viernes, 1 de diciembre de 2006

'FIN DE PARTIDA'. Al vacío

CRÍTICA DE TEATRO

'Fin de partida'
Autor: Samuel Beckett
Compañía: Teatro de Temple
Dramaturgia: Alfonso Plou y Carlos Martín
Dirección: Carlos Martín
Reparto: Ricardo Joven y José L. Esteban
Escenario: Teatro Moderno (Guadalajara), 1 de diciembre 2006

Valga 'Fin de partida' como solitario homenaje tributado en Guadalajara, que tanto presume de privilegiar al teatro, a ese dramaturgo de textos atemporales y complejísimos llamado Samuel Beckett. Sí, porque al igual que el año pasado la temporada cultural festejó hasta la extenuación a Cervantes, en la actual, a punto de finalizar, nada se ha sabido, al menos por aquí, del centenario del nacimiento del irlandés. Nota de pesimismo, casi tanto como el que destila el 'Fin de partida' fabricado por Teatro del Temple, compañía de primera categoria especialista en etiquetar montajes de mucha sutilidad, como ya demostrara en la capital alcarreña no hace mucho con 'Buñuel', 'Lorca', 'Dalí'.
Este 'Fin de partida' es, decididamente, apto casi en exclusiva para seguidores y puristas del teatro de Beckett. Nada complaciente con el espectador, una pieza dura y exigente, de obligado esfuerzo mental. Hasta la apuesta por una escenografía futurista, con ecos a una resaca postnuclear y visualmente –el epílogo– rozando lo cinematográfico, contribuye a elevar esa sensación. Coquetea la obra, en ese sentido, con lo experimental. Una pantalla audiovisual alimenta a rafágas al espectador. Le regala dosis extra de la información. Beckett, jamás lo hubiera imaginado.
Los dos protagonistas de la obra, Hamm y Clov, supervivientes de un holocausto que ha exterminado al resto de la raza, tienen nombre propio, pero es una singularidad sin significado. Es el hombre, su análisis introspectivo, analítico el protagonista absoluto, sin etiquetas que valgan. No hay historia porque nada pasa. El tiempo no existe –un reloj de cuerda anima la idea– y ese humor sarcástico tan característico de Beckett casi no aparece, no se ve, diluido por la asfixia que provoca la composición del decorado . Los discursos están vacios. Se habla, pero es imposible comprender algo. La metáfora sobre el sentido de la existencia del ser humano sobrevuela por el escenario como una rapaz ávida de víctimas.
El mérito de una adaptación tan poco complaciente y certera se debe en gran medida a la dirección. La labor ajustadísima de Carlos Martín se hace notar sobre el escenario. Se siente, aunque no se palpa. Encima de las tablas, José L. Esteban y Ricardo Joven realizan un buen trabajo. Contenido y eficaz el primero. Más visceral, el papel lo requiere, el líder de la pareja. El resultado final es un vacío extremo, tanto por el poso que deja, como por lo visto en el escenario, que opta por la desnudez textual y emocional. Si ese era el objetivo, conseguido con creces.

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