rey', se aleja de lo previsible desde los primeros lances, consagrados a las largas parrafadas estáticas. Es el suyo un 'Drácula' introspectivo y trabajado desde las inexploradas profundidades de la mente, lento y que prioriza los aspectos psicoanalíticos sobre aquellos relacionados con las emociones más directas, las más sencillas de sentir sentado en una butaca.

Es un 'Drácula' que no afila los colmillos, ni siquiera presume de ellos, y que deja a los personajes de la célebre historia expresarse de acorde a la época en la que vivieron. La dirección ha apostado por la sobriedad y la contención, rasgos perceptibles en cada una de las interpretaciones decimonónicas y de verbo solemne que deja el montaje. Una historia de amor y desamor tan desgarradora como la relatada por Bram Stoker se queda así pálida, deambula entre personajes a los que les falta chispa y que no logran quitar el tono monorrítmico y parsimonioso que se apodera de la función desde el inicio, más relacionado con una investigación policial de poca monta, donde hay un culpable al que no se teme, que con un insólito caso de vampirismo.

Hay hallazgos rescatables, no todo está perdido, como los aportados desde la iluminación, un interesante juego de sombras y luces que dota a la historia del característico tono sombrío. Hay tantos referentes a la hora de manejar un producto como 'Drácula', ya tan incrustado en el imaginario colectivo, que todo lo que se aparte de esa ración de tinieblas, suspense, miedo a lo desconocido y una pequeña porción de sangre, ya descoloca. Es el principal problema que afronta esta nueva y griposa producción del Centro Dramático Nacional, devorada por su esteticismo, una profundidad que en ocasiones pelea contra la traducción teatral (el final es el mejor ejemplo) y al que ni la imaginación que se derrocha en algunas escenas como el viaje de Harker a Transilvania o el descubrimiento de Mina de su pasión por el líquido rojo, transplantadas del ya citado 'El hombre que quiso ser rey', salvan del tedio.