viernes, 27 de junio de 2008

'BASTA QUE ME ESCUCHEN LAS ESTRELLAS'. La privacidad de Lope

CRÍTICA DE TEATRO

'Basta que me escuchen las estrellas'
Autor: Mariano Llorente y Laila Ripoll
Dirección: Laila Ripoll
Compañía: Micomicón
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 21 de junio de 2008

El teatro que pulen Mariano Llorente y Laila Ripoll se caracteriza por el arrojo. Atrapan una idea, la moldean, estiran y calientan hasta adentrarla en un terreno ya muy definido y característico. Es tanto el arrojo que exhiben sus textos que corren el riesgo de desbordarse por los extremos, de incurrir en el exceso. No valen las medias tintas. Se aproximan al borde del precipicio, adopten una identidad cómica o dramática. Es lo que sucede, a grandes rasgos, a ‘Basta que me escuchen las estrellas’, un irregular montaje sustentado en la idea de llevar a escena la biografía de Lope de Vega. Proyecto potente que Micomicón ha levantado poniendo al descubierto, fundamentalmente, el currículum de amoríos del poeta y dramaturgo. La rigurosidad que se podría pedir a la hora de pactar un montaje de tales características, algo así como un biopic a la antigua usanza, se esconde tras una puesta en escena frenética y extenuante, dos horas, largas, largas, que alternan acelerones con frenazos inesperados y hallazgos espontáneos con exasperantes defectos propios de la desmesura.

Las canciones, parodias y coreografías se suceden casi sin descanso. Los versos apenas respiran entre tanta agitación. Idas y venidas de personajes, intercambios de papeles, amores que se desvanecen en el horizonte y amargos latidos salidos de necrológicas inesperadas se mezclan, combina y agitan a velocidad de crucero. Sólo se percibe un ligero intento de mantener un hilo narrativo en la figura de un vocero que va desglosando partes de la biografía de Lope. El resto, más deslavazado, se deja a la vista, entre bailes pintorescos, conversaciones desaforadas y supersónicas modificaciones de vestuario. Vértigo y adrenalítica comicidad entre la que se puede rescatar, a duras penas, pasajes de gran belleza lírica, como la declamación que culmina con las palabras que titulan el montaje. Puede que poco para el purista.

Micomicón ha optado por potenciar el lado cómico de una biografía apasionante, hurgar entre los líos de faldas y acentuar las cruentas batallas intelectuales de la época, como la peleada entre un pletórico Lope y un huidizo de desconcertante acento Luis de Góngora. A los mandos de la dirección, Ripoll se deja llevar por el peso de los aspectos estéticos. El estudio analítico de la figura de Lope y las claves para entender su prolífica producción y el espíritu que la domó se arrinconan en beneficio del entretenimiento puro y duro. Relega el Lope creativo para potenciar el Lope sentimental.

Descabezado sale así, finalmente, el retrato de un autor que pedía algo más que una comedia festiva. ‘Basta que me escuchen las estrellas’ demuestra que tiene más tirón un puñado de escenas cabareteras bien ambientadas en el socorrido Siglo de Oro que un fino verso declamado de principio a fin. Así, al menos, lo reclama el mercado y lo verifican Mariano Llorente y Laila Ripoll, enfrascados en la tarea de voltear con originalidad a autores como Lope y Shakespeare, al que hace poco le politizaron ‘Hamlet’ con la irreverente ‘Hamlet, por poner un ejemplo’. Ahora no llegan a ese extremo ideológico. Lope, por mucha vida disoluta que llevara, es y será uno de los nuestros. Reírse con él, aunque sea a cuentagotas.

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