viernes, 28 de marzo de 2008

'CARNAVAL'. Baile de máscaras

CRÍTICA DE TEATRO

'Carnaval'
Autor: Jordi Galceràn
Dirección: Tamzin Townsend
Escenario: Teatro Bellas Artes (Madrid). 26 de marzo de 2008

Plantear la posibilidad de manejar los resortes del ‘thriller’ dentro de un teatro, de principio, ya supone un atrevimiento. Una osadía. Si no, que se haga un recuento de las obras de este género que se han visto en un escenario en los últimos tiempos, que se podrían contar con las hojas de un trébol. El cine se las apropia, como cauce más adecuado para poner en funcionamiento los códigos de los que precisa una creación de tales características. Hay que hilar muy fino para atrapar al espectador, tejer una tupida red de telarañas que consigan engancharlo a una historia que se presupone veloz, fugaz, efímera y en el que los diálogos están a las órdenes del vertiginoso desarrollo de la acción. Jordi Galceràn lo ha logrado en este baile de apariencias que es ‘Carnaval, cuando lo fácil hubiese sido relajar la escritura, disfrutar y mirar a otro lado que exigiese menos complicaciones tras el monumental exitazo de ‘El método Grönholm’. ‘Carnaval’ supone la demostración definitiva de la versatilidad del autor catalán, que lo mismo te sube el balón como un base, que lanza un triple y te remata la jugada con un mate que incluye un arabesco aéreo como adorno. ‘Carnaval’ se aleja sistemáticamente desde su propia concepción a ‘El método Grönholm’, aunque de fondo persista esa visión descarnada y sumamente desoladora de la sociedad actual. Late con mayor fuerza todavía, porque lo que era una crítica al individualismo feroz de la anterior obra ha mutado en una gélida radiografía del miedo ya instalado con placidez en la vida real. Un mal que se respira y absorbe, de destino y motivaciones desconocidas. El verdadero peligro, para el que la ley y la justicia no tienen remedio.

El peligro se puede palpar, percibir y sufrir si la ruleta gira en el sentido equivocado. “Vivimos en un carnaval de pirados”, grita desesperada la inspectora encargada de resolver el caso dispuesto por el autor catalán. En una pizarra ha escrito un listado de posibles sospechosos. Terroristas islámicos, sectas, madres con problemas psicológicos… pero lo más peligroso puede venir por el lado más inesperado. “¿Hay algo más terrorífico que lo que estamos viviendo?”, pregunta a su compañero de investigación. Hace referencia a esa violencia que no tiene justificación, el miedo a lo desconocido, esa gente con la que uno se puede cruzar diariamente y que no se quita la máscara hasta que un día algo le explota por dentro. Es el señalado un tema que une ‘Carnaval’ con una película vista recientemente, ‘En el valle del Elah’ (Paul Haggis, 2007). La diferencia es que la última toma un caso real, y ‘Carnaval’ lleva tal planteamiento a una situación límite, una lucha contrarreloj. Agranda las diferencias el uso del ritmo narrativo. El que agita la nueva propuesta escénica de Galceràn les sonará a los consumidores de la frenética franquicia ‘24’, una serie también vivida en tiempo real. La arquitectura dramatúrgica que levanta con su escritura es modélica. Está tan cuidada que hasta los diálogos en apariencia más intrascendentes pueden ser fundamentales a la hora desvelar el sentido del epílogo. Menos eficientes son algunos subrayados algo oportunistas, como la mención al secuestro de Miguel Ángel Blanco, o ciertas salidas de tono que devienen en malsonantes expresiones patibularias. Fuera esos quistes, la tensión se va acelerando gradualmente hasta que explota en un largo silencio de un minuto. La obra se estirará entonces hasta hallar una salida convincente. Que lo será, pese a lo sinuoso del recorrido, un fino ejercicio de requiebros que se pone al límite de lo inverosímil en una escena salvada por la solvencia de Nuria González.

Los actores contribuyen a estabilizar un drama que se muestra condescendiente con el espectador. Galceràn y por extensión Tamzin Townsend –qué buen tándem profesional forman- liberan adrenalina a base de humor, el que aflora en situaciones muy particulares, aquellas que los manuales no registran y en las que se desconoce cómo actuar. Es cierto que en ocasiones se exceden, como puede ser el dibujo de dos de los secundarios, la extravagante experta en delitos informáticos y el torpón policía cercano a la jubilación que en vez de alzar la voz de la experiencia se limita a descolgar teléfonos y verbalizar ingenuidades más propias de un alumno en prácticas. No obstante, dichos recursos se antojan necesarios si no se quería ahogar al espectador. Dejan un hueco libre por el que corra el aire, porque no se olvide que el tema a tratar es de una dureza máxima: el secuestro de un niño de tres años sobre el que pende una cuenta atrás de treinta minutos. Si no se descubre el lugar en el que está escondido, morirá. Galceràn se sirve nuevamente de la tecnología puntera, en este caso Internet, para armar la trama. La pantalla de un ordenador de la Comisaría, colocada a espaldas del público, funciona como un personaje más. El autor se sirve de esta tecnología –el secuestro se hace público por Internet- para poner en un incómodo lugar a los medios de comunicación. No se anda con sutilezas a la hora de definirlos como voraces depredadores ajenos a todo lo que no huela a primicia en una época en la que la inmediatez y el espectáculo se imponen a la profundidad y la rigurosidad.

Subrayada la diligente disposición de los elementos del ‘thriller’ en la puesta en escena –un reloj anuncia la cuenta atrás de media hora-, hay que destacar el sólido trabajo de un reparto liderado por Nuria González. Por fin lidia como cabeza de cartel con un papel enérgico y autoritario, ajustado a las duras facciones de su físico. Una reivindicación su caracterización de una inspectora superada por las adversidades y a la que ha dotado de un acertado sentido de la progresión dramática. Violeta Pérez utiliza una amplia gama de recursos dramáticos para ponerse en la piel de la madre del niño secuestrado. Le da credibilidad y verismo a su desgraciado rol. Despunta una magnífica actriz. Víctor Clavijo cumple con soltura como segundo de a bordo en la investigación, mientras que César Sánchez y Noelia Noto son los peor dibujados. Bordean el estereotipo, subrayado por un vestuario recargado que encasilla excesivamente a todos los actores.

‘Carnaval’ demuestra que no necesariamente el cine y las series de televisión son los únicos géneros que pueden experimentar con el ‘thriller’ obteniendo satisfactorios resultados. Basta un texto medido hasta en sus aristas más imperfectas, un desenlace ingenioso y de acorde a las expectativas generadas y una puesta en escena al servicio de la trama, para hacer maravillas en este campo. Si acaso, la apuesta por suavizar la historia intercalando –con naturalidad- réplicas más cercanas a la comedia de enredos que al drama podía haberse medido con más cuidado, con lo que el resultado hubiera lindado más con el suspense crudo. Porque, realmente, a quién le apetece sonreír sabiendo que cada día pasan cosas, parecidas y peores, como las narradas en este auténtico, crítico e inteligente baile de máscaras.

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