domingo, 8 de julio de 2007

'LADRONES'. Polos opuestos (***)

CRÍTICA DE CINE

La pija que ansía ser rebelde y el chico de la calle que es así por herencia familiar. Polos opuestos que en vez de repelerse se atraen. La fórmula que emplea Jaime Marques en su debut en la dirección se sustenta bajo esos parámetros, lo que indica que el argumento no es precisamente el punto fuerte de 'Ladrones'. El relato se articula a base de largos silencios -tampoco hay demasiadas cosas que contar- y, lo principal, a través de la relación entre esos dos muchachuelos obligados a entenderse, que oscurecen al resto de subtramas que se desarrollan sin alcanzar profundidad y, por lo tanto, interés.
Si lo que por guión podría haberse contado en un cortometraje de apenas una veintena de minutos funciona rozando las dos horas, se debe básicamente a dos factores. El primero es el interpretativo, que da un plus de calidad al conjunto. Haberle concedido a otro actor que no fuera Juan José Ballesta el papel de protagonista hubiera condenado, muy posiblemente, a este largometraje a un segundo plano. Vuelve el niño de 'El bola', ya un hombretón, a su papel favorito, aquel en el que se desenvuelve como si estuviera hecho a medida. Con naturalidad, crea sin dificultades a un pillo de lado tierno. Nada nuevo, brillante otra vez.
Al lado, María Valverde repite como 'Lolita', dulce adolescente capacitada para alborotar las hormonas del que se ponga por delante. El grado de compenetración que alcanzan es elevado, como se comprueba en una de las escenas mejor logradas, la del robo en el autobús. Son los suyos personajes de una cara, apenas sin desarrollo.
Por otro lado y también en el capítulo positivo figura la belleza visual y sonora con la que Jaime Marques envuelve la trama, tomando algunos riesgos que pueden llegar a desconcertar. Si bien tanto el prólogo como el clímax final pecan de una pretenciosidad que pudiera ser mal entendida -el último plano es idéntico al de una conocida película norteamericana vista hace unos añitos-, la banda sonora y la apuesta por un desarrollo que privilegia las miradas y los gestos por encima de las palabras elevan el tono global de una propuesta cuya tibieza argumental contrasta con el lúcido tratamiento técnico, que bebe de fuentes tan recomendables como las coreanas que surten a Wong Kar-wai.

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