lunes, 5 de marzo de 2007

'SUEÑOS. LA RUTA DE LA SEDA'. Por los ojos

CRÍTICA DE DANZA

'Sueños. La ruta de la seda'
Compañía: Lanzhou Songs & Dance Theatre Gansu
Escenario: Teatro Buero Vallejo (Guadalajara). 3 de marzo 2007

El arte al servicio de los sentidos, con la vista sentada en el palco y tratada con el mayor de los respetos. Los ojos son los dueños del marchamo de sensaciones que despierta 'Sueños. La ruta de la seda', el triunfo de la estética sobre el contenido. Lo que sirve este espectáculo en bandeja deslizante es una magnífica pieza trabajada con ardor desde la épica. Con una banda sonora poderosa y de tintes cinematográficos, coreografías extremadamente físicas y acrobáticas y una historia de amor de fondo, de esas que traspasan sin problemas la frontera que la vida tiene pactada con la muerte. Hasta lo contado, ni una novedad al respecto, sin que la caracterización oriental suponga un aliciente singular y extraordinario, un defecto.
Lo que diferencia a 'Sueños' de otros compañeros de especialidad es la colosal envergadura del proyecto, la riqueza cromática del vestuario y la búsqueda incesante del tono épico. Y a bandazos, esporádicamente, el talento de las dos cabezas que metabolizan la epopeya romántica, un pintor y la hija de un general, plebeyo y real, dos bailarines que amontonan en sus intervenciones individuales y en pareja el escaso peso artístico del montaje. El resto de la función está diseñado únicamente para encandilar a la vista, para entrar por los ojos y emocionar por los oídos. La música, en ese sentido, funciona desde una doble perspectiva. Alcanza inusuales cotas de belleza lírica, pero ve limitida su capacidad de transmisión al sonar en un falso directo. La presencia de la orquesta en vivo hubiese supuesto un extra en credibilidad que en Guadalajara no se pudo disfrutar.
Comprobadas las virtudes y limitaciones del proyecto, se puede afirmar que 'Sueños' se encuentra un peldaño inferior a montajes de características semejantes como 'Cabaret', visto recientemente en el Teatro Buero Vallejo. La inexpresividad de algunos decorados es un punto en contra, como la simplicidad, rozando el infantilismo, de ese cúmulo de leyendas que trenzan el argumento. Al espectador se le da todo mascado, derivando en una función cómoda y asequible. Aquí hay que realizar un apunte curioso. Poco antes de empezar el cuarto y último acto, mientras la pareja de enamorados disfruta de la felicidad del reencuentro, la megafonía explica qué les va a suceder, un final trágico que no concuerda con lo que se observa en ese preciso instante. No hay por lo tanto tensión ni épica en ese desenlace subrayado por una enfática, pesada más bien, composición musical. Suele ser lo habitual, pero para los más avezados y seguidores del género, no dejará de ser una circunstancia cargante que desborda inseguridad.
En lo que no hay lugar a la incertidumbre es en el apartado visual. Espontáneos e indisciplinados bailes corales y, fundamentalmente, un vestuario cargado de imaginación y multicromático, disparan el efecto de 'Sueños. La ruta de la seda' sobre el patio de butacas. Lo que produce tal cúmulo de ingredientes icónicos, acompañados por una banda sonora a la que se podría definir como una combinación entre 'Braveheart', 'Titanic' y 'Carros de fuego', es un embelesamiento general en las gradas. El público premió ese esfuerzo por el detalle visual exprimido al máximo con una de las ovaciones más largas que se recuerdan en los últimos meses. Para los ojos y para el gusto de todos, o casi, sirven espectáculos como 'Sueños'.

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