domingo, 1 de julio de 2007

'ROMANCES DEL CID'. Caballeros del buen gusto

CRÍTICA DE TEATRO

'Romances del Cid'
Adaptación: Ignacio García May
Dirección: Eduardo Vasco
Compañía: Compañía Nacional de Teatro Clásico
Reparto: Jesús Hierónides, Muriel Sánchez y Francisco Rojas
Escenario: Corral de Comedias (Alcalá de Henares). 30 de junio de 2007

Jesús Hierónides, en la obra un Arcángel de sanas intenciones, se acerca al proscenio, se coloca un guante de cetrería y aguarda la llegada de un ave. No es hasta al final cuando, tras realizar el mismo ritual con un silbido de regalo, irrumpe desde el fondo del patio de butacas del Corral de Comedias, la sede perfecta para una representación de estas características, la susodicha ave, que sobrevuela con rapidez la platea hasta terminar posándose sobre el brazo del sigiloso Arcángel, que se mueve por las tablas con una gestualidad samurai.

La escena es el colofón a un espectáculo notable trazado con milimétrica precisión, de máxima dificultad en labores de adaptación y puesta en escena y que sale airoso y con magnífica nota del trance. La obra coge un muestrario de los romances que tenían al Cid como protagonista para, a golpes de un lenguaje plagado de arcaismos y con un envoltorio tan sutil y elegante como ajustado, dibujar un perfil aproximado -otra ambición no sería posible- del caballero, lejos de la épica deformada que ha sacudido en los últimos tiempos a su figura.

Estructurada temáticamente y por episodios, el montaje con el que la Compañía Nacional de Teatro Clásico celebra a su particular manera el 800 aniversario del 'Cantar del Mío Cid', es un acercamiento idóneo al contexto de la Edad Media, un viaje nada sombrío, aquí se rompe otro tópico, que incluye sonidos, música en directo y canciones al servicio de esa estancia por la historia. Los episodios se suceden con diligencia, sostenidos por el verso enérgico del trío interpretativo, el mencionado Hierónides, Francisco Rojas y una inspiradísima en todos los registros Muriel Sánchez.

La duración del montaje, ochenta minutos, evita la sombra de la pesadez, carga colocada con silenciador por un verso de complicada digestión en diferentes tramos. La comprensión textual, con el añadido de una simbología medieval con la que es conveniente estar mínimamente familiarizado, se dificulta según el grado de desconocimiento del episodio que se desarrolla sobre las tablas. Así, el funcionamiento óptimo se alcanza en los capítulos más conocidos, como los relacionados con los Infantes de Carrión, la escena final en la que, a lomos de su caballo, cuentan los romances que derrotó a los moros y, especialmente, en el viaje a Roma con enfrentamiento con el Papa incluido.

La labor de Ignacio García May es, en ese sentido, encomiable, llevada a tablas por Eduardo Vasco con el buen resultado al que ha acostumbrado al espectador de Clásicos en Alcalá, comprobado anteriormente por la rejuvenecedora 'Las bizarrías de Belisa', la grata sorpresa del festival. En los 'Romances del Cid' esta colaboración entre dos puntales de la escena nacional se traduce en una representación trazada con diligencia, que a nadie debe asustar de antemano, y recubierta con buen gusto con un exquisito muestrario de recursos visuales y sonoros.

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