jueves, 26 de junio de 2008

'ENRIQUE IV'. Locura en las tablas

CRÍTICA DE TEATRO

'Enrique IV'
Autor: Luigi Pirandello
Dirección: José Sancho
Producción: Teatres de la Generalitat Valenciana
Escenario: Teatro Salón Cervantes (Alcalá de Henares). 20 de junio de 2008

Principio y fin. El nuevo ‘Enrique IV’ levantado por Teatres de la Generalitat Valenciana empieza y acaba en José Sancho. Todo se mueve en función del actor valenciano, metido en faenas de director. Una obra explícita, convenientemente clarificada y trabajada de cara a su lucimiento individual, una puesta en escena aplicada y que no pierde de vista su verdadero objetivo: contribuir a la diversión del público. En tiempos de piruetas técnicas, mensajes indescifrables y torrenciales –e innecesarias- relecturas de clásicos anquilosados en otro tiempo se agradece tamaño gesto de sencillez y sinceridad. Todo nobleza, este ‘Enrique IV’ se desarrolla con las cartas marcadas por la vehemencia de Sancho. Da lo mismo que quiere recibir, con convencimiento y mediante un desarrollo más accesible de lo habitual al tratarse de un texto tomado de Luigi Pirandello.

Tras el desplome de la defenestrada ‘Plan América’, serie que apuntaba alto y sorprendentemente maltratada por la televisión pública, José Sancho necesitaba un proyecto revitalizador. Lo ha encontrado en la recreación de este puntal del teatro pirandelliano que es ‘Enrique IV’. Bebe de fuentes conocidas, como el recuerdo de José Tamayo, al que rinde pleitesía en cada uno de los empastes del montaje. Ponerse a los mandos de la obra le ha liberado de tensión en el frente en el que más cómodo se siente. Desenvuelto, sin ataduras, el actor vive el papel de acorde a la imagen que ofrece a la luz pública. En su otra labor, Sancho regula la acción, la mantiene fría y distante para ir agrandándola gradualmente y hacerla estallar con su poderosa irrupción como monarca germano encorsetado por la locura. Tanto ha medido la tensión argumental que se ha despreocupado de otras cuestiones, como la dirección del resto del elenco, francamente mejorable. Algunos registros interpretativos se exceden del espíritu naturalista propagado por la escritura dramática de Pirandello. Males menores cuando de lo que se trata es de reactivar el factor entretenimiento dentro de un teatro perteneciente a un contexto y un entorno tan diferente al actual.

No interesa tanto el desarrollo de la historia como lo que la sujeta con una fortaleza encomiable. Todos los caminos llevan a Sancho, un maratoniano de la interpretación que demuestra que todavía le queda mucho fuelle. Un actor liberado, que disfruta, cómodo en un papel que siente como suyo, dentro de una obra coordinada para que se luzca. Atrás se queda una escenografía distante e infrautilizada y el machacón y plomizo contexto histórico del inicio. Escenas como aquella en la que el monarca germánico revela su verdadera naturaleza a los jóvenes que le vigilan se sobran para justificar la puesta en marcha del proyecto. Al menos de cara al público, encantado de los esfuerzos del gran protagonista de la obra.

Todo lo forzadamente grotesco que se ve con anterioridad, como la encorsetada irrupción de los marqueses y el resto de la comitiva en el disfrazado palacio, se olvida cuando sale a flote la única verdad, la absoluta y realmente creíble, de una producción que sólo se recordará por un hecho: el aplomo y magisterio de José Sancho. Un loco, de verdad, de las tablas.

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