lunes, 15 de octubre de 2007

'SABORES'. Serio y exigente

CRÍTICA DE DANZA

Sara Baras

Espectáculo: 'Sabores'
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 5 de octubre de 2007

El mejor halago que se le puede hacer a ‘Sabores' es que mantiene el listón en las alturas hasta cuando su madrina, Sara Baras, descansa entre bambalinas. Arropa a la prodigiosa gaditana un núcleo de artistas de comprobada eficacia, una marca distintiva que ella rubrica a fuego en los trallazos en los que enciende las tablas. Es lo que más favorable que se puede escribir de ‘Sabores', que rápidamente se planta como una espectáculo serio y exigente. Poco complaciente con el patio de butacas sobre lo que suele ser costumbre. La interminable ‘seguiriya' que construye Luis Ortega es el mejor ejemplo. De complicadísima ejecuición, mereció un mejor trato del que le dispensó el auditorio.

‘Sabores' se escribe al dictado de la emoción. Arte en estado puro, sin condimentos ni distracciones. Prescinde de la escenografía. Tampoco el vestuario se sale de la línea de sensatez impuesta. Lo que reluce es el talento, al servicio del arte y no de ningún otro tipo de interés. Desde la fe y el compromiso ético. Sara Baras, sobra decirlo, ejerce de reina sobre le tablero, abarrotado de alfiles, torres, caballos y peones movidos por una inteligente estrategia.
Enérgica, la gaditana tensa con rabia la musculatura, dobla la cintura como si fuese de plástico, dibuja arabescos irrealizables con los brazos. Pone en práctica un estilo muy particular, lanza un conjuro con el que es complicado no caer hechizado. El punto mágico de ‘Sabores' lo coloca ella, en complicidad con un cuerpo de baile de altura y con el complemento de dos bailaores, Luis Ortega y José Serrano. El segundo fabricó un monumento a base de taconeos furiosos en las agotadoras ‘alegrías' que dispuso sobre el escenario. La energía que consumió le fue devuelta por la platea forrada con un caluroso aplauso.

Sin una línea definida, puesto que el argumento que enlaza las piezas, hasta veinte, simplemente no existe, ‘Sabores' va pasando por los distintos palos que sujetan el flamenco. Algunos pasan desapercibidos sin caer en la monotonía, a la espera de la irrupción de Baras. Otros causan tanta conmoción, que hasta provocaron un fenómeno poco habitual en el aforo del Buero Vallejo: el silencio. El visceral ‘martinete' que ejecutó en las postrimerías de la noche, que llegó hasta las dos horas sin parón, quedará como uno de los mejores números vistos en la trayectoria del teatro. Para conservar en la memoria.

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