lunes, 2 de julio de 2007

'BAJO LAS ESTRELLAS'. Perdedores, sin más (***)

CRÍTICA DE CINE

El festival de Málaga encumbró el debut cinematográfico de Félix Viscarret, notable cortometrajista de larga trayectoria especializado en el retrato de los sentimientos más profundos. Triunfar allí, lo que tampoco es una garantía de calidad, sólo hay repasar el nombre de ganadores recientes, le sirvió de plataforma inicial de impulso para ir situando a 'Bajo las estrellas' en el papel de película española revelación del año, espacio que ya ocupara la anterior temporada 'AzulOscuroCasiNegro'.
El tropezón con la realidad es entonces de órdago. El principal lastre de 'Bajo las estrellas', una historia que reúne a tres generaciones de personajes marcados por la derrota y que pelean por encontrar un lugar en un mundo que les rechaza, es la escasa credibilidad de la que se surte el guión, cuando precisamente busca el efecto contrario. Aquí hay un problema inicial de difícil resolución, que ya se dibuja desde las primeras escenas, por otra parte con una resolución técnica, con intercambio de planos innecesarios, que puede llegar a ser irritante por improductiva.
Lo que no se le puede negar a Viscarret es tacto a la hora de relatar los acontecimientos que se suceden, tomados de la novela de Fernando Aramburu, 'El trompetista del Utopía'. Benito Lacunza es un trompetista navarro que abandonó su Estella natal para triunfar en Madrid. Acaba tocando en baretos de mala muerte y viviendo bajo el techo de una mujer a la que no quiere. Desde esa situación, 'Bajo las estrellas' dosifica el drama y el humor con suavidad, sin picos ni bajos. A ese nivel y haciendo gala de un costumbrismo navarro que bien conocerá el autor, Viscarret plantea una historia sin opciones. O te identificas con ese Benito Lacunza tan próximo y cercano que elabora Alberto San Juan, con creces lo más sobresaliente, o rehúyes ese pesimismo latente que embarga cada resquicio argumental, superficialmente trenzado en esa galería de secundarios de única cara y cuya toma de decisiones causa más de una sorpresa por lo imprevisto, sin relación causa-efecto directa.
Una de estas de decisiones guionísticas de baja verosimilitud derrumba al final todo lo que expone con anterioridad la película, que compone, por otro lado, escenas de primerísimo nivel que golpean al corazón, que sí justifican por sí mismas que este trabajo figure en un peldaño superior al de la remesa amorfa de dramas que componen la producción nacional, aunque le falle ese aspecto básico que es la credibilidad. Acompañada de una banda sonora tan efectiva como melancólica, el recorrido en la penumbra de un Benito Lacunza apaleado por simpatizantes abertzales tras una noche de farra en un municipio cercano, dice más que todo el entramado que se articula alrededor del personaje de Nines (Emma Suárez) y por consiguiente de su hermano, vértice dramático del triángulo. Ese paseo por el infierno se atenúa por esa luz de esperanza que brilla al final para contentar a la muchedumbre. Porque nadie se ha parado a pensar que, a lo mejor, como escribió Luis Antonio de Villena en ese magnífico poema que es 'El perdedor', Benito Lacunza "no ve la meta porque no cree en ella o simplemente no la necesita".

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