viernes, 22 de febrero de 2008

'30 DÍAS DE OSCURIDAD'. Chupasangres de vacaciones

CRÍTICA DE CINE

'30 DÍAS DE OSCURIDAD'. (David Slade. Estados Unidos, 2008)

David Slade firmó hace unos años un interesante a la par que tramposo debut, dotado de una solidez nada habitual para tratarse de un estreno. Removió algo más que conciencias, que se lo pregunten al sector masculino, con la claustrofóbica ‘Hard Candy’, un buen guión, dos magníficos intérpretes y una puesta en escena bordeando la disciplina teatral. El volantazo que ha dado con ’30 días de oscuridad’ ha sido de los de cambio de carril en apenas unas milésimas de segundo, del terror psicológico al adrenalítico.

Como ocurría con su ópera prima, la idea que sujeta su segunda película prometía, sobre el papel, emociones fuertes. Un pueblo situado en los confines del mapa y que comparte frontera con los glaciares se dispone a pasar treinta días sumergido en la oscuridad, el lugar elegido por unos vampiros con ansias gastronómicas para disfrutar del periodo estival. Ya se sabe lo que les agrada a estos seres tostarse al frío de la luna. Un tirabuzón, prestado de un sangriento cómic, muy ajustado para renovar material dentro de un género tan trillado como el de los vampiros, que con el paso de los siglos se ha ido dulcificando. Quizá por ese motivo, para recuperar la esencia de cuentecillos victorianos sedientos de sangre como los que escribiera Hoffmann en el siglo XVIII que todavía ponen la piel de gallina al adulto que los asalta, Slade ha equipado a sus chupasangres con un vocabulario irreproducible limítrofe con la jerga popular humana, garras y colmillos de jaguar hambriento y unas mandíbulas atiborradas de vísceras varias. Aportación que prometía novedad, los ha armado de una inteligencia, luego reducida al vacío habitual, por encima del coeficiente del vampiro medio. Y lo peor, los ha dotado de una ambición desmedida: la conquista de la civilización terrícola partiendo de una insignificante aldea alejada de la mundanal sociedad capitalista y de no más de un centenar de casas. Vampiros con aspiraciones de colonización planetaria, que no suena mal. Huyan de posibles lecturas políticas y colonizadoras.

Existían, a priori, buenos mimbres que puestos en manos de un cineasta con apego por profundizar en asuntos existenciales, deberían haber sido suficientes para levantar una gran, que no definitiva, producción. El exuberante prólogo, media hora en vilo que organiza la situación, expone el paisaje en el que se va desarrollar la acción y da la bienvenida a los roles, un tanto estereotipados, que la van a protagonizar, da otro paso adelante más. Mantiene por los cielos ennegrecidos de Barrow (Alaska) una tensión que lo que le sigue, desafortunadamente, no va a saber aguantar. Paulatinamente, la historia se va amodorrando, como si entrase en un profundo sueño que ni los sustos de saldo ni la hemoglobina desatada lograrán desapelmazar. La estrucutura temporal se hace confusa y no es lo suficientemente aprovechada, al igual que la espacial. Los días se suceden sin que se aprecien modificaciones en el discurrir de los acontecimientos. El reloj se detiene y tampoco se aprecia con nitidez la claustrofobia del encierro que demandaba un relato de estas características. La evolución psicológica de los personajes atrapados en tal espeluznante odisea se hace esperar tanto que al final uno ya ni se acuerda del apellido del último incauto que comete la imprudencia de turno. La súbita y tempranera irrupción del colectivo de vampiros no contribuye a fortificar la sensación de peligro. La excelente película que podía haber sido se queda así en un amago, un intento tímido que no aterroriza, aunque no se pueden negar sus cualidades, resumidas en un par de escenas impactantes –apertura y cierre- y la creación de una atmósfera agobiante que se sobra con el uso de tres únicas gamas cromáticas, blanca, negra y roja.

‘30 días de oscuridad’ dejará un sabor de boca agradable al afín a la serie B. Para regocijo del personal, el ejército de vampiros se defiende con inusitada fiereza. Regala, así, un puñado de escenas de una macabra crueldad, agotadoramente subrayadas por un sonido que, por el bien del suspense y terror ambiental, debería haber sido sujetado con más ahinco. Para su desgracia, estos chupasangres pecarán de la habitual cerrazón mental que les impedirá alcanzar el noble objetivo que se habían propuesto de inicio. Pecado de género procedente de herencia familiar. Si lo miran desde otra perspectiva, verán que no les ha ido tan mal. Seguro que ya firmaban de antemano un mes de vacaciones con la luz apagada como el que oferta esta entretenida, en líneas generales, producción.

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