domingo, 28 de octubre de 2007

'EL HOMBRE ALMOHADA'. Desolación, miseria

CRÍTICA DE TEATRO

'El hombre almohada'

Autor: Martin McDonagh
Compañía: Teatro del Noctámbulo
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). 26 de octubre de 2007

Para punzar conciencias, pocas medidas más eficaces que involucrar en asuntos de sangre a menores. El texto del joven dramaturgo irlandés Martin McDonagh, un autor poco frecuentado en la escena nacional, no esquiva entrar de lleno en los aspectos más escabrosos de un quíntuple asesinato. Es la parte superficial que se recorre a lo largo de un áspero relato contado en tono de fábula, un viaje a las alcantarillas de la condición humana, perfiladas en esos traumas adquiridos en la infancia que no desvanecen por énfasis que se ponga en la tarea.

De fondo, corren cuestiones como el egocentrismo del creador en su soledad, la ausencia de remordimientos y más a largo alcance las relaciones fraternales o los métodos represivos utilizados en las dictaduras. Teatro del Noctámbulo ha realizado una labor notable para una empresa de envergadura. Como rasgo propio, ha dotado a la obra de una trascendencia abismal, excesiva en ocasiones. Habitual cuando se palpa una obra laberíntica y plagada de esas afirmaciones ante las que la sociedad suele cerrar los ojos.

Si ‘El hombre almohada', pese a la dificultad de una propuesta que se sostiene sobre un libreto de ilimitada ambición de autor, funciona, se lo debe en gran medida a la solvencia del cuerpo actoral. Sobre José Vicente Moirón, un todoterreno de garantías con antecedentes de grato paso por Guadalajara (‘El búfalo americano'), recae el peso de la función. Hace creíble, a veces hasta la exageración, a un personaje complejísimo, el de Katurian, escritor en sus tiempos libres de unos cuentos a los que emparejan a los citados asesinatos. Argumento que, por otro lado, no es nuevo, tratado ya desde la pantalla grande y visto en una de las últimas acometidas de Animalario, la turbadora 'Hamelin', a la que unen evidentes lazos dramatúrgicos.

El grado de desolación que se alcanza en 'El hombre almohada', más allá de una inteligente resolución y de una puesta en escena que burbujea en dos planos, el real y el onírico, pierde en las comparaciones. Lo que sí queda es el silencio por la tensión de la experiencia narrada, sólo aliviada por las medidas incursiones en ese otro plano escénico de corte fantástico.

miércoles, 24 de octubre de 2007

'IMPERIUM'. Irrespirable

CRÍTICA DE TEATRO

'Imperium'
Compañía: La Fura dels Baus
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 22 de octubre de 2007

Leo Bassi se embadurnó de miel, se llenó de plumas, lanzó una docena de huevos contra el público y estuvo cerca de montar un escándalo público al salir desnudo a la calle Cifuentes. Rodrigo García obligó a uno de sus discípulos a matar a un bogavante y comérselo ante una veintena de personas. Las discrepancias ideológicas saltaron como un resorte. La compañía catalana L'Invenció disfrazó a los espectadores de inmigrantes ilegales. Les vejó, les agobió, les colocó un pastor alemán encima, trató de acercarles las emociones de esos rehenes del Tercer Mundo.

Siguiendo esa línea dibujada en el pasado por el Festival de Teatro Urbano (FUT), una rareza entre la uniformidad de una ciudad como Guadalajara, La Fura dels Baus montó este fin de semana durante dos noches consecutivas su particular aquelarre antiimperialista, elaborado desde el contraste. El plan de choque aplicado no supone novedad. Mostrar metafóricamente lo que se critica acercándolo lo máximo posible al asistente. El ambicioso intento se queda a medias.
Transcurre con tanta celeridad ‘Imperium', un exceso de movimiento, energía y rabia interpretativa, que anula la posibilidad de digerir con calma todo aquello que trata de transmitir. Las reducidísimas dimensiones del escenario del Teatro Buero Vallejo operan en un doble sentido. En el lado positivo, generan una sensación de agobio descomunal. El movimiento agitado de las cuatro plataformas piramidales que dibujan el cuadrilátero dispuesto provoca asfixia, una tensión continua ante la falta de espacio en el que situarse. Unida a la oscuridad, genera un ambiente irrespirable, perfecto para el ritmo que imprime la obra, fiel al lenguaje ‘furero' que predica.

En contrapartida, aumenta la posibilidad de perder la perspectiva, de extraviarse ante la ruta trazada por la dramaturgia. El riesgo de deteriorar la concentración, que se exige para disfrutar en plenitud de ‘Imperium', es elevado. Este factor agranda la incógnita de si la obra, no apta para corazones funcionales aunque de menor exigencia que la proyectada por la categoría que se le presupone a La Fura, hubiera funcionado más aceptablemente en esa nave industrial que figuraba en el proyecto inicial.

‘Imperium' late con fuerza desde el violento arranque, con la explosión de una serie de mochilas-bomba seguido de un tétrico desfile de afectados por el atentado que ya anticipan la existencia de un único espacio escénico. Actrices y espectadores, un rebaño a disposición de las gladiadoras, ya no se soltarán de la mano. Compuesta de cinco actos y de una hora corta de duración, no se puede asimilar sin aceptar su profunda simbología. El movimiento es continuo y obligado. No hay barreras ni convencionalismos, ni siquiera se sigue una lógica teatral. Entre trallazos de mayor o menor nivel visual, ‘Imperium' se queda como un espectáculo exigente, desolador y efectivísimo en su resolución, aunque de unas prestaciones menores que espectáculos diseñados por anterioridad por La Fura. Y si no, ahí quedan esas sonrisas que pese lo irrespirable del ambiente y la dureza del tema tratado se escapan en multitud de ocasiones. A medias.

viernes, 19 de octubre de 2007

'PROMESAS DEL ESTE'. Furia moral (****)

CRÍTICA DE CINE

Tres reveses sangrientos sacuden la pantalla en el arranque de ‘Promesas del Este'. Violencia que paladea cada una de sus nueve letras. Desde el inicio, David Cronenberg coloca las cartas boca arriba, sin trampas. Arrebatos de rabia física y furia moral despojados de metáforas, prescindiendo de la colaboración técnica y argumental. La violencia se manifiesta en su estado más puro, desde el temor. No hay que buscar el lirismo en cada uno de estos encuentros que, lejos de fluir soterradamente, machacan a corazón abierto.

El listón baja después de ese turbador inicio que, no obstante, consigue su propósito. Ya no habrá forma humana de huir de la asfixiante atmósfera en la que sumerge Cronenberg a los protagonistas, un Londres de baja alcurnia por el que campan mafias sin reparo para apretar el puño. Hermanada con ‘Una historia de violencia', más allá de la presencia de un Viggo Mortensen que ya exclusivamente por su interpretación justifica el acceso al cine, ‘Promesas del Este' corrobora el nuevo rumbo que ha tomado la cinematografía del canadiense, antaño coleccionista de rarezas y actualmente consolidando una narrativa lineal, directa, sin recovecos guionísticos ni destrezas modernistas que pudieran conectar con otros géneros que nada tuvieran que ver con el realismo.

Oscura, inquietante y magnética, la película tiene la rara virtud de atrapar desde el desasosiego, dosificando suavemente la tensión hasta soltarla de sopetón en una de esas escenas que dejan sin reacción, la escalofriante refriega que se vive en una sauna, escaparate de muchos de los temores al dolor físico que el ser humano es incapaz de plantearse.

A un lado el recital interpretativo de Mortensen, cada vez con mayor cantidad de papeletas para acceder al olimpo de la profesión después de observar su escalofriante mutación psicológica, queda un relato de la miseria humana puesto en ojos de una comadrona que ve cómo a escasos metros del holgado microcosmos que habita -el lacrimógeno trauma maternofilial es el único parche corregible- respira un inframundo habitado por tipos que cortan dedos, arreglan sus disputas a navajazos y coaccionan a jovencitas con falsas promesas de felicidad bajo una pasmosa impunidad. Ésa es la lección de mayor tamaño que encierra ‘Promesas del Este', furioso relato troceado con tacto de cocinero elitista. No hay salvación posible más lejos del círculo de confianza que uno mismo elija, en el plano interior y humano, para resguardarse del peligro en el que se ha constituido la sociedad actual. Pesimista, inteligente y esperanzadora.

miércoles, 17 de octubre de 2007

'¡EL CONQUISTADOR!. 'Cinenovela' en las tablas

CRÍTICA DE TEATRO

'¡El Conquistador!'

Compañía: Lucidity Suitcase Intercontinental
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). Viernes 19 de octubre

Al calor del título de finalista del Premio Planeta, Boris Izaguirre declaró que la telenovela es el elemento que aglutina a los latinoamericanos. Un culebrón funciona como hilo conductor a nivel dramatúrgico y visual de ¡El Conquistador!, rarísima pieza multimedia con acento colombiano que sirvió para inaugurar entre amigos la cuarta edición del Festival de Teatro Urbano (FUT). Contiene la producción de la Lucidity Suitcase Internacional, plagada de guiños transoceánicos, un muestrario de elementos que la emparentan al universal género televisivo, fundamentalmente en cuanto al tono en el que está narrada. Los enredos, amoríos y pérfidas intregas tan típicas de la telenovela van ganando peso conforme se acerca el epílogo, convertido en un delirante ejercicio más próximo al surrealismo, ya con las ataduras narrativas totalmente desgarradas. Hasta ahí, escasa conexión en lo expuesto con el patio de butacas.

Comedia superficial, intriga sin suspense y un hachazo al colonialismo español del siglo XV se van cruzando para perfilar una historia que tiene como único protagonista a Polonio, tibio Thaddeus Phillips, un campesino colombiano aficionado a los culebrones que llega a la gran ciudad movido por el sueño de participar en uno de ellos. Sin quererlo, los acontecimientos le van situando en el interior de un relato extravagante. Lo realmente novedoso y atractivo de ¡El Conquistador! es su fantástica puesta en escena, una suma de elementos audiovisuales y escénicos que la aproximan a los códigos cinematográficos. Phillips sale y entra de una pantalla situada a sus espaldas, el otro gran intérprete, en una lección de coordinación muy vistosa e innovadora.

lunes, 15 de octubre de 2007

'SABORES'. Serio y exigente

CRÍTICA DE DANZA

Sara Baras

Espectáculo: 'Sabores'
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 5 de octubre de 2007

El mejor halago que se le puede hacer a ‘Sabores' es que mantiene el listón en las alturas hasta cuando su madrina, Sara Baras, descansa entre bambalinas. Arropa a la prodigiosa gaditana un núcleo de artistas de comprobada eficacia, una marca distintiva que ella rubrica a fuego en los trallazos en los que enciende las tablas. Es lo que más favorable que se puede escribir de ‘Sabores', que rápidamente se planta como una espectáculo serio y exigente. Poco complaciente con el patio de butacas sobre lo que suele ser costumbre. La interminable ‘seguiriya' que construye Luis Ortega es el mejor ejemplo. De complicadísima ejecuición, mereció un mejor trato del que le dispensó el auditorio.

‘Sabores' se escribe al dictado de la emoción. Arte en estado puro, sin condimentos ni distracciones. Prescinde de la escenografía. Tampoco el vestuario se sale de la línea de sensatez impuesta. Lo que reluce es el talento, al servicio del arte y no de ningún otro tipo de interés. Desde la fe y el compromiso ético. Sara Baras, sobra decirlo, ejerce de reina sobre le tablero, abarrotado de alfiles, torres, caballos y peones movidos por una inteligente estrategia.
Enérgica, la gaditana tensa con rabia la musculatura, dobla la cintura como si fuese de plástico, dibuja arabescos irrealizables con los brazos. Pone en práctica un estilo muy particular, lanza un conjuro con el que es complicado no caer hechizado. El punto mágico de ‘Sabores' lo coloca ella, en complicidad con un cuerpo de baile de altura y con el complemento de dos bailaores, Luis Ortega y José Serrano. El segundo fabricó un monumento a base de taconeos furiosos en las agotadoras ‘alegrías' que dispuso sobre el escenario. La energía que consumió le fue devuelta por la platea forrada con un caluroso aplauso.

Sin una línea definida, puesto que el argumento que enlaza las piezas, hasta veinte, simplemente no existe, ‘Sabores' va pasando por los distintos palos que sujetan el flamenco. Algunos pasan desapercibidos sin caer en la monotonía, a la espera de la irrupción de Baras. Otros causan tanta conmoción, que hasta provocaron un fenómeno poco habitual en el aforo del Buero Vallejo: el silencio. El visceral ‘martinete' que ejecutó en las postrimerías de la noche, que llegó hasta las dos horas sin parón, quedará como uno de los mejores números vistos en la trayectoria del teatro. Para conservar en la memoria.

domingo, 7 de octubre de 2007

'MATAHARIS'. Espionaje de interiores (****)

CRÍTICA DE CINE

Sutil, contenida y efectiva, 'Mataharis' es el acertado regreso a la dirección de Iciar Bollain superado ya el inesperado ‘boom' de 'Te doy mis ojos', que supuso tocar cima para el género social de la industria nacional, hoy menos reincidente. El cine de Bollain es de largo recorrido. Procede una mirada pausada, atenta a detalles insignificantes, colocando al reparto al servicio de la historia. Como es habitual, el sector femenino sale beneficiado.

'Mataharis' se vertebra como un puzzle que se va rellenando con tranquilidad y sin errores. No se percibe ni un paso en falso en ese trío de historietas de tono discursivo que engrosan el guión. La acción se queda en el interior de los personajes femeninos, que tras dolorosas revelaciones nuevamente recorren un camino liberador, como ya sucediera en 'Te doy mis ojos' o la primeriza 'Hola ¿estás sola?'.

En ‘Mataharis', la incomunicación en diferentes frentes ocupa el centro de la diana. Silencios torturadores, disyuntivas éticas y secretos de alcoba, con el incentivo cinematográfico de contemplar cómo van siendo descubiertos por profesionales preparados para desenmascarar los enigmas ajenos, son el gancho de una película que, sin quererlo, se constituye como un ejercicio de estilo. Para dotar de agilidad un fresco pintado con enorme habilidad, Bollain ha optado por agitar la cámara, desenfocarla, usar el tono detectivesco de la trama como gancho para acercarse al documental. Impide así que el desarrollo se diluya cuando el ritmo lento del relato goza de menor intensidad. Es el único fallo que se puede achacar a esta impecable 'Mataharis', sin duda la mejor película del cuarteto que ha diseñado la cineasta.

El nivel de contención de las historias, reunidas al calor de una oficina de detectives privados, se sobresalta, fundamentalmente por mediación capítulo protagonizado por María Vázquez y Diego Martín. Hace gala de un tono reivindicativo que contentará a los utópicos y que, por el contrario, restará metros de profundidad al agujero emocional, de mayor hondura, por el que transitan las dos piezas restantes que articulan el largometraje.

Por ahí, un asunto que agita sindicalismo, maldad de multinacional y romance, se aprecia ese toque tan genuinamente social que parece que debe aparecer por norma en una integrante de la cinematografía nacional. Como una justificación para incrementar ese presunto grado de verismo que se atribuye a los trabajos que toman prestados asuntos colindantes con la realidad. 'Mataharis' pespunta en esa dirección, aunque ese matiz tan singular del cine español no acaba de afectar al conjunto final, de impecable visionado.

jueves, 4 de octubre de 2007

'FAMA'. Batido energético


'Fama'
Género: Musical
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 27 de septiembre de 2007

Fuera del escepticismo, las audiencias no suelen mentir. El aparato que se encarga de medir el número de espectadores estallaba de felicidad cada vez que tenía que calibrar la acogida a series como 'UPA Dance' y programas como 'Operación Triunfo', raíz de la que brotó una legión de plantas de inofensiva savia. Hubo temporadas de fervor por formatos de estas características. Jóvenes batiéndose por alcanzar la cima. Un cóctel que fundía música, bailes, promesas de fama, prestigio y sueños rotos. Pasó el huracán y dejó sus consecuencias. La pirámide era demasiado frágil, normal cuando en juego están las emociones humanas, tratadas desde un prisma distorsionado.

Hecha la presentación, 'Fama' es el punto de partida. El origen hay que encontrarlo en Estados Unidos en la década de los 80. Una película, una serie y un filón por explotar en el que se escarbó con profundidad una vez que la televisión se convirtió en lo que es, medio de masas. En un principio, 'Fama-El musical', de superficial contacto narrativo con el serial que le dio a conocer, cuenta con firmes baluartes para llegar al público. La disposición logística cuadra en un Teatro Buero Vallejo perfecto como hogar de funciones de altos vuelos.

La clave para afrontar 'Fama' la da sin querer un pequeño diálogo entre dos de los personajes. "Te comportas como un adolescente". En voz baja, la chica le replica: "¿Acaso no lo somos?". Así hay que tomar esta versión trufada de ágil pop norteamericano, coreografías prodigiosas y una buena ración de composiciones almibaradas, construida desde el ímpetu del que intenta abrirse paso. Que no se busque material más trascendente, eso se deja para formatos que permiten mayor profundidad. Hay apuntes de racismo, todos dispuestos por parte de Tyrone Jackson (Leroy en la serie), sin duda el rol más interesante del reparto, y un acercamiento superficial a las drogas, lacra que irrumpió en los 80 sin conocerse las consecuencias. Más reprobable es la estigmatización que sufre la única actriz con sobrepeso del reparto, con escenas que provocan sonrojo ajeno. Si se buscaba transmitir lo contrario, que era lo suyo, misión completamente fallida.

Desde el inicio, 'Fama' late con fuerza por los cuatro costados del escenario. No hay contención y sí un esfuerzo físico arrollador. Por momentos es pura efervescencia, un aquelarre de plasticidad interpretado con fiereza, con artistas jóvenes pero que demuestran oficio. Como en una larga maratón, la función va desfalleciendo conforme avanza. Agota los argumentos, alarga agónicamente las canciones y rellena de material reciclable el guión. El fin es alcanzar las tres horas, extensión mínima que se exige a un musical de envergadura. El ritmo se ralentiza tanto que repercute en el epílogo, que se lee atropelladamente, como una larga frase sin comas. Tras una gruesa elipsis llega el atracón de noticias, un fallecimiento, la ceremonia de graduación y un rechazo por el que se pasa de puntillas. La narración, por lo tanto, queda a un lado, a favor del apartado musical.

Para el epílogo se reserva el 'bonus track', la perla de la banda sonora. Es esa 'I'm gonna live forever', símbolo de una generación, lanzada por la fuerza vocal de Damaris González y vestida por la irrupción de un taxi neoyorquino de época sobre las tablas. Resumen en cinco minutos de tres horas vividas a toda máquina, batido de energía.

'TOCAR EL CIELO'. El dolor, a un lado (**)

CRÍTICA DE CINE

Entre la remesa de cine argentino que salta el charco con asiduidad se suele colar alguna trampa forrada con un papel elegante, un envoltorio refinado que puede llegar al engaño. 'Tocar el cielo', a falta de una preposición inicial para copiar el título de la hermosa canción que pariera Tontxu y compartiera en el escenario con Antonio Vega, lleva ese doble juego desde esa faceta, tan habitual en la producción de acento argentino, que mezcla sin pudor comedia hilarante con drama desgarrador.

Un reparto exquisito, con la celestial interpretación de China Zorrilla y la vehemente, de nuevo, de Chete Lera, una banda sonora extrasensorial, una puesta en escena con tránsito continuo entre Buenos Aires y Madrid constituyen bazas, a priori, de las que desequilibran hacia el lado positivo esta almibarada coproducción hispanoargentina, tan de moda en fechas recientes. Cuenta con buenos momentos, escenas divertidas y la chispa salta cuando comparten plano Chete Lera y un Raúl Arévalo que se mantiene en estado de gracia.

Le pierde la ambición, esa búsqueda desesperada por tocar la fibra sensible del espectador. Resalta en esa labor un segundo tramo que va perdiendo fuelle escandalosamente, que en cuestión de un minuto, un par de escenas, sube a la cumbre de la felicidad -un nacimiento- para bajar a tumba abierta a lidiar a golpe de efectismo con la enfermedad más cruel.

La película se sostiene exclusivamente por el trabajo actoral, perdida desde el intermedio la verosimilitud y ya en el tramo final, hurtado lo más importante, la credibilidad en la historia que el cineasta deseaba transmitir. Más que por el fondo, por la forma de afrontarla, con un cambio de rumbo cuyo único fin se demuestra que era conseguir la lágrima fácil. Demasiado artificioso para el cúmulo de emociones que pretende despertar, por muy humana, positiva y optimista que se ponga hasta en los instantes más lastimosos, que suelen ir acompañados de una profundísima pena que no hay intención de plasmar.