sábado, 17 de mayo de 2008

'TRES SOMBREROS DE COPA'. Cómicos en extinción


CRÍTICA DE TEATRO

‘Tres sombreros de copa'
Autor: Miguel Mihura
Compañía: Fuegos Fatuos
Dirección: Fernando Romo
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara). 15 de mayo de 2008.

‘Tres sombreros de copa’ dibuja piruetas en el aire con el loable fin de evitar que la polvareda del anacronismo momifique sus alas. La obra magna de Mihura, escrita en 1932 y estrenada dos décadas después, pone en práctica un repertorio de malabarismos y requiebros que no aguantaría ni un defensor italiano dotado de una cintura de avispa. Es el recurso al que se agarra su línea de lectura más profunda para resistir el paso del calendario. El resto anda sobrado. No hace falta ni tocarlo, porque Mihura fabricó un entretenimiento con sustancia y equilibrado por una arquitectura textual sobresaliente. El inconveniente llega cuando el análisis de lo visto se balancea hacia el lado del mensaje, la línea de flotación. Una sentencia escuchada en el tramo final sirve el análisis en bandeja. La pronuncia Paula, la frívola cabaretera de la que se enamora Dionisio. “Nos quieren a nosotras y se casan con las demás”. Ya desmitificó Adolfo Marsillach a tiempo a los abanderados de la bohemia que se paseaban por los círculos teatrales del país. Un concepto discutible, cuanto menos, el que asocia comportamientos artísticos a conductas libertinas. Marsillach daba un motivo: todo lo que se hace obligado, a la larga cansa. Hay alguno más, se da por hecho. La profesionalidad creciente del sector y la cuota de exigencias a cumplir que impone han ido atenazando una labor que ha perdido buena parte de ese romanticismo al que alude el autor en ‘Tres sombreros de copa’.

Mihura enfrenta cara a cara en ‘Tres sombreros de copa’ el libertinaje y divertimento desenfrenado del cómico con el discurrir monocromático y funcionarial de la clase media. Dos maneras de afrontar la existencia, polos opuestos encarnados por Dionisio y Paula. Alrededor orbitan una serie de personajes carnavalescos, una veintena de roles que en manos de Fuegos Fatuos quedan a disposición de un quinteto de intérpretes. La productora alcarreña ha sacado adelante con inusitada solvencia un proyecto a todas luces alimenticio. Lo es, aunque Romo ha sabido extraer jugo, especialmente visual, a un libreto cuyo mensaje, una encendida defensa del estilo de vida del cómico, sintoniza completamente con el decálogo de la compañía alcarreña y particularmente de su director. Fuegos Fatuos ha llevado ‘Tres sombreros de copa’ al terreno en el que se siente más cómoda, una comedia festiva, chispeante a ratos, distendida y agradable. Veloz cuando lo requiere y agarrotada en algún tramo que pide a gritos un tijeretazo. Escenografía básica y efectiva, respeto al espíritu del original y en lo alto una puesta en escena al servicio de la estética, asumido que el único objetivo era el de entretener. Y de paso, si se puede introducir un alegato a favor del teatro y sus gentes, se hace, bien acoplado a la trama como sucede en este caso. Cosas de teatreros.

Fuegos Fatuos ha desempolvado el texto de Mihura con delicadeza. Su versión presenta definitivamente un mayor número de aciertos que de errores. Los elogios los acapara nuevamente el equipo interpretativo, una garantía de buen funcionamiento. David Fernández y César Maroto suben la nota media. El primero edifica un Dionisio ejemplar, un ser entrañable superado por lo que se le viene encima. La evolución del personaje a lo largo de la ajetreada noche hotelera se hace creíble en virtud de una gestualidad rica en matices. El camaleónico César Maroto realiza una verdadera exhibición, otra, de transformismo en todas sus vertientes. Exprime infinidad de recursos técnicos a favor de un puñado de personajes que poco a poco se van ganando el cariño del público. Su enfurecido y mafioso Buby es de lo mejor de la función. De sobresaliente. Al otro lado y puestos a poner pegas, hay que incidir en ese afán por estirar hasta rozar el tedio escenas prescindibles, aquellas que subrayan lo que ya ha quedado suficientemente explicado, que la vida del artista es más entretenida que la del resto de la humanidad. Una pega que ya se hacía ostensible en anteriores producciones de la compañía. En otras ocasiones, el diálogo y el lenguaje verbal creado por Mihura ya es suficiente para hacer fluir el humor. Las interferencias propiciadas por algún exceso interpretativo buscado desde la dirección no contribuyen a mejorar la recepción del disparate.

El resultado final de unir Mihura y Fuegos Fatuos, alianza con antecedentes, la correcta ‘Melocotón sin almíbar’, ha propiciado un producto pulcro, estructurado con inteligencia y entretenido. Trabajo cumplido, aunque resulta más que evidente que lo expuesto por Fuegos Fatuos en ‘Tres sombreros de copa’ queda a una notable distancia de las verdaderas posibilidades que esta compañía y la mente juguetona de Fernando Romo pueden llegar a ofrecer. Cómicos de verdad, aunque aquí no se atisbe ese riesgo que tanto se asocia a la profesión.

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