lunes, 21 de enero de 2008

'EN EL VALLE DE ELAH'. La guerra en la cercanía (****)

CRÍTICA DE CINE

'En el valle de Elah' (Paul Haggis. Estados Unidos, 2008)

La invasión de Irak ha propiciado la creación de un subgénero bélico con profundas connotaciones psicológicas que hace uso de un tono mordaz, reivindicativo y crítico con la postura adoptada por el gobierno estadounidense en el Oriente Medio. En esa corriente, con suaves matices que facilitan una lectura en doble sentido, se inserta la nueva producción de Paul Haggis, aquel cineasta canadiense que arrebatara por sorpresa con la multiétnica y prefabricada 'Crash' la estatuilla dorada a los cowboys de Ang Lee.

Con 'En el valle de Elah', película de resonancias bíblicas y postulados antibelicistas, activa silenciosamente otra bomba de relojería en las mismas entrañas del país de las barras y las estrellas. Si en 'Crash' lo que criticaba era la mezquindad que corroía a la ciudadanía plural de Los Ángeles y por extensión de Estados Unidos, ahora apunta a lugares inconcretos, el germen –irracional, proclama- de las guerras. Los llamados efectos secundarios, aquellas noticias que pasan de la cabecera de la sección de Internacional a una esquina de la de Sucesos en un periódico local. Otra andanada de héroes caídos. El daño colateral que golpea, cada vez con mayor precisión, a los códigos éticos que preservan la estabilidad de la sociedad estadounidense.

Haggis no pone en el punto de mira a la guerra de Irak, escenario terciario únicamente visto a través de unas defectuosas grabaciones por teléfono móvil. Tampoco cuestiona a la administración que ordenó que miles de adolescentes en edad universitaria viajasen a lo desconocido "para imponer la democracia", se escucha en boca de un personaje en el arranque del relato antes de que los sucesos releguen esa afirmación al olvido. El cineasta se sirve de esa injustificable carnicería provocada por el delirio de un presidente analfabeto para retratar el trauma de los que regresan. No es tanto Irak, que podía ser Somalia, Afganistán o cualquier otro país en perpetuo estado de conflicto, como las huellas traumáticas que una intervención bélica implanta a fuego lento en los que participaron, idea ya tratada con anterioridad de una forma más directa en la época postVietnam por piezas magistrales como ‘El cazador’ (Michael Cimino). Por lo apuntado, todo lleva a una reedición de lo sucedido en aquella época. Cambia Vietnam por Irak y repite la misma protagonista, la guerra. La diferencia es que ya ni siquiera hace falta escuchar el sonido de las balas.

El canadiense, con un ritmo lento y cargado de silencios que lo emparenta con el estilo de Clint Eastwood -al que regaló el guión de 'Million Dolar Baby'-, hila fino y con sutileza. No ha recurrido a golpes de efecto, comportamientos intachables, diatribas moralizantes ni pensamientos aceptados de antemano para tocar la fibra sensible del espectador. El peso del drama lo vuelca en un militar ya jubilado, honesto y de impoluta hoja de servicios. Un correcto patriota cuya rutina es sacudida por la desaparición del único hijo que le queda, un veinteañero de permiso tras combatir en Irak. Es esa presunta normalidad que se observa en los comportamientos de los que pasan por la pantalla lo que asusta, la ley moral que obliga a no cuestionar los planteamientos autoimpuestos de antemano por la sociedad. El personaje al que engrandece desde la economía de gestos Tommy Lee Jones no se permite ni un segundo de libertad a las emociones, que brotan a cuentagotas. Los soldados que pululan por las bases militares no alteran el gesto ni el discurso por mucha presión que pese sobre el ambiente. Lealtad a lo conocido, ignorancia y brutalidad la que carga en la mochila la muchachada reclutada para instaurar lo irrecuperable. La postrera justificación que se escucha en una sala de interrogatorios culmina ese viaje por las alcantarillas de una moral degradada a golpe de pistola y que se remata con la que seguro que será una de las escenas del año, esa izada de bandera que tanto malestar habrá causado en las conciencias patrióticas de Estados Unidos.

Película destinada a remover por dentro, ‘En el valle de Elah’ no cae en la trampa de la denuncia directa. Si bien puede sufrir de un excesivo acadecimismo por el tono contenido que la caracteriza y por la falta de contundencia en el relato paralelo que se edifica sobre la detective interpretada por Charlize Teron, se agradece por encima de esos detalles esa sutilidad narrativa tan infrecuente en el cine de denuncia. Este factor permite a ‘En el valle de Elah’ abrir un espacio para la reflexión a rellenar por el espectador. Ahí gana peso esta producción que rebosa sensatez, un paso más, al frente y alejado de las trincheras, el recorrido por un cineasta que apunta cada vez a mayores alturas, tanto por el contenido del mensaje como por la posibilidad de conmocionar al receptor.

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