sábado, 27 de diciembre de 2008

'MOLLY SWEENEY'. Los lamentos del deseo


'Molly Sweeney'

Autor: Brian Fiel
Adaptación y dirección: Juan Pastor
Reparto: María Pastor, Raúl Fernández, José Maya
Escenario: Guindalera (Madrid). 26 de diciembre de 2008

Cuánto daño puede provocar la solidaridad mal encauzada, aquella que involuntariamente invierte el rumbo y convierte intenciones plausibles en pésimas gestiones. En un recuento subjetivo, puede que menos que esas otras acciones movidas por el irrefrenable y personal empeño en cicatrizar heridas relacionadas con el orgullo. La ceguera de Molly Sweeney, una treintañera instalada en la armonía de una vida plena en todos los sentidos, asumidas sus limitaciones, se topa de frente con esa pared de anchura doble. Una vez alcanzada la estabilidad y liquidados los problemas de la infancia, la pizpireta protagonista se ve envuelta en un progresivo retroceso a la marginalidad, traducida en una oscuridad casi definitiva. La culpa hay que atribuírsela a un joven dispuesto llegar hasta el final para que la mujer con la que se ha casado recupere la vista y a un doctor que pretende recuperar un prestigio profesional ensuciado en el pasado. Representantes cada uno del sector emocional y del científico, unidos por distintas causas para menoscabar la alegría de Molly, ciega desde los diez meses de vida. Hasta qué punto se le puede reprochar a la protagonista lo que le sucede es una tarea que se asigna a cada espectador. Que lo vea, escuche y que juzgue, dictamina con inteligencia Juan Pastor, responsable de montar un texto de perfil ‘chejoviano’ escrito por el irlandés Brian Fiel, una nueva pugna que enfrenta a deseo y equilbrio.

Pone Pastor al servicio de las profundidades simbólicas del texto todos los instrumentos manejados desde la dirección. Un escenario limpio y desnudo cede la responsabilidad a los intérpretes, que se hacen dueños de tan potente material dramático. Molly se coloca en el centro, flanqueada por el doctor y su joven esposo, iluminados de forma alternativo por tímidos destellos de luz. Un triángulo que va elaborando la historia de manera externa a los acontecimientos, narraciones indirectas y soltadas de cara al público, con lo que eluden el enfrentamiento y posicionan al montaje en un código hermanado con el relato oral. Todo en un tono de fábula contada en la intimidad, en un silencio sólo roto por la desesperación con la que Molly revela su inconformidad interna a la operación de reconstrucción óptica a la que va a ser sometida. La manifiesta en la noche anterior mediante un frenético baile en el transcurso de una fiesta que recuerda a aquella otra que con tanta brillantez reflejara James Joyce en ‘Dublineses’. La seductora melodía de ‘El lamento de Limerick’ suena de fondo mientras Molly se despide de la lógica de treinta años de oscuridad asimilada y se apresta a recibir un nuevo universo de imágenes y formas que le llevará a una ruptura total de esquemas ya establecidos.

Cuando se descubren las consecuencias que la operación ha dejado en Molly la obra no desfallece. Ya está completamente solidificada, lista para exprimir todo su significado, para dejar volar el lirismo que impregna cada uno de los monólogos, tajadas de textos que se dicen y se sienten por actores, los tres, de oficio. Esa es la palabra. Cada uno se aventura por los derroteros técnicos que exige la compleja personalidad de su personaje. María Pastor se lleva la mejor parte con una interpretación magnética. Es una Molly que exterioriza todo lo que le pasa por dentro. Necesita hacerlo ante la convulsión provocada por un amor fulminante, el proceso preoperatorio y su desenlace. Raúl Fernández lleva a Frank al otro lado del escenario, joven atolondrado que no ha hallado el sitio que le corresponde, lleno de tantas buenas intenciones como temeroso de asumir responsabilidades. La seriedad la pone el doctor Rice, otro rol afilado el construido por Fiel y trabajado con solvencia por José Maya. Una terna que ilumina al arrebatador personaje central y que constata que el éxito, como concluye el actor José Sancho en las memorias que acaba de publicar, ‘Bambalinas de cartón’, se mide por lo a gusto que uno está con su vida y no por lo lejos que haya llegado.

Ahí, en esa teoría que sale de la experiencia, anida todo el jugo que se puede extraer de esta ‘Molly Sweeney’, nostálgica balada irlandesa tejida con fino hilo poético por Juan Pastor. Una nueva muestra de teatro hecho desde las entrañas, sincero hasta la médula y con la chispa y el aplomo necesario para que su mensaje, alejado de un fondo moralizante, salga adelante entre tantas decisiones tan miserablemente humanas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Impresionante María Pastor. La contención que muestra en escena y transformación del personaje, con todos los matices poéticos y filosóficos (como la parte final donde una Molly enloquecida que acude a la luz del fondo del escenario como una polilla cegada por la ambición del médico y la compasión del marido, en definitiva por el descubrimiento de la luz en sí misma) hacen del montaje una obra fantástica.

No sé si llegaste a ver Agamenón, de Rodrigo García, en La Galera, no lo he encontrado en tu blog - que por cierto gratamente acabo de descubrir a través de tus críticas en La Calle Mayor.

Me gustaría contactar contigo, raul.quiros [at] gmail.com