domingo, 14 de octubre de 2012

'EL ARTISTA Y LA MODELO'. Pasa la vida, queda el arte


CRÍTICA DE CINE

'El artista y la modelo' (Fernando Trueba. España, 2012)

Nos hacemos mayores, proclama a cada paso Fernando Trueba en 'El artista y la modelo'. El tiempo avanza implacable y todo lo quema. Cuando los días pasan lentos y los años rápido al protagonista del último trabajo del madrileño solo le queda el arte como refugio. Trueba pulsa el botón de pausa y se lanza a la reflexión profunda, al encuadre meditado y al análisis exhaustivo del proceso creativo, en este caso concreto, el de un escultor enfrentado a la obra definitiva. El ritmo de 'El artista y la modelo' se ajusta a esta labor concienzuda. Es lento, casi detenido,, atento al mínimo detalle y solo accesible y saboreable si se afronta con la mente despejada. Si no lo está, el riesgo es el de caer en el sopor más absoluto y, peor, la incomprensión.

La labor de Trueba es similar a la de su protagonista, un célebre escultor que pasa sus últimos días recluido en una casa de la campiña francesa mientras fuera, no perceptible, se resquebraja Europa con la Segunda Guerra Mundial. El arte permanece ajeno al derramamiento de sangre, como lo verifica una de las pocas escenas que justifican la aparición de un elemento secundario, la fugaz visita del oficial nazi. Aparte, el único torbellino que se levanta entre tanta parsimonia lo desata el cuerpo de la mujer, representada en ese opuesto al protagonista que es Aida Folch. La cámara lo mira, admira y retrata en una justa mezcla de respeto y falta de pudor.

Es el duelo entre Rochefort y Folch donde se bate lo mejor de un filme que se balancea siempre al límite del ensimismamiento, una batalla simbólica entre opuestos -ocaso frente esplendor- bajo la mirada del director veterano que ya lo visto todo. O casi, como demuestro esa quererencia suya por no repetirse producción a producción, a la búsqueda, como su querido artista, de una obra maestra que, pasa la vida, y no llega.

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