lunes, 17 de marzo de 2008

'EL MENOR DE LOS MALES'. Político y corrupto (**)

CRÍTICA DE CINE

'El menor de los males' (Antonio Hernández. España, 2007)

La realidad supera con creces la ficción. Un tópicazo, y como todos los de esta estirpe, una verdad. Ante noticias de actualidad como la que ha puesto en la picota a un ex alto cargo del Ayuntamiento de Palma de Mallorca, un ultraconservador de doble vida que despilfarraba dinero público en recintos de moral laxa, lo relatado por ‘El menor de los males’ queda casi como un juego de niños. Casi, porque cuando entran en liza los revólveres el asunto pinta más oscuro. Un todoterreno de la cinematografía nacional como Antonio Hernández (‘Lisboa’, ‘Los Borgia’) ha llevado –llevó más bien, que a la película le ha costado un año en llegar a la cartelera- los líos de faldas de un político de derechas, nada excesivamente rompedor, a un terreno peliagudo como es el ‘thriller’. Espinoso porque el material manejado para hilar con solidez una propuesta tan ambiciosa no daba para mucho de sí.

‘El menor de los males’, como sinónimo de la humildad que exhibe su puesta en escena, no sale del caserón gallego en el que el político de marras, aspirante a un puesto en la cúpula del partido político al que está afiliado, se dispone a pasar un fin de semana dedicado al culto al cuerpo. En la finca se topa inesperadamente con su hermana, una Carmen Maura que no se quita el careto de incredulidad en toda la película. Normal, teniendo en cuenta la alargada duración, que pedía a gritos la asistencia a la hora de decidir el montaje final de un tipo como Eduardo Manostijeras, y el asistir en primera fila al mayor de los disparates que integran esta fallida intriga: un final inexplicable y que pone en duda el poco sentido común que hasta ese instante conducía la trama. Las incongruencias del guión, que se ve salpicado por un puñado de temas tan apretujados (pederastia, corrupción, adulterio, derecho a la privacidad) que terminan asfixiándolo, van minando lentamente la tensión de un relato que exigía más fuerza. Ni el oficio que se le presupone a Hernández logra enderezar el rumbo, perdido definitivamente a mitad de metraje en un laberinto de mensajes borrosos lanzados por personajes poco definidos y que se muestran incapaces de enganchar mínimamente, lo único que se debe exigir a un ‘thriller’ en condiciones. El máximo ejemplo en este sentido lo constituye la poca enjundia del incidente desecadenante de la trama, unas fotografías dispuestas a ser aireadas y que comprometerían la carrera del maquiavélico político. El otro posible surtidor de emociones fuertes, una venganza filial al más puro estilo ‘Hard Candy’, tan rápido se menciona como se desecha. La vía que podía haber aportado mayor dramatismo al relato queda olvidada instantáneamente por el anhelo del cineasta de potenciar en exclusiva la farsa política.

Si se suprime el epílogo, ‘El menor de los males’ al menos no dañará el buen gusto del espectador con el paladar cinéfilo bien encauzado. Por el camino deja una buena interpretación (Roberto Álvarez), alguna línea de diálogo precisa e interesante, cierta aproximación a un relajante humor negro –la cagada del paparazzi apesta a cruel metáfora- y un honesto intento de transmitir lo que ya se sabe, que una cosa es la imagen pública del conocido de postín y otra bien distinta la cara que pone en privado. Atisbos de lo que quería haber sido una comedia negra complementada por una ensalada de sablazos críticos al mundo político y que se define finalmente como un ejercicio de interiores que no conviene airear demasiado. Un mal menor, parafraseando el acertado título.

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