viernes, 29 de febrero de 2008

'HUMO'. Mentirosos, uníos

CRÍTICA DE TEATRO

'Humo'
Autor: José Carlos Rubio
Dirección: José Carlos Rubio
Reparto: Juan Luis Galiardo, Kiti Manver, Gemma Giménez y Bernabé Rico
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 28 de febrero de 2008

Para disipar los nubarrones del silencio, José Carlos Rubio se plantó y se dejó llevar por el embriagador susurro del teatro comercial. Autor de la tan potable como de limitado radar ‘Las heridas del viento’, de la que se hablan maravillas, tomó de la pechera un tema de actualidad –ya pocos recuerdan la ley antitabaco-, lo sometió a una humeante limpieza de cutis y lo redondeó con una tanda de reflexiones muy manoseadas sobre el poso de la mentira en la sociedad contemporánea. Más tarde, el resultado, laureado vía galardón procedente de altas esferas, se recargó con la incorporación del vozarrón imperial propiedad de ese actor de pajarita y esmoquin que es en los dos sentidos Juan Luis Galiardo. Debía ser una garantía de buen funcionamiento, la receta del éxito, aunque por el camino ya se había perdido lo más valioso del asunto, acaso lo único verdaderamente capaz de llamar la atención: la posibilidad de degustar una obra refrescante. La que debería solicitarse, cuanto menos, a un dramaturgo de nuevo cuño con notables referencias.

Desde luego, ‘Humo’ no cumple con los requisitos mínimos para cubrir tales exigencias. Hasta lo que debería impulsarla a cumbres más elevadas, la totémica presencia de Galiardo, da un giro, se detiene y ficha por el capítulo de inconvenientes. Con una escenografía atractiva, la obra estructura un discurso que se mueve en paralelo en dos direcciones. Un embaucador se gana la vida escribiendo libros de autoayuda y ofreciendo conferencias sobre lo nocivo, perjudicial y funesto que resulta fumar. Ya en el camerino, tira de pitillo en cuanto encuentra la ocasión. Nada original, el timador que se sirve de una mentira para hacer negocio. Galiardo estira su exageradísimo rol de conferenciante engañabobos con el que inicia la representación, probablemente lo más rescatable del conjunto, para no soltarlo en el resto de la función, grave error. Bien es cierto que la contención no ha ido sido nunca virtud del fortachón intérprete, desafortunado en la elección de sus últimos proyectos tanto en cine como teatro, pero un papel de estas características, sobre todo cuando se mete en una faceta más íntima, no exigía una interpretación propia de las grandes tragedias shakesperianas. Es tan notable ese ardor del que hace gala que en ocasiones, tal es su fuerza, aleja la representación del tono pretendidamente cómico en el que quiere instalarse para acariciar el paródico.

Ya en la segunda línea de la trama, Rubio juega con el concepto de mentira. Le asocia una serie de cualidades positivas vistos los resultados que obtienen quienes se consideran adictos al cinismo, ya disipada la importancia de la nicotina, que no volverá. Mentirosos, uníos, que mientras se tenga fe –no se especifica en qué- la bienaventuranza está asegurada. El texto no explota las únicos mimbres con los que podía haber elaborado una historia con alguna tensión. Deambula sujeto al carisma de Galiardo hasta que encaja con total naturalidad en el lugar menos deseable. La aparición de la ex esposa del protagonista, Ana Martín -irregular Kiti Manver-, una periodista de provincias frustrada por las ambiciones que supuestamente debe saciar un profesional de estas características –aquí sí, un acierto para el escritor- introduce a ‘Humo’ en una sinfonía desconcertante de monólogos exhaustivos vacíos de contenido que limpian de polvo a una colección de tópicos muy sobeteados sobre la lucha de sexos, secretos e infidelidades conyugales. Los personajes se quedan en estereotipos –no digamos ya los insustanciales perfiles del fotógrafo becario y la pizpireta madre soltera-, la imaginación brilla por su ausencia y los últimos giros argumentales, ya con la mentira instalada como rutina placentera y económicamente rentable, sólo alargan, que no reparan, lo que ya no tiene solución. Realmente, no hacía falta tanta fogosidad interpretativa para decir tan poco. Una humeante decepción que en nada favorece a los postulados de un teatro comercial de calidad, que existe y hay que defenderlo. No todos los aspirantes sirven para acceder a una sala con mil butacas.

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