sábado, 28 de octubre de 2006

'CABARET'. Una oportunidad única

CRÍTICA DE UN MUSICAL

'Cabaret'
Producción: Stage Entertainment
Dirección: Moira Chapman
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 28 de octubre de 2006

Unos cuantos avisos. 'Cabaret', el musical, poco se parece a la película. Es diferente, juguetón y volátil, con cambios idiomáticos en las canciones que pueden ser difíciles de asimilar, y absorbido por un gigantesco prisma de entretenimiento, sobrealimentada de diversión y drama por dos lados y no uno. A algunos les costará reconocerla. Allá va otra observación. Fuera de esporádicos pasajes gélidos, que los hay, y de la dificultad que tiene para transmitir ideas, que no sensaciones, este 'Cabaret' es prácticamente imposible que decepcione. Es, simplemente, por el placer de ver un Buero Vallejo a reventar, tanto de público como de color, dibujando una estampa vitalista y rentabilizando sus hiperbólicas dimensiones. Una oportunidad única, en ese sentido, para Guadalajara y para el teatro que opera de estandarte cultural de la ciudad. Hasta los eternos problemas acústicos son una delicia ante la delicada parafernalia que monta 'Cabaret'.
Metidos en faena, este 'Cabaret' es una pieza poderosísima aunque agrietada, con ranuras por las que se escapa la emoción, especialmente en los primeros 45 minutos. Visualmente es irreprochable. La puesta en escena es fabulosa, apabullante. El juego de luces aporta dinamismo constante al espectáculo y el vestuario respira realidad. Literalmente, uno puede sentirse dentro de un Cabaret años 30 alemán. Y un consejo. Cuanto más cerca del escenario, más se disfruta del montaje.
La historia, novedad en el musical, en vez de centrarse en el personaje de Sally Bowles, se ramifica en dos direcciones, la que toma la relación de amor de la propia Bowles y la que vive la dueña de una pensión y un viudo de origen judío. Mientras la primera es la que sustenta la trama, la segunda se limita a aportar una importante dosis de sentimentalismo. El tiempo se reparte, lo que minimiza el discurrir de sus respectivas tramas.
Entre tanto jaleo musical –la dirección de Azpilicueta es brillante–, el contenido moral de 'Cabaret' es difícilmente perceptible. Hay que saber leer entre líneas y abstraerse de la belleza visual para encontrar esa carga crítica. Esa Alemania de 1931 sobre la que se cernía el nazismo, aunque no terminara de creérselo. En ese punto el epílogo, directo, sin concesiones y con el apoyo del vacío escénico, es sinceramente efectivo. <>Ejerciendo de gurú, un maestro de ceremonias, Emcee, encarnado por un carismático Víctor Masán, caracterizado como un ser andrógino e inquietante pese a su apariencia traviesa. Masán se constituye como una de las mejores bazas del espectáculo, ayudando a crear el clima adecuado. Hasta de sus salidas de tono o de su previsible incursión por el patio de butacas, sale beneficiado. Un sobresaliente para Masán, una buena nota que también se podría apuntar en cuestiones artísticas, aunque no interpretativas, Marta Ribera, Sally Bowles en la obra. Simplemente correcta a la hora de esbozar a una decadente, pero a la vez optimista estrella de cabaret, se eleva prodigiosamente cuando toca liberar la voz. 'La más fabulosa' y el tema estrella, 'Cabaret', son las dos piezas de más bella ejecución.
Un musical a lo grande 'Cabaret', magnífica oportunidad para disfrutar de un espectáculo diferente a lo que se oferta en Guadalajara.

viernes, 27 de octubre de 2006

'CUANDO UNO QUIERE Y EL OTRO NO'. Emotiva sencillez

CRÍTICA DE DANZA

'Cuando uno quiere y el otro no', de Marco Vargas y Chloé Brûlé-Dauphin
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 27 de octubre de 2006

Resulta agradable encontrarse con un montaje dancístico como 'Cuando uno quiere y el otro no'. Lejos de la pretenciosidad, la espectacularidad y el excesivo alarde de medios que caracterizan a muchas compañías, el sevillano Marco Vargas y la canadiense Chloé Brûlé-Dauphin han fabricado un espectáculo amable, directo y apto para todos los públicos. Todo un acierto para una propuesta que hace de la sencillez su mejor carta de presentación.
Los encuentros y desencuentros que jalonan una relación de pareja se convierten en el eje conductor de ‘Cuando uno quiere y el otro no’. El montaje cuenta con elementos teatrales, pero no comete el error de intentar contar una historia elaborada y compleja. Sus creadores se limitan a dibujar las sensaciones, los periodos de cambio y los sentimientos cruzados que aparecen cuando entra en juego la difícil y arriesgada convivencia.
El espectáculo se apoya en una base netamente flamenca, género al que Vargas y Brûlé-Dauphin siempre han estado ligados. Sin embargo, el purismo deja paso a la fusión, la experimentación y la incorporación de elementos alejados de la ortodoxia. Es precisamente cuando aparece en escena la vertiente más tradicional, acompañada de la voz de Juan José Amador, cuando la pieza sufre un irremisible descenso. La labor del cantaor resulta meritoria, pero su presencia sobre las tablas no termina de encajar en el desarrollo del montaje y su figura se asemeja a la de un extraño perdido en medio de la complicidad. La segunda mitad del espectáculo ofrece los momentos más destacados, en los que el flamenco inicial deja paso a los sonidos clásicos y contemporáneos. Mención especial merecen las escenas desarrolladas en torno a una mesa convertida en acertado testigo mudo de los conflictos amorosos. Lástima que la excelente 'Ne me quitte pas' de Jacques Brel, uno de los mejores instantes de esta ‘Cuando uno quiere y el otro no’, no se resuelva correctamente.
Es posible que los movimientos de Vargas y Brûlé-Dauphin no destaquen por la elegancia que caracteriza a los bailarines de danza clásica. Tampoco tienen el ritmo exagerado de las coreografías latinas ni la cuidada sensualidad de los sonidos árabes, pero su expresividad y frescura racial consiguen transmitir emociones y provocar una sonrisa de complicidad al final del espectáculo. Y eso es más que suficiente.

(MM)

domingo, 22 de octubre de 2006

'MINGUS CUERNAVACA'. Estética maldita

CRÍTICA DE TEATRO

'Mingus Cuernavaca'
Producciones Inconstantes
Autor y dramaturgia: Enzo Cormann
Dirección: Emilio del Valle
Reparto: Chete Lera, Carolina Solas y Amaranta Osorio
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). 21 de octubre de 2006

Despojarle la mística al mito. Lo hizo Clint Eastwood en la impecable 'Bird' con la figura de Charlie Parker y lo ha tratado de calcar, versión escénica, Enzo Cormann con Charles Mingus, otro ser de errático comportamiento, polémico y endiabladamente genial, un jazzman de altura machacado desde las alturas. La última hora de vida de un Mingus devastado físicamente es el eje argumental de esta imperfecta siempre, jugosa a veces, 'Mingus, Cuernavaca' esbozada por Producciones Inconstantes.
Pieza de un elevado contenido intelectual, plagada de monólogos laberínticos y con escaso poso, encuentra en la soberana interpretación de Chete Lera una agradecida válvula de escape. El Mingus que fabrica Lera es de una dificultad elevadísima, sólo al alcance de tipos capaces de llenar con su figura el escenario. Es el caso de Lera. El actor sujeta a un personaje del que apenas se dan indicaciones desde la obra, un problema. Sí, hay un vídeo introductorio tan breve como superficial. Sí, se ha creado la figura de una narradora/esposa, sin conseguir resolver la papeleta. Y sí, se sabe que era un misógino y un militante contra el racismo. Poco más.
Al final del montaje, para el neófito del jazz, Charles Mingus sigue siendo tan desconocido como lo era al principio. Se queda únicamente con la estética del malditismo, esa que tanto agrada. La música es la otra gran protagonista. En directo, añadiendo calidad e interés, acompaña a Mingus en su epílogo vital. Tonos suaves y melancólicos, a veces discordantes con el ritmo visceral que Mingus imprimía desde el contrabajo a sus composiciones. En ese sentido, deja bastante frío el hecho de que los intérpretes actúen con un micrófono incorporado, pero esa es otra historia, probablemente inevitable.
'Mingus, Cuernavaca' es un montaje inteligente, bien trabajado, con una arquitectura escénica poderosa, un sonido jugoso y con un actor que imprime veracidad y dureza a su personaje, que lo siente y lo vive. Motivos para encandilar tenía, demasiados. Pero el poso que deja es ligeramente decepcionante, por su excesiva frialdad, por la densidad y complejidad de su propuesta y, en definitiva, por la intrínseca dificultad que tiene llevar a cabo una empresa relacionada con un tema, el jazz, y un personaje, Charles Mingus, de consumo tan minoritario, desafortunadamente, en este país.

viernes, 20 de octubre de 2006

'J'ARRIVE'. Catarsis corporal

CRÍTICA DE DANZA

'J'Arrive'
Dirección y creación: Marta Carrasco
Compañía: Marta Carrasco Cía.
Reparto: Marta Carrasco, Adrià Gonzàlez, Carme Gonzàlez, Xavi Saez, Cristina Sirvent
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 19 de octubre de 2006

A base de retazos inconexos hilvana Marta Carrasco ese puzzle bien armado, afrancesado y visceral que recibe el nombre de 'J'arrive'. Marta Carrasco, soberbia, catártica, hizo con el cuerpo lo que Leo Bassi con la voz hace un par de años también en el Festival de Teatro Urbano. El cómico italiano salió del Buero Vallejo acompañado de su público (muy poca gente, al igual que el jueves con Marta Carrasco) y le incitó a gritar lo más fuerte que pudiese. Vocerío desde las entrañas. Ruido para corazones que lloran.
Tan diferentes, la propuesta de Carrasco surte el mismo efecto. Balancea su cuerpo, se desnuda, hace el amor con una hiperbólica estatua, se revuelve en un suelo en el que yacen sandías trituradas. Dueña de una expresividad gestual ilimitada, Carrasco liberó una catarsis corporal que consiguió conectar con el público. Hasta el momento, la ovación que recibió la artista y sus cuatro acompañantes, ha sido la más sobresaliente en este FUT.
'J'arrive' es una colección de piezas individuales que van desde el lirismo absoluto hasta el vodevil a ritmo de película de Charles Chaplin. Tan pronto se escucha la suave y reivindicativa voz de Lluis Llach como un ritmo endiablado se apodera del escenario, por otra parte, de una belleza visual fascinante. Obra de fácil digestión, guarda para el recuerdo momentos fascinantes como el hermosísimo duelo que Marta Carrasco libra con una superficie de plástico. Como un bello ejemplar de catarsis expresiva liberadora se configura esta magnífica, aunque ciertamente dispersa, 'J'arrive'.

'HAZME REÍR'. Inocencia

CRÍTICA DE TEATRO

'Hazme reír'
Dramaturgia y dirección: Marta Torres
Compañía: Teatro de Malta
Reparto: Jesús Blanco, Oti Manzano, Paloma Vidal, Yaël Belicha
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). 20 de octubre de 2006

Un divertimento efectivo y que fluye a una velocidad endiablada, sin mucha carga de profundidad y aliñado de unas cuantas gotas de comodón compromiso político es el perfil que dibuja esta 'Hazme reír' de la compañía albaceteña Teatro de Malta.
El montaje diseñado por Marta Torres se ciñe a las características básicas del comportamiento demostrado en los últimos tiempos por la compañía. 'Hazme reír' es ingeniosa, ágil y graciosa, con una estudiada puesta en escena y con unos números musicales que encajan sin dificultad en el desarrollo humorístico de la obra. Pierde relieve, por otro lado, en su estructura dramática, en ese mensaje tan poderoso y a la vez tan inocente que busca hacer llegar a la platea.
La Guerra de Irak y la Guerra Civil española son los fondos por los que se manejan verbalmente esos cuatro clowns aparentemente inocentes. Ahí es cuando se desencadenan los tópicos y las ideas que, de tan fáciles, se quedan en fuegos de artificio. La mujer ‘roja’ muere a manos de las hordas del fascismo. De fondo se escuchan, caricaturizadas, las voces de los principales mandos militares nacionales. Muy repititivo. ¿No habíamos quedado que en la Guerra, con mayúsculas, no hay buenos ni malos? El público escucha lo que quiere y todos tan felices. Como cuando uno de los personajes habla del miedo. ¿Será comparable nuestro miedo al que se pueda vivir en un país ocupado?
Pero discursos ideológicos aparte, 'Hazme reír' goza de una construcción bien sustentada. La pieza se ve sin dificultades, se disfruta, y bastante en momentos esporádicos, y tiene buenas ocurrencias como ese final al ritmo de la canción de Seguridad Social que el pasado verano machacó los oídos del espectador televisivo debido a una impulsiva campaña publicitaria. Al grito de "la guerra es maravillosa" empieza y acaba una función que, por recurrente en su temática, estropea una parte importante de su potencial escénico.

domingo, 15 de octubre de 2006

'FARSA Y LICENCIA DE LA REINA CASTIZA'. Intrigas complejas

CRÍTICA DE TEATRO

'Farsa y licencia de la reina castiza'
Autor: Valle-Inclán
Compañía: Histrión Teatro
Dirección: Juan Dolores Caballero
Reparto: Manuel Salas, Menchu Alcalá, Pepe Penela, Enrique Torres, Gema Matarranz, Constantino Renedo y Paco Inestrosa
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 14 de octubre de 2006

No es frecuente encontrar una obra de Valle-Inclán en la cartelera teatral. Sus piezas dramáticas suponen un auténtico reto escénico. Las compañías, conscientes del peligroso riesgo que llevan asociados los textos del autor gallego, suelen mostrarse reticentes a la hora de elegir uno de ellos como materia prima de sus montajes.
Histrión Teatro, agrupación consolidada y especializada en las adaptaciones de grandes clásicos, afronta con dignidad el difícil órdago en esta 'Farsa y licencia de la reina castiza'. El espectáculo mostró una nueva y agradable cara del Corral de Comedias, dispuesto a romper temporalmente la inquietante ‘cuarta pared’. El escenario perdió su constante protagonismo en favor de un patio de butacas cubierto de arena. Un espléndido envoltorio estético para un texto difícil, denso y no apto para todos los públicos.
Unas fogosas cartas de amor firmadas por la reina hacen tambalear el inestable gobierno de la España isabelina. Este arranque da comienzo a una historia de intrigas cortesanas, chantajes interesados y signos de decadencia aliñados con tintes grotescos. A pesar de la aparente trivialidad del tema central, el espectador no lo tiene fácil a la hora de introducirse en el desarrollo argumental. La ausencia de decorado y las continuas idas y venidas de unos personajes a los que cuesta trabajo ubicar dificultan considerablemente el acceso para los no iniciados.
La idónea brevedad del montaje, la acertada y minimalista puesta en escena, la correcta dirección de Juan Dolores Caballero y un destacadísimo trabajo actoral facilitan la pesada digestión de esta compleja 'Farsa y licencia de la reina castiza'. Un caramelo para los aficionados a la densidad del teatro de Valle-Inclán que resulta impenetrable para el espectador medio. Un montaje que contribuye a incrementar la alargada sombra de elitismo que planea sobre el Corral.

(MM)

sábado, 14 de octubre de 2006

'BORGES+GOYA'. Desasosegante

CRÍTICA DE TEATRO

'Borges+Goya'
Autor: Rodrigo García
Compañía: La Carnicería Teatro
Escenario: Iglesia de los Remedios (Guadalajara). 14 de octubre de 2006

Una invitación al desasosiego la que proporciona Rodrigo García y La Carnicería Teatro a través de 'Borges + Goya', un par de monólogos con tantas características comunes como dispares. A las dos piezas representadas en una iglesia de los Remedios con dificultades acústicas les une una puesta en escena minimalista y austera, en la que los decorados y la propuesta visual ceden protagonismo al texto.
Este proceso, atípico en los trabajos del irreverente dramaturgo argentino, nace de la desconfianza hacia su propio público, que lejos de implicarse con el puzzle de mensajes que desbordan sus montajes, se quedan con el espectáculo, polémico para algunos, de las habituales salidas de tono de La Carnicería.
En 'Borges', por ejemplo, se presenta en el video inaugural una felación, que incluye culminación, y el discurso está aliñado de improperios varios y de un final grotesco. Es lo de menos. Rodrigo García, a través de su ‘alter ego’ interpretativo, pasa de la fascinación juvenil de un chaval por Jorge Luis Borges al más absoluto desprecio por su actitud política, metiendo en el mismo saco a Octavio Paz, "el poeta que nunca se mojó por nada ni por nadie, el poeta condecorado". Radical y con una puesta en escena que apuesta por un estatismo de raíces poéticas, 'Borges' no es para nada una representación reverencial hacia la figura del escritor argentino fallecido en 1986. Puro Rodrigo García, el Borges que muere en el montaje lo hace triturado, convertido en carne y masticado por los seguidores más radicales del Boca Juniors, las Barras Bravas.
La pieza se une a 'Goya' con una procesión de imágenes de acústica chirriante que durante diez minutos generan una atmósfera de desasosiego de esas que propugna La Carnicería. Una crítica, en definitiva, hacia esos artistas que, con el don de influir en las altas esferas y en la ciudadanía, huyen del compromiso como la peste.
'Goya' tiene un perfil más humorístico, pero también con aristas. Aquí la figura del pintor no es un referente negativo como lo era Borges. Es la aspiración de un padre, un hombre desesperado con dos vástagos de 11 y 6 años, seguidor del Atlético de Madrid y con 5.000 euros de bote ahorrados toda su vida. Con ellos se quiere dar un gustazo, entrar de noche en el Museo del Prado cargados de alcohol y cocaína y ver las pinturas negras de Goya, que aquí opera de modelo positivo en contraposición a Borges. El retrato de un perdedor adquiere relevancia dentro de una pieza con ligeros brochazos de denuncia social y cargada de una ironía, cómo no, demoledora.

domingo, 8 de octubre de 2006

JOAQUÍN SABINA. A lo grande

CONCIERTO

Joaquín Sabina
Intérpretes: Joaquín Sabina (voz, guitarra), Pancho Varona (voz, bajo), Antonio García de Diego (voz, teclados, guitarra), Olga Román (voz, coros, guitarra), Jaime Asúa (guitarra eléctrica), Pedro Barceló (batería)
Escenario: Plaza de Toros de Las Ventas. 6 de septiembre de 2006. Entradas agotadas.

Madrid hiperboliza todo lo que toca. Agranda lo insignificante, ensalza lo banal, acapara los elogios, invierte en los improperios. Madrid es capaz de convertir una nimiedad en un hecho trascendental. Algo pasable en imprescindible, transformar lo simple en obvio. Madrid funciona a lo grande. Su corazón late más rápido que el del resto de las ciudades, a una marcha superior, a una velocidad tan vertigionosa que en cualquier momento puede derrapar y estrellarse. Madrid, tan machacona y agotadora, tan febril y sentimental, es el feudo en el que mejor se maneja un personaje para el que vale todo lo escrito. Joaquín Sabina nunca encontrará mejor modelo que Madrid, capital de sus versos. “Es emocionante y estupefaciente que Joaquín sea como el Madrid que canta”, escribe el poeta Ángel Antonio Herrera. Por eso y más, el esperado regreso del canalla andaluz a Las Ventas, seis años de sequía de por medio, era un cita especial, grande, elevada a la máxima potencia. Como Madrid. Como todo lo que ocurrió esa noche, reivindicación de una ciudad sin límites y de un personaje único en su especie. Alguien capaz de ridiculizar a la muerte, de sortear a la depresión con recochineo, de bajar de la nube negra pisando el acelerador y con los frenos rotos y de volver a encender la llama para alegría de muchos, más de 20.000 personas la madrugada del miércoles.
Avisos de tormenta. Truenos y relámpagos sobre Madrid. En un momento el cielo de la ciudad se coloreó de negro. Un apocalipsis en miniatura, invitado vespertino inesperado para la gran noche sabiniana. Malos augurios movidos por un viento infernal, mojados por una lluvia fina y cortante y embrutecidos por un problema más terrenal: los generados por el ser humano. La tarde cedió paso a la noche. El dios de la tormenta aplacó su ira y perdonó a Sabina. El cielo se limpió de una oscuridad que se hospedó entonces en el coso taurino. El caos se apoderó de todo. El único que se salvó fue Joaquín Sabina, puntual y juguetón, voz rota pero firme. Seguro y agigantado sobre el escenario, el suyo, Madrid.
Olga Román, dulce telonera, fue la primera en sufrir la ira de lo imprevisto. Se marchó el sonido en medio de una canción, como nunca debe pasar, y allí se quedó, en silencio, desconcertada, delante de un público que ni la esperaba ni la valoraba. Un mal momento. El desvarío se trasladó a los alrededores. Porque en Madrid, lo que es fácil se convierte en complicadísimo. Lo previsible no existe y comparece lo inesperado. Entradas falsas, abucheos, un telón que impedía la visión del escenario a centenares de personas, desastre organizativo, lío con los asientos y colas kilómetricas producto de la mala planificación. Entre enfados masivos fue la cosa y, sin darse cuenta, Sabina ya contabilizaba tres canciones.
Salió impuntual el de Úbeda con los acordes de 'Aves de paso', prólogo habitual de 'Carretera y Top Manta', declaración de intenciones canallescas. Movió poco el repertorio Sabina, lo suficiente para rozar las tres horas de concierto puro y duro, que se dice fácil. Cuatro incorporaciones de última hora, gentileza de encontrarse entre amigos. 'Yo me bajo en Atocha' regresó envuelta en un cielo azul, imprescindible. 'Pacto entre caballeros', esporádica en esta gira, regaló una buena dosis de locura al gentío. 'Pongamos que hablo de Madrid' fue la licencia de la noche, una canción que Sabina tenía guardada en el baúl de los recuerdos indescifrables y personalísimos. La sorpresa fue 'De purísima y oro', poesía de taburete entre amigos, que llegó en la recta final sin demandar demasiada atención, lenta, tranquila y suave.
El resto del recorrido del cantautor del bombín, entre el extásis general y a lomos de una nube blanca conducida por los fieles Pancho Varona y García de Diego, no se apartó del círculo que ha venido dibujando durante los últimos meses. Una reivindicación del rehabilitado, el que dice que su próximo disco será el mejor de su carrera. Un acierto las incorporaciones de 'La del pirata cojo' y 'Conductores suicidas' al repertorio al aire libre, como la vertiginosidad imprimida a 'Ruido' y 'Princesa'. 'Alivio de Luto', su último trabajo, desfiló entre la indiferencia, con la salvedad de esa 'Pájaros de Portugal' convertida ya en todo un himno. Maravillosa resultó 'A la orilla de la chimenea' en la voz de Antonio García de Diego, igual que esa versión colectiva del 'Marilyn Monroe' de Alarma.
A la una de la madrugada, con una treintena de canciones en la memoria, el protagonista de la noche se marchó. Nada de despedidas tumultuosas. Por fortuna, queda Sabina para rato.

viernes, 6 de octubre de 2006

'DQ PASAJERO EN TRÁNSITO'. Frivolidad visual

CRÍTICA DE DANZA

'DQ Pasajero en tránsito'
Compañía: Rafael Amargo
Dirección escénica: Carles Padrissa
Dirección audiovisual: Juan Estelrich
Música: José Soto 'Sorderita'
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 6 de octubre de 2006

Igual se le ve de profesor en Operación Triunfo, que de actor en la última de Vicente Aranda, que de consejero en un deplorable programa de la madrugada televisiva. Rafael Amargo está en todas partes. El bailarín gaditano para ahora en Guadalajara, donde exhibe en doble sesión un espectáculo que desprende cansancio y cierto desgaste. Curiosa circunstancia que este 'DQ Pasajero en Tránsito' casi haya coincidido en el tiempo con el 'En un lugar de Manhattan' de Els Joglars. Parece puesto a propósito, porque todo lo que critica con extrema sutileza el montaje de Albert Boadella, ese modernismo machacón que desfigura la figura del hidalgo, es lo que significa, en buena medida, la obra comandada por Rafael Amargo. A Boadella le llevarían los demonios si se sentara en primera fila para contemplar una obra como la que pasó ayer por el Buero Vallejo.
Frívola a ratos hasta extremos insospechados y elegante cuando ofrece lo que debería ser sello distintivo, este 'DQ Pasajero en Tránsito' abusa del desenfreno visual que se apodera del escenario desde el primer momento. Del relato del Quijote de Cervantes poco se sabe, enmascarado entre símbolos orientales y una arquitectura visual, lenguaje 'furero', a la que no se le puede achacar falta de poderío hipnótico.
La desconexión entre lo que sucede en las tablas y lo que pasa por detrás, con esas proyecciones en las que tan pronto se ve a dos luchadores de sumo persiguiendo a un Amargo quijotizado como un queso manchego motorizado (pura pedantería) lastra el desarrollo de un espectáculo que se viene a arriba en contados momentos, que no son, precisamente, aquellos en los que un Rafael Amargo enfurecido y con la elegancia guardada en los bolsillos toma el bastón de mando.
Los números corales, con unos artistas enormes y en estado de gracia, son el aval más notorio de este 'DQ Pasajero en Tránsito', que entre la avalancha digital se atreve a criticar con ironía a la SGAE y que guarda un hueco distinguido al hip-hop, una idea bien aprovechada y que regala algún instante artístico de nivel. Sancho Panza es, siguiendo este razonamiento, un bailarín de break-dance que brilla por sí mismo entre la algarabía dramatúrgica propuesta.
De la historia mejor pasar de puntillas: Dos jóvenes japoneses adictos a un videojuego llamado 'DQ III' se enfrentan al poder materializado en forma de multinacionales, casi nada. Para guardar, el trabajo grupal y algunos momentos en los que lo que ocurre en el escenario concuerda con la faceta audiovisual. Muy poco.

jueves, 5 de octubre de 2006

'VETE DE MÍ'. A mala leche (***)

CRÍTICA DE CINE

El primoroso trabajo de dos actores de generaciones distintas y características opuestas es lo que abrillanta la imagen de una película pequeña, hecha con buen gusto, llena de diálogos ágiles y mucha mala leche y con un punto de partida tan sencillo como atractivo. Un hijo y un padre. El gorrón y el fracasado. Dos seres perdidos por la vida, cada uno con sus circunstancias. Dos mundos alejados en un principio que confluyen en una de las escenas finales más apabullantes que se han visto por el celuloide en los últimos tiempos.
Drama menos cómico de lo aparente sabiamente perfilado por ese joven director llamado Víctor García de León, de anónimo estreno con la floja 'Más pena que gloria', encuentra en un inmenso Juan Diego el foco que acapara todos los elogios. El intérprete borda su papel de veterano actor venido a menos, añadiendo de su propia cosecha un montón de registros sólo al alcance de maestros de la interpretación. Una muestra es ese exhausto paseo por los sótanos de la noche, una larguísima escena, punto culminante del choque de personalidades entre el protagonista y su 'partenaire' Juan Diego Botto.
La labor del vástago, ejemplar treintañero vago, acomodado y vividor, una envidia para el resto de los mortales y una especie cada vez más abundante, no le anda a la zaga. Trenza con tímida habilidad un papel diametralmente opuesto aunque hermanado al que hizo en 'Martín Hache'. Sin ellos, especialmente sin ese personalísimo Juan Diego, 'Vete de mí' no pasaría de ser una película simpática, pero sumamente lineal, con escasos atractivos argumentales una vez puesto el material al servicio del espectador.
Trabajo eminentemente descriptivo de la vertiente del perdedor, 'Vete de mí' rebosa humor insano, de ese en que la risa y la tristeza, indistintamente, son sensaciones provocan desolación. No hay cercanía a los personajes, hay una incomprensión que se extiende hacia todos los secundarios que pasan por la pantalla. Una visión nueva y vistosa, además de actual, del conflicto universal entre padres e hijos.

'SALVADOR'. No hace tanto (***)

CRÍTICA DE CINE

Los 'biopics' corren el riesgo de desplazarse hacia el nada deseable terreno de la hagiografía. Si el protagonista cuenta con una trayectoria relacionada con el mundo político, las posibilidades de traspasar la borrosa frontera se multiplican. Manuel Huerga asume el difícil reto de forma digna y certera. El director catalán ha facturado un filme que alterna la convulsa realidad de los años 70 con la historia personal y conmovedora de un joven inquieto dispuesto a luchar por sus ideales. Dos películas en una, una división fácilmente perceptible desde la butaca. Una de difícil digestión, la otra más apta para un público más heterogéneo. Una parte política y la otra personal. Las dos bien rodadas y excelentemente perfiladas.
'Salvador' lleva a la gran pantalla la vida de una de las últimas víctimas de la dictadura franquista. Puig Antich, militante del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), fue uno de los muchos universitarios movidos por las utopías y el deseo de vivir nuevas experiencias. Condenado por un dudoso episodio aún sin esclarecer, su ejecución es uno de los capítulosignorados y desoladores que se esconden al otro lado de las páginas oficiales de enciclopedias y libros de textos.
Huerga crea un largometraje compuesto de dos partes diferenciadas y correctamente ensambladas. La vertiginosa y desenfrenada etapa de sueños y militancia se contrapone con la sombría y gris espera del indulto. Daniel Brühl realiza una correctísima labor en uno de esos papeles protagonistas infinitamente agradecidos. Sólo algún pasaje excesivamente acelerado (ese paseo en moto que parece sacado de un videoclip adolescente) y escenas destinadas a provocar las lágrimas fáciles de los espectadores más sentimentales desentonan en una de esas películas imprescindibles.
Una abrumadora historia personal enmarcada en un marco político y social de la olvidada historia reciente. Totalmente recomendable, sobre todo para esas generaciones de última hornada que todavía desconocen que hasta hace pocos años, tan pocos que asustan, en España seguía impuesta la pena de muerte.