martes, 11 de diciembre de 2007

'EL CASAMIENTO'. Cuadrilátero nupcial

CRÍTICA DE TEATRO

'El Casamiento'
Autor: Anton Chejov
Dramaturgia y dirección: Juan Dolores Caballero
Compañía: Histrión Teatro
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 9 de diciembre de 2007

Anton Chejov, se resume del perfil profesional extraído de infinidad de biografías, edificó una sociedad paralela a la real que alternaba con científica exactitud tragedia y comedia. La habitaban personajes planos, nada de proezas, trazos poéticos, ricos discursos o arranques epopéyicos. Privilegió la descripción sutil de las décadas que le tocó vivir, arrinconando a la épica. Virtud o defecto, según como se observe, este estilo se magnifica al entrar en contacto con sus obras cortas, minipiezas de elaboración instantánea con mucho por descubrir y poco que contar.

Histrión Teatro ha unido dos de esos textos para descifrar bajo sus coordenadas habituales, rotonda con prioridad para la fachada ocular, ‘El Casamiento’, bodorrio báltico regado de vodka con desconcertante acento agitanado. Dentro de la maquinaria que ha puesto en marcha ha otorgado una jerarquía de alto rango al escenario. Así, el vestido con diamantes que regala cada función el Corral de Comedias de Alcalá se convierte en el mayor aliciente de un montaje del que por mucho que el músculo exprima con fuerza, no se extrae el jugo anhelado. El rastro dejado por Chejov, sus características básicas, apenas se perciben dentro de una atmósfera que privilegia las risas al drama. El público, invitados a esa boda que sale de juntar dos textos secundarios en la producción chejoviana, rodea el coso, como si de un combate de pesos ligeros se tratara. Un cuadrilátero nupcial sobre el que pelean con templanza dos púgiles de perfil encajador. Sobresaliente la puesta en escena, reforzada por puntuales juegos de pie de un sector del reparto, la nota final baja hasta el aprobado raspadillo propio del estudiante de magnífica caligrafía al que condena la gramática.

Poca pegada encima del ring, irrisoria en el caso del primer round, ‘La boda’, una concatenación apátrida de réplicas vacías en jerga borrachera entre las que se atisba un conflicto hereditario. Leve viraje tras el sonido de la campana, cuando ya la concentración ha amenazado, si no lo ha hecho, con lanzar la toalla. Sube un peldaño la intensidad con la irrupción de un excesivamente enfático pseudogeneral. El contrapunto al estruendo que genera lo encuentra con el rol que le toca realzar a Gema Matarranz, otra vez brillante. Paladeado ese enfrentamiento, poco más que rascar en un texto de acción estática e irreflexivo, la pose adecuada para vaciar la mente y dejarse deslumbrar por la estética que asiste al espectáculo. Perfecto si se sirviese con una copita y para ser degustado como si se acudiese a una boda de caché a la que se va sin pintar demasiado, la típica a disfrutar desde la lejanía.

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