domingo, 14 de enero de 2007

'LEONOR DE AQUITANIA'. De profesión, reina

CRÍTICA DE TEATRO

'Leonor de Aquitania'
Autor: A. Méndez
Dirección: Mercedes Lezcano
Reparto: Marta Puig, Daniel Muriel, Alfredo Cernuda, Mar Bodallo, e Iñaki Crespo
Escenario: Teatro Salón Cervantes (Alcalá de Henares). 13 de enero de 2007

La falta de escrúpulos y las ansias exageradas de poder, dispuestas a pasar por encima de lazos sentimentales y amistades prescindibles, parecen una condición indispensable para alcanzar la cima del éxito. La realeza ha sido históricamente uno de los colectivos más ambiciosos. Traiciones y matrimonios de conveniencia han estado, durante años, estrechamente ligados a las intrigas palaciegas. La agresiva fusión ha dado como resultado un puñado de reinas coronadas y una eterna colección de aspirantes frustradas.
A la primera categoría pertenecía Leonor de Aquitania, una figura histórica muy moldeable por las artes escénicas, propietaria de una biografía apasionante. Mujer de antes y de ahora, es la protagonista absoluta de la 'Leonor de Aquitania' vista desde el prisma de A. Méndez, seudónimo teatral del televisivo Alfredo Cernuda, que la juzga desde sus tres vertientes humanas: reina, esposa y madre. El autor busca siempre la cercanía con el público y la identificación absoluta con la protagonista. Nada de explicaciones históricas ni líos onomásticos que pudieran entorpecer la conexión con el patio de butacas. La apuesta por la sencillez de esta 'Leonor de Aquitania', de irregular trazado, es tal que en su tramo final se torna decididamente cómica, casi de opereta. Un epílogo desconcertante que, para disgusto de los puristas, no duda en romper con la seriedad anterior.
La dirección de Mercedes Lezcano es un prodigio de sensibilidad, probablemente decisiva para dotar de racionalidad a un texto que combina buenos momentos con otros visiblemente peores. La puesta en escena, sobria y sin condimentos, regala al texto todo el protagonismo, sujetado por la desgarradora interpretación de Marta Puig, una sorpresa. El resto del reparto desfila por el escenario en silencio. Son prácticamente marionetas que la reina maneja a su antojo, de un perfil irrelevante en algún caso. Desde el inicio se aprecia una sutileza sólo rota en el tramo final, en el que Cernuda ofrece la interpretación más irregular y fuera de tono de la terna de secundarios. Eso sí, nadie le puede achacar el entusiasmo con el que desarrolla argumentalmente su reina Leonor, un prodigio de efectividad y dinamismo capaz de suscitar una pizca de reflexión.
Porque, aunque pasen siglos y milenios, la ambición, dichosa virtud, permanece instalada en la sociedad como única condición indispensable para llegar a la cúspide de la pirámide, al éxito. En contraprestación, marchan cuesta abajo y sin frenos el esfuerzo, la humildad y la constancia. Leonor de Aquitania lo sabía. Pero su papel de reina, con corona, se apropió de su personalidad. Muy por encima de su labor como esposa y madre. Incluso de sus sentimientos, desgraciadamente sólo al descubierto en sus últimos coletazos vitales. Figura atemporal, un personaje muy jugoso y todavía por exprimir plenamente el de Leonor de Aquitania.

(MM)

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