sábado, 8 de marzo de 2008

'10.000'. Mamut, ruge más alto (**)

CRÍTICA DE CINE

'10.000' (Roland Emmerich. Estados Unidos, 2008)

He aquí un ‘blockbuster’ de épico presupuesto, colosal envoltura y famélico contenido. Otro más a añadir en la cuenta del teutón Roland Emmerich, empeñado en coleccionar inverosímiles fábulas apocalípticas tipo ‘Independence Day’ o ‘El día de mañana’, más familiarizadas con el inquieto espíritu del jugón de videoconsolas que del prototipo de consumidor de ajetreada bobina cinematográfica. Así hay que entender, sin espacio para las dobleces, la mal titulada ’10.000’ -¿y el aC?-, una retrospectiva del ‘modus operandi’ de una tribu de trogloditas con vivienda en las alturas.

De entrada, el producto reivindica su condición de estrictamente palomitero por una distinguida característica. Emmerich, y en extensión el quinteto guionista, se olvidaron en la reunión decisiva a la hora de perfilar la trama del libro gordo de la prehistoria. Lo peor es que evidencian un desconocimiento absoluto en el área de la geografía, sumamente explícito si se atiene a factores meteorológicos. En este último aspecto, con un baile climático tan agitado que ni en la peor de las verbenas estivales de plaza mayor, el rigor, asido a blandengues pilares, se arrastrará por los suelos. Perdida la poca verosimilitud que se le podría solicitar, ’10.000’ se confía en manos del encanto que debería despertar la epopeya del héroe atribulado, un joven barbilampiño rastafari señalado por la profecía, una más de la decena que pululan por la historia, como el salvador de la humanidad, nada menos. El rapto de la damisela de lentes azuladas con la que anda encariñado desde la infancia le servirá de excusa para emprender un periplo por cumbres himalayescas, selvas birmanas y desiertos saharianos y que desembocará a los pies de la faraónica obra de un travestido megalómano -la referencia a la ‘Stargate’ que Emmerich dirigiera hace unos lustros es ineludible-. Así como se lee, toma disparate. Todo en cuestión de días y a pie, una caminata propicia para la aparición de las tan temidas ampollas, que ni eso. Un viaje lineal, en definitiva, poco dado a la irrupción de elementos sorprendentes y que atesora alguna escena que por sí sola puede justificar el pago de una entrada para visionar ’10.000’ en pantalla grande. Un solitario atisbo de lo que podía haber sido este largometraje si se hubiese cuidado el fondo tanto como las formas: la caza y captura del mamut que se organiza en el prólogo del relato. Vibrante, se pueden sentir las pisadas de esos familiares lejanos y cabreados de los elefantes actuales.

El resto será un suma y sigue de retos superados por el protagonista, acompañado del fiel escudero maldecido por los tópicos asociados a dicha figura. El héroe, sin un ‘anti’ delantero que reforzaría su atracción, irá superando pantallas como si de un videojuego plataformero se tratase. La dificultad, así como el nivel de los villanos –cuánta bondad y cuánta condescendencia en el tratamiento de las refriegas bélicas-, irá en aumento paulatinamente, incorporando a la aventura leyendas y secretos por descifrar. Alternará así ratos de frenético arcade con otros de simulador rompecabezas hasta hacerse fuerte como choque entre civilizaciones al más puro estilo ‘Ages of empire’. Un híbrido videoconsolero que se irá despojando de las capas oculares que lo protegían para quedar desnudo y atrancar en el sonrojante epílogo.

Como testimonio visual de la prehistoria, el producto aparece desenfocado. La garra, el salvajismo y la sangrienta e irracional lucha por la supervivencia que se atribuyen a esa era no han sido invitados a la cita, cualidades sustituidas por un talante, una armonía y una amabilidad multicultural que ya se quisiera para estos tiempos civilizados. En consecuencia, ’10.000’ se configura como un material amable, simpático, empalagoso en su grandilocuencia y salvo algún apunte pixelado, aliado con el aburrimiento. Todo lo enumerado, además, multiplicado por dos, puesto que Emmerich, ya se sabe, potencia todo lo que se pone al alcance de su bienintencionada cámara y le añade, de una forma soterrada y poco convencional, la inevitable lectura en clave imperialista. Mucha envoltura y un caparazón demasiado recargado para tan pírrico contenido, que ni siquiera se permite un mínimo de originalidad en el desarrollo. Un corta y pega de situaciones ya vividas a lo largo y ancho de la pesada filmografía del alemán, con el poso palpable de obras de gran tonelaje como ‘El patriota’ o ‘Godzilla’. Nunca el bostezo de un mamut sonó tan cercano y real.

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