viernes, 9 de mayo de 2008

GOTITAS DE CINE

UNA DE CINE

‘8 CITAS’ (Peris Romano, Rodrigo Sorogoyen. 2008): Huele a televisión. Y mucho. Tanto a la hora de destacar las bondades como los defectos del producto. Sencilla y simpática historia coral con el amor en el centro del escaparate. Una pasarela por la que desfilan actores curtiditos, prometedores y despistados. El episodio protagonizado por un Raúl Arévalo en estado de gracia y una actriz a redescubrir como Cecilia Freire supera la nota media de una ópera prima facturada con soltura por un tándem de veinteañeros crecido al calor de las series de las que se alimenta la televisión patria. Una gran pega: aburre ya la necesidad de interconectar los episodios, que en ‘8 citas’ se reúnen en el octavo, el más desafortunado del conjunto. Falta que alguien responda qué pinta en todo este combinado de situaciones rematadamente hilarantes, que no se busque reflexión alguna o conatos de seriedad, Belén Rueda, colocada de pegote de cara a la promoción de un filme que se hace querer por su humildad y frescura. (***)

‘ELEGY’ (Isabel Coixet, 2008): Isabel Coixet no engaña. Al menos, ya no lo hará. Nueva historia hipersensible y lacrimógena puesta al servicio de los dos actores principales, casi los únicos que se pasean por esta película que de tan tierna, se desvanece entre las manos. Lo único rescatable es la interpretación de Penélope Cruz –menos- y Ben Kingsley –más- . Lo peor es esa insistencia en remarcar los sentimientos de los personajes mediante planos de los denominados ‘belleza expresiva’, ráfagas indiscriminadas de metáforas silenciosas que acaban agotando hasta el más irreductible defensor de ‘Mi vida sin mí’. Un bajón, grande, respecto a la sobrevalorada ‘La vida secreta de las palabras’. Abstenerse de verla en una última sesión. (**)

‘TODOS SOMOS INVITADOS’ (Manuel Gutiérrez Aragón, 2008): Producción avalada por la habitual solidez de la, a veces aburrida, filmografía de Gutiérrez Aragón. Loable intento de aproximar al espectador una problemática como la del enquistado conflicto vasco. El objetivo se difumina por el empeño de cruzar la historia del profesor universitario, la que mayor interés genera por la verosimilitud que desprende, con la de un etarra con lagunas en la memoria. Cierre poco convincente para una historia que no debería haberse bifurcado en dos caminos que, otra vez, concluyen cruzándose. Para guardar en la retina quedan esas escenas que relacionan la ley del silencio que impera en el País Vasco con costumbres tan localistas como la de las sociedades gastronómicas. (***)

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