jueves, 12 de junio de 2008

'APRÈS MOI, LE DÉLUGE'. La pesadilla africana

CRÍTICA DE TEATRO

'Après moi, le déluge' ('Después de mí, el diluvio')
Autora: Lluïsa Cunillé
Dirección: Carlota Subirós
Escenario: Teatro Valle-Inclán (Madrid). 11 de junio de 2008

Una tanda de chascarrillos populares ubica ‘Après moi, le déluge’. Indicativos para remarcar el contraste entre Occidente y Zaire, un país que representa los males de África. Técnica útil, aunque se podía haber tomado otro camino, el de los ejemplos reales. Uno entre la multitud, medicinas vendidas a precio de oro en centros médicos públicos cuando en realidad es agua recogida del sistema de alcantarillado. Tan duro de asimilar como real. Directo a la diana, temática perfectamente colocada, sin titubeos. El Congo no está para bromas.

La nueva obra de Lluïsa Cunillé, dramaturga residente del Teatre Lliure barcelonés, se introduce así en la realidad de una zona devastada por la codicia y la corrupción, un país humano como pocos. El título que coge prestado de una sentencia de aires divinos realizada por el dictador Mobutu Sese Seko, ‘después de mí, la lluvia’, ya es lo suficientemente explícito. Agua, agua y más agua, la que cae con frecuencia en la capital, la inhóspita Kinshasa. La lluvia se queda almacenada en las cloacas y suele provoca un pestilente hedor que se extiende por las calles, motivo por el que una intérprete –Cunillé no pone nombre a sus personajes- lleve una década sin salir de la décima planta del hotel de lujo en el que reside y trabaja. Vicky Peña se mete a fondo en la piel de una mujer encadenada al pesado tonelaje del pasado y que ha hallado así la paz, la única que le podía interesar, en medio del caos. Enfrente, un hombre de negocios frío y astuto que se parapeta en un calculado cinismo para distanciarse de la realidad. Trabaja a las órdenes de una empresa sudafricana que explota minas de Coltán. Explotación, otra palabra clave. Contrata los servicios de la intermediaria tras recibir la petición de abrir una negociación por parte de un nativo al que no conoce. Dos personajes bien edificados que sirven la visión, sumamente despiadada, impía y descreída, de Occidente.

Había que engordar las identidades de estos dos roles, porque ambos y la incorporación espectral de un tercero, el espejo de la –triste- realidad africana, aportan los únicos nutrientes de ‘Après moi, le déluge’. No hay más andamiaje que el sostenido por Jordi Dauder y Vicky Peña, que firman dos interpretaciones ejemplares. El peso de la función lo llevan los actores con unos diálogos plasmados a un ritmo monocorde, sin altibajos y rellenados a base de lugares comunes. Tópicos, y como casi todos, y más en casos así, verdades dolorosas. Es mejor no dar más datos del desarrollo, porque arrancarían de lleno los salientes emocionales más puntiagudos de la función, lo verdaderamente rescatable de un conjunto más adecuado para ser leído que representado. En ese caso, siempre será mejor un ensayo basado en hechos reales concretos que una obra de teatro que impida contextualizar la temática con mayor eficacia. Sin ir más lejos, ahí están títulos como ‘Ébano’ de Kapuscinski, o ‘Africas’, firmado por Bru Rovira.

En realidad, ‘Après moi, le déluge’ golpea duro sirviéndose de una inteligente pirueta metafórica al límite de lo espiritual, rasgo que la acerca a una fábula africana. Duele los oídos escuchar relatos atroces protagonizados por niños-militares, aunque suenen tan lejanos y estén contados con tanta frialdad como en este montaje. Un distanciamiento emocional que provoca que, pese al efectivo giro argumental y el acertado epílogo, una obra tan inmóvil no logre adquirir la dimensión deseada. Puede que en casos así, ya lo refleja de forma excelente Cunillé en el personaje de la traductora, la llaga del occidental esté tan calcificada que ya no puedan molestarle ni los más furibundos puñetazos lanzados por la ética. Si lograran traspasar esa barrera inicial, se toparían con una segunda mayor. El primer mundo siempre dispondrá del tiempo suficiente para despertar, huir y olvidarse de esa pesadilla para la conciencia denominada África. Lo cuenta Cunillé, lo explica la historia, lo sufre África.

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