martes, 26 de diciembre de 2006

'YO SOY LA JUANI'. De consumo masivo (**)

CRÍTICA DE CINE

Entre coches 'tuneados', sexo de extrarradio, jerga chulesca, sueños rotos y rap a todo volumen transcurre la aproximación realizada por Bigas Lunas a esa sociedad al auge que dibujan las nuevas generaciones de jóvenes. Un universo que podía resultar sugerente cinematográficamente y que en manos del veterano cineasta ha terminado convertido en una parodia caricaturesca puesta al servicio de recaudar la máxima cantidad de dinero. Si no fuese así, no se entiende esa apuesta descarada por dotar al contenido de la película de una ración fuerte de moralina, ni de regalar una notable cantidad de planos a ese personaje de nula veracidad pero de total rentabilidad comercial que interpreta Dani Martín, ídolo de las hordas adolescentes y líder de El Canto del Loco.
A un ritmo vertiginoso se consume la primera mitad de 'Yo soy la Juani', que incluye en el lote alguna de las escenas y diálogos más sonrojantes que se hayan podido contemplar en la gran pantalla en los últimos tiempos. Si lo que ha pretendido Bigas Luna, por otra parte un director al que todo apunta que se le ha agotado el discurso, es imprimir veracidad, un documental hubiese sido una opción más recomendable. O un guión pasado por el tamiz de los habitantes de ese extrarradio a los que tan tenazmente busca reflejar. Pero nada. La Juani, la Vane, el Jonah, por poner a los tres ejes de la película, quieren ser actores famosos, liarse con futbolistas casados (a poder ser llamados Raúl) y gastarse su sueldo y el de los demás en incorporar un poco más de chatarra de lujo al deportivo de turno.
Estereotipos al cubo, vitrina de clichés, con un Bigas Luna que no duda en justificar cada una de las acciones de sus personajes. La Juani, por ejemplo, es fruto de una familia desestructurada, con un padre alcohólico y en el paro y una madre frustrada por no haber alcanzado sus sueños. Un paisaje que sólo puede conducir al ‘tuneado’ y a una narración llena de altibajos, alucinógena a ratos (esos sueños provocan dolor a la vista) y sujetada, con firmeza pese algún tropezón, por la debutante Verónica Echegui. La historia de esa Juani, que podría ser espejo de miles de jóvenes, y no sólo deslenguadas y atrevidas, levanta el vuelo una vez llega a Madrid. En la capital Luna se maneja con mayor pericia, enlazando escenas que elevan el tono medio del largometraje, como el periplo de la protagonista por una escuela de teatro. En cualquier caso, el epílogo vuelve a cerrar el círculo de una película que no funciona ni como diversión ni como retrato sociológico.

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