jueves, 30 de agosto de 2007

A LA PISCINA (VII). Otro trato

La gente del teatro precisa de un trato especial. Son hipersensibles. Las críticas positivas les llevan a un estado eufórico. En las negativas ven intereses ocultos que sólo buscan causarles un perjuicio, sin que interceda una reflexión. Andan en los extremos de las emociones. Hay que tener tacto en la relación con los que se manejan en el mundillo de las artes escénicas. Cuando el arte se convierte en profesión, entran en juego baremos que desde la platea no se pueden apreciar. La cultura de hoy se ha convertido en una ruleta de subvenciones, en una maraña de presupuestos, en un gremialismo incapaz de fabricar interrogantes, en una suma de intereses ocultos auspiciado por las instituciones que disfrutan de la billetera. Históricamente, el teatro ha tenido una relación estrecha con Guadalajara. Aquí se han plantado certámenes y festivales de todo tipo. La cronología marca el inicio del enamoramiento siglos atrás, aunque explotó en el último tercio del siglo XX. La ciudad fue cuna de uno de esos dramaturgos que marcan una época, Buero Vallejo. Y ya rozando en la actualidad, asistió al nacimiento de un Teatro casi faraónico teniendo en cuenta la demografía alcarreña. Con ese panorama, más el añadido de tres compañías profesionales que suben y bajan por el mapa peninsular con asiduidad, de otro escenario de primer orden como el Moderno y de una Escuela de Teatro de inicio renqueante y a la que falta ambición, nos encontramos con un flagrante olvido. El teatro apenas ocupa dos líneas en el programa de Ferias y Fiestas de Guadalajara. Ni una más. La actividad cultural, a excepción de determinadas salvas caídas en mitad del océano, se volcará hacia un sector de público, no precisamente 'teatrero'. Se puede ver en la evolución de lo programado por el Teatro Buero Vallejo los últimos festejos. El hipermusical de turno llegará con retraso y ya ni siquiera se ha reservado butaca a renqueantes veteranos como Juanito Navarro y Quique Camoiras o a las ‘Matrimoniadas’, como sucediera en temporadas precedentes, antiguallas conceptuales que al menos entretenían a unos pocos. El teatro no es lo único que la minoría echará de menos. Los nostálgicos recordarán aquellas noches en las que la Plaza Mayor se convertía en un reducto musical a millares de kilómetros de distancia de lo que retumbaba en el Auditorio Municipal. Para el recuerdo quedará esa maravillosa letanía que brindó Jorge Drexler el año del debut de la iniciativa ante una escasísima parroquia. Otra despedida, a la espera de la definitiva.

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