sábado, 17 de marzo de 2007

'ROMEO Y JULIETA'. Shakespeare e hijos

CRÍTICA DE TEATRO

'Romeo y Julieta'
Producción: Teatro Español
Autor: William Shakespeare
Dramaturgia: Antonio Muñoz de Mesa y Olga Margallo
Dirección: Olga Margallo
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 17 de marzo de 2007

Desde que Mario Gas tranquilizara la estructura piramidal del anteriormente agitadísimo Teatro Español, demérito del anterior equipo directivo, las producciones que factura esta institución son una garantía. El listón de calidad exigible lo supera sin dificultades este 'Romeo y Julieta' que lleva la firma a pares de dos niños grandes. Antonio Muñoz de Mesa y Olga Margallo son los responsables de un texto original, inteligente, asequible y sumamente divertido, también displiciente y sin agresividad alguna, la historia universal de Shakespeare revisada desde dentro, un ejercicio de literatura creativa dentro del teatro. Arquitectura dramatúrgica que no exige grandes esfuerzos al destinatario básico de la función, esos niños que deberían estar profundamente agradecidos a la oferta teatral de Guadalajara. Casi dos espectáculos a la semana, uno fijo en el Teatro Moderno, en exclusiva para ellos. Para el resto de amantes del teatro la media baja cuantitativamente, fuera de las tres semanas que juntan el ‘Arcipreste de Hita’ en abril y el FUT en noviembre, aunque esa es otra espinosa batalla en la que queda mucho por librar.
El 'Romeo y Julieta' del Teatro Español es un aparato robusto y con contenido, sencillo de apariencias y sin grandes esfuerzos interpretativos. Es la capacidad para encandilar desde la sencillez, la originalidad de la propuesta, el mayor acierto. Aquí encontramos un ejemplo, no es novedad, de un autor interactuando con sus hijos literarios. Un escritor, Shakespeare, que recibe las quejas de sus propios personajes, Capuletos y Montescos enfrentados, apuntando cierta preferencia el texto por los segundos. La historia original se respeta, a expensas de la rebeldía del reparto, que se niega a aceptar el desgraciado epílogo que cierra la legendaria obra, mil veces vista y revista, desde todos los ángulos y ópticas posibles. En ese juego entre creador y creaciones está el gran hallazgo del montaje, de veloz ejecución y que introduce sin achaques de ritmo canciones eficazmente resueltas, sin derroche de alardes visuales ni trucos dramatúrgicos para no entorpecer la relación con el joven espectador.
Como es norma habitual en el teatro infantil, tampoco falta a la reunión la reprochable moraleja. Ese enaltecimiento del amor y el romanticismo puede resultar excesivo de cara al futuro. La obra cita el lado bueno. Del malo, que existe, ya se encargarán de enseñarlo los duendes de la vida. Si les apetece, por supuesto.

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