martes, 29 de abril de 2008

'CARTOGRAFÍA'. José Ignacio Lápido (****)

CRÍTICA DE DISCO

'Cartografía'. José Ignacio Lapido (Pentatonia Records, 2008)

Los engranajes de la industria discográfica no pueden estar más encasquillados. José Ignacio Lapido es uno de esos damnificados que aportan credibilidad a un tópico ya constituido en irrefutable verdad. Algo funciona mal si un creador de su talento permanece lejos de los focos del público, condenado al ostracismo mediático. Si actualmente hay un músico que merezca portar la etiqueta de culto en el panorama nacional, el granadino, antiguo componente de 091, reúne un buen puñado de papeletas para hacerse acreedor de la distinción, por mucho que tal calificativo le moleste, con razón.

Lapido no es nuevo por estos lares. Lentamente ha ido formado un estilo propio, imprescindible y rescatable del lodazal. De vez en cuando saca la cabeza del barro y grita a quién quiera escucharle la rabia que siente por seguir adelante en estos tiempos tan oscuros. ‘Cartografía’, otro trabajo que él mismo ha autogestionado a través de su propio sello, Pentatonia Records, es el nuevo alarido de un artista que ha hecho de la derrota algo más que un tema sobre el que teorizar.

Lapido se maneja con soltura en esos bajos fondos de los sentimientos que con tanta precisión describe en cada una sus composiciones, definitivamente constituidas como aullidos que se pierden en la inmensidad de una llanura inabarcable. Pero la partida no está perdida de antemano. Ni mucho menos. ‘Cartografía’ deja al descubierto, como ya pasara con el icónico ‘Música celestial’ y en menor medida con ‘En otro tiempo, en otro lugar, resquicios por los que pasa una luz, microscópicos hilos de esperanza enhebrados con una reconfortante sutileza. La tristeza, la indefinición y la duda existencial que proporciona el simple hecho de existir no están enfrentados irremediablemente a esa dulce felicidad que se saborea en cantidades ínfimas. Así lo demuestra el autor en este reflexivo trabajo, en el que regala ejemplos clarificadores. La teoría la confirma la letra de ‘Escala de grises’, un memorable himno que irradia un puntito de satisfacción al retratar la provechosa unión de dos almas perdidas, pero que juntas encajan (en la escala de grises / se nos ve tan felices). Añade una nueva aportación ‘Nada mejor’, un tema por el que se vuelven a colar versos reconfortantes dentro de lo que parece un círculo concéntrico que acaricia exclusivamente a la desolación. Hay una puerta al fin, remata en ‘Cuando los ángeles duerman’. Quién dijo tristeza. El cantautor-rock respira entre tanto pesimismo, lanzando bocanadas de una música a la deriva que ya no se destila por los circuitos habituales.

El paso de las composiciones va despejando ese discurso unidireccional y demostrando que dentro de la derrota asumida, mal siempre será mejor que peor. Late en esta colección de canciones una visceralidad menos poderosa que en anteriores discos. Los años han controlado la irascibilidad que provoca la insatisfacción existencial. Las incoherencias ya no duelen tanto y las llagas tienden al silencio, a conjuntarse con un paisaje desdibujado y opresivo. No faltan estallidos de ira que advierten de la degeneración de una sociedad que etiqueta y señala a los perdedores, aunque en su conjunto estamos ante un disco más reposado y de un sonido menos distorsionado que anteriores criaturas discográficas. Un rock clásico que se nutre del estado de gracia del compositor. Es cierto que hay tramos más prescindibles y que acecha el temor a ser reiterativo, pero el tono global de ‘Cartografía’ supera con creces al de las medianías que no dejan de martillear los oídos desde emisoras radiofónicas y canales televisivos.

La banda suena perfectamente ajustada, un factor que se le podía achacar al granadino en los inicios de su periplo en solitario. Guitarras que flotan en la atmósfera y un teclado atinado y con mayor peso de lo habitual arman un sonido envolvente que hace cumbre en la citada ‘Nada mejor’, en la que Lapido se atreve hasta a juguetear con las cuerdas vocales. Menudencias ante el torrente literario de unas letras poderosas en las que conviven un Bela Lugosi sonriente, un Johny Weismuller cleptómano, bares humeantes sin horario de cierre, referencias planetarias, alguna profesión que remite a la monumental ‘A dos metros bajo tierra’ y un optimismo que se va deslizando entre los dedos. Para el que no lo conozca, así es el microcosmos ‘lapidiano’.

‘Cartografía’ es, en definitiva, un disco que gana con cada escucha, lleno de rincones secretos, listo para que no pare de sonar durante un largo periodo de tiempo. La confirmación, en resumen, de que hay que apostar por la esperanza. José Ignacio Lapido no se detiene ante los obstáculos. Hay que creer en la justicia poética. Si Lapido sigue produciendo discos de este nivel puede que algún día ocupe el lugar que le corresponde, el de un creador de canciones gigantescas condenadas a quedarse registradas en el archivo de la memoria por mucho tiempo. Si pasa, sólo queda esperar que no sea ni en otro tiempo ni en otro lugar.

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