lunes, 25 de febrero de 2008

'MACBETH'. Shakespeare se acelera

CRÍTICA DE TEATRO

'Macbeth'
Autor: William Shakespeare
Compañía: Histrión Teatro
Escenario: Teatro Fernando de Rojas (Madrid). 22 de febrero de 2008


Cuando en el grueso de aproximaciones al ‘Macbeth’ de Shakespeare las pesadillas oníricas activan la operación de acoso y derribo del atribulado y circunstancial rey escocés, Histrión Teatro ya ha dejado rematada la faena con un amplio margen de tiempo de descanso de por medio. La compañía granadina ha estandarizado un eficaz método de trabajo que pasa por exprimir al máximo el rendimiento de aquellos clásicos capaces de sobrevivir a todo tipo de interpretaciones. Acelera textos de un grosor paquidérmico, los afila al máximo, fía segundas explicaciones a los conocimientos del asistente y los exprime hasta acercarlos al terreno que mejor domina: la concreción y la fiable labor del equipo interpretativo. El ‘Macbeth’ que acaban de sacar del horno verifica punto por punto el compromiso adquirido a la hora de releer textos de propiedad universal. Los cinco actos originales de la tragedia shakesperiana por antonomasia quedan reducidos a una sucesión casi cinematográfica de fotogramas hilados por la bufonesca intervención de un criado borrachín. Flashes que marchan directos a la raíz del relato, anticiclón de ambición y frustraciones himalayescas no derribado por semejantes prisas.

Este trabajo de corte reduccionista exigía un cuidado especial en el trato con la dramaturgia. La balanza puede desnivelarse con facilidad si no se afronta con las debidas precauciones. Por fortuna, en poco se asemeja la calidad del jugo ofrecido por ‘Macbeth’ al sacado de las dos últimas producciones de Histrión, ‘El casamiento’ de Chéjov y, fundamentalmente, la fallida ‘Farsa y licencia de la Reina castiza’ valleinclanesca, afectadas por ese trabajo de corte y confección que apareja el claro riesgo de no desentrañar los secretos visibles y ocultos del libreto y los personajes que lo transitan.

Histrión ha pisado en esta ocasión el acelerador obedeciendo las reglas que determinan una dramaturgia efectiva. Una escenografía limpia, apenas una viga y cinco sillas, refuerza la idea de atmósfera de intrigas palaciegas y deja al descubierto las bondades –también algún perceptible defecto de vocalización- de un reparto capitaneado por dos infalibles. Gema Matarranz lo borda nuevamente como Lady Macbeth, esa mujer que eleva al infinito cada una de las aristas de la maldad humana, por mucho que adopte el papel de sufrida esposa. Lo afronta desde un registro, papel desgarrado que limita con la agonía inhumana, que domina ya sin dificultades, véanse los sobresalientes antecedentes. Dan ganas de observar cómo se desenvolvería la actriz granadina en un rol opuesto a los que suele afrontar, disfrutarla en un género diferente que pudiera engrandecer más sus dotes como actriz. A su lado, el angustiado Macbeth de Constantino Renedo vive en un infierno de incertidumbre, corroído por esa culpa que con tanto ahínco no deja de filmar Woody Allen en su filmografía más reciente. Un ser manifiestamente débil subyugado por las diabólicas intenciones de su esposa, principio y final desencadenante de la tragedia, que ya no hace falta subrayar la misoginia que goteaba de la pluma del bardo de Avon, aunque la lógica de la brutalidad aquí recae en exclusiva en ese único personaje femenino.

Las escenas se van sucediendo con pasmosa efectividad, atando con precisión todos los cabos que pudieran surgir. Los mayores damnificados por el recorte cronológico, que engulle a algunos personajes capitales como el Rey Duncan y uno de sus hijos, el reprochable Malcolm, son precisamente los pasajes de contextualización histórica, aparte de detalles más intrascendentes como las insistentes pesadillas alucinógenas que atormentarán al titular de la obra desde el sangriento magnicidio. Otros efectos secundarios sí demuestran su valía a la hora de incrementar unas décimas el global de intensidad. Entra dentro de tal capítulo la transformación de las tres brujas apocalípticas que desencadenan con su predicción el desastre en un humanoide de rasgos anfibios, un espécimen híbrido muy similar al Gollum que fabricara la imaginación de Tolkien. Sus escorzos extracorpóreos entre la bruma y unos susurros emitidos por una garganta femenina clarifican la ambientación más de lo que pudiera hacerlo una decoración aparatosa. El resto, lástima por lo impostado que se dibuja el choque definitivo entre Macduff, paladín de la venganza, y Macbeth, queda bien armado por un envoltorio que fija el par de ojos en la relación entre el matrimonio protagonista por encima de otros aspectos de perfil menos existencial.

Tan acelerada como efectiva y dinámica, que no revolucionada, la obra de Histrión Teatro se constituye como un magnífico acercamiento, sea inicial o repetido, a uno de esos textos imperecederos, y si no cójase esa genial última frase del libreto de Shakespeare. Muestra
-buen- material para hincarle el diente con exquisito gusto, aunque la degustación escénica pueda terminar, según saboree algún paladar exigente, con más antelación de lo previsto. Fast-food, pero de calidad.

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