viernes, 11 de abril de 2008

'LOS PERROS DORMIDOS MIENTEN'. Un bozal, por favor (**)

CRÍTICA DE CINE

'Los perros dormidos mienten' (Bobcat Goldthwait. Estados Unidos, 2008)

Un secreto salvajemente impúdico activa la mecha que prende ‘Los perros dormidos mienten’. Es tan endeble –y sencillo- el planteamiento que, una vez al descubierto la confidencia, el interés del experimento queda hecho trizas. El dispositivo supuestamente corrosivo que debería ponerse en marcha tras desvelarse tan aparatosa confidencia –simple secretillo preuniversitario de alcoba- se va ablandando hasta anestesiar los genes políticamente incorrectos que debían haberse adueñado de la cinta, a la que se adjudicaba de antemano la etiqueta de rompedora.

El riesgo, el vértigo del equilibrista y el humor innato al que se siente fuera de sitio en una sociedad febril; ni una pizca de lo enumerado se advierte en el largometraje dirigido por el desconocido Bobcat Goldthwait, un hombre pegado a su sombrero que firma la dirección y el guión de esta intranscendente comedia. Apunta hacia arriba transcurridos los veinte primeros minutos, para después desmoronarse con sonoro estrépito. Vendida como un producto que revolucionaría ese prolífico subgénero tontorrón que es la comedia romántica, exhibe buenos modales ya desde el punto de partida. La protagonista, una joven que marcha rauda camino a la estabilidad, conserva un secreto, sexual para más señas, relacionado con prácticas mal vistas en la opinión pública. La obra de teatro ‘La cabra’ con la que Josep María Pou ha pisado los escenarios de medio país, opera de certero referente. En lugar de olvidarlo, que sería lo suyo, lo sucedido le traumatiza, hasta tal punto que un día decide vomitarlo.

Así enciende esa mecha ya referida que podría haber supuesto el descarrilamiento definitivo –para bien- del filme, una libertad de movimientos para el director, opciones finalmente desechadas. La trama que se desarrolla a partir de esa revelación se incrustará entre un mosaico de tópicos sofisticados, nada relevante ni muy incorrecto, que aplatanarán y adormecerán al que rastreador de sensaciones más ácidas, potentes en definitiva. Gira con mucha brusquedad ‘Los perros dormidos mienten’. Un volantazo que desplazará al vehículo, de forma inesperada, al terreno del melodrama, inexplorado anteriormente.

Si como comedia agresiva tampoco llega a explotar sus recursos por la falta de tiempo y de paciencia (la reivindicable ‘American Pie’ la supera en provocación), peor le va al adentrarse en un camino más pedregoso, el introspectivo. Con buenas intenciones aunque sin suerte, Goldwaith se aproxima en silencio a un referente en este campo como el monumental serial ‘A dos metros bajo tierra’. No es gratuito el símil, si no trácese un paralelismo entre el papel que les corresponde a los hermanos menores, dos inadaptados sociales con graves problemas en su relación con la hermana mayor, que pululan por ambas pantalla. Irritará el saldo que se obtenga del ejercicio de la comparación, inevitable dados los paralelismos tan evidentes, sobre todo en cuanto a desarrollo argumental.

Valga como resumen del espíritu que sobrevuela a esta decididamente insípida anécdota de distendida cena universitaria, la moraleja que se extrae con sacacorchos del infantil epílogo. Hay veces en las que es mejor mantener la boca cerrada, en los dos sentidos. Nos ahorraríamos, por ejemplo, criaturillas con tan poco que ladrar como esta ‘Los perros dormidos mienten’. Que humanos y caninos tengan felices sueños.

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