sábado, 17 de febrero de 2007

'LA CABRA O ¿QUIÉN ES SYLVIA'. No se rían

Crítica de teatro

'La cabra o ¿quién es Sylvia'
Autor: Edward Albee
Dirección y adaptación: Josep María Pou
Reparto: Josep María Pou, Mercè Arànega, Álex García, Juanma Lara
Escenario: Teatro Bellas Artes de Madrid. 17 de febrero

Apesadumbrado y cargado de razón, Josep María Pou ha visto como 'La cabra o ¿quién es Sylvia?' que levantó en Barcelona, previo flechazo en Broadway, se ha transformado en una de esas funciones que hay que ir a ver inexcusablemente. La avalancha de galardones, incluido el Premio Nacional de Teatro, y de críticas favorables han colocado a este texto magistral de Edward Albee en un pedestal, en las expectativas del consumo masivo. Debía ser una pieza de dura digestión, una tragicomedia que baja a las cloacas y escarba en uno de esos temas que la sociedad ignora, y termina devorada entre risas y carcajadas. Es lo que causa el acercamiento a la zoofilia, tabú históricamente ligado al mundo rural, aquí situada en una familia de clase alta.
La cuestión abordada, en el fondo, serviría para dar cuerpo a una comedia de peso. Martin, un triunfador, de profesión liberal y matrimonio intachable, confiesa en la presumible cúspide de su carrera que se ha enamorado perdidamente de una cabra, Sylvia para más señas. A estas alturas no hay secreto que guardar, lo que determina un inicio algo tibio a la espera de la irrupción de la noticia. 'La cabra' empieza como una comedia elegante, sin salidas de tono. No existe esa intención que sí se aprecia desde el patio de butacas. El clímax va disminuyendo su carga ambiental conforme avanza la trama, bien dosificada por Pou, todoterreno creativo al servicio del libreto del venerable Albee.
La destrucción de la vida familiar, la irracionalidad absoluta del amor, el rechazo, el sufrimiento ilimitado, la incomprensión y la fortaleza de los lazos familiares son cuestiones sometidas a la escrupulosa vigilancia de un montaje que resulta prácticamente perfecto, capaz de mantener el interés sin que se perciba un mínimo desnivel en cada uno de sus tres actos.
Quien quiera hurgar más lejos de lo que se ve, que lo haga. Saldrá ganando. Ahí está el dramatismo conmovedor de Stevie, la inteligente esposa, el manto de cinismo mordaz bajo el que se esconce Martin, desdichadamente humano, y la presencia de Billy, el hijo, vital para cohesionar el sorprendente y tremendista epílogo. Falta para completar el cuarteto actoral, de brillante trabajo, Juanma Lara, en el papel de mejor amigo de Martin. Una escena compartida por ambos resume lo expuesto por el montaje. Es el momento de la revelación. Lara pasa de la hilaridad, la carcajada y el vacile a la tristeza, al horror. Un tránsito que hay que aceptar para comprender en su totalidad el plano dibujado por Albee. Si no, el impacto será menor, parecido al provocado por una de esas comedias de guión plano.
Por eso, no se rían tanto. Recapaciten sobre lo visto y juzguen de la idoneidad de tomarse a guasa lo escenificado. La realidad, en sus más de mil formas, puede que no esté tan lejos. Larga vida, por lo demás, a Edward Albee, dramaturgo de escritura fina, profunda y avasalladora. Excepcional esta 'La cabra o ¿quién es Sylvia?'.

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