miércoles, 7 de mayo de 2008

'FUGA'. Impulso al novato

CRÍTICA DE TEATRO

‘Fuga’
Autor:
Jordi Galcerán
Compañía: Saineters i Yorick
Dirección: Juan Luis Mira
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 18 de abril de 2008


Todo autor arrastra un pasado. Un buen puñado de los que posteriormente han palpado la fama han tratado de ocultar ese rastro. Que no quede ni una huella. Ni lo recuerdan. Joaquín Sabina figura a la cabeza del listado de artistas que repelen lo creado cuando la imaginación pide paso por vez primera. Que ni le mencionen ‘Inventario’, ese disco de culto para una reducida mayoría. A estas alturas, se desconoce qué pensará realmente Jordi Galcerán de ‘Fuga’, libreto que escribió hace poco más de una década. Lo que sí se puede aventurar es que la mirará ya desde la lejanía. El catalán pisa en el presente terrenos mejor asfaltados. Una trayectoria, la suya, que ha ido creciendo con paciencia y regularidad.

Lo bueno de observar obras como ‘Fuga’ es el ánimo que puede insuflar a los creadores noveles. Jordi Galcerán, probablemente junto a Juan Mayorga el escritor dramático del momento, tiene, como todos, un pasado. ‘Fuga’ es la perfecta demostración de que ‘El método Grönholm’, dotada de una arquitectura escénica impecable, no nace de un golpe de suerte. Definitivamente, esto de la inspiración tiene más de leyenda que de realidad. De hecho, ‘Fuga’ no es un texto que desmerezca al autor ni que deba provocarle algo parecido al sonrojo. Más bien se asemeja a uno de esos tanteos a oscuras del casi primerizo a la búsqueda de un estilo propio. Galcerán ha ido puliendo esa escritura, en principio tan ingenua como demuestra esta pastosa e irrelevante comedia de timadores, hasta hacer cima con textos como ‘El método Grönholm’ o ‘Carnaval’, palabras mayores, especialmente el segundo, un memorable thriller policiaco al que se augura un rápido y fructífero salto al cine.

Teorías sobre la ingenuidad del principiante a un lado, el fallido reestreno de ‘Fuga’ por parte de la productora alicantina Saineters i Yorick sí sirve para constatar varias de las obsesiones que caracterizan el teatro de Galcerán. La más evidente es ese afecto que siente por los giros argumentales. Uno, dos, tres y hasta cuatro comprimidos en una veintena de minutos. Su trayectoria ha ido afilando este instinto sorpresa tan cinematográfico, método de complicada ejecución en el que ya es un consumado especialista. Los volantazos que pega ‘Fuga’ son menos peligrosos, realizados a una velocidad permitida. La misma trama, saturada de un humor de réplica discontinua e interrumpida por chascarrillos de bajos vuelos, no es más que una sucesión de sorpresas previsibles y redundantes en nada beneficiada por la dirección plana y académica de Juan Luis Mira.

En lo que se significa como un producto al que se podía haber sacado mayor rendimiento, una virtud rescatable de ‘Fuga’ es la capacidad de entretener desde la intrascendencia. Misión cumplida en esa línea, nada sencillo. El reiterado ataque mediante un discurso enunciativo y poco teatral a la clase política queda desvirtuado en función del carácter hilarante e inverosímil de la trama dispuesta. Lanzará Galcerán cargas de profundidad más explosivas en adelante contra una sociedad corrupta, ambiciosa, desvirtuada y en decadencia. Esa visión pesimista, lo demuestra ‘Fuga’, ya estaba ahí desde hace tiempo. Pero lo mejor de la representación de Saineters se resume en la interpretación de Manuel Hernández, que se ve poco ayudado por sus compañeros de elenco, afectados por la escasa construcción de sus roles. El actor ilicitano carga con el limitado tonelaje corrosivo que plantea esta agitada comedia de enredos. Esta especie de Woody Allen en miniatura se maneja con máxima comodidad en el papel de ex ministro corrupto superado por las circunstancias en la larga distancia y por esa picaresca tan española en la corta.

Tal vez su interpretación, ayudada por algún giro argumental realmente descarado –la escena en la que se citan ministro y matón a sueldo- valgan por sí solas para justificar el visionado de una obra que, aparte de la curiosidad que supone observar cómo fueron los primeros pasos en esto de la dramaturgia de Jordi Galcerán y motivar de paso a los aprendices, deja una sensación cercana a la decepción.

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