lunes, 30 de junio de 2008

'LA VIDA ES SUEÑO'. Enorme Segismundo

CRÍTICA DE TEATRO

'La vida es sueño'
Autor:
Calderón de la Barca
Versión: Pedro Víllora
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Compañía: Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid
Escenario: Teatro Salón Cervantes (Alcalá de Henares). 25 de junio de 2008

A veces unos segundos valen por toda una obra. El fascinante primer monólogo de Segismundo en la épica producción de ‘La vida es sueño' pilotada por Juan Carlos Pérez de la Fuente es tan deslumbrante, limpio y estremecedor que todo el manto que arropará posteriormente su reconversión en hombre de bien quedará postergado en la parte trasera de los recuerdos. Fernando Cayo demuestra de inicio cómo ha afrontado el papel. Está, así se lo ha tomado, ante una de esas oportunidades que sólo golpean una vez a la puerta y no se deben dejar pasar.

Que lleve pantalones vaqueros y sea custodiado por soldados que parecen cedidos por George Lucas de la saga ‘Stars Wars' debe ser entendido como un factor menor que no ensucia, al contrario, esta nueva revisión del clásico calderoniano por excelencia. Todo se desvanece ante la lección de transformación espiritual, física y anímica, un ejercicio casi hipnótico, que Cayo sostiene hasta una vez caído el telón. Hay, en resumen, un trabajo colosal, sin el menor atisbo de sobreactuación.

A Chete Lera se le ve contenido como el monarca Basilio, adjetivo que nunca ha entrado dentro de sus virtudes. Respeto total al verso, modalidad en la que debutaba pese a tan próspera carrera. Nada que ver con el Lera visto en sus últimos papeles, tanto en teatro, el visceral Mingus Cuernavaca, como en cine en sus grotescos roles de ‘Concursante' y ‘Tocar el cielo'. El duelo paternofilial, bien medido en silencios y pausas, lo desequilibra una joven actriz que llama fuerte al estrellato. Es Ana Caleya, desgarradora Rosaura, una mujer que se hace valer desde una expresividad torrencial.

Pérez de la Fuente lleva eficazmente los mandos de un clásico que ha escrutado con ojos clavados en la actualidad. Así se entienden esas decisiones de arropar la trama con ornamentos tomados del siglo XXI y taparla con una estética vanguardista, expuesta fundamentalmente por el vestuario, la iluminación y el sonido. En esa línea se mueve la idea de extirpar del relato todo tipo de anotación religiosa, pensamientos que fluían con consistencia en el original. No valen para esta relectura. La versión de Pedro Víllora potencia el enfrentamiento entre lógica y tradición desde la perspectiva omnipresente de Segismundo y brinda, finalmente, un resquicio para la esperanza, otro toque que se debe leer en exclusiva de cara a la actualidad.

Revisión atrevida y arriesgada, se sostiene con menos dificultades de las previsibles. Engancha, y no sólo por el trabajo interpretativo, de elevada calidad. Por una vez tanta introducción de elementos rupturistas encaja sin que pierda fuerza la voz del original. Decibelios espectrales que retumban por la sala y que se complementan adecuadamente con el ritmo, alto, de la puesta en escena y la delicadeza de un verso que suena de forma excelente en esos soliloquios inmortales de Segismundo. Un texto imperecedero, un tratamiento potente, efectivo y diferente y, sobre todo, un gran actor, Fernando Cayo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No dejes que el blog se muera. Aún tienes muchas cosas por escribir. Espero leer pronto tu próxima entrada.

Sonríe!