lunes, 22 de diciembre de 2008

'EL HOMBRE QUE QUISO SER REY'. Los cinco sentidos de la aventura


'El hombre que quiso ser Rey'

Autor y dirección: Ignacio García May
Producción: Centro Dramático Nacional y Tigre Tigre Teatro
Reparto: Marcial Álvarez, José Luis Patiño. Majid Javadí y Eduardo Aguirre de Cárcer (músicos)
Escenario: Sala Princesa del Teatro María Guerrero (Madrid). 21 de diciembre de 2008


En una gruta escondida del bullicio de la gran ciudad, un mercader descalzo, vestido con una túnica y cubierto por un turbante subasta una alfombra. Oferta rechazada por los curiosos, material de poca calidad. Vuelve a la carga y ofrece un producto de linaje superior. Nueva negativa. Cede y finalmente pide unas monedas a cambio de relatar una historia. Así, apelando a un recurso clásico, se activa el resorte que impulsa a ‘El hombre que quiso ser Rey', una función que hace de la sencillez y la limitación de medios planteada una virtud. A base de imaginación, puesto que lo único que se puede echar de menos en esta obra de género puro y duro, se agradece, es una hoguera a la que rodear antes de abrir bien los oídos y dejarse atrapar por el seductor relato entonado por el vendedor de alfombras.

Ignacio García May logra transportar al espectador a una realidad muy alejada de la suya, a un mundo exótico poblado por soldados buscavidas, tierras lejanas, tesoros perdidos y serpientes venenosas. Un viaje al reino perdido de Kafiristán, billete en clase VIP para la memoria y territorio señalado para la leyenda y sellado por la literatura de Rudyard Kipling. Lo ha hecho exprimiendo a tope sus contados recursos. Dos (excelsos) músicos que se desdoblan en actores cuando la situación lo requiere, alfombras de valor incalculable, una sábana blanca que tapa de nieve a los protagonistas, otro par de taburetes y unos inmaculados uniformes coloniales. La imaginación tapa las zonas a los que no llegado el presupuesto de esta producción modesta de ropaje, paupérrima a nivel económico en comparación de la versión cinematográfica encumbrada por John Houston, Michael Caine y Sean Connery.

El filme queda así como una referencia alejadísima de lo expuesto por la adaptación de García May, que ha colocado hábilmente el texto al servicio de una puesta en escena brillante, rápida, diligente y condensada. Ante lo visto y vivido, una experiencia física casi en primera persona, en un segundo plano se coloca la lectura profunda de las experiencias por tierras indómitas de esos dos pícaros de casaca roja. Como toda leyenda resistente al paso del tiempo, ‘El hombre que quiso ser Rey' se gana la atención del oyente sin estridencias, un puzzle que va encajando en silencio, poco a poco, artesanalmente. En el camino a la resolución, porfiada al ‘mametiano’ recurso de hombre humilde involucrado en una situación que le supera, deja escenas a guardar como la llegada de Carnehan (Marcial Álvarez) y Dravot (José Luis Patiño) a los asalvajados poblados de Kafiristán, cuatro en escena que se proyectan como centenares. Otro tanto para la perfecta escenografía verbal diseñada desde la dirección, una obligación a mantener los cinco sentidos, de una forma u otra, atentos.

Teatro en miniatura que puede competir en interés y rendimiento escénico con cualquier otro proyecto de colosales dimensiones, ‘El hombre que quiso ser Rey’ deja de lado apuntes históricos y lecturas moralizantes para entregarse por completo a lo que debe ser una obra del género de aventuras, tan poco tratado en el teatro: el entretenimiento. Sólo esa modestia tan asumida desde el inicio y algún toque cómico innecesario le impide cuadrarse como un montaje sin tacha alguna.

1 comentario:

Francisco Casoledo dijo...

Excelente crítica, Rafa. Como todo escritor tiene algo de vendedor de alfombras, te aseguro que si me hubiese tocado la lotería hoy, compraría toda tu mercancía. Sin regatear.