viernes, 18 de mayo de 2007

'EL MÉTODO GRÖNHOLM'. En la oficina

CRÍTICA DE TEATRO

'El método Grönholm'
Autor: Jordi Galcerán
Dirección: Tazmin Townsend
Reparto: Carlos Hipólito, María Pujalte, Jorge Roelas, Eleazar Ortiz
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 17 de mayo de 2007

Tres temporadas abarrotando el Teatro Marquina de Madrid. Haciendo pleno los siete días de la semana. Reposiciones en los teatros de medio mundo. Un fenómeno internacional, asentado en carteleras de quince países. Y tres repartos funcionando al mismo tiempo en España, uno en Madrid, otro en Barcelona y el de la gira. El texto de Jordi Galcerán, un tobogán de emociones, un drama con aires cómicos y no al revés, no necesita presentación llegados a este punto. Es un montaje exprimido hasta el máximo, camino del agotamiento. No puede ser de otra manera cuando alguno de los protagonistas, caso de Carlos Hipólito o Jorge Roelas, superan las 700 representaciones. Sólo un ejercicio de autoconvencimiento individual es capaz de superar el hastío o hartazgo extrapolable a una situación de estas características, inaudita por otra parte.
Uno de las últimos suspiros exhalados por el reparto que recolectó millares de aplausos en Madrid (sólo falta Cristina Marcos, suplida por la errática María Pujalte) se propagó anoche en Guadalajara. El Buero se llenó de un público poco habituado al teatro. Ahí están esas salvas de aplausos a destiempo, perfectas para romper el ritmo de la obra y para desconcentrar al más frío de los actores. En este sentido, el texto de Galcerán, de un ingenio prodigioso aunque minimizado por los excesivos giros argumentales, brillantes la mayoría, alguno forzado, sacia las ansias de todos los públicos.
Hará las delicias de los cinematográficos, con ese ritmo vertiginoso de réplicas y contrarréplica y esa escenografía tan asfixiante como sofisticada. Mantiene el suspense, con esos giros anteriormente mencionados, aunque roza el abuso. Los poco habituales se quedarán con esa carga cómica que funciona más allá de lo latente. Explota en diferentes fases de la obra. Jorge Roelas enciende la mecha de las carcajadas y los aplausos. Es el bufón, el simpático, no lo tiene difícil. Carlos Hipólito, caballero de las tablas, articula con precisión el papel más complejo. Su interpretación de un personaje frío y calculador, máxima expresión del cinismo, soporta el peso interpretativo de la función. Cabe la duda de comprobar cómo funcionaría ese mismo papel, que parece configurado a su medida, con otro actor.
Y luego están los que miran más allá. En ese aspecto, 'El Método Grönholm' es una obra muchísimo más dura de lo que aparenta. Reciben todos, no sólo lo laboral. Desde la Iglesia hasta la fiesta taurina, uno de los muchos apuntes catalanes que subyacen en el texto. La dignidad se esconde en las alcantarillas de esos edificios de diez plantas, proclama lo visto en las tablas. Aunque tampoco hacía falta que subiese tanto. Más abajo las puñaladas pueden causar más dolor.
Vista la obra, no hay sitio para la polémica con la película de Marcelo Piñeyro. Hablan en distinto lenguaje de un mismo tema. En la versión escénica, la original, se eleva poderoso el magnetismo del texto de Galcerán, por mucha comicidad, excesiva a ratos, que lance. No es determinante. Aquí brilla la combinación de comercialidad, disfrute e inteligencia. Una demostración de que todos esos factores se pueden reunir en una obra de teatro.

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