lunes, 3 de marzo de 2008

'EN EL PUNTO DE MIRA'. Salamanca picante (**)

CRÍTICA DE CINE

'En el punto de mira' (Pete Travis. Estados Unidos. 2008)

Arranca ‘En el punto de mira' con vigor, a un ritmo frenético, sin opción al respiro. Planos rápidos que lo aproximan al género televisivo, un estilo enérgico en el que se maneja con suficiencia Pete Travis, cineasta que se está especializando en el tratamiento de temas terroristas como ya demostrara en su debut con ‘Omagh'. Este segundo acercamiento al subgénero se aleja de forma conceptual de la seriedad que impregnaba su primera pieza. La consistencia formal y hasta de guión que plantea desde los inicios se torna en incoherencia una vez el relato se suelta la melena a lo afro que luce.

La fórmula de ofrecer una misma situación, el asesinato del presidente de Estados Unidos en un acto público ubicado -si se ensancha la pupila- en la Plaza Mayor de Salamanca, desde ocho puntos de vista, genera algo de interés en sus primeras aproximaciones al pasado de los personajes, un superficial escaparate de dieciséis ojos, material reciclable con poco que rascar. Al contrario que similares experiencias recientes, el mecanismo de funcionamiento de este sistema impresiona por la simpleza. Los datos para resolver el -sencillo- puzzle se van ofreciendo en base a flash-backs temporales que hacen retroceder la trama a los veinte minutos anteriores al magnicidio. El formato, al igual que el anglicismo anterior, remitirá de primeras a la serie ‘Perdidos'. Lógico, sólo hace falta teclear el término en ‘google' y ver a qué se refieren las entradas principales.

Una vez asimilada la estrategia, en cuanto el cronómetro se planta en el pasado por cuarta o quinta vez para volver a ver lo mismo, un Dennis Quaid atormentado con ganas de ‘tacklear' al primer incauto o el sprint a la nada de un descolocado Eduardo Noriega, el esquema ya proclama síntomas de agotamiento y pesadez. El plantel de intérpretes de relumbrón que va desfilando en procesión a velocidad de vértigo se habrá diluido. Unos por el ligero peso de sus papeles -Sigourney Weaver, de paso- y otros enredados en defensa de lo indefendible, caso del mencionado Noriega o del pobre Forest Whitaker.

Lo que seguirá a continuación será una caída en picado sin paliativos, un desvarío que se irá evaporando conforme Quaid vaya quemando el acelerador del coche con el que se enfrasca en una persecución. La congruencia de lo expuesto pasará a un segundo plano. Las piezas se harán encajar a la fuerza, sin ahondar en motivaciones ni recurrir en explicaciones que estarían de más dentro de un epílogo tan extravagante como mal resuelto. Todo se volcará lado del espectáculo y la acción, como esa alargada refriega automovilística narrada por Travis con buen nervio cinematográfico que engulle buena parte del metraje de la segunda mitad del filme.

El resultado final se queda así al servicio del lanzamiento de fuegos de artificio, petardos inofensivos que se guardan en la caja etiquetada como del entretenimiento vacuo, el que se olvida una vez se cruza el umbral de la puerta del cine. Esbozar segundas lecturas en clave geopolítica, contemporánea o imperialista, será una pérdida de tiempo. Si acaso, sí se verificará la manifiesta creencia del celuloide estadounidense de entretenimiento en el sistema establecido, por muchas críticas foráneas que lo pongan en duda. Esa postura se corrobora en la indestructibilidad con la que custodian la figura del presidente, aquí un hombre cargado de marciana humanidad. Y hasta este punto se puede contar, porque está película está sujeta a hilos argumentales tan finos, y a la vez tan poco consistentes, que corre el riesgo de desmontarse con apenas un par de palabras de más.

No hay que esquivar en el análisis de ‘En el punto de mira' el sumo disparate que significa localizar la acción en Salamanca. Por extravagante, daría para otro texto de amplia longitud. Cierto es que la cinta ni busca ni pretende rellenar depósito alguno de verosimilitud. Pero nada es comparable a la experiencia de contemplar a la ciudad charra totalmente mexicanizada. Lo peor es cómo se alardea de tal disparate. Ni se han preocupado en maquillar un poco el producto. Así, la gran mayoría de extras que pueblan el filme son naturales del país en el que está rodado. No sólo esa hinchada enfebrecida de manifestantes que apoyan un tratado de paz planetario que ni la Alianza de Civilizaciones podría imaginar en sueños. No se salvan ni los agentes de policía ni algunos actores secundarios que se comunican con acento mariachi. Un poco de rigor, tampoco es pedir tanto, no hubiera estado nada mal. La veracidad, por los suelos, si es que acaso importaba. Porque de lo que se trataba era de generar un artefacto de entretenimiento sin otra pretensión que la de ennoviar con la taquilla, y ahí, el objetivo está más que cumplido.

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