viernes, 28 de marzo de 2008

'LLAMADA PERDIDA'. Maldito móvil (*)

CRÍTICA DE CINE

'Llamada perdida' (Eric Valette. Estados Unidos, 2008)

Ya cansa, agota y hasta asquea. Es lo que pasa cuando se actúa tarde, mal y a traición. A principios de milenio, el cine oriental sorprendió con un puñado de fantasmales películas de género que presumían de una iconografía tan original como efectiva. Eran sutiles mecanismos de entretenimiento poblados por vengativos espectros infantiles, cabelleras mojadas y rituales amparados en leyendas urbanas. Feroz depredador, Hollywood ha ido calcando en los últimos años un método de trabajo patentado por cineastas como los Pang, Miike o Shimizu. Con mayor o menor acierto, se ha asistido a la adaptación del metódico esquema oriental de acuerdo a los rígidos cánones de trabajo estadounidenses. El canje, como era previsible y ya visto en perspectiva, se ha saldado con un balance desolador. Los ojos achinados del escepticismo se han amelonado, fuera de órbita. ‘Llamada perdida’ es la última que se apunta al naufragio colectivo. En este caso las expectativas de realizar algo consistente eran nulas, ya que el filme original, posteriormente constituido en esquelética saga, ofrecía exiguas garantías.

Lo único rescatable dentro de un conjunto frío, aséptico, estirado e impersonal es la profunda impresión que causa la imagen espectral diseñada para la ocasión: una cara en la que las cuencas de los ojos han sidos sustituidas por bocas que profieren gritos aterradores. La idea de la alienación de la tecnología, en teoría la aportación de mayor trascendencia, ha quedado relegada en función de una caprichosa sucesión de sustos de bocinazo de los que ya avisa una chirriante banda sonora, desperdigados en un guión que agota todos sus recursos antes de que el cronómetro supere los sesenta minutos. El asunto en el que escarba -sin ganas- ‘Llamada perdida’, la supremacía absolutista del móvil, microscópico artefacto que ya es uno más de la familia, ya se tocó en filmes superiores como ‘Pulse’, otro insatisfactoriamente ‘remakeado’ por la industria del lado izquierdo superior del océano. En ‘Llamada perdida’ la reflexión sobre la dominación tecnológica se desliza hasta la vulgar anecdotilla, que lo único que parece importar es conocer de qué forma va a morir el siguiente jovenzuelo caído en desgracia.

‘Llamada perdida’ escribe un capítulo más de la repetición indiscriminada de un planteamiento que alguna vez resultó imaginativo. Lo de menos ya es el nombre del director. Tal es el descaro con el que se afronta la labor de fotocopiar el producto que en ocasiones se ha llegado a recurrir al creador original, al que se le costeaba estancia y se le aseguraban futuros proyectos. No ha sido el caso de ‘Llamada perdida’, cedida a un desorientado cineasta francés, etiquetado previamente como promesa en ciernes, y ya captado por los dólares americanos. Pulcro y aseado, como aquel base suplente de los Jazz noventeros de Malone y Stockton, con suma educación ha empaquetado un ‘remake’ aseadito y bien presentado, perfectamente entrenado para competir en taquilla.

El mortífero politono que desata una serie de homicidios activa una presunta trama detectivesca en la que se ven involucrados la exótica Shannyn Sossamon, nueva cara bonita de turno que se añade al colectivo de féminas atemorizadas presidido por Sarah Michelle Gellar, y un desconcertado Edward Burns, empeñado últimamente en coleccionar papeles apestoso (’27 vestidos’). La suya es una interpretación poseída por la desmotivación, el verdadero mal que anida en esta historia, no esa disparatada trama maternofilial vengativa perpetuada vía móvil. Burns deambula por ‘Llamada perdida’ plenamente consciente de la entidad producto en el que está trabajando, una actividad meramente alimenticia. Es el primero que no cree en lo que está pasando. No es una suposición, ahí está el careto impertérrito que exhibe cuando le anuncian el fallecimiento de un familiar en una de sus primeras escenas. Mal pinta el asunto si el encargado de solucionar el entuerto dimite del empeño de primeras.

Intrascendente e incapaz de generar un solo escalofrío, ‘Llamada perdida’ debe suponer otro paso más hacia la rendición definitiva del cine de terror de ojos rasgados que, puesto en manos estadounidenses, no es más que un inocente chascarrillo nocturno de hoguera de campamento religioso. Abriendo la puerta a la nostalgia, este tipo de cine –el original- estuvo bien en su momento, pero ya no tiene nada nuevo que aportar. Lo mejor que le puede pasar es que lo dejen descansar en paz. Y ya de paso, se agradecería que se apagara el dichoso móvil demoníaco para no volver a encenderlo nunca más.

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