martes, 3 de marzo de 2009

'EL OTRO LADO'. Maldita frontera


'El otro lado'

Autor: Ariel Dorfman
Dirección: Eusebio Lázaro
Reparto: Charo López, Eusebio Lázaro y José L. Torrijo
Producción: Galo Film
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 28 de febrero de 2009


Todo un anticipo, Charo López se quejaba en una conferencia celebrada en un foro cultural alcarreño hace casi un lustro del poco peso de la dramaturgia española contemporánea, circunstancia que le obligaba, entrecomillado lo último, a recurrir a autores foráneos. Tuviera razón o no, los hechos probados se inclinan más por la segunda posibilidad, no se puede acusar a la actriz de andarse con dobleces. Desde aquel punto de inflexión, López se ha involucrado en dos proyectos prestados del exterior, el monólogo de Dario Fo ‘Tengamos el sexo en paz’, indiscutible vehículo de lucimiento interpretativo al que alumbró y dotó de vida propia, y ‘El otro lado’, con el que lleva de gira un largo periodo, un texto avalado por la autoría de Ariel Dorfman, dramaturgo chileno conocido por el gran público como creador de la inquietante ‘La muerte y la doncella’.

Como en aquel texto con el que Roman Polanski fijó en las pesadillas del cinéfilo de mediados de los 90, las secuelas psicológicas que deja la violencia ocupan el primer plano de ‘El otro lado’. Mujeres rotas por la guerra y los regímenes opresivos. Por fuera aparentan equilibrio. Es en el interior donde siguen abiertas esas heridas que no cicatrizan. La de Levana Julak lleva impresa el nombre de su único hijo, que se marchó al frente y del que dos décadas después no ha recibido noticia alguna. En esos trances, pocos calvarios peores que la falta de información, como recientemente demostró ‘En el valle de Elah’. Parecido papel teñido de sufrimiento que le tocó en aquel largometraje a Tommy Lee Jones es el que ahora administra Charo López con una mesura y contención no contagiada al resto del reparto. Hay más rasgos que apuntan a una conexión directa con ‘La muerte y la doncella’, aparte de esa tortura interior que mata lentamente a la protagonista, porque no hay duda de que Julak soporta el peso de la función. El destino le vuelve a ofrecer la posibilidad de reencontrarse cara a cara con el pasado, en esta ocasión desde una posición abierta a la esperanza. Igualmente, la obra se escora de inicio a la denuncia de tipo político. Si ‘La muerte y la doncella’ intensificaba la presión a aquellas democracias de nuevo cuño empeñadas en negar desde el olvido un pasado oscuro, ‘El otro lado’ asfixia con mayor blandura a todas esas políticas relativas a la inmigración y denuncia la extrema crueldad que azota a la población civil en los conflictos bélicos. Posturas que no precisan de contexto, puesto que las referencias cuando se mencionan muros, impertinentes burocracias e invasiones ilegítimas saltan sin necesidad de exigir demasiado a la memoria.

La primera adaptación al español de ‘El otro lado’, un encargo hecho a Dorfman desde Japón, cuenta con el defecto de estar planteada con el objetivo de colocar las emociones por delante de la reflexión profunda. Así se comprueba por la interpretación de energía incontenible de José Luis Torrijo, el ejemplo más clarificador. Su irrupción en escena, todo un homenaje al cine ochentero extraplanetario de Spielberg, y la estruendosa compañía de un sonido de decibelios revolucionados, dotan al conjunto de un surrealismo estrambótico en la línea menos provocadora de Ionèsco que vale para difuminar la pertinente lectura de corte sociológico y político y distanciarse del realismo.

La obra va adquiriendo una tonalidad íntima en claro contraste con la aspereza inicial que aglutinaba situación bélica perpetuada y personajes frágiles que resisten a duras penas en esa territorio indefinible que ya retratara con ánimo de denuncia explícita Danis Tanovic en la película 'En tierra de nadie' (2000). A ese cambio progresivo, la evolución de una situación enquistada a otra imprevista, le falta, no obstante, sutileza. A diferencia de ‘La muerte y la doncella’, las intenciones de la dirección reducen el potencial dramático, afectado por un registro tragicómico con mayor apego por la segunda parte del término. Baja el listón de esas pretensiones de teatro de autor y político al que es tan proclive Dorfman para colocarse a ras de tierra, a un nivel lacrimógeno melodramático. Así, y lo consigue, gana empaque al potenciar la empatía colectiva con el dolor de una madre que debe asumir la peor de las realidades, toda una declaración de intenciones. Y ahí sí que no hay sonrisas que valgan, haya o no fronteras.

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