martes, 27 de febrero de 2007

'EL ÚLTIMO REY DE ESCOCIA'. De refilón (***)

CRÍTICA DE CINE

A la estela de la intachable 'Hotel Rwanda' están brotando en el último quinquenio películas que tratan de recuperar períodos vacíos y teñidos de sangre de la África del siglo XX. A algunas, como la mencionada y la hipnótica y reciente 'El jardinero fiel', las mueven razones de peso. Esconden ideas reivindicativas y de denuncia. No titubean al señalar a la Europa occidental como responsable del derroche de miseria política y social derramado sobre el continente, preferentemente sobre esa África profunda, en pleno corazón del planeta.
Otras, una minoría, atrapan un tema real, lo moldean a su gusto y lo exhiben amontonando los tópicos más usados alrededor de la colonización, colonizados y ocupantes. Un anexo es el género documental, especialidad que ha hecho acreedor de cierto prestigio a Kevin MacDonald, joven director de 'El último rey de Escocia'.
En este trabajo de irregular factura se combinan ambos factores, para desilusión del espectador que busque un retrato más profundo. No es tal el biopic del voraz dictador Idi Amin Dada como las desventuras, amorosas incluso, del joven médico escocés que se convierte al poco de llegar al país en su hombre de confianza, una ficción pegada sin fuerza a la realidad. No se sabe cómo alcanza el poder Idi Amin Dada, quién le rodeaba, qué educación recibió ni qué le motivó a acelerar la espiral del horror en la que sumergió a Uganda en la década de los 70. Es, inesperadamente, un secundario de lujo en su propia película.
Lo que se contempla por el retrovisor biográfico de 'El último rey de Escocia', turbia, superficial y no definitiva, es un recorrido cuajado de lugares comunes en el cine que toca asuntos africanos. La violencia física –de la verbal no hay noticia– coge protagonismo en dos planos totalmente innecesarios, el tour de force del protagonista por el hospital y la escena con licencia ‘gore’ del aeropuerto, que deja en un segundo plano, una pena, un capítulo no cerrado de la vida política de Amin, el secuestro de un avión israelí por un comando palestino.
Y sí, hay un actor enorme, de los que llenan la pantalla cuando aparecen, que define con talento la atormentada personalidad del megalómano ugandés, un político capaz de guardar debajo de la cama una caja con granadas de mano y cintas de Walt Disney. Inmenso, las notables diferencias físicas entre ambos se constituyen un acierto. No es un trabajo de mímesis el de Whitaker, un actor con experiencia en este tipo de papeles, como demostrara en la soberbia 'Bird' (1985). Allí le tocó pelear con otro personaje enfrentado a sí mismo, el músico de jazz Charlie Parker.
El duro trabajo de Whitaker sostiene con dignidad una película que, por otra parte, se queda corta en sus aspiraciones. Falta demasiado por contar de ese payaso y monstruo a la vez, como calificó el escritor Albert Sánchez Piñol a él y a sus compañeros de profesión (Bokassa o Mobutu, entre otros) en el excelente ensayo de mismo título. Para degustar, la labor de Whitaker y no el contexto, pese a la excelente fotografía. A Idi Amin Dada, terrible en sus excéntricos delirios, le otorga un pellizco de humanidad y, sin llegar a justificarle, apunta en su caracterización una serie de factores que pudieron llevar al autocalificado último rey de Escocia y Señor de Todas las Bestias de la Tierra y los Peces del Mar al camino pedregoso de la locura.

viernes, 23 de febrero de 2007

'LA INJUSTICIA DE DOU E QUE CONMOVIÓ EL CIELO Y LA TIERRA'. Ojos rasgados

Crítica de teatro

'La injusticia contra Dou E que conmovió el cielo y la tierra'
Autor: Guan Hanqing
Dirección: Víctor Velasco
Traducción: Alicia Relinque
Compañía: Tragaleguas
Escenario: Teatro Moderno de Guadalajara, viernes 23 de febrero

Juzgar una obra el día del estreno es una tarea ardua para todos los factores implicados en la puesta en escena. Ni la gran intérprete Julieta Serrano concede esa licencia a sus más allegados, a los que cita más adelante, una vez despojada de nervios y inseguridades. Tragaleguas Teatro sacó con nota y con pocos titubeos esa primera función que tantas veces se atraganta. Hay detalles por pulir y una llamativa ausencia de compenetración en algún aspecto, pero 'La injusticia contra Dou E' salió adelante con prestancia, en una noche en la que la jovencísima compañía afincada en Azuqueca casi consiguió llenar el Teatro Moderno con un trabajo personal, veraz y lleno de autenticidad.

Un texto chino del siglo XIII, desconocido por estas fronteras y de ambiciosas miras, el reto reunía un grado elevado de riesgo. Tragaleguas Teatro sometió el libreto de Guan Hanqing, considerado el Shakespeare de ojos rasgados, a sus características. Teatro de sensaciones, muy gestual, con gran importancia de la atmósfera sonora y de lento desarrollo argumental, sometido al trabajo expresivo y corporal de los intérpretes.

Debajo de esa capa visual quedó, en un segundo plano, el relato de Dou E, mujer luchadora sometida a los designios de la injusticia, insuficiente para comprender el contexto de la época, responsabilidad de, según se mire, una virtud o defecto: tratar de favorecer el trabajo al espectador. Largos monólogos aportaban al patio de butacas el núcleo de la información de la historia, sumando sencillez y restando complejidad, más de lo deseable en ocasiones, a una obra con mucha energía, la mayoría procedente de la interpretación de Alicia Cortina.

A un lado el relato y la moraleja final, lo más favorecedor de 'La injusticia...' es el apartado visual. El trabajado vestuario y la escenografía, sin más protagonismo del requerido, lucen, al igual que los dos últimos actos de la función, los de mayor intensidad. Aunque lo más importante de este montaje sea la recuperación un texto teatral que, en otras circunstancias, habría quedado relegado al olvido, y que la compañía Tragaleguas, con mucho entusiasmo, ha demostrado que es susceptible de resistir a una interpretación más contemporánea y accesible.

sábado, 17 de febrero de 2007

'LA CABRA O ¿QUIÉN ES SYLVIA'. No se rían

Crítica de teatro

'La cabra o ¿quién es Sylvia'
Autor: Edward Albee
Dirección y adaptación: Josep María Pou
Reparto: Josep María Pou, Mercè Arànega, Álex García, Juanma Lara
Escenario: Teatro Bellas Artes de Madrid. 17 de febrero

Apesadumbrado y cargado de razón, Josep María Pou ha visto como 'La cabra o ¿quién es Sylvia?' que levantó en Barcelona, previo flechazo en Broadway, se ha transformado en una de esas funciones que hay que ir a ver inexcusablemente. La avalancha de galardones, incluido el Premio Nacional de Teatro, y de críticas favorables han colocado a este texto magistral de Edward Albee en un pedestal, en las expectativas del consumo masivo. Debía ser una pieza de dura digestión, una tragicomedia que baja a las cloacas y escarba en uno de esos temas que la sociedad ignora, y termina devorada entre risas y carcajadas. Es lo que causa el acercamiento a la zoofilia, tabú históricamente ligado al mundo rural, aquí situada en una familia de clase alta.
La cuestión abordada, en el fondo, serviría para dar cuerpo a una comedia de peso. Martin, un triunfador, de profesión liberal y matrimonio intachable, confiesa en la presumible cúspide de su carrera que se ha enamorado perdidamente de una cabra, Sylvia para más señas. A estas alturas no hay secreto que guardar, lo que determina un inicio algo tibio a la espera de la irrupción de la noticia. 'La cabra' empieza como una comedia elegante, sin salidas de tono. No existe esa intención que sí se aprecia desde el patio de butacas. El clímax va disminuyendo su carga ambiental conforme avanza la trama, bien dosificada por Pou, todoterreno creativo al servicio del libreto del venerable Albee.
La destrucción de la vida familiar, la irracionalidad absoluta del amor, el rechazo, el sufrimiento ilimitado, la incomprensión y la fortaleza de los lazos familiares son cuestiones sometidas a la escrupulosa vigilancia de un montaje que resulta prácticamente perfecto, capaz de mantener el interés sin que se perciba un mínimo desnivel en cada uno de sus tres actos.
Quien quiera hurgar más lejos de lo que se ve, que lo haga. Saldrá ganando. Ahí está el dramatismo conmovedor de Stevie, la inteligente esposa, el manto de cinismo mordaz bajo el que se esconce Martin, desdichadamente humano, y la presencia de Billy, el hijo, vital para cohesionar el sorprendente y tremendista epílogo. Falta para completar el cuarteto actoral, de brillante trabajo, Juanma Lara, en el papel de mejor amigo de Martin. Una escena compartida por ambos resume lo expuesto por el montaje. Es el momento de la revelación. Lara pasa de la hilaridad, la carcajada y el vacile a la tristeza, al horror. Un tránsito que hay que aceptar para comprender en su totalidad el plano dibujado por Albee. Si no, el impacto será menor, parecido al provocado por una de esas comedias de guión plano.
Por eso, no se rían tanto. Recapaciten sobre lo visto y juzguen de la idoneidad de tomarse a guasa lo escenificado. La realidad, en sus más de mil formas, puede que no esté tan lejos. Larga vida, por lo demás, a Edward Albee, dramaturgo de escritura fina, profunda y avasalladora. Excepcional esta 'La cabra o ¿quién es Sylvia?'.

ISABEL PANTOJA. Gélido desgarro

Isabel Pantoja
Espectáculo: 'Enamórate conmigo'
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 16 de febrero de 2007

Pétrea y gélida. Muda con el auditorio. Isabel Pantoja habla cantando, se comunica al borde del desgarro con las canciones. Un micrófono, unas cuantas sonrisas, agradecimientos y a cantar. En los conciertos de Isabel Pantoja no hay hueco a la improvisación. Si existe, son chispazos esporádicos, como cuando la andaluza solicita con tibieza al patio de butacas colaboración para susurrar un tema. Tampoco hay que leer entre líneas. Diva hasta el final, Pantoja fabrica recitales de desarrollo lento y tremendamente enérgicos en combinación con el entusiasmo que despliegan sus seguidores, nostálgicos su mayoría de emociones pasadas.
‘Enamórate conmigo’, ambicioso espectáculo amparado por José Luis Moreno, viejo conocido de Guadalajara, cuenta con un aliciente inesperado y una serie de factores que contribuyen a desdibujar el retrato final. La grata sorpresa llega por el trabajo de la orquesta que arropa a la sevillana. Excepcional la labor desplegada por estos músicos, con el piano de Horacio Icasto al frente. Son capaces de dotar de sonidos cercanos al jazz y al pop, algo sorprendente, a temas que los puristas siempre han considerados intocables. Es agradable, a la par que curioso, escuchar una composición como Buenos días tristeza a ritmo de bossa nova. En el otro lado de la balanza hay que colocar los disparates habituales, populismo puro, que se suelen ver en las producciones de José Luis Moreno. A cada descanso y cambio de vestuario de Isabel Pantoja le correspondía una pieza sin conexión con lo visto anteriormente. Nada que sorprenda al público que se considere habitual de las óperas y zarzuelas de la temporada lírica de Guadalajara. Salvo una excepción cercana al epílogo, con el cuadro flamenco, estas aportaciones gratuitas restan en vez de sumar, conformando un espectáculo con altibajos.
Dividió Isabel Pantoja el concierto, que superó las dos horas de duración, en cuatro partes, coincidiendo con sus cambios de vestuario. Un arranque lento a lomos del piano del jazz, suave y que sirvió para presentar la escenografía ampulosa que decoró las tablas. Apenas le costó entrar en calor a Pantoja, arropada por los elogios del auditorio. Desde el inicio se pudo ver que la lentitud iba a ser una característica del concierto. Isabel Pantoja interpreta desde el estatismo y hasta el desgarro las canciones. Otro ejemplar de escenificación musical, otra actriz abocada a la teatralización de sus composiciones. Abrió con el bolero ‘Perfidia’ (“Nadie comprende lo que sufro yo”), a la que siguieron ‘Anoche hablé con la luna’ y una excesivamente relamida ‘Si tú me dices ven’. El segundo turno apostó por la canción melódica. Fue entonces cuando la artista se dirigió por primera vez al público: “¿Os gusta que baile?”. Aquí llegó la popular ‘Buenos días tristeza’. Un tono más melancólico y veloz alcanzó la siguiente oleada, ya de rojo la tonadillera, con ‘Sabor a mí’ o ‘Qué tal me va sin ti’. El flamenco se adueñó más tarde de la velada aportando un toque racial que consiguió sacar al público del aletargamiento. Por fin se vio entonces a una Isabel Pantoja suelta, comunicativa y liberada. Adquirió entonces la noche otra dimensión menos lineal, poco antes de entrar en los bises, fuera del horario de cierre de esta edición.

viernes, 16 de febrero de 2007

'LA COMEDIA DEL BEBÉ'. Un Albee menor

Crítica de teatro

'La comedia del bebé'
Autor: Edward Albee
Dirección: Jesús Salgado
Compañía: Teatro del Duende
Reparto: Manuel Galiana, María José Goyanes, Críspulo Cabezas, Marta Poveda
Escenario: Teatro Cervantes de Alcalá de Henares. 16 de febrero

No lo tiene nada fácil 'La comedia del bebé'. Los caprichos escénicos han querido que su gira coincida con el éxito arrollador de 'La cabra o ¿quién es Sylvia?', pieza adaptada, dirigida e interpretada por Josep María Pou que puede verse actualmente en el madrileño Teatro Bellas Artes. Entre ambas obras, procedentes de la cosecha más reciente del autor norteamericano Edward Albee, se pueden apreciar un puñado de semejanzas interrumpidas por un inmenso abismo de diversión y eficacia. Mientras que 'La cabra' consigue atrapar, entretener y golpear al público, 'La comedia del bebé' transcurre de forma irregular, demasiado lineal en ocasiones.
Se aprecian evidentes signos de calidad en el último montaje de la compañía Teatro del Duende. Los matices absurdos y el drama metafórico disfrazado de comedia envuelven un espectáculo construido en torno a un atractivo mensaje central: la comodidad de una juventud acostumbrada al triunfo fácil y ajena a las necesarias heridas vitales. Un intenso Albee se intuye detrás de una puesta en escena en la que, si bien se aprecia la correcta dirección de Jesús Salgado, se echa de menos la capacidad de calar hondo en el espectador.
La veteranía y la juventud se unen en un reparto poco cercano. La sobreactuación, necesaria en ocasiones, se convierte en la nota dominante del espectáculo. Marta Poveda y un Críspulo Cabezas falto de garra interpretan a una pareja joven excesivamente edulcorada. Por su parte, el irregular Manuel Galiana y María José Goyanes, la más destacada del apartado actoral, dan vida a un matrimonio maduro que podía haber regalado un abanico escénico más atractivo.
Es la fase central del montaje la que ofrece los mejores momentos de 'La comedia del bebé'. Deslabazada, los diálogos ácidos, las reflexiones inteligentes y las verdades como puños (interesantísimo resulta el soliloquio en que se afirma que las cosas buenas no le ocurren necesariamente a la gente buena) desaparecen a medida que se acerca un epílogo poco rompedor, excesivamente alargado y desesperante en ocasiones.
La elección de una pieza de estas características demuestra la capacidad de riesgo de Teatro del Duende. El texto de Albee ofrece innumerables posibilidades escénicas, una interesante dosis de humor elaborado y un gran número de preciadas frases absurdas. Sin embargo, 'La comedia del bebé' se queda a mitad de camino en su intento de realizar una eficaz adaptación del texto original. Las comparaciones, siempre sangrantes, no juegan a favor de un espectáculo que tiene en 'La cabra' un exigente ejemplo en el que mirarse.

(MM)

domingo, 11 de febrero de 2007

'LA ISLA DEL TESORO'. Palabras vertiginosas

Crítica de teatro

'La isla del tesoro'
Dirección: Ester Nadal y Joan Ollé
Intépretes: Isabelle Bres, Ester Nadal, Karla Junyent
Escenario: Corral de Comedias de Alcalá de Henares, 11 de febrero 2007
Con textos de Peter Handke, Pablo Neruda, Joan Ollé, Joan Barril

Torbellino lingüístico. Tiovivo verbal. Avalancha de palabras. Laberinto de refranes. Tormenta de asociaciones impensables. 'La isla del tesoro' fluye a toda velocidad, se desliza desenfrenadamente y adquiere velocidades de vértigo. No hay tiempo para la duda, el respiro o la reflexión pormenorizada. Todo discurre en sesenta minutos acelerados que se transforman en un suspiro escénico.
Pequeñas pinceladas lingüísticas componen un espectáculo que se desmarca de los patrones del teatro al uso. No existe dramaturgia ni desarrollo argumental. Tampoco personajes, ni relaciones, ni acontecimientos precipitados. 'La isla del tesoro' funde el humor con las acrobacias verbales en un todo que, a pesar de ser original, no resulta excesivamente sorprendente.
El montaje, dirigido por Joan Ollé y Ester Nadal, se apoya en las interpretaciones de tres actrices que manipulan ingeniosas composiciones. Greguerías poéticas, dichos populares, frases históricas y poemas de Neruda se alternan en 'La isla del tesoro', un pequeño reducto en el que las imágenes y las acciones ceden protagonismo a las tantas veces secundarias palabras.
El trío de actrices, sobriamente vestidas de negro en un escenario únicamente decorado con un sofá rojo y dos atriles laterales, realizan un recorrido por el lenguaje a través de números, frutas, nacionalidades o partes del cuerpo. Las interpretaciones de Isabelle Bres, Karla Junyent y Ester Nadal aparecen jalonadas por un acompañamiento musical que en ocasiones se traslada a un primer plano. Mención especial merecen las 'Paraules d'amor' de Joan Manuel Serrat, correctamente transformadas en sutil coreografía gestual, o aquel célebre poema de Neruda ('Puedo escribir los versos más tristes esta noche...') ingeniosamente cantado con el tono de los niños de San Ildefonso.
'La isla del tesoro' es una clase de lengua a gran escala, una recopilación de frases absurdas y asociaciones inverosímiles. La propuesta teatral de Nadal y Ollé consigue entretener y robar al espectador una breve sonrisa. Al resultado final se le echa en falta algún elemento que rompa la excesiva linealidad de un espectáculo que agrada, pero no entusiasma.

(MM)

'DÍAS DE CINE'. Disparate entre amigos (*)

CRÍTICA DE CINE

Un desbarajuste total, humor en blanco, un despropósito continuo y un pretencioso ejercicio de autocrítica mal planteado. 'Días de cine' es una de las mayores decepciones de la temporada. Planteada bajo el principio de (mal) cine dentro de (mal) cine, la película de David Serrano se constituye como un gran fiasco, vistas las expectativas puestas encima de este joven cineasta, también guionista de la saga 'El otro lado de la cama'.
'Días de cine' es indefendible, por mucho que se valore la coherencia de los antecedentes laborales de gran parte del reparto. Ver a Alberto San Juan, Roberto Álamo o Andrés Lima, casi siempre impecables al frente de sus proyectos con Animalario Teatro, defendiendo papeles sonrojantes y pésimamente esbozados produce un hondo pesar, incrementado al verificar como sus arduos esfuerzos por imprimir vigor y comicidad al conjunto del relato son brutalmente inútiles.
En 'Días de cine', larga, aburrida y desquiciante a ratos, se amontonan las deficiencias, aunque hay una que sobresale del resto. El guión es incapaz de dotar de ritmo, interés y credibilidad a cada una de las escenas. El hilo argumental, si alguien tiene la capacidad de apreciarlo, es sumamente débil. Tanto como el conjunto de un largometraje disparatado, inverosímil, sin chispa ni gracia alguna y que puede llevar a los más malévolos a plantearse un interrogante. ¿Lo han hecho de forma intencionada?
No es nada disparatado este pensamiento, al tratarse 'Dias de cine' de un ejercicio fílmico realizado entre colegas de toda la vida, un colectivo de artistas que suele trabajar en los mismos proyectos, caso de los actores anteriormente mencionados, a los que se podría añadir a Nathalie Poza, excesiva aquí, o Javier Gutiérrez, de lo poco salvable. Es posible, pero para mentes menos reflexivas el resultado apuntará hacia un largometraje vacío, de esos que se asemejan perfectos para incrementar la cuota de desprestigio del cine español, por muchos espectadores poco precavidos que consiga recolectar. Y que no se intente encontrar material para el estudio histórico de la evolución del cine nacional, ni para el análisis de una época, la Transición, que sigue poco y mal tratada por la cinematografía localizada en España.

lunes, 5 de febrero de 2007

'CRY WOLF'. Con poco jugo (**)

CRÍTICA DE CINE

Una vuelta de tuerca más al cine de terror adolescente es lo que oferta 'Cry Wolf'. Largometraje de escaso jugo y poco dado a la exhibición gratuita, fía por entero su propuesta a un epílogo resultón e imaginativo, lo que en el campo del miedo juvenil no es una novedad. Hasta llegar a ese punto, el debut en la dirección de Jeff Wadlow resulta sumamente blandito para el aficionado al género, una concatenación de tópicos sin otro secreto que el de descubrir al presunto asesino que acecha en una exclusiva academia privada.
Cine de colegiales americanos, en suma, con sus infantiles escarceos amorosos, sus novatadas, sus fiestas de Halloween y su particular Scarface, en esta ocasión denominado Lobo y, novedad, diseñado genéticamente por los propios estudiantes. Si por el tratamiento temático 'Cry Wolf' no sobresale de la media, sí lo hace por el estilo sutil con el que está rodada. No hay el típico derroche de sustos inesperados y la cámara se mueve con una discreción poco habitual, en la que no se permite capturar ni una gota de sangre de más, nada que sirva para desmejorar el giro final, que puede llegar a sorprender. Más allá de ese factor, 'Cry Wolf' no pasará de ser una película para fans de Jon Bon Jovi, tan mal como siempre, y adolescentes sin pretensiones.