lunes, 7 de enero de 2008

'ONCE'. Susurro hecho canción (***)

CRÍTICA DE CINE

'ONCE' (John Carney. Irlanda, 2007)

Como toda capital que se precie, la amigable Dublín ambienta con melodías callejeras un recorrido por el centro. Si no hay posibilidad de acceder a un público vía radiofórmula, plantean los autores de esas bandas sonoras urbanas, nada mejor que ir a buscarlo, al aire libre y sin intermediación económica ni tecnológica. Un argumento tan sencillo, con el lacrimógeno añadido de un relato paralelo sobre la inmigración que procede del Este de Europa, es el que sujeta ‘Once’, película que desde la austeridad de recursos se ha hecho acreedora los últimos meses de la etiqueta de revelación, sellada básicamente tras el triunfal paso por Sundance, -todavía- meca del cine independiente.

Amable musical de guitarra y monedas en la funda, ‘Once’ se embarca desde el humorístico arranque en una reparadora aventura que se desvive por atrapar la complicidad del espectador. Si la fórmula funciona sin que desentone la pobreza de medios es por la naturalidad con la que está relatada, la impresa por ese punto referencial que es el costumbrismo. Cámara al hombro, ‘Once’ retrata a dos personajes con un subrayado rol de perdedores, una reprimida historia de amor no consumado que tangencialmente se aproxima a la vista en la soberbia ‘Ficción’ de Cesc Gay. Al conjunto de virtudes manufacturadas se le suma una ciudad que opera de fascinante escenario y una colección de canciones a enmarcar que seguro se colocarían en la ‘pole’ dentro del circuito de cantautores que opera por los baretos de Madrid, territorio por el que se desplazan talentazos por descubrir como Luis Ramiro.

Como ocurre con aquellos músicos que se pertrechan en las esquinas de las calles más concurridas, ‘Once’ apenas levanta la voz fuera de un limitado radio de acción. Da igual que no le escuche nadie a que lo haga un centenar de personas. Seguirán sonando igual, porque el motor que mueve a esas voces carbura lejos de discográficas, derechos intelectuales y afán de lucro. Como en la realidad, quien quiera acercarse a este delicado artefacto emocional cuyos latidos se alimentan de la sinceridad de una guitarra de madera desgastada se beneficiará de una rareza minimalista que, sin estridencias, se ha hecho con un hueco en el listado de tarareos navideños.

Los dos únicos riesgos que corre ‘Once’ brotan desde ángulos opuestos. La humildad, que llega a degenerar en descuido visual, de la propuesta no debe confundirse con la genialidad. Una lectura en esa clave le perjudicará, porque hay grietas que no se pueden cubrir únicamente con el realismo poético de las pequeñas historias. Por otro lado, se hace imprescindible un visionado en versión original. En caso contrario, no se explotan las cualidades de la banda sonora ni de la relación que se establece entre los dos protagonistas, pelirrojo irlandés reparador de aspiradoras y aspirante a músico de sala y joven pianista checa que busca en Dublín la paz que repare un pasado agrietado.

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