miércoles, 2 de abril de 2008

'PYONGYANG'. El miedo habita la ciudad



CRÍTICA LITERARIA

'Pyongyang'
Autor: Guy Delisle
Editorial: Astiberri
Páginas: 176
Año: 2005



EL MIEDO HABITA LA CIUDAD

Antes de entrar con el estoque, un par de apuntes sociológicos, útiles para aquellos estudiantes que dormitaban durante el desarrollo de la asignatura de Geografía. Hay dos Coreas, separadas a la altura del Paralelo 38 desde 1945, final de la Segunda Guerra Mundial. Políticamente, la zona norte profesa una ideología comunista y antiamericana, un régimen militar y dictatorial tiránico que la ha colocado en el punto de mira de las organizaciones humanitarias. A Corea del Sur la mueve una política capitalista de feroz desarrollismo económico donde la competitividad es ley de vida. Valga un ejemplo, todavía más clarificador, para remarcar esas diferencias. Un surcoreano no puede entrar en Corea del Norte. Un norcoreano, simplemente, no puede traspasar las fronteras de su país. Si acaso, coto para privilegiados, puede visitar China. Hasta para un recorrido de cuatro kilómetros dentro de sus fronteras se le exige la posesión de un visado. Asimismo, el acceso a los foráneos, es selectivo. En algunos casos, está prohibido.

Guy Delisle es un dibujante francocanadiense que pasó una temporada en Corea del Norte por motivos laborales. Debía aplicar sus conocimientos al servicio del SEK (Scientific Educational Korea), un programa por el que se elaboran películas educativas y de entretenimiento afines al sistema. ‘Pyongyang’ es el resultado de esa odisea relatado en primera persona y expuesto en formato cómic, probablemente el género que mejor se adapta a lo que el autor vivió en un país que no admite comparación posible con ningún otro. Delisle deja infinidad de viñetas vacías de contenido, sinónimo de un silencio esclarecedor, el que ahoga a los habitantes de la capital norcoreana. Preguntas que se quedan sin respuesta. Hombres vagando por la ciudad silueteados como sombras. Carreteras de cuatro carriles vacías de coches. Una única cadena de televisión, dos el domingo, emitiendo con periodicidad diaria. El miedo, que atenaza vidas que ven pasar los años bajo el ruido que sale del altavoz propagandístico del poder. Delisle ha tirado de una ironía muy suave para retratar la ausencia de sentido común de un régimen enquistado y anclado en códigos de conducta más propios de épocas remotas. El cinismo salvará al autor de más de un lío, al igual que el escepticismo, mecanismos de autodefensa. Creer o creer, no hay más. Lo mismo que se les inculca desde la infancia a los norcoreanos.

‘Pyongyang’ prescinde con buen tino del enciclopedismo. No hay un aluvión de datos de ratón de biblioteca ni se exhiben profundas reflexiones íntimas. No hacen falta. Ayuda que Delisle no sea periodista. Lo interesante es que el autor no provoca que le sucedan circunstancias noticiables. Simplemente se las encuentra, le chocan y las dibuja. Su opinión apenas se distingue dentro de la sucesión de estampas cotidianas de su periplo en Corea del Norte. Basta con observar los principios de actuación de un país sumergido en un continuo delirio paranoico alimentado por el régimen instalado en el poder para que el producto sea eficaz. Las conclusiones, que las saque el propio lector.

El autor afronta situaciones surrealistas y fuera de toda lógica con un humor de baja intensidad, aquel que nace de la incredulidad. Un guía y un traductor le acompañaban en cada uno de los trayectos fuera del hotel en el que estaba alojado. Así se fue empapando de la realidad manipulada del día a día en la capital del país. Una ciudad sin vehículos habitada por gente que camina en silencio. “¿Por qué no hay minusválidos?”, pregunta a su traductor, un ex militar al que caricaturiza casi con ternura. “Porque todos los norcoreanos nacen fuertes, inteligentes y saludables”, le responde, como si fuera una máquina programada para tal misión. “¿Creen ellos en todas esas chorradas que tratan de hacerles tragar?”, se pregunta a sí mismo en otra ocasión. La respuesta se quedará deambulando por el aire.

Los dibujos claros, limpios y expresivos de Delisle introducen al lector en una pesadilla opresiva. Recrean con detalle y desde la distancia una atmósfera saturada de miedos y tabús insignificantes, como la imposibilidad de escuchar jazz, calificada poco menos como música infernal. Hay vivencias muy poderosas, como la visita al Museo de las Amistades, un faraónico edificio en el que se acumulan los regalos que dirigentes de otros países y los propios habitantes de Corea del Norte han realizado al ‘padre de la nación’, Kim-Il-Sung, cuya figura, al igual que la del sucesor, su hijo Kim Jong-Il, debe ser reverenciada obligatoriamente. Otra escena impactante es el paso del autor por una especie de fábrica en la que se adoctrina a los jóvenes talentos del país, un tramo en el que se deja sentir la profunda tristeza del autor al comprobar hasta qué punto es nocivo el grado de manipulación al que está siendo sometida la población, que es, como suele pasar, la gran damnificada por las incoherencias de un régimen arcaico.

‘Pyongyang’ se configura así como un atractivo documental sobre Corea del Norte, menos contundente que la reciente ‘Persépolis’, ya que opta por planteamientos de menor radicalidad ideológica. Realmente, no aportará grandes novedades al que ya conozca de antemano las características del país asiático, pero a buen seguro proporcionará una agradable lectura al que se acerque a sus páginas. Una obra, en definitiva, cuyo contenido no tendría nada que envidiar al surrealismo desbordante de piezas de autores como Mihura o Ionèsco. Lo lamentable es que en Corea del Norte ese surrealismo está orientado a la perpetuación de una dictadura obsesiva que, involuntariamente, se está convirtiendo en un fértil caudal de magníficas creaciones literarias. Ya pasó con África, y ahora Corea del Norte reclama su cuota de singularidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Delisle tiene otra novela fantástica sobre el ultradesarrollo que sufren algunas ciudades chinas, en este caso Shenzhen, que da título a la obra. El ritmo es un poco más espeso quen en Pyongyang, pero efectivo como alternativa documental - como los casos de Persépolis (cómic) y la misma Pyongyang.