lunes, 10 de diciembre de 2007

'EL ORFANATO'. Pegamento preciso

CRÍTICA DE CINE

Uno de los problemas recurrentes del denominado popularmente cine de terror, con variaciones semiológicas que llevan al mismo significado, se halla cuando falla uno de los principales resortes: la originalidad. ‘El Orfanato’ se adentra en terreno conocido desde que enciende la maquinaria. Rodada con inhabitual tacto y precisión, coge una idea de aquí, pega otra de sello nipón, hila escenas vistas recientemente y deja el epílogo sujeto de un giro argumental tan socorrido que ya corre con el riesgo de saturar la vía.

Debido a ese manantial de referencias, perceptibles hasta para el cinéfilo ocasional, sorprende el inusitado interés despertado por la, por otra parte, inteligente ópera prima de Juan Antonio Bayona, que marcha a paso ligero dispuesta a marcar un hito en la taquilla nacional mientras se pertrecha de distinciones procedentes de todos los rincones del mapa. Fantasmagórico relato de época disfrazado de actualidad, a diferencia de compañeras de generación de mismo género como la melliza en términos temporales ‘Rec’ o ‘La hora fría’ de Elio Quiroga –a redescubrir-, ‘El Orfanato’ se nutre con calorías cedidas de muestras extraídas del amplio repertorio de cine espectral moderno, aquel que floreció tras ‘El sexto sentido’. Palmo a palmo siembra un nuevo cántico al amor maternal en el que la tensión únicamente chispea de forma aislada, dentro del contexto artificial en el que se introduce el relato. En el otro lado de la balanza, el debut de Bayona se luce en el nivel de sofisticación técnica, que se sitúa muy por encima de la media en aspectos como la puesta en escena. El ritmo contenido, salvo alguna escena fuera de lugar –el atropello- deviene en un trabajo pulcro y diseñado con esmero en aspectos habitualmente descuidados como el sonido.

El pisar territorio conocido permite por extensión ciertas licencias en un guión en apariencia pulido aunque con grietas por las que se cuelan incógnitas resueltas a favor de un desarrollo complaciente. ‘El Orfanato’ es, además de un cosmos habitado por personajes de quita y pon –a excepción de la espectral Geraldine Chaplin-, un traje favorecedor para el rol de mayor consistencia, el ejecutado por Belén Rueda. Carga con el papel de madre coraje, ajustado a esas ‘ojeras-sufrimiento’ que luce y que se instalan tras uno de los muchos duros golpes con los que place obsequiar la vida. La actriz, una sorpresa cuajada en la madurez, sostiene con credibilidad el trabajo encomendado, tampoco para llegar al extremo de levantar la película, esmerado producto comercial de olvido instántaneo, hasta llegar al punto de catalogarla, como se ha hecho, de obra maestra.

Con menor tonelaje estético, Ibáñez Serrador ya manejaba hace décadas con similiar precisión los códigos de género empleados en ‘El Orfanato’. La diferencia de repercusión se escapa de lo cinematográfico para llegar a otros terrenos menos amables de la industria. Objetivamente, este trabajo no está para marcar puntos de inflexión ni para liderar un presunto resurgimiento del género. Otros, con menos eco alrededor, cuentan con más elementos para ejercer un rol para el que, desafortunadamente, no han sido reclamadas.

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